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Literatura

Aixa de la Cruz vuelve con una novela sobre los agujeros del amor romántico

Violeta va trabando relaciones a imagen y semejanza de ese progenitor que no la elige de pequeña

Aixa de la Cruz vuelve con una novela sobre los agujeros del amor romántico

Aixa de la Cruz. | Cedida

“Mientras las condiciones de vida ahí fuera sigan siendo violentas e injustas, sobrarán las mujeres que elijan volver a ser niñas, refugiarse en el colegio interno donde su alimento y su cama estarán siempre asegurados, con la ayuda de Dios”. Quizá sea esta la cita que voy a llevarme de la lectura de Todo empieza con la sangre (Alfaguara, 2025) lo nuevo de Aixa de la Cruz, lo que su legión de incondicionales esperaba casi violentamente.

Violeta es su protagonista, una mujer que avanza por los años buscando amor, pero como si tuviera un colador en el pecho. La infancia la dejó huérfana de arropo, con una madre que le infligía preocupaciones desmesuradas para, paradójicamente, despreocuparse ella; y un padre que las abandonó a una edad temprana. 

Ahí está el meollo, he leído yo, en las relaciones que Violeta va trabando a imagen y semejanza de ese progenitor que no la elige de pequeña (y la reclama y exige de mayor, al borde ya de la muerte). Paul, su amor de adolescencia; Salma, su novia de adultez, nunca la abrazan del todo, nunca son casa del todo, y eso es, además, lo que ella busca en un plano más o menos consciente. 

“Yo creo que no hay fuga”, contesta Aixa cuando le preguntamos si hay forma de evitar ese legado macabro de los traumas entre padres e hijos. Entiende la autora, ahora que ha sido madre, “lo difícil que es no legar a los niños nuestros temas no resueltos”. Quizá, reflexiona con la mirada viajando como una centella por la habitación, eso sea una oportunidad para que las nuevas generaciones curen en su cuerpo las heridas que nunca cerraron en el nuestro.

La pareja, asidero dudoso contra el vacío

“La pareja solo tiene sentido si es un muro de contención contra la enfermedad y la muerte”, reflexiona Violeta al principio de la novela, dibujándola como esa guarida segura que hay que construir con todo lo que somos; con más de lo que somos, incluso. Aunque este sea precisamente el camino más rápido que la lleva a fracasar.

Y cuando todo ha fallado, cuando la empresa a la que le hemos dedicado años se ha derrumbado, entra la fe como una respuesta. Quizá incluso como una única posibilidad real de llenazo interior. Aixa pone así sobre la mesa la necesidad real de trascendencia, que cada quien busca por un derrotero distinto.

Cuenta que estos últimos años en los que ya se reivindica señora -tiene 36 para 37, y no le va lo de jugar a seguir teniendo 20- aprendió a meditar, y que por ello quería trasladar a esta novela el privilegio que supone el telón de los ojos cerrados, ese pase VIP a su mundo interior. También se acercó a los Evangelios con una mirada desprejuiciada, emancipada de la educación católica recibida. Algo de todo ello sobrevuela estas páginas.

No ha tenido tiempo aún de pensar en lo próximo, pero de seguro habrá mucho de ella, pues no concibe escribir sobre aquello que no la concierna, la sacuda y la interrogue.  

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