El lenguaje secreto de la mujer de Dios
Entre la fe y la ficción, la escritora griega Amanda Mijalopulu reescribe el mito desde el cuerpo y el silencio

Virgen María | DDP vía Unplash
Me sumergí en esa voz que hablaba desde un lugar inconfesable. Era como escuchar a alguien susurrar desde una celda, o desde un jardín vedado: lo sagrado y lo secreto en una misma oración. Fue entonces que supe que tenía que buscarla, hablarle, seguirle la pista como quien intenta entender el origen de un sueño recurrente. Es así como la escritora griega Amanda Mijalopulu ha escrito la novela La mujer de Dios, publicada bajo el sello Consonni en España.
Conversando con Mijalopulu, en su visita promocional a Barcelona, nos comenta que la historia de esta novela nació en 2012, «antes de que las preguntas feministas comenzaran a tomar las calles», pero las escritoras —sobre todo las mujeres—, nos comenta en esta entrevista para THE OBJECTIVE, tienen a veces un impulso profético. «No escriben desde el ahora, sino desde lo que ya se agita bajo la superficie. Lo llaman intuición, pero a veces es simplemente que ya hemos vivido lo que aún no se ha nombrado».
Para la autora la imagen inicial para empezar a escribir era una pregunta simple y compleja a la vez: «¿y si Dios existiera… y tuviera una esposa? ¿Y si esa esposa fuera joven, mujer, y tuviera una voz que no fuera escuchada?» Así comenzó a hilarse esta especie de cuento de hadas para adultos, tejido con hilos bíblicos, románticos y mitológicos, porque, como bien nos recuerda la autora, desde Zeus hasta los dogmas cristianos, la figura del hombre mayor y la mujer joven ha sido una fantasía universal: una fantasía masculina que busca la pureza, la juventud, el cuerpo sin historia.
Pero su historia no busca complacer. No cita a los dioses griegos por costumbre ni se instala en la iconografía cristiana para decorarla. En nuestra conversación, Mijalopulu nos confirma cómo la ultraderecha griega toma esos símbolos dentro de la mitología, los despoja de arte y los convierte en armas. Hace unas pocas semanas, un político fundamentalista religioso de derechas vandalizó varias obras de arte de la Galería Nacional de Grecia que consideraba blasfemas en una exposición de arte griego contemporáneo donde se consideraba que la Virgen no era lo suficientemente «pura». «El arte es el único espacio de libertad que nos queda», dijo, ya que sonaba más como un rezo que como una consigna.
En varios episodios de La mujer de Dios hay una imagen que persigue al lector: la protagonista que guarda el lápiz en su vagina. No como provocación, sino como afirmación. «Escribir desde allí, desde el centro mismo de lo íntimo» afirma Mijalopulu. La escritura como forma de libertad ante lo hegemónico. «Escribir, incluso en prisión. Incluso en soledad. Para otros, podría ser el infierno. Para ella, era el cielo. Por eso ese capítulo se llama así: cielo, porque a veces, pensar tus propios pensamientos es la forma más alta de paraíso»

A lo largo de las páginas la narración nos invita a pensar que Dios toma el mando de la narración, es un juego de pareja, Dios le quita el permiso, por eso la protagonista escribe en secreto y es así es como genera un romance clandestino con la escritura, sin una autorización divina.
Deseo y frustración
A la par del romance clandestino que libera el deseo de escribir, la amargura se centra en la protagonista. «La palabra amargura no se genera como carencia capital, sino como deseo no saciado. Un deseo que va más allá del cuerpo o del amor. Un deseo de saber, de preguntar, de existir fuera del rol que le fue asignado. Por eso, cuando él —Dios— espera silencio, ella ofrece preguntas. Y cuando ella pide respuestas, Él se ausenta. Un duelo disfrazado de diálogo» afirma la autora.
«Ella no escribe para él. Eso me lo deja claro. Escribe para nosotras. Para quien la lea. Para ese lector que, aunque sea imaginario, tenga una naturaleza humana, no divina. Alguien que pueda escuchar sin juzgar», un desconocido con oído atento que quiera verla y conocerla. Es así como el lector engancha con la novela.
¿Cómo se le escribe a Dios?
Mientras conversamos con Mijalopulu nos confirma que cuando escribe no piensa en teorías, sino en estructuras, en formas. Para esta novela se preguntó cómo hablaría Dios si usara palabras. «¿Y cómo sonaría una mujer que le hablara a ese Dios?», así que decidió que el lenguaje entre ellos fuese ser simple, casi infantil, pero que el pensamiento detrás de esas frases fuese abismalmente profundo. El contraste entre lo que se dice y lo que se piensa.
«Me di cuenta entonces de que el libro era, en cierto modo, una novela de formación. Como Retrato del artista adolescente de Joyce, pero con una protagonista que, en lugar de buscar su lugar en el mundo, intenta encontrar su voz en un matrimonio con Dios» afirma.
Amanda Mijalopulu ha otros libros, pero este, quizás, es el más silenciosamente político. El más íntimo e espiritual. Solo dos de sus doce obras han sido traducidas al español. En griego, su idioma, escribe como quien murmura una plegaria en una iglesia vacía. Es así como nos recomienda leer a Margarita Karapanou, su escritora favorita. «Es nuestra Clarice Lispector», dice, pero casi nadie fuera de Grecia la conoce. «El mundo conoce la Grecia antigua, pero ignora la contemporánea. Y eso también es una forma de silencio.»
La mujer de Dios es una carta escrita desde el margen, desde el cuerpo, desde la fe y la desobediencia. Una carta que aún arde.