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Literatura

Bienvenidos al purgatorio millennial: arte, sexo y precariedad en 'Los últimos americanos'

La última novela del escritor nominado al Booker, Brandon Taylor, hace que el arte duela, el amor confunda y la juventud ya no salve

Bienvenidos al purgatorio millennial: arte, sexo y precariedad en ‘Los últimos americanos’

Estudiante revisando apuntes | Philippe Bout vía Unsplash

Hay novelas que intentan ubicar al lector en cierto bando ideológico de las supuestas guerras culturales o generacionales de la contemporaneidad, mientras otras, desvelan con tino las luces y sombras de estar en los extremos o, también, en el centro. Los últimos americanos del escritor estadounidense Brandon Taylor (Alabama, 1989) es una de esas novelas que interpreta sin moralina.

Los últimos americanos, publicada en España por el sello independiente Chai Editores, nos trae a este finalista del premio Booker -por su novela Vida real también publicada en español por la misma editorial—, quien narra y situa la trama en Iowa City, epicentro de la escritura creativa estadounidense y también de su propia formación. Aquí, sin embargo, no hay novelistas: hay poetas, bailarines, artistas visuales, músicos. Gente joven y de diferentes razas -blancos y afroamericanos-, en el umbral de la emoción y la vivacidad del querer hacerlo todo. Gente que cree —todavía— que el arte puede salvarlos, o al menos dar sentido a su angustia. Gente que sospecha que eso tal vez no sea suficiente.

Uno de ellos es Seamus, poeta cuya ira contra sus compañeros de taller roza lo patético y lo sublime. Los desprecia, los observa con saña. Una escribe sobre niños moribundos y ladillas, otro lo acusa de catolicismo reaccionario por escribir un poema sobre monjas alsacianas. Seamus responde trabajando en la cocina de un hospicio, cortando cebollas como quien ejecuta un ritual sagrado.

Brandon Taylor - Los últimos americanos
El escritor Brandon Taylor | Imagen vía Chai Editora

Hay más. Fyodor, que trabaja en una planta de procesamiento de carne, se siente lento y pesado cuando va a museos con su novio bailarín. Iván, ex bailarín y actor porno, planea abandonar la danza para hacer dinero en banca. Noah, un bailarín rico y hermoso, mantiene una relación destructiva con un hombre mayor, violento y profundamente encerrado en sí mismo. Y en medio de todos ellos, están Bert, Goran o Bea, activadores del deseo y rabietas de otros.

Taylor narra este mundo artístico e intelectual sobreactuado con una prosa precisa y cargada de sentido sin descripciones innecesarias. Cada capítulo sigue a un personaje distinto, retomando figuras que antes parecían secundarias y llevándolas al centro. Puede que en momentos el experimento se sienta demasiado cínico y eso puede agobiar o desequilibrar la lectura con una supuesta moralina entre dos bandos, sin embargo, el autor sabe muy bien cómo recrear un tono compartido que iguala a los personajes en circunstancias, performance intelectual y problemas.

Las diferencias entre ellos pueden de clase, de raza o de trauma -algo que nos define en el siglo XXI-, sin embargo, no los definen ya que se narran más que se viven. Son personajes performáticos, pero el autor no ilumina esas diferencias en el escenario de la narración para sacarles punta, hacernos elegir, sino que más bien desliza escenas como las de Bea, una artista solitaria que hace dioramas en miniatura y habla solo con los niños que cuida. El personaje se alza como la luz oculta del libro: la única que no pretende nada, que no compite, que no habla en código.

Los últimos americanos es una novela sobre el lenguaje y la razón como arma y escudo, como performance. Los personajes debaten, se destrozan, se atraen, gozan -no había leído tanto sobre felaciones desde hace tiempo y eso que dicen que los milennial y la generación Z ha dejado de lado el sexo– y se rechazan mediante el lenguaje. A veces parece que toda la novela es un taller literario infinito en Iowa, donde cada frase lleva una tonelada de subtexto. 

No hay una trama, en el sentido clásico. Lo que hay es un presente suspendido, una especie de purgatorio universitario donde los personajes llegan —literalmente— tarde a la juventud sin culpa, a la genialidad sin límites, a creer que el arte los va a salvar. Lo interesante de la obra es que a pesar de todo insisten; al igual que en la serie de TV Girls cuando Hannah va a Iowa esperando iluminación como escritora y se da de bruces entre tanto intelectual de papel toilette.

Los últimos americanos sobre todo es una crítica al mundo del arte y la cultura bajo el capitalismo tardío, pero también existe en ese performance intelectual una ternura inesperada. Brandon Taylor no se burla de sus personajes: los entiende. Incluso cuando están perdidos, se repiten o se desprecian. Los mira con la piedad de quien ha estado ahí, de quien sabe que crear —aun mal, aun tarde— es mejor que no hacerlo.

En un tiempo donde la ficción universitaria suele caer en clichés narcisistas, esta novela ofrece algo mucho más fino: una visión del deseo artístico y del abismo que se abre entre ese deseo y la aplastante realidad dentro de una contemporaneidad capital y digital.

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