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Literatura

Tessa Hulls gana el Pulitzer con una historia que la propaganda comunista china no querría leer

THE OBJECTIVE conversa con Tessa Hulls sobre ‘Alimentar a los fantasmas’, su novela gráfica autobiográfica

Tessa Hulls gana el Pulitzer con una historia que la propaganda comunista china no querría leer

Tessa Hulls. | Cortesía de Reservor Books

Reservoir Books, el sello de Penguin Random House, acaba de publicar, en español, Alimentar a los fantasmas, la monumental novela gráfica con la que Tessa Hulls (California, 1984) ha irrumpido en el panorama literario como un caballo de Troya. Se trata del segundo cómic en la historia en ganar un premio Pulitzer en categoría de obra autobiográfica, algo que no ocurría desde Maus. Pero si la obra de Art Spiegelman rescataba el Holocausto a través de ratones y gatos, la de Hulls se adentra en el silencio intergeneracional, la migración forzada y las consecuencias de la propaganda comunista china. Todo esto desde un dibujo que oscila entre lo poético y lo documental.

Nos encontramos con Hulls en una presentación a los medios vía Zoom que parece un ritual: agradece a los traductores, a rotuladores, a editores, a quienes la ayudaron a llevar a puerto esta historia escrita en varias lenguas, varias épocas y varios estados mentales. No es exagerado: Hulls trabajó casi una década en este libro y tuvo que aprender a ser artista, historiadora, periodista y cuidadora de su propia madre mientras lo escribía.

«Cuando empecé este proyecto, no era dibujante. No era historiadora. No era escritora profesional. Ahora soy todo eso. Pero durante mucho tiempo, sólo fui una nieta que no hablaba chino y que necesitaba entender por qué su madre y su abuela se habían roto» comenta a los medios.

Una historia más grande que uno mismo

Alimentar a los fantasmas parte de un enigma familiar: la abuela de Hulls, periodista y poeta, fue enviada a un campo de reeducación durante la Revolución Cultural China. Años después, en Estados Unidos, su hija –la madre de Tessa– sufría trastornos mentales, una herencia invisible que Hulls supo identificar tarde, cuando ya estaba en el centro del laberinto. Entonces hizo lo único que sabía hacer: investigar. «Pasé años leyendo documentos, entrevistando a familiares, traduciendo cartas que ni siquiera podía entender al principio».

Alimentar a los fantasmas - Tessa Hulls

Lo que comenzó como un intento de biografía familiar y un recuerdo de las maternidades que la acogieron se transformó en una reflexión sobre cómo las narrativas políticas manipulan la realidad y destruyen la memoria individual. «Estudiando los discursos del Partido Comunista en los años 50, me di cuenta de que el lenguaje era el mismo que el que se estaba usando en Estados Unidos durante la era Trump. Las mismas técnicas. Las mismas falsificaciones. No podía no hablar de eso».

El peso de contar lo que otros no pudieron

Uno de los ejes del libro es la incapacidad de hablar. La abuela de Tessa escribía compulsivamente, incluso cuando ya había perdido la cordura. «Para ella, escribir era una forma de sujetar su mente. De reescribir la historia, aunque estuviera perdida», dice Hulls, que ha heredado esa misma compulsión, pero con más herramientas. «Yo tenía que contar esta historia porque ellas no pudieron».

Alimentar a los fantasmas - Tessa Hulls
Páginas interiores de Alimentar a los fantasmas.

La pregunta sobre qué implicó exponer a su familia ha estado siempre presente en la historia de la literatura. Por ello Hulls responde que sabía que se estaba desnudando «y a ellas también, pero pensé: si esta historia no sale de mí, se pierde. No hay nada más trágico que una historia que muere sin ser contada».

Su madre, confiesa Hulls, no llegó a leer el libro entero. «Tuvo un accidente cerebrovascular poco antes de la publicación en inglés. Perdió la capacidad de seguir una historia larga. Yo le leía fragmentos, se los mostraba como quien enseña a un niño una maqueta de su casa. Lo hice con amor. Ella lo sintió, incluso aunque no pudo entenderlo del todo».

Alimentar a los fantasmas - Tessa Hulls
Páginas interiores de Alimentar a los fantasmas.

Cómo dibujar una historia que se desmorona

El proceso gráfico la desafió tanto como la escritura de Alimentar a los fantasmas. Hulls sabía que su estilo cambiaría inevitablemente a lo largo de casi una década de trabajo, así que diseñó un método poco ortodoxo: escribir todo el guion como una novela en prosa, esbozar todas las páginas simultáneamente con ayuda del programa Scrivener, imprimirlas en miniatura y luego abordarlas como un rompecabezas tridimensional.

«No quería que se notara dónde empezaba una Tessa de 30 años y dónde terminaba la de 39. Así que redibujé caras, ajusté trazos y, sobre todo, decidí que los fondos no serían realistas. Si hubiera dibujado cada rincón tal como fue, el peso habría sido insoportable. Preferí lo simbólico, lo metafórico, porque el trauma no tiene una arquitectura estable».

«Preferí lo simbólico, lo metafórico, porque el trauma no tiene una arquitectura estable»

Las viñetas en blanco y negro, con algún resquicio de color, contienen una cantidad de paisajes que parecen evaporarse, sombras que toman forma, silencios que se dibujan como manchas. Hay una herencia del grabado, del trabajo artesanal. «Yo pienso con el cuerpo. Cuando me bloqueo, salgo a andar, a pedalear, a escalar montañas. Lo físico me da claridad. Por eso mis dibujos son físicos, palpables. No quería una novela gráfica digital, quería que oliera a papel».

Páginas interiores de Alimentar a los fantasmas en la edición original en inglés.

La ausencia y la memoria

Algo que desconcierta al lector es la ausencia casi total de figuras masculinas. Su abuelo desapareció. Su padre apenas se menciona. No hay redención, ni siquiera una línea. «Es deliberado», dice sin rodeos. «Mi padre no asumió ninguna responsabilidad en nuestra historia. Los hombres en mi familia no estuvieron presentes. Así que opté por no darles espacio ficticio. No merecían 60 páginas, ni media».

El resultado es un relato sostenido por mujeres heridas que intentan reconstruirse sin mapa. No es un relato del feminismo activista, aunque el dolor abunda, no hay miseria que se pueda usar para la venta de una historia. Hay un pacto entre generaciones para decir: «con nosotras se rompe la cadena».

Lo más potente de Alimentar a los fantasmas es que no busca cerrar heridas, sino que las exhibe, las documenta y las comparte. «No creo que el tiempo sea lineal» dice Hulls. «Creo que sanamos el pasado cuando contamos nuestras historias en el presente, para que otros puedan vivir su futuro sin repetir lo mismo».

En un mundo donde los gobiernos –de China a EEUU– insisten en reescribir la historia al servicio de sus ideologías, el trabajo de Hulls es una forma de resistencia a través del arte y la memoria. «No hay reconciliación posible si no nombramos lo que ocurrió y nombrarlo duele, claro. Pero también libera».

En ese sentido, apunta, que la reconciliación más importante no fue con su madre, sino con ella misma. «Ahora puedo vivir sin sentir que estoy arrastrando una historia que no me pertenece. La escribí. La dibujé. La liberé».

Alimentar a los fantasmas - Tessa Hulls
Páginas interiores de Alimentar a los fantasmas

¿Y después de un Pulitzer qué hace Tessa Hulls?

Después de casi diez años dedicada a una sola obra, Tessa Hulls necesitó desconectarse. Eliminó sus redes sociales, dejó de promocionar el libro y se fue a trabajar como cocinera en el Parlamento de Alaska. «Necesitaba recuperar mi cuerpo, mi tiempo, mi salud mental. No se puede ser artista todo el tiempo. A veces hay que lavar platos», comenta sin el menor resquicio de ego de escritor, a pesar de que siendo cocinera en este lugar remoto es donde se ha enterado de su premio.

Su próximo proyecto, dice, será en la línea del periodismo gráfico ambiental: quiere colaborar con equipos científicos en el Ártico y la Antártida, para contar historias sobre el cambio climático que nadie está contando. Historias que, afirma, también son sobre el futuro. «Los científicos no saben narrar. Yo sí, pero sólo puedo hacerlo si antes he vivido lo que quiero contar».

Hulls, ciclista semiprofesional, artista autodidacta, narradora de memorias rotas y armadora de nuevos lenguajes, dice que quiere volver a aprender chino para poder leer a su abuela sin intermediarios. Mientras tanto, sigue dibujando sus memorias porque a veces, para recordar lo que fuimos, hay que aprender a perderse otra vez.

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