Horacio Castellanos Moya: la América atrapada entre la ansiedad y la parodia
En ‘Cornamenta’, el novelista refleja la convulsa historia de su patria, El Salvador, a través de un adulterio peligroso

Horacio Castellanos Moya. | © Gunter Glücklich
Horacio Castellanos Moya nació en 1957 en Tegucigalpa (Honduras), pero a los cuatro años se mudó al país de su padre, El Salvador, su verdadera patria, que tiene clavada en la cabeza y el corazón como una espina. Su primera novela, La diáspora (1989), le valió el Premio Nacional. Todo iba bien, perfecto, hasta que en 1997 se le ocurrió escribir la ácida El asco. Thomas Bernhard en San Salvador, que le valió polémicas y amenazas y, finalmente, el exilio. Tras brincar de país en país para ganarse la vida, ha parado, de momento, en Estados Unidos, donde ejerce de profesor en la Universidad de Iowa. Pero la herida primigenia sigue supurando.
El Salvador no se marchó nunca del novelista. Castellanos Moya continúa contando su patria, con especial énfasis estructural a través de la saga de los Aragón, que continúa con la recién publicada Cornamenta (Random House). En ella, Clemente Aragón, un hombre respetado en lo mejor de la sociedad salvadoreña y orgulloso líder del capítulo nacional de Alcohólicos Anónimos (AA), se ve envuelto en continuos líos por su afición a las mujeres. Pero ahora ha cruzado un límite con Blanca, esposa de un temible general y (supuestamente) buen amigo suyo. A la posibilidad inminente de que este descubra su cornamenta se añaden unas misteriosas llamadas y el extraño suicidio de uno de los luchadores de lucha libre que asistía al grupo de AA.
La novela, breve pero intensa, divertida y magníficamente escrita, transcurre en tres días de finales de febrero de 1972, justo cuando el fraude electoral del Gobierno militar desata las protestas y una oleada de intrigas y conspiraciones en el país. Desde su exilio estadounidense, Castellanos Moya explica que «Cornamenta –como todas las novelas que se agrupan en lo que se ha dado en llamar la saga de la familia Aragón– es una obra independiente, cerrada en sí misma, que puede leerse sin haber leído ninguno de los otros libros».
Aunque la trama sugiere una conexión trágicamente nítida con otras, por ejemplo, cuando el protagonista recuerda un contexto histórico parecido de su juventud, el intento de golpe de Estado de 1944. «Pareciera que los países centroamericanos viven su historia como la rueda de una bicicleta fija, alzada, que da vueltas, pero nunca avanza. De la dictadura a la guerra civil, de la guerra civil a la democracia, de la democracia a la dictadura, y así, el juego político se mueve con velocidad, pero la sociedad, las instituciones, y la calidad de vida de la población, no avanzan. La rueda de la bicicleta es un círculo vicioso», reconoce el autor.
Clemente corretea como un hámster en su jaula. En una crítica para The Nation, Natasha Wimmer escribió que Castellanos Moya «ha convertido la ansiedad en una forma de arte y en un acto de rebelión». ¿Quizá por eso el punto de vista tan cerrado en Clemente y la estructura tan densa, comprimida en esos tres días? «La percepción del tiempo es subjetiva. En la novela, el punto de vista y la estructura responden a los estados mentales del personaje, que, en definitiva, giran alrededor de la ansiedad que padece quien se ha acostado con la esposa de un hombre poderoso que, si descubre el hecho, tomará venganza».
La época del ansiolítico
¿Y no le puede haber transmitido también su ansiedad un autor obligado a salir de ese escenario? «La ansiedad es un rasgo distintivo de nuestro tiempo. Los porcentajes de población de todas las edades y de diversas latitudes que viven medicados contra la ansiedad es altísimo. Vivimos la época del ansiolítico. Este padecimiento afecta desde personas que han vivido situaciones traumáticas en algún momento de sus vidas hasta aquellos adictos a las pantallas de los dispositivos. En mi caso, el hecho de haber crecido en una sociedad polarizada políticamente y violenta no es ajeno a mi forma de entender el mundo».
Cornamenta no es, sin embargo, una novela oscura. Ya desde el título aparece el humor marca de la casa. «La tragedia y la comedia vienen tomadas de la mano», explica Castellanos Moya. «El humor, la ironía y la sátira, aligeran la dureza de la vida, permiten enfrentar la sordidez y la crueldad, resistir una cotidianidad absurda y violenta. Un personaje como Clemen genera humor en ciertas circunstancias, cuando el lector percibe su ingenuidad ante las contradicciones que padece». Hay momentos memorables, como la escena en que el agregado militar de la Embajada estadounidense mete a Clemente en el armario cuando fracasa el golpe de Estado de 1944. «Buena parte de la historia, en todas las épocas, está hecha de chapuza por chapuceros. Basta echar una mirada a nuestro alrededor para darnos cuenta. Políticos que roban como chorizos, criminales convertidos en poderosos líderes internacionales, atarantados mesiánicos que gobiernan regidos por la autodestrucción. El hombre moral es ajeno a la evolución científica y tecnológica». Nos suena, nos suena…
Esa misma escena incide en otro elemento importante de la novela cuando se dice que «queda en un silencio brumoso el hecho de que la protección recibida en la embajada no fue ajena a la amistad de Clemen con las damas de varios diplomáticos». ¿Realmente tiene tanta incidencia el sexo en la política? «Tiene incidencia en todos los aspectos de la vida, a tal grado que las guerras culturales intestinas que se viven actualmente en el Occidente tienen que ver en buena medida con el sexo, con las formas de entenderlo. En el caso de Clemen, un personaje con una pulsión sexual incontrolable, la relación de lo sexual y lo político fue primero, en 1944, su salvación, y luego, en 1972, su condena».
Memoria
También el alcohol, el submundo de los luchadores y los elementos más oscuros de la policía son decisivos en la construcción del personaje principal y la trama. El autor lo relaciona con el abarcador asunto de la memoria, que «está hecha de una materia maleable, podemos adaptarla a nuestra conveniencia y esconder en ella lo que no queremos recordar. De ese San Salvador de principios de la década de los 70 recuerdo los programas de lucha libre que transmitían cada sábado por la televisión. Años después descubrí con sorpresa que algunos de esos luchadores eran también torturadores de la policía. Seguramente de ahí viene mi interés por bucear en ese mundo oscuro, de sórdidos vasos comunicantes».
Pero, en un momento decisivo, Clemente reconoce: «Pericles, ese, ese es mi demonio, compañero». Y el autor desvela ahora que, efectivamente, hay «una reacción generacional de hijo contra el padre. Clemen frecuenta a los militares conservadores contrarios a su padre comunista, los atiende como guía de los alcohólicos anónimos. La historia de su padre, Pericles, está contada en otra novela, Tirana memoria, en cuya muerte puede verse reflejado su desencanto con la ideología que le daba sentido a su vida». Y, sin embargo, el hámster latinoamericano sigue enjaulado, corriendo incesantemente hacia ningún lado.