«¡Triste sino el de la prensa española!»
Justino Sinova reedita, revisada y ampliada, ‘La prensa en la Segunda República. Historia de una libertad frustrada’

Bandera de la II República en una manifestación en Madrid. | Wikimedia
«¡Triste sino el de la prensa española! Con gobiernos de derecha o con gobiernos de izquierda, su símbolo es siempre la mordaza». Estas palabras fueron escritas en su diario personal por Alfredo Muñiz, redactor jefe del diario republicano Heraldo de Madrid. Las recoge el periodista, escritor y profesor Justino Sinova en la reedición, ampliada y revisada, de su monumental La prensa en la Segunda República. Historia de una libertad frustrada.
El testimonio de Muñiz, que no fue publicado hasta la década del 2000, refleja a la perfección la situación vivida por los periodistas durante el régimen republicano. Es uno entre los muchos testimonios que se incluyen en el documentado libro, ahora publicado por la editorial Almuzara, el más completo estudio realizado sobre la prensa durante la República.
El momento en que llega el volumen a las librerías no puede ser más oportuno. Por un lado, la política española vive un momento de especial convulsión política, con constantes amenazas a la libertad de prensa, bajo la excusa de la desinformación, la presunta influencia de lo que se ha dado en llamar «pseudo medios» o la proliferación de bulos. Y, por otro, por la irrupción de una tendencia historicista que corrige la idealización de la República como un régimen donde florecieron las libertades.
En muchos aspectos, la Segunda República introdujo mejoras significativas, y no por eso deben de dejar de señalarse graves borrones en las medidas adoptadas por sus diversos gobiernos. No se puede negar que, durante el período, se concedieron libertades y derechos, pero también hay que reseñar que otros fueron frustrados. Entre ellos, como documenta con precisión Sinova en su trabajo, la libertad de prensa y el derecho de los ciudadanos a la información.
Dan fe de ello datos como que más de 120 cabeceras de todas las tendencias fueran cerradas, las reiteradas y desproporcionadas multas a periodistas molestos para el gobierno de turno, la censura previa aplicada en muchas ocasiones por los mismos organismos que en la reciente dictadura de Primo de Rivera, o leyes implacables con las libertades -como la de Defensa de la República o la de Orden Público-, que permitieron a los ejecutivos silenciar a la prensa de forma arbitraria y sin ningún control judicial.
El libro de Justino Sinova, sin perder un ápice de su rigor académico, ofrece una lectura amena y atractiva. No se trata sólo de datos, que también, sino de historias personales y de medios que ofrecen luz sobre las dificultades de informar durante la República. Historias como la suspensión arbitraria, solo un mes después de proclamada la República, de cabeceras tan señeras como ABC o El Debate. «Se abría la puerta -escribe Sinova- a una larga sucesión de episodios contra la libertad de opinión e información».
No sólo fueron casos de diarios de derechas, como el cierre fulminante de El Debate por orden telefónica del capitán general de Madrid, o la detención del director de ABC, Torcuato Luca de Tena. También los periódicos de izquierda sufrieron la censura como El Socialista, durante la huelga de 1934. «La represión no fue patrimonio de un solo partido ni de una ideología: fue una práctica continuada que afectó por igual a la prensa conservadora, republicana, anarquista o comunista», se asegura en el libro.
El autor recoge testimonios como los de Josefina Carabias, que en su laudatorio retrato de Azaña –Los que le llamábamos don Manuel (Seix Barral)-, refleja cómo el político censuraba y fustigaba a la prensa. Azaña, pese a haber publicado él mismo con frecuencia en los diarios, mostraba una especial inquina hacia los periodistas. De hecho, según cuenta Carabias, cuando le pedían entrevistas, solía contestar: «Yo sólo hablo para La Gaceta [el actual BOE]».
Por si había alguna duda, Azaña, personaje clave del periodo, no sólo «impulsó leyes represivas», sino que en sus propias memorias dejó constancia de su desprecio y su intolerancia con la prensa crítica, a la que califica de «reptiles que circulan por la sombra».
Obviamente, la concepción del periodismo en los años 30 no era como la mayoritaria de hoy en día. Se entendía el periodismo como un instrumento político, un instrumento de agitación y como un medio para alcanzar unos objetivos ideológicos. Y no solo los políticos, incluso muchos periodistas lo entendían así. De ahí que la prensa de partido fuera tan numerosa y tan escaso el número de lo que podríamos llamar periodistas «profesionales».
El caso más relevante de estos últimos es Manuel Chaves Nogales, cuya historia también cuenta Sinova. El tardío rescate de Chaves ha contribuido de forma decisiva a la mencionada nueva concepción historicista de las restricciones a la libertad de expresión en la República. Hasta hace pocos años, escribe Skinova, «muchos historiadores han pasado de puntillas sobre esa represión a la prensa, lo que ha contribuido a crear una imagen idílica de las libertades de la II República».
Chaves, directivo del diario republicano Ahora, en su clarividente y revelador prólogo de A sangre y fuego, desvela que había contraído méritos para ser fusilado por unos y otros e incluso habla de su «lucha para permanecer distante, ajeno, imparcial».
Los acontecimientos violentos durante la República -el golpe de Sanjurjo, la revolución del 34, los sangrientos atentados de la primavera del 36 o el propio golpe del 17-18 de julio- sirvieron de justificación al régimen republicano para aumentar su represión contra la prensa. Pero lo que en principio fueron medidas excepcionales acabaron por ser permanentes.
La sublevación militar de julio de 1936 acabó por destruir la última esperanza de libertad de expresión. Fue cortada de raíz. «El control político a que estaba sometida la información se transformó en confiscación de todo trabajo periodístico -concluye Sinova-. El periodismo dejó de existir y, en su lugar, se implantó la más feroz labor de propaganda bélica que pueda imaginarse. Tanto para un bando como para otro, los periódicos fueron armas de guerra». Y ese control político sería perpetuado durante décadas por el nuevo régimen.