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Cultura

La Transición no tiene la culpa 

Deberíamos centrarnos en lo que estamos haciendo mal ahora y dejar de escudarnos en la herencia del pasado

La Transición no tiene la culpa 

Enrique Tierno Galván, Santiago Carrillo, José María Triginer, Joan Raventos, Felipe González, Juan Ajuriaguerra, Adolfo Suárez, Manuel Fraga, Leopoldo Calvo Sotelo y Miquel Roca. | Europa Press

El empeño de algunos en desacreditar la Transición está calando en la sociedad. Incluso hay quien habla despectivamente del «régimen de la Transición», en un intento de equiparar aquellos años con el Régimen, como se denominaba de manera aséptica a la dictadura franquista. No es más que un intento mezquino e injusto de demonizar la Transición, atribuyéndole nuestras desgracias actuales, retratándola como un proceso retrógrado, cuando en realidad nos catapultó a la modernidad, política y culturalmente. 

No hay entrevista a la gente de la cultura en la que no se le interrogue por la Transición. En sus respuestas, está la clave del fondo del debate. Sin ir más lejos, la semana pasada, se le preguntaba por el asunto a José María Guelbenzu (Madrid, 1944), novelista, editor y crítico muy influyente aquellos años, cuando la cultura aún no estaba secuestrada por las redes sociales y en manos de los influencers. «¿Quizá era mejor la ruptura?», replica el escritor. «Tal vez. Pero la ruptura tenía un riesgo excesivo. Madurar es hacerse a la realidad. Hicimos lo que pudimos con lo que teníamos».

Muchos de los que vivimos aquella suscribimos esas palabras. Guelbenzu, que sigue en activo a sus 79 años -acaba de publicar Mediodía en el tiempo (Siruela)-, cree que «lo que debemos cuestionar son las cosas que estamos haciendo mal nosotros ahora, sin echar la culpa constantemente a la Transición». 

Luis López Carrasco (Madrid, 1981), ganador del Premio Herralde de novela con El desierto blanco, no vivió la Transición -nació en 1981-, pero es probablemente uno de los mayores expertos. Así lo demuestra en su tesis doctoral, en la que indaga en la memoria social de aquel tiempo a través del rompedor programa de televisión Vivir cada día, emitido en TVE durante diez años, desde 1978 hasta 1988, la edad dorada de la televisión pública. Dirigido por José Luis Rodríguez Puértolas con guionistas tan prestigiosos como el novelista, dramaturgo y director Javier Maqua Chevrolet (1997)-, ofrecía «otros relatos que complementan las visiones mayoritarias», en palabras de López Carrasco.

Luis López Carrasco. | Europa Press

«Cómo olvidar aquellos años en que se tomaba nuestra Transición como ejemplo para otros procesos de democratización»

Precisamente porque el profesor y también director –El año del descubrimiento (2021)-no vivió la denostada Transición adquieren mayor significado sus palabras en una reciente entrevista. «¿Culpable de pertenecer a una generación? ¿Hay cuentas pendientes que saldar aún? Tanto responsabilizar a generaciones previas, como el proceso inverso en el que los mayores critican a los jóvenes, simplifica realidades complejas (…) La discusión sobre la cultura de la Transición parece un debate futbolero con una dinámica polarizadora que no lleva a nada, no produce conocimiento. No creo en las enmiendas a la totalidad, ni en las tarjetas rojas. Hubo muchos colectivos y disidencias y, a partir de ahí, se puede resignificar una época».

Dos protagonistas de la Movida, la plasmación cultural de la Transición, opinaban hace poco sobre el debate. «Soy de una generación que fuimos muy libres -sostiene Alberto García-Alix. Quizá exageramos, es posible. Pero era mucho más estimulante que ahora». «Tal vez sí se exagera un poco y se idealiza [La Movida]», reconoce Ana Curra, la musa del punk, mientras recuerda que «a los Pegamoides nos hicieron cambiar algunas letras. No pudimos decir ‘Terror’ en el supermercado,  sino ‘Horror’ por el tema del terrorismo». Y concluye asegurando que ahora «se imponen los presupuestos populistas que se apropian de la palabra libertad».

La Gran Vía madrileña a comienzos de los ochenta | Paolo Monti (Wikipedia)

La Transición tuvo luces y sombras. Pero entre denigrarla e idealizarla, hay un un enorme trecho. Los que la vivimos no podemos olvidar, y menos aún menospreciar aquel tiempo en que España estaba de moda en el mundo. Cómo olvidar aquellos años en que se tomaba nuestra Transición como ejemplo para otros procesos de democratización, ya fuera en países latinoamericanos o, posteriormente, en la transformación de las dictaduras comunistas en democracias. Cómo olvidar cuando uno se identificaba como español en el extranjero y le acogían enumerando nuestros estandartes culturales: «Ah, el país de Saura, de Almodóvar, de Tápies, de la Movida…»

Cualquier otro país, sin el complejo de inferioridad y el masoquismo que nos atenaza a los españoles, se sentiría orgulloso de sus logros. De hecho, no nos vendría mal un poco de aquel «espíritu de la Transición», en lo político y en lo cultural, en estos tiempos turbulentos. Todas las generaciones tienden a responsabilizar de sus males a la generación anterior. Parece ley de vida. Lo que sí está claro es que, como dice Zunzunegui, deberíamos centrarnos en lo que estamos haciendo mal ahora y dejar de escudarnos en la herencia de la Transición.

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