Gonzalo Maier retrata a quienes nos la quieren dar con queso
El autor chileno novela con magistral ironía el absurdo que rodea el mundo del arte, la universidad y la corrupción política

El escritor y columnista chileno Gonzalo Maier. | Wikimedia Commons
«En las buenas escuelas de cocina, me contaba una amiga chef durante una comida, hay una máxima: si un plato tiene queso es para esconder algo, para tapar un error, para hacer digerible una imperfección […] En lo de Piña, hay queso. Mucho. De repente es una fondue y nada más». Una crítica descubre la impostura del artista que protagoniza Piña, la primera de las dos novelas que componen el volumen Una mano invisible (Random House), del chileno Gonzalo Maier (Talcahuano, 1981). La crítica muere, pero su fantasma persigue a Piña, mientras Maier nos describe con magistral ironía las costuras de su vida impostada, que se adivina arquetípica de cierto tipo de artista contemporáneo. Son apenas un centenar de páginas.
La segunda novela, Mal de altura, comparte longitud y estilo, aunque con un toque más original y uno de los arranques más sugerentes que recuerdo: «Me puse un chaleco de lana y salí a detener la revolución. Era una tarea ingrata e inesperada –algo exagerada, si me preguntan, que me obligaba a jugar un papel reaccionario que nunca pensé que me tocaría». Habla un profesor de filosofía al que encargan dar clase de ética a un financiero condenado por corrupción política y que se presenta así en la novela: «Escuerren estaba en un centro de esquí, en la cordillera, encerrado con un fusil en una mano y con un libro de ética en la otra».
El autor de estas dos pequeñas joyas, tan divertidas como exquisitamente escritas, no tiene pelos en la lengua. Cuando le pregunto, por ejemplo, por qué ha incluido Piña y Mal de altura, responde: «Son los caprichos del mundo editorial –cuando los textos son breves prefieren presentarlos de a dos o de a tres–, pero me gusta pensar que juntos se afirman y se potencian en su interés no sé si por el mercado o por la plata. O por el modo en que las transacciones –financieras, culturales, emocionales– definen nuestra identidad y lo que hacemos en el día a día. Por eso mismo el título» general del volumen: Una mano invisible.
Mercadotecnia aparte, los puntos de partida difieren en ambas historias. Por un lado, Piña: «Que el paradigma del empresario joven o del emprendedor sea el mismo del artista contemporáneo siempre me ha parecido fascinante. Ambos deben ser ágiles, adaptativos, creativos, ciudadanos del mundo, etcétera, etcétera. El artista como paradigma del trabajador neoliberal por excelencia me encanta y quería explorarlo». Por otro, Mal de altura: «El caso del filósofo es un poco más sencillo: quería investigar qué pasa cuando al otro se lo mira de cerca, con curiosidad, tratando de quitar los prejuicios, cosa que nunca se puede. Tenía ganas de explorar ese vértigo».
La crítica destaca de Maier, sobre todo, su dominio de la ironía, un sentido del humor que deja al descubierto las vergüenzas de sus personajes. «Hay una crítica, sí, pero creo que no es tan ácida. Más bien creo que hay una distancia irónica, o eso me gusta creer. También, en mi defensa, debo decir que miro a los personajes y sus problemas con mucho cariño. O eso espero».
Riesgos
Aunque lo del cariño es cierto, a veces resulta realmente demoledor. Juzgue si no esta descripción de una de las obras de Piña: «Ai Weiwei acababa de inaugurar en Londres una gran muestra en la Tate Modern en la que dejó en el piso casi cien millones de pequeñas piedras de porcelana pintadas como semillas de girasol […] Piña vio una oportunidad. Viajó y visitó la muestra varias veces. En cada una de ellas guardo puñados de semillas para montar, en otra galería chica de Berlín, un par de semanas después, una muestra titulada ‘El Ai Weiwei de los flojos’. Era un cuadrado más o menos de un metro y medio por un metro y medio, rellenado con las porcelanas de Ai Weiwei, en el que se podían parar los visitantes antes de tomarse una selfie y volver a la calle».
Maier, académico y autor literario, con una prosa muy alejada de la superficialidad bestsellera, se enfrenta a la posibilidad de que lo tachen de frívolo. Lo asume: «Hay dos riesgos, creo. El primero es que alguien se moleste o malinterprete la novela, pero con eso no se puede hacer mucho. Siempre habrá alguien que se moleste por algo. Con suerte me puedo hacer cargo de mis decisiones. El segundo riesgo es que no sepan si eres idiota o si lo tuyo es un chiste, y eso ya me parece más interesante». Todo un personaje, este Maier.
La historia de Mal de altura, narrada en primera persona por el profesor de filosofía, aporta quizá mayores cargas de profundidad. Atención, por ejemplo, a esta definición del conseguidor Echaurren: «Me había animado a preguntarle exactamente en qué trabajaba, porque no lo entendía. Pensé que me diría algo concreto y relacionado con algún organigrama –gerente o director de algo–, pero muy por el contrario eran mil cosas o ninguna. Algo que no tenía nombre. Me costó entenderlo porque, en realidad, era otra forma de vida. Y era otra de un modo radical, que hacía fácil juzgarla como se puede juzgar con ligereza una injusticia en un país lejano y del que se conoce apenas un hashtag y una bandera».
Por no hablar de la formación del filósofo: «Marta había estudiado filosofía conmigo a fines de los noventa y pasamos esos años con una despreocupación radical y, por lo mismo, hermosa […] decíamos que nos importaba todo e íbamos a fiestas para la liberación del Tíbet o para detener el efecto invernadero. Las buenas causas eran las nuestras porque éramos buenos. Suena estúpido y facilista, pero esa era la lógica invisible con que manejábamos nuestras vidas. En el fondo, nos importábamos solo nosotros mismos y cómo nos viera el resto e incluso nuestra conciencia». Después, claro, llega el cinismo: «Ahora hay noches en que miro el techo y creo que la única forma de recuperar esa impunidad que tenía a los veintitrés años, esa indiferencia insultante con el destino, con la filosofía o con el arte, es entregarse a la plata».
Y dárnosla con queso. «El queso explica muchas cosas, efectivamente», dice Maier cuando le recuerdo el fragmento con el que se abre este artículo. «Se podría instalar toda una fenomenología del queso en la música, en la literatura, en el cine. Puede que el queso sea el gran enemigo del arte en el mundo contemporáneo. El queso y el mercado, a fin de cuentas, van de la mano. Para vender mucho hay que ser generoso con el queso».