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Literatura

Juan Bonilla por partida doble, en verso y prosa

El escritor publica el libro de ensayos ‘Simios apóstoles’ y el poemario ‘Los días heterónomos’ con el tiempo como eje

Juan Bonilla por partida doble, en verso y prosa

El escritor Juan Bonilla. | El Comercio (Zuma Press)

«Esos que dicen que el tiempo pone cada cosa en su sitio… ¿no se dan cuenta de que la única misión del tiempo es precisamente quitarles el sitio a todas las cosas?», sentencia Juan Bonilla en Simios apóstoles (Athenaica), que reúne apuntes, ensayos y textos periodísticos. Coincide en las librerías con la aparición de otra obra del autor, el poemario Los días heterónomos (Fundación José Manuel Lara), galardonado con el XV Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado.

El tiempo tiene un papel relevante en ambos. Bonilla (Jerez, 1966) está a punto de cumplir los sesenta, una edad que acaso nos haga un poco más sabios, sin duda nos dota de mucha menos paciencia para las tonterías, y además nos insufla cierta tendencia a ponernos crepusculares, tres rasgos muy presentes en los dos libros.

En cuanto a la sabiduría, abunda en los textos ensayísticos de Simios apóstoles, como el dedicado a la lectura y los lectores, el que aborda la relación del autor con diversas ciudades o el consagrado a Borges. Este último incluye la muy borgiana historia de los cinco sonetos póstumos que con toda probabilidad no eran de Borges, pero que, compuestos por unos admiradores amantes del juego y el engaño, son tan brillantes y borgianos que acaso el propio escritor los hubiera asumido como suyos con una sonrisa. También hay que mencionar el sucinto recorrido por la fotografía que propone Bonilla en Fotogenia, donde habla de Avedon, Madoz y la excelsa, trágica y fugaz Francesca Woodman y sus arrebatadores y desgarradores autorretratos, entre los que destaca aquel titulado On being an angel#1, que, al girarse, la presenta levitando.

La impaciencia hacia la idiocia la despliega en una conferencia sobre la situación actual de las Humanidades, titulada El efecto Joule y leída ante un foro universitario. En ella repasa los estragos causados por la corrección política y su heredera más gritona, dogmática y virulenta, el wokismo. Sobre este asunto, escribió con mucho tino Paul Berman: «La corrección política es la niebla que se levanta cuando el liberalismo estadounidense se encuentra con el iceberg del cinismo francés», o sea con los postestructuralistas, lacanianos, deconstruccionistas y demás fauna peligrosa en la selva del pensamiento. En Estados Unidos el wokismo ha arrasado la enseñanza humanística con la virulencia de un incendio de los de este verano, y sus llamas han llegado hasta aquí para chamuscarnos.

Bonilla critica también otros vicios del mundillo académico y reivindica algo que debería ser obvio, pero por desgracia no lo es: «Ninguna tarea más complicada, pero también más admirable, que la de despertar entusiasmo y el entusiasmo es, precisamente, el motor de casi todas las investigaciones humanísticas que merecen la pena». Un entusiasmo que, por desgracia, no abunda en el sopor de las aulas.

Capones a la crítica

También reparte capones y algún que otro guantazo en toda regla con nombre y apellido, al abordar la situación de la crítica –literaria, pero también cinematográfica– en España. Y dice algo muy sensato, con lo que no puedo estar más de acuerdo. Frente al prestigio de que gozan las críticas destroyer, asesinas (que algunos lectores con alma de cotilla de prensa rosa y sensacionalista disfrutan con morboso deleite), «lo que verdaderamente es difícil es hacer buenas críticas buenas. Es decir, producir contagio, conseguir abrir puertas, que el lector termine de leer una reseña y esté deseando sumergirse en el libro sobre el que ha leído, atraído no por su tema o su autor, sino por lo que el libro haya conseguido hacer decir al crítico. Ese de contagiar pasiones sí es deporte de difícil práctica y que muy pocos críticos consiguen dominar. Y además es el único que, desde la crítica, asegura la pervivencia de la literatura».

Estas certeras reflexiones están incluidas en la sección que da título al libro, Simios apóstoles, una suerte de cuadernos de notas en las que Bonilla da rienda suelta a su desparpajo para las agudezas y maldades, como esta: «Dicen que las máquinas al humanizarse están matando a los humanos. Hasta en esto copian a los humanos, que para matar a Dios tuvieron que endiosarse». O esta otra: «El apóstol del multiculturalismo dijo que por supuesto que sentaría a cenar a su mesa a un caníbal, siempre que utilizara cuchillo y tenedor».

La vena lacerante del autor también asoma en algunos de los poemas de Los días heterónomos, como el epigrama Poeta heroico, inclemente retrato de un vate con ínfulas al que «esta época le asquea/ por haber enterrado los valores de la épica».  Sin embargo, no tiene reparo en aparcar su dignidad a conveniencia: «En el jurado de un premio muy principal,/ dio el voto a un libro putrefacto/por obedecer ciegamente/las órdenes del amo que le paga». Y concluye con inquina: «En su favor diremos que con el estipendio/recaudado adquirió/el incunable de una de esas crónicas antiguas/en las que se canta/el valor de la épica,/la dignidad de los héroes incorruptibles».

El peso de la edad

El libro incluye poemas de corte narrativo –como Mateo, 19, 24, que cuenta una anécdota vinculada con Chesterton– y una reflexión sobre el esnobismo de quienes desprecian «la vida anodina y antiheroica» de la clase media: La secta de los viles. También hay varios sonetos primorosos y un puñado de poemas de carácter íntimo, como la evocación de la infancia de Un recuerdo, o de la juventud en La cadena. En otras evocaciones personales tira de ironía, como en Gracias atrasadas, que son las que le da a un crítico cuya reseña negativa lo hundió tanto que le llevó a abandonar un congreso de escritores, gracias a lo cual vivió, en un bar cercano al que fue a ahogar sus penas, un lance amatorio, tan fugaz como precioso.

Es en estos poemas íntimos donde aparecen las reflexiones sobre el paso del tiempo y el peso de la edad, como en El día de regalo, Últimas horas de un poeta o Gratitud, que concluye con una epifanía erótica. Y hay también una Poética, en la que reivindica que al poema «no le pidas que te cierre una herida/más bien que te las abra».

Quizá la pieza que mejor sintetiza el espíritu del libro sea Día perfecto: «Me conformo con poco: lograr el día perfecto (…) /Me conformo con poco: no albergar ningún miedo,/no preguntar ni quién soy ni de dónde vengo,/aceptar que el amor es solo un préstamo,/dejar que el día se vaya como vino,/para cenar jerez y frutos secos/y música gitana perfumando el aire,/saber que no te van a echar de menos,/y contemplar, poco antes de acostarte,/al niño que aún te mira en el espejo».

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