Elias Canetti y la ancha provincia del desengaño
Taurus reedita las reflexiones que el escritor anotó a lo largo de 30 años sobre la vida, la muerte, la sociedad y el individuo

El escritor Elias Canetti, Premio Nobel de Literatura en 1981. | Taurus
Uno nace, crece y, a partir de determinada edad, se sienta a contemplar el desfile de aquellos que le preceden, acaso cobijado entre las sombras para no llamar demasiado la atención, hasta que un día –como otro cualquiera– le toca el turno de sumarse a la fila y el prodigioso espectáculo se detiene. ¿Para siempre? Es muy probable, aunque nadie lo sabe todavía a ciencia cierta. Igual que el célebre verso de Kipling –«Si alguien pregunta por qué morimos/ decidles que fue porque nuestros padres mintieron»– la existencia de cada hombre consiste, in nuce, en el absurdo acto de nacer para la muerte. Ya lo explicó Leonard Cohen: «En arte no existen más que tres temas: Dios, el sexo y la muerte». Todos son el mismo.
«En la cuestión que para mí es más importante, la de la muerte, no he encontrado más que oponentes entre todos los pensadores. Esto puede explicar por qué mis reflexiones sobre ella aparecen aquí con la fuerza de una fe y jamás se expresan sin celo ni vehemencia», escribió Elias Canetti en el preludio de La provincia del hombre, una de sus sabrosas colecciones de anotaciones, aforismos y reflexiones, que regresa de nuevo a las librerías (su primera versión en español se publicó en el lejano 1982) dentro de la colección Clásicos Radicales de Taurus, con un prólogo, as usual, del editor Ignacio Echevarría, capaz de manejar todos los secretos de la obra del escritor búlgaro, de origen sefardí, sin saber alemán, que es la lengua que el Premio Nobel eligió para escribir todos sus libros.
La obra recoge los apuntes, reflexiones y fragmentos dispersos que Canetti escribió a lo largo de tres decenios –la primera entrada corresponde a 1942; la última tiene fecha de 1972– sin más pretensión que descansar –sin dejar de escribir– de las agotadoras jornadas de trabajo de Masa y poder (1960), un ensayo capital que le llevaría 40 años de esfuerzo constante. Die Provinz des Menschen (publicado por vez primera en 1973 por la editorial Carl Hanser) es un jalón dentro la abundantísima obra marginal de Canetti, que redactaría estas anotaciones como «válvula de escape» de su propia ambición. Una tarea que solo está al alcance de los titanes.
Fue una suerte que tuviera la idea de escribir a su aire. Al margen de la condición terapéutica que estos apuntes debieron tener para su autor, los materiales, diversos y heterodoxos, que se reúnen en este volumen nos muestran a un hombre espontáneo, vivísimo, despierto, libre y certero como solo pueden serlo los verdaderos sabios. Canetti dijo de estos textos que su mayor mérito, de tener alguno, es que «contienen la verdad de un ser humano». Forman un dietario (secreto) con pensamientos muy variados, además, de dar pistas sobre parte de la carpintería de su obra.
El escritor búlgaro rechazaba, de partida, esta catalogación genérica: sostenía que un diario debe versar sobre personas y hechos concretos –la novela tiene el monopolio de los seres y sucesos imaginarios– mientras que en los apuntes un autor puede permitirse la espontaneidad, incluyendo por supuesto la contradicción y el derecho de réplica, sin renunciar a la diatriba y sin prescindir de las filigranas. De todo esto hay mucho en estas anotaciones hechas en caliente, fugaces, sin voluntad de reforma, en las que su autor no contempla en ningún caso hacer una segunda redacción.
Inteligencia en movimiento
La provincia del hombre es Canetti en estado crudo. El espectáculo de una inteligencia en movimiento. Pensamiento natural. Hallazgos. Fulgores. Destellos de sentido común. La hoguera creativa del autor búlgaro perduró durante casi toda su vida. Encendió el fuego en Londres, poco antes de cumplir los 40, tras huir del nazismo, y lo mantuvo vivo hasta cumplidos los 70 años. Entre medias publicó su obra literaria oficial –su extraño teatro, la novela Auto de fe (1935), ensayos y tres volúmenes más de misceláneas– y dejó escrito los inéditos de su inmenso archivo, incluido su diario auténtico, que dejó de ser secreto hace apenas un año.
También conoció el viento del exilio, el nomadismo, la incertidumbre y la angustia propia de su siglo. Toda su vida interior está conservada en este cofre: lecturas, controversias, memorias, sentencias, recurrencias, obstinaciones. Los días con sus correspondientes nombres y, como reza uno de sus mejores aforismos, esa eterna noche sin nombre, unánime, como hubiera dicho Borges. Escritos con envidiable regularidad –cada año ocupa un capítulo– no se percibe en ninguno de estos textos la esforzada disciplina de fijar a diario por escrito cada uno de los instantes decisivos en los que, durante todos esos años, Canetti quiso ser fiel a su retrato. De ahí que tal y como fueron concebidos –sin más orden que el cronológico, sin sistema, sin finalidad; en definitiva, como una obra en marcha nacida del calendario– merezcan ser leídos ahora, sin obligación de que la lectura sea ortodoxa y comience con la primera página para concluir en la última.
Este método de lectura depara sorpresas –sobre todo si se cotejan algunas anotaciones con los sucesos históricos que van sucediéndose en paralelo– y confirma que la vida, en verdad, carece de argumento; somos nosotros los que intentamos encontrarle un sentido. Canetti, desde luego, no se propone descifrar el gran misterio. Se limita a constatar el asombro de estar vivo, lamentar la incógnita de la muerte y trazar un mapa –en sfumato– de su navegación personal por las aguas de la ancha provincia del desengaño.
La amenaza de la muerte
Su famoso libro sobre la muerte –nunca escrito: la edición aparecida en Alemania en 2014 es obra de Tina Nachtmann y Kristian Wachinger, sus editores– está, en realidad, sacado de estas anotaciones, igual que su idea de que el hombre –como categoría– no es uno, sino un ser múltiple merced a sus sucesivas metamorfosis. Las suyas pueden apreciarse según avanzan las páginas de estos cuadernos. Los años van conduciéndolo cada vez más hacia la pulcra brevedad y revelándole la riqueza de la concisión.
«Del equilibrio entre el saber y no saber depende en qué medida lleguemos a ser sabios», escribe en una entrada de 1942, con todavía buena parte de su vida por delante. El tiempo irá cobrándose su tributo. Sus aporías se condensan y menguan: «Morir sería aún más difícil si supiéramos que subsistimos, pero obligados a guardar silencio». Pero cada vez consigue ser más profundo: «Tal vez no haya una sola persona digna de tener un hijo». A veces se manifiesta irónico: «En el periódico está todo. Sólo hay que leerlo con suficiente odio». Otras es escéptico: «Lo terrible de los sentimientos de culpa es que ni siquiera ellos son verdaderos». En cada abordaje es más exacto: «El hombre que respira dice: ‘Aún me queda todo por respirar’. El desdichado dice: ‘Aún tengo cabida para la desdicha de otros’. El muerto dice: ‘Aún no sé nada, ¿cómo puedo estar muerto?». Entre la letanía religiosa y el sarcasmo bufo, Canetti es absolutamente deslumbrante y perfecto: «Los últimos hombres no llorarán».
Vivir con la amenaza de la muerte, que en estas anotaciones son el gran hilo conductor, y que quizás exista únicamente para que podamos ser más compasivos ante los males ajenos, en efecto, es quedarse sin lágrimas.