‘El curioso caso de Mary Mallon’: un 'true crime' sobre la cocinera «más peligrosa de EEUU»
Gatopardo recupera un libro de Anthony Bourdain sobre la mujer asintomática que propagó el tifus

Mary Mallon en una cama de hospital. | Wikimedia Commons
Apodada por la prensa sensacionalista como Typhoid Mary (María Tifoidea), Mary Mallon se convirtió a principios del siglo XX en «la mujer más peligrosa de Estados Unidos» tras ser desterrada a un islote apartado de la Gran Manzana. Cocinera de profesión, la leyenda cuenta que fue responsable de envenenar y matar a miles de sus congéneres. Sobre ella se escribieron decenas de artículos, se difundieron retratos y se compusieron obras de teatro y ficción.
Sin embargo, aunque culpable, los datos reales reducen bastante esas cifras y arrojan otra luz a ese retrato que poco más que la pintaba como una mujer capaz de estropear todo lo que tocaba. En concreto, se calcula que hubo unas 33 personas afectadas y «solo» tres muertes confirmadas, todas por contagio de tifus, enfermedad de la que Mallon era portadora asintomática en una época donde ese término apenas existía.
De origen humilde, Mallon nació en Cookstown en 1869. Con apenas 15 años ya era parte de los miles de inmigrantes irlandeses que a finales del siglo XIX habían viajado a Estados Unidos en busca de una oportunidad mejor. En su libro El curioso caso de Mary Mallon (Gatopardo), el también cocinero Anthony Bourdain, televisivo chef estrella de principios del siglo XXI, la describió como alguien fuerte, tenaz y orgulloso. También como una mujer talentosa detrás de los fogones.
Fue, de hecho, a raíz de su paso por uno de los hogares adinerados donde trabajó, lo que deja claro que debía tratarse de una excelsa cocinera, cuando se fraguó su ruina. Estando Mary en la casa, la madre, dos hijas y varios trabajadores del servicio se contagiaron de tifus, lo que llamó la atención de George Soper, un investigador privado contratado por la familia que finalmente dio con ella. «Se trataba de un brote inexplicable de fiebre tifoidea en una zona donde antes no se había registrado ninguno. La vivienda estaba impecable, limpia como una patena. Se habían examinado y descartado todos los posibles focos de infección. La única novedad en la casa había sido una cocinera», explica Bourdain.
Tirando de aquel hilo, Soper no tardó en descubrir que en todos los hogares donde Mallon había trabajado en la última década se habían producido brotes de fiebre tifoidea. Y aunque ella siempre negó estar enferma –es posible que realmente lo creyera–, lo cierto es que cada vez que alguien a su alrededor enfermaba, se las ingeniaba para desaparecer y encontrar trabajo en otra casa.
Un peligroso helado de albaricoque
«Sabemos, curiosamente, que se le daba muy bien hacer helados –cuenta el experto gastronómico–. En concreto sus víctimas habían puesto por las nubes su helado de albaricoque. Por desgracia, lo más probable es que esta especialidad fuera la fuente de transmisión a través de la cual contrajeron la enfermedad».
Atrapada por las autoridades neoyorkinas en un rocambolesco episodio que Bourdain explica en su libro, a partir de 1907, Mary pasó buena parte de su vida desterrada en el Hospital Riverside en North Brother. Allí había sido recluida sin acusación, juicio o condena, con la idea de mantenerla aislada hasta conseguir eliminar los gérmenes de su organismo. En 1909, contrató a un abogado y fue a juicio. Conocida ya como Typhoid Mary, la prensa empezaba a verla con cierta simpatía y compasión. «Mis propios médicos aseguran que no tengo fiebre tifoidea –declaró en una entrevista para un periódico–. Soy inocente. No he cometido ningún delito y me tratan como a una paria. Es injusto, indignante, incivilizado».
En 1910, tras la promesa de que cambiaría de profesión, Mallon fue liberada. Intentó en vano denunciar al Ayuntamiento, probó suerte como lavandera, pero, finalmente, regresó a la cocina de manera clandestina. Durante cinco años trabajó bajo pseudónimo en distintos antros de Nueva York. «La pregunta central al examinar la carrera de Mary Mallon es siempre esta: ‘¿Por qué siguió cocinando cuando tenía todas las razones para creer que estaba propagando una enfermedad potencialmente mortal?», plantea Bourdain, convencido de que, de una manera u otra, tenía que saber que era portadora si todo el mundo a su alrededor, como parecía ocurrir, acababa enfermando.
Es posible que, obsesionada en negar la evidencia, Mallon quisiera tentar su suerte cuando en 1915 empezó a trabajar en el Hospital Femenino Sloane, un centro de maternidad donde su poco cuidado podía hacer peligrar la vida de embarazadas o bebés. Tenía entonces 48 años y esta vez no opuso resistencia cuando, tras un nuevo broten, la detuvieron y la obligaron a volver a la isla, donde vivió confinada durante otros 23 años.
Una tradición de sufrimiento, locuras y exceso
Mallon murió en 1938 y fue enterrada en el cementerio de San Ramón, en el Bronx. Hasta allí acudió Anthony Bourdain en 2001 para visitarla. Llevaba con él un curioso detalle, el primer cuchillo de cocinero que había comprado con su primer sueldo y que enterró junto a la tumba de la mujer. La suya tampoco había sido una vida del todo dichosa. Autor célebre en Estados Unidos, parecía que hablaba de sí mismo cuando, al referirse a la historia de Mary, comentó: «De ella me interesa la negación […]. Las cosas que hacemos y decimos para poder seguir adelante, para levantar nuestros doloridos cuerpos de la cama a diario, para vestirnos y salir de nuevo a trabajar».
Con un pasado de adicción a las drogas, a él le llegó la popularidad a partir del año 2000. Tenía entonces 44 años y llevaba una vida un tanto precaria, sin seguro médico, debía varios meses de alquiler cuando publicó Confesiones de un chef. Tras el éxito de aquel libro, se retiró de la cocina y empezó a participar en programas televisivos como experto culinario viajando por todo el mundo.
«En todos estos años –compartió–, me enorgullece haber tenido como compañeros de mesa a todo tipo de personas: partidarios de Hezbolá, funcionarios del Partido Comunista, activistas anti-Putin, cowboys, colgados, líderes de milicias cristianas, feministas acérrimas, palestinos, colonos israelís o el mismísimo músico Ted Nugent».
Al evocar la vida del célebre chef francés del siglo XVII François Vatel, que se suicidó atravesándose con una espada a causa de una entrega de pescado atrasada, Bourdain recordaba que, a menudo, él y sus compañeros bromeaban: «¡Menudo gañán! ¿Quién iba a cubrirlo al día siguiente en el trabajo?». No pensó en eso cuando el 8 de junio de 2018 él también se quitó la vida. Con su muerte, el experto culinario pasó a formar parte, como Mallon y el propio Vatel, de esa «gloriosa tradición de sufrimiento, locuras y exceso» del mundo de la cocina.