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Literatura

Alfonso J. Ussía: «El éxito está sobrevalorado, como escritor me luce más la épica del fracaso»

El periodista publica ‘Bajo cielo’, un ajuste de cuentas con Madrid, su pasado y lo que no le gusta de su presente

Alfonso J. Ussía: «El éxito está sobrevalorado, como escritor me luce más la épica del fracaso»

Alfonso J. Ussía en una imagen de archivo. | Carmen Suárez

A los 18 años, Alfonso J. Ussía (Madrid, 1983) dejó la casa de sus padres y se echó a la calle para no volver nunca. Se debatía entre la música y el periodismo cuando encontró un trabajo peculiar: convertirse en la sombra del músico Antonio Vega, para lo bueno y para lo malo. Lo dejó dos años después y tardó casi una década en convertir esa experiencia en una novela: Vatio; luego llegaron otros títulos y, entre tanto, se decantó por el periodismo en el diario ABC, donde ejerce como columnista. Hace un par de meses, dimitió de su empleo como redactor de los discursos de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Y, ahora, acaba de publicar Bajo cielo (Círculo de tiza), donde ajusta cuentas con Madrid y la ciudad que fue, su pasado y las cosas que no le gustan de su presente. «Si Valle Inclán levantara la cabeza, se daría cuenta que el esperpento se ha hecho realidad», sostiene el escritor.

Bajo cielo está dedicado a su padre, Alfonso Ussía Muñoz-Seca, escritor y periodista fallecido recientemente y quien le enseñó «el valor de las palabras». Con él se acostumbró desde niño al jaleo de las redacciones, al olor de la tinta, a las firmas en la Feria del Libro y a las viñetas de Mingote. En la biblioteca familiar lo deslumbraron las crónicas de Julio Camba, Azorín y Ruano. Le apasiona Madrid como ciudad literaria de Quevedo, Lope, de la bohemia del XIX o de Galdós, y luego, ¡claro!, de Cela y Umbral. También Almodóvar o Sabina, cada uno en su ámbito, hicieron de la capital un género, pero, ¿ahora quién lo cuenta? «Hacía falta recoger ese testigo generacional. Me ha tocado la suerte o la osadía de escribir la crónica de este tiempo, con curiosidad y sin nostalgia ahora precisamente que hasta los periódicos generalistas parecen olvidar que el periodismo es también contar la proximidad, necesitamos más cercanía y menos política», asegura nada más sentarse en la terraza de un café cercano a su casa, donde poder fumar. Ni rastro de móvil ni de auriculares. Va sin abrigo, con un blazer de lana, camisa de sport y una bufanda que se anuda y se desajusta sobre la marcha.

Todos los temas que caben en la conversación se leen en Bajo cielo: las manadas de turistas que pasean maletas; la moda minimalista que lo inunda todo como los cafés de especialidad y que ha acabado con la esencia de los comercios; los patinetes a punto del atropello de peatones; la gente con el móvil que no te mira a la cara; el furor por las mascotas (400.000 frente a 320.000 niños en un año) y, claro, todos los usos y costumbres como las procesiones, la fiebre lotera, el intercambio de parejas, el gusto por el burle, la Feria del Libro y San Isidro en Las Ventas. Pero Bajo cielo no es un guía de Madrid y, aunque se alimenta de bares, lugares y modas impostadas, advierte sobre la imparable pérdida de identidad a la que se ve abocada la capital.

Dice Andrés Calamaro en el prólogo que Ussía construye un álbum de fotografías madrileñas en el que, emulando a Hemingway, deja remanentes de su memoria y su corazón («Aunque uno de los dos haya sido manipulado y el otro no exista»). «Jejeje», se ríe el escritor al rememorar las palabras de su amigo. «El libro era una deuda con mi propio pasado y el reto de contar cómo está cambiando, las cosas que no me gustan, nada como esa estandarización que te iguala a cualquier ciudad del mundo. Hay algo de memoria idealizada; pasan veinte años y embelleces el recuerdo, quitas las cosas más feas con esa capacidad de los seres humanos de encajar las cosas dolorosas. No falta la pasión en el recuerdo de una época en la que nada dolía».

A Madrid se venía a triunfar o a fracasar, no había término medio. Lo que no está del todo claro es en qué consiste cada uno de estos términos. La ciudad ha perdido, en parte, esa aureola de plaza a conquistar que lanzó a Lola Flores, Camarón, Paco de Lucía o Morente, entre otros artistas. «Ahora no hace falta coger la maleta y largarte, esa cosa épica ha cambiado, la gente se queda en sus ciudades, donde encuentra casi todo lo que necesita. Sin embargo, se impone la cosa importada de Miami o EEUU. donde la tradición ha desaparecido y el nuevo uso es la cocina de quinta gama». Hemos pasado del Madrid hablado de todos los rincones de España al Madrid del mundo. Ahora se combina en la calle la manduca, el bebercio, la viruta y las chutas con el Little Caracas del viejo barrio de Salamanca, donde se escucha el bonora, el chambo, el pasapalo y el sócate.

La sombra de Antonio Vega

Ussía lleva casi dos décadas caminando incansable por los barrios y las plazas. Primero, fue la noche quien hizo buena esa leyenda de que vivir Madrid es, también, bebérselo, o tópicos como que la vida es demasiado corta como para no exprimirla. Y después de toda esa fiesta, con dos hijos y una hipoteca, sigue caminando, pero de día. Como testigo de los cambios experimentados le llama la atención la cantidad de gente que vive en la calle ahora. Ahí mismo, a nuestro lado en el café, un joven negro está tirado en el suelo, sin zapatos y con la mirada perdida. En el libro, Ussía deja clara su fascinación por esos personajes dickensianos, como el ilustre Pigüi, Sisita o La rusa. «El éxito está sobrevalorado, como escritor me luce más la épica del fracaso. Me engancha mucho el personaje jodido, como El Pigüi, un recadero que se ponía morao a caballo, el rey del barrio de Malasaña hasta que, a primeros de los 2000, se tuvo que largar. Siempre ajetreado, por la mañana ayudaba a las mujeres que salían con bolsas del mercado y, por la tarde, vendía todo lo que quisieras consumir. Tenía una ética canallesca, un código de hampa, pero honesto. Cuando murió Enrique Urquijo, se acercó a la comisaría de Leganitos y denunció que Enrique no había palmado en un portal, sino en el tercero derecha, donde vivía el pollo que la había vendido la mandanga. La épica del fracaso y del arrastre para el escritor son la leche».

De personajes apasionantes y de fracaso ya experimentó una buena dosis junto al cantante y compositor Antonio Vega («un grande»). Durante dos años, la compañía discográfica le contrató para que fuera su sombra: su trabajo era cuidarlo, lo que incluía excursiones a los poblados en busca de mandanga y épocas jodidas de malos rollos y deudas, aunque «te regalaba conciertos en casa que compensaban toda la dureza». Buena parte de aquella experiencia quedó reflejada en Vatio, una novela de iniciación, pero queda muy poco del Madrid del compositor de Océano de sol en su nuevo libro. «Cuando lo conocí, vivía ya muy limitado, refugiado en un local de ensayo de Vallecas pueblo, desde el que podía ir andando hasta el poblado o las oficinas de Sonoland».

Bajo cielo podría leerse igual o parecido en París, Nueva York u Orense. Fue precisamente en esta ciudad gallega —donde fue a presentar uno de sus libros— cuando, al dar un paseo por el centro de la ciudad, sintió que el paisaje era idéntico al de la madrileña calle de Preciados: «Todo eran franquicias con el mismo aroma». El cierre del mítico Café Gijón —uno más entre otras pérdidas que configuran la memoria de una época— lo vincula Ussía con los usos que nosotros mismos abandonamos: «¿Cuántas veces has ido en los últimos diez años al café famoso por sus tertulias? ¿Te sorprende tanto que la tienda donde se repasaban las carreras de las medias sea ahora un after? Lánzate a la calle, en vez de pedir un Glovo por teléfono desde el sofá de casa».

La filosofía es que hay cosas que se pueden y se deben corregir. Hoy, los bajos se reciclan en viviendas y eso tiene que ver con los 80.000 madrileños que llegaron a la ciudad el año pasado y las familias nuevas que se forman, gente que necesita una vivienda. ¿Cuál es la solución?, «No lo sé, pero hay que buscarla». Tampoco le gusta cómo cambian las relaciones humanas, la gente ensimismada mirando el móvil. Le dedicó una columna en ABC a Antonio Famoso, el jubilado valenciano al que encontraron en la cama de su casa donde llevaba 15 años muerto, descubierto porque había una gotera en el piso de abajo.

Redactor de discursos

¿Cuál es tu magdalena de Proust? «Probablemente un buen concierto en Clamores o Galileo, locales que todavía se sostienen. Echo en falta la programación que había el lunes en el Honky, el martes en Siroco, el miércoles en la Sala Sol… la noche madrileña de la música ya no funciona así, ahora es todo en el Wizink (Movistar Arena) y a 100 pavos la entrada, no me gusta en ese sentido».

Hace unos meses, dimitió de su tarea como negro del equipo que redacta los discursos de Isabel Díaz Ayuso, después de escribir más de 700 disertaciones en bruto, elaborar eslóganes a partir de una idea, apenas cinco palabras para construir una frase. No, no es de su cosecha el célebre «me gusta la fruta». «La gente cree que eso significa que pensamos igual. Para mí es lo mismo trabajar para ella que para Ángel Víctor Torres, el trabajo es el mismo. Se trata de redactar bajo unas premisas. Te dan un tema y tienes que desarrollarlo, adaptándolo a tu manera de escribir y al personaje; para eso debes conocer cómo habla, sus silencios, qué frases se le dan mejor».

En cualquier caso, «siempre nos quedarán los churros, eso no cambia en este Madrid que mira atónito mientras piensa que por qué le habrá tocado que vivamos de esta forma», sentencia Ussía.  

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