Manu Chao: un ‘desaparecido’ fiel a su estilo y filosofía
El músico regresa 17 años después con ‘Viva tu’, otro disco de tintes multiculturales, pachanguero y optimista
A finales de los noventa y principios de los 2000, según en qué círculos, no resultaba extraño que alguien asegurase haber visto a Manu Chao tocando gratis en una casa okupa. O en un bar de pueblo. El relato se podía ampliar a una sala periférica o a un chiringuito y no importaba que fuera ciudad, aldea de interior o pedanía costera. Parecía que el artista poseía el don de la ubicuidad y que su pasión por la música, unida a su altruismo, le llevaba a deleitar a un público improvisado en tierras europeas, africanas o latinoamericanas.
Que fuera cierto o no se debía, entre otras cosas, a ese carácter libérrimo y desinteresado del cantante y al halo de misterio que lo envolvía. Manu Chao siempre ha hecho gala de una personalidad ajena a promociones y entrevistas. Prefiere mantener a raya la fama, poder reservarse el ápice de anonimato que perdería del todo cediendo al circo mediático. El parisino, que es hijo de vasca y gallego, sigue fiel a esa filosofía: en septiembre publicó Viva tu (sin tilde), su primer disco de estudio en 17 años, y no ofreció ni una entrevista.
Eso no quiere decir que no lo anunciase a su manera o que guardara el secreto. Salió, se celebró e incluso se difundió desde los canales oficiales. Pero poco más: las canciones de Viva tu ya están ahí, para el disfrute de quien busque ese género mestizo, fresco. La fórmula es la misma: temas cortos y pachangueros, casi entrelazados, con letras en varios idiomas y ritmos que van de lo reggae a la rumba. Aunque le distancien casi dos décadas, es una continuación natural de La Radiolina, de 2007, y de sus dos grandes éxitos: Clandestino (1998) y Próxima estación… Esperanza (2001).
Hasta la estética es similar: a pesar de sus 63 años, Manu Chao sigue siendo el tipo jovial con camiseta en sisas y guitarra al hombro. El que se graba en calles polvorientas y no en piscinas de horizontes infinitos. El que agradece de forma sincera y con una simple foto la acogida en pequeños actos y no se pavonea de plateas llenas a vista de dron, aunque siga teniéndolas: la legión de admiradores no ha dejado de crecer, incluso con esa tendencia contra natura de no pregonar su vida en redes sociales.
Con el lanzamiento de este nuevo álbum, muchos curiosos y profesionales han intentado acercarse a su figura a través de otros. Algunos amigos o compañeros de escenario han hablado de él, desmintiendo el halo ermitaño y la imagen analógica que se le atribuye. Han asegurado que usa whatsapp, como casi cualquier mortal, y que Viva tu no supone un renacimiento, sino que responde al progreso natural de quien nunca ha dejado de componer canciones. Según apuntaba uno de sus allegados, tendría un repertorio para editar un disco cada año.
Perfil bajo
También recuerdan ese espíritu indómito y antisistema del que nunca se ha despojado, incluso estando más asentado en una ciudad o reduciendo el número de conciertos de aquellos años de locura mundial. El inglés Peter Culshaw, que estuvo tiempo a su lado para escribir el libro Clandestino: en busca de Manu Chao, narraba en El País su relación con el dinero dentro de su narrativa: se niega a viajar en primera, rechaza alojarse en lujosos hoteles o incluso llega a controlar el precio de las bebidas en sus espectáculos, ya de por sí bastante económicos (viendo los importes actuales). Todos aseguran que es una cuestión de principios, no de pose.
«Manu ha hecho un esfuerzo grande en permanecer con perfil bajo, aun teniendo por otro lado el sueño de que su música llegue a todo el mundo», sintetiza Kike Babas en conversación telefónica con THE OBJECTIVE. Coautor junto a Kike Turrón de Manu Chao ilegal. Persiguiendo al clandestino, una especie de biografía y crónica editada por Bao, afirma que el cantante prefiere «el calor del público» y «recintos de 2.000 o 3.000 personas» a grandes estadios. Eso no significa que su audiencia sea modesta. «Pocos puede decir que tocan en todos los continentes», esgrime.
Para explicar el presente y la formación de ese espíritu insumiso, Babas rememora sus inicios como captador de una amalgama de tendencias. «Manu es hijo del crossover, de la mezcla. Viene de la música callejera, de la rumba, del rockabilly o del punk, e incluso de la música argelina. Y con Mano Negra son los detonantes de esa eclosión en Barcelona a finales del siglo XX. Muy a su pesar, encabeza eso», anota, retrocediendo a unos avanzados años ochenta. De la ruptura con el grupo con quien dio sus primeros pasos vino su despegue en solitario.
Después de unos años de estrecha convivencia, el fin de aquella etapa se produjo tras recuperar una línea de ferrocarril colombiana que se encontraba en desuso por la contienda entre guerrilla y paramilitares. Tocaron casi en cada pueblo y, al volver, se separaron. Entonces, se habló de una depresión por parte del artista francoespañol. Se recuperó en 1998, produciendo el mencionado Clandestino, que fue la lanzadera a ese sonido fusión al que se adscribieron bandas como Dusminguet, Amparanoia o, algo después, Ojos de Brujo. En 2001 repitió el éxito con Próxima estación… Esperanza y empezó a dilatar sus lanzamientos, contando ya con un repertorio sólido que circulaba de radio en radio.
Una vida nómada
«Una de sus particularidades es que puede hacer una canción muy personal y que le guste a cualquiera. Es una especie de misterio el no pertenecer a un tiempo, sino pertenecer al tiempo», reflexiona Babas, que enumera algunas de sus geografías preferidas: Senegal, Colombia, Brasil, México, Argentina, Europa del Este «y allá donde la música sea algo visceral». Con respecto a esa necesidad de embadurnarle de causas políticas, este amigo suyo lo tiene claro: «Manu se esfuerza bastante en que no se le posicione ni sea bandera de nada, pero se pone siempre en primera fila de la barricada. Puede ir a un sitio, dar el concierto e irse a una manifestación».
Kike Turrón, por su parte, incide en una filosofía del «eterno viaje», de «la eterna búsqueda» y del «inconformismo» debido, entre otras cosas, a su vida nómada. «Manu venía de viajar por todo el mundo, sin casa fija, y había desarrollado una fobia a permanecer en un mismo lugar demasiado tiempo. Creo que eso le daba una perspectiva diferente a la de quienes tenemos un domicilio fijo, una pandilla concreta, unos problemas locales», razona el coautor del volumen mencionado. En Barcelona, no obstante, halló «el calor del Mediterráneo» y «un idioma común» junto a exiliados, músicos y trotamundos.
«Puerta de Europa por el sur, con puerto y un centro aún por gentrificar, Barcelona era el sustrato para que, cuando aterrizó Manu, se produjese la magia. Manu iluminó aquello, y aquello iluminó a Manu», concede Turrón. Allí continuó su forma de funcionar, la misma que con Mano Negra: la discográfica está para vender discos, del resto se ocupaba él. «Era imponer su postura, algo que no suele darse entre una compañía multinacional y un artista. Pero Manu lo hizo, y sacó el disco Clandestino sin tener banda ni intención de tocar sobre un escenario», añade Turrón, tildándole de «un caso único y auténtico», de «alguien libre»: «Él decide cuándo y cómo. Muy pocos pueden permitírselo, pero Manu ha acostumbrado a sus fans a esto y estamos encantados, sabemos que hay que buscarlo, que hay que quererlo así».
Viva tu es un reflejo de eso. Con ese sello tan identificable, con ese estilo labrado «sobre collages musicales, riffs, acordes hipnóticos y efluvios de reggae», tal y como lo define Turrón, Manu Chao se alza como una figura global y, a la vez, indescifrable. Por eso, no es raro que, tanto a principios de los 2000 como en la actualidad, alguien presuma de una parranda clandestina a su lado. «Que circulen leyendas sobre él en distintos sitios es propio de cualquier personaje público. Y su manera de moverse contribuye a que se elucubre y a que la gente diga que le ha visto. Todos han podido estar con él en un bar, tener un trozo de Manu. Pero es normal si vives pegado a una guitarra y tienes facilidad para hacer corrillo, para palmear y cantar estribillos», resuelve Kika Babas.