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Cultura

¿Cantan los grupos españoles cada vez más en inglés?

Los años noventa fueron la explosión de bandas angloparlantes en nuestro país, llegando algunas a conocer el estrellato gracias a su lírica internacional

¿Cantan los grupos españoles cada vez más en inglés?

La banda española Love of Lesbian actúa en directo durante el Festival Vive Latino 2022 en Zaragoza, España. | Nano Calvo / Europa Press

Aseguró Joaquín Sabina, hace más de una década, que los artistas españoles que cantan en inglés merecen la pena de muerte… Reconoció al tiempo, en 2002, de tertulia crepuscular y whiskera con Jesús Quintero, que a pesar de haber sido su declaración un «exabrupto», les seguía preguntando a esos grupos: «¡¿Pero qué cojones hacéis cantando en inglés?! ¡CARAJO!».

Dicen ciertas lenguas rugosas, pastosas de dar la murga durante muchos inviernos, que ahora parece haber más grupos españoles que nunca cantando en inglés. La apuesta más segura a este respecto quizás se deba, simplemente, a que cada vez las nuevas generaciones se desenvuelven con mayor comodidad en la lengua WASP (White Anglo-Saxon Protestant). El inglés es una realidad cotidiana para cada vez más gente. Y no sabría decir si por fortuna o desgracia, se hace difícil ahora ver en la televisión española un espectáculo tan bochornoso como oír al Príncipe Gitano cantar In the ghetto, superando con creces el simple pateo al tema de Elvis Presley para elevar la actuación a un ridículo que llega casi a causar admiración. 

Si sumamos a la globalización el acceso a internet y el imparable aumento del turismo internacional, desde hace más de una década mal chapurrear inglés con pretensión de éxito en una canción ha pasado de ser un homenaje a una broma; un chiste que si no se enfoca al ridículo puede ser de lo más humillante.

Dilatando un poco el angular, veremos que dejar las letras y los estribillos por las lyrics y los chorus en España viene de lejos. Los años sesenta y setenta trajeron a Little Richard, pasando por los Beatles, los Rolling hasta llegar a David Bowie y hubo quienes se lanzaron a entonar sus hits en la lengua original. De ahí comenzó una creencia pseudorreligiosa que rezaba lo imprescindible de pilotar inglés para ser alguien en el mundillo musical. En 1975, Julio Iglesias lo tuvo clarísimo y sacó, dentro de su álbum Amor, el tema My sweet lord, versionando a George Harrison, con un muy digno acento para la época. Pero lo de Iglesias era puro talento del espectáculo, la pompa y el armiño transfronterizo. Por cierto, cuando decir que habías estado en USA tenía algo de caché, y no ahora que se habla de viajes trasatlánticos como de una visita sorpresa para ver a la tía Flori en Garrapinillos.

El estrellato angloparlante, no obstante, irrumpió en las bandas españolas durante los años noventa, a principios de los dos mil. El britpop se metió hasta la cocina y hasta la MTV salió a jugar en canchas españolas. Desde Inglaterra llegaba ese sonido agudo, entre tierno y descarado, que buscaba desfalcar al grunge. El rollito depresivo; cortavenas de una potencia incontrolable con alta sensibilidad practicado por bandas como Nirvana o Alice in Chains perdió fuelle a la muerte, o desaparición autodestructiva, de sus líderes pasado el 95. En la madre patria, comenzaron a salir entonces como setas los primeros hipsters (antes de las barbas y los moñitos) que querían imitar en suelo español esta new age tan cool. Y aquel rock alternativo que comenzó a florecer tenía la mala manía de sonar un poco cutre en español. Falso. Los compases, las rimas, el formato parecía hecho para el inglés y en inglés se decidieron un número significativo de bandas a cantarlo.

Australian Blonde, por ejemplo, dio una campanada indecente con su álbum Pizza Pop (1993) que entró a formar parte del imaginario cultural español al ser su canción Chup Chup elegida como parte de la banda sonora de Historias del Kronen (1995), la película de Armendáriz, basada en el libro homónimo de José Ángel Mañas. Los noventa, con su Generación X, fue un terreno muy fértil para la anglofilia en España. Véase Héroes (1993), de Ray Loriga, que bebía del idilio musical anglo tanto como lo hicieron grupos musicales tal que Sexy Sadie, la genuina estética de Killer Barbies (¡alabada seas Silvia!), los, a mi entender, minusvalorados Nothink, The Unfinished Sympathy (ya entrados los 2000) y, por supuesto, y por ello reservado para el final, Dover, que con «Devil came to me» (1997) marcaron un antes y un después en hasta dónde podía llegar una banda española si cantaba en inglés.

A pesar de que todas estas bandas tuvieran el beneficio de cantantes que se desenvolvían con gracia en el idioma, ello tampoco les valió, salvo en contadas ocasiones, la pasión del extranjero. Pero, sobre todo, no siempre les valió la nacional. Y por muy cosmopaletos que seamos, los números son los números. 

Por eso hubo bandas de esta nueva ola anglófila que, en cierto punto, decidieron mandar a hacer puñetas la lengua de Shakespeare y pasarse a la pura droga sin cortar cervantina. Love of Lesbian es el mejor ejemplo. La banda editó cuatro discos antes de, como aseguró su cantante Santi Balmes, comprender que: «Las propias letras, al ser entendibles, configuraron una puesta en escena completamente diferente. Fue como salir del armario, en realidad». Quién sabe, puede que resonaran las palabras del flaco de Úbeda antes citadas en la mente de Balmes. Mismo caso para el grupo Sidonie y Hola a todo el mundo, que descorcharon su botella musical con un Jack Daniel’s y han acabado a lingotazos de Chinchón.

Tenemos claro entonces que los noventa y primeros dos mil fueron un útero muy acogedor para el inglés en nuestra música, pero también fue un proceso de desencanto. No obstante, no se equivocan del todo esas vetustas lenguas en afirmar que ahora los rodean más palabrejas de origen británico. Pero seguramente porque vamos cayendo en algo que, por ejemplo, los franceses llevan tiempo macerando: el bilingüismo. Pero no un bilingüismo medido; ese que sabe estar en su sitio y lugar, sino uno metido con calzador que, además, es consecuencia sine qua non de la tecnocracia cada vez más crecientemente importada a nuestras costas.

A nivel de género, el hip hop es quien más ha practicado este mix. Los raperos españoles han incluido desenfadadamente anglicismos a tutiplén en sus barras. En primer lugar, para rendir homenaje a los orígenes norteamericanos de su gremio y, en segundo, a fin de facilitar la rima. Muchas veces, seguramente, por ambas. Véase desde Violadores del Verso y el Tote King, a los recientes Ayax y Prok o Foyone. 

De ahí que debamos entender que el uso del inglés depende inevitablemente de la escena de referencias, claro… Es más difícil encontrar a un cantaor descargando palos flamencos en lengua gringa que a un amante del heavy metal. De hecho, en este género, España ha parido varias bandas que, cantando en inglés, han sabido abrirse un digno espacio en el panorama, como Ángelus Apátrida o Crisix, ambas de trash metal, y con la soñada proyección exterior a la par que nacional.

A decir verdad, en comparación con hace veinte y cinco años, las bandas nacionales se decantan cada vez más por su lengua materna. Vetusta Morla, Izal, Supersubmarina, La M.O.D.A, Carolina Durante y un buen número de otros grupos han escogido comunicar directamente con su público patrio, sobre todo porque, aun no estando a la altura de los años del Príncipe Gitano, el nivel de inglés en nuestro país deja bastante que desear frente al norte de Europa donde, efectivamente, sí que hay una inmensa base de grupos musicales que sólo cantan en inglés. Quizás también porque sus lenguas rocosas no dan mucho pie a una lírica que, sin ir más lejos, el español despacha con vehemencia desentendida.

Han resistido, no obstante, filisteos de lo anglo en nuestras costas a lo largo de la última década. Ahí tenemos a Russian Red, que pegó el petardazo como pocos hasta que por razones de una lengua más internacional que el esperanto; el dinero, se apeó del tren bala en el que llevaba inmersa varios años. Lo mismo ocurre con Bigott; el más genuino zumbado que ha pisado las arenas del indie nacional, quien, de hecho, al ser preguntado por las razones que lo llevaron a entonar desde el principio lengua británica aseguró: «porque me sale de los cojones» y «porque así no entiendo las tontadas que digo». Declaraciones honestas que pueden llegar a tener el mismo valor que le da a su explicación Mariña, de Furious Monkey House, el precoz grupo pontevedrés, quien asegura cantar en inglés como reflejo: «De todas mis influencias. Mis referentes son The Cure, Lou Reed, Patti Smith, etc., y ellos cantan en inglés. Al llevar en el grupo desde los 11 años he integrado a la par escribir letras en la lengua de los grupos que me gustan tanto como comunicarme en mi lengua materna». De lo que se come se cría, que suele decirse… Algo parecido a lo que afirmó Nina, de la banda Morgan, para quien «el inglés es mi idioma musical». Y ni que decir tiene que tanto Nina como Mariña gastan una pronunciación prácticamente perfecta, a menudo indistinguible de un angloparlante puro. No así Bigott, que parece un Paco Martínez Soria, aunque con algunas clases más. Al igual que les ocurría a las Hinds, que, sorprendentemente, sin gastar un acento (ni calidad) a la altura de las vocalistas anteriores, lograron abrirse camino hasta tocar en un late night de la CBS en 2016 y hasta a participar en festivales norteamericanos… Casi nada.

El grupo Hinds en un festival de San Francisco

La indigerible cantidad de grupos del panorama musical español hace imposible aseverar si hoy día escuchamos más gargantas patrias entonando en inglés que en el pasado. Desde luego, haber las hay. No obstante, sí que vivimos el despertar del ensueño cultural globalizado, el auge de lo castizo y una serie de marcadores que patean lejos los estribillos en la lengua del tío Bob para quedarse con los vocablos de Javier Krahe. Y todo ello hace pensar que, poco a poco, nos queremos más. O, por lo menos, a nuestra lengua.

En cuanto a preferencias, allá cada cual con las suyas. En inglés o español… lo que es irrebatible es que en España tenemos para todos los gustos.

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