DJ Babatr, el profeta que rompió las barreras de clase en Venezuela y puso a bailar a Europa
El DJ que nació en Catia y llevó el beat caraqueño a los festivales del mundo inspira un documental que explora las fracturas de clase, raza y deseo en la Venezuela contemporánea

Dj Babatr en Barcelona | Lúber Mujica
Pedro Elías Corro creció en el barrio de Catia -al oeste de Caracas-, en una Venezuela donde las fiestas tenían nombre de santos y las minitecas eran enormes sound systems como templos portátiles. Entre vinilos, cassettes y zapatillas de básquet, fue construyendo una identidad que desentonaba con su entorno. En un barrio salsero y merenguero, él cargaba un bolso con discos de techno. Cuando llegaba a una fiesta, todos sabían que el muchacho de los ojos saltones iba a poner «el pum pum pum».
«Yo formo parte de ese concepto que en los noventa se llamaba very rare techno. Era raro, claro, pero era lo mío», dice entre risas en una entrevista para THE OBJECTIVE a propósito del estreno mundial del documental This is Raptor House dentro de la programación del festival In-Edit de Barcelona.
El germen de DJ Babatr nació de una disonancia: el hijo del barrio que no encajaba en ningún molde. En su casa sonaban clásicos de la salsa como Ray Barreto, Eddie Palmieri y Ángel Canales, pero también estrellas del rock como Queen, Led Zeppelin y Men at Work. Un día sintonizó la emisora radial caraqueña —La Mega 107.3 FM— y escuchó algo que no sabía cómo nombrar. «Oh, man, ¿qué es esto?», recuerda. Era Techno House, Acid House, y por supuesto, la canción Pump up the Jam de Technotronic: un idioma sin traducción.
Desde entonces, en la vida de Pedro, todo giró alrededor de ese descubrimiento. A los dieciséis años vio por primera vez una miniteca en vivo: luces, cables, mezcladores, un DJ con un sampler, un sound system hasta el cielo y una multitud entregada al baile. «Era como ver al Papa o al Anticristo», dice. En ese instante supo que su oficio sería hacer bailar. Compró su primer mezclador en 1993 y aprendió a sincronizar canciones con un vinilo del hiphopero neoyorquino Afrika Bambaataa. «Yo era fanático, casi loco. No me importaba más nada que mis discos y mis cassettes. Bueno, y los tenis, claro. En el barrio, tener unos buenos tenis de básquet era símbolo de respeto, aunque también, con el tiempo, de envidia», afirma.

Esa mezcla entre obsesión por la música y la pertenencia a los márgenes caraqueños se convirtió en su sello. Nadie sabía muy bien dónde colocarlo. Ni los salseros lo querían ni los raperos lo entendían; sin embargo, todos en el Bloque 11 de Propatria, en la Catia caraqueña, terminaban bailando su música. Con el tiempo, esa rareza se transformó en un movimiento: el Raptor House, una mutación electrónica nacida del oeste caraqueño, con bajos latinos, percusiones tribales y una energía que atravesaba los bloques.
El nombre «Babatr» surgió, como casi todo en los barrios y en Venezuela, de una broma. «Yo era flaquito, con los ojos grandes, y un amigo me dijo que parecía una baba, un cocodrilo pequeño. De ahí salió DJ Baba. Luego, viendo Jurassic Park, fumados, alguien gritó: “¡Raptor!” y se quedó Babatr». Fue así como, a finales de los noventa, en un cuarto de la casa de su abuela —que era el centro de operaciones musicales del bloque—, él, junto a otro grupo de amantes del género, empezó a imprimir los primeros logos, carteles de fiestas y, por supuesto, a grabar mixtapes y maquetas.
A finales de los noventa, Pedro tenía una PC 486 que se colgaba a los dos minutos de reproducir una pista. Desde allí digitalizaba sus vinilos y bajaba temas piratas desde Napster y eMule. Ahí empezó otro negocio: vender mixtapes de música pirata. «Yo tenía una tiendita clandestina en Propatria donde todos los DJs iban a comprarme». Era lo que hoy podría considerarse un negocio de experiencia del siglo XXI: quienes querían un mix debían decirle a Baba qué querían, él curaba y luego grababa los discos a 4X, proceso que se prologaba por algunas horas, por los que el cliente debía esperar viendo cómo lo hacía, mientras conversaba con el Dj. Era casi una ceremonia, algo exclusivo, porque lo usual era comprar mixtapes ya grabados; pero este era superior, al ser personalizado. En Venezuela, un país donde la piratería fue la puerta de acceso a un mundo musical fuera del mainstream, Babatr se convirtió en curador, distribuidor y profeta de una nueva cultura sonora, que pasaba la velocidad de los temas de 0 a 145 revoluciones por minuto.
La discriminación de un movimiento musical
Sin embargo, la historia del Raptor House no fue una línea ascendente. Cuando el fenómeno de los bailes en las fiestas de minitecas —sound systems— se popularizó, muchos sectores populares acudieron a medirse en la competición: los bailarines de un barrio contra otro crearon focos de violencia y delincuencia. Fue entonces cuando, desde los medios de comunicación, se comenzó a utilizar el término changa tuqui para discriminar a ciertos grupos de personas según su apariencia -color de piel oscura, pantalones anchos, gorras y zapatillas de marca-, y el movimiento se vio envuelto en un estigma social. «Se nos culpó de la violencia, de los robos, de todo lo malo del barrio. El término tuqui se convirtió en sinónimo de delincuente. Si te veían con gorrita, la gente se cruzaba de acera», afirma el DJ. En un país fracturado por una creciente desigualdad, la música electrónica del oeste de la capital venezolana fue percibida como amenaza.
El impacto mediático terminó por desbordarlo. Hubo balaceras en matinés, accidentes en discotecas, titulares sensacionalistas. «Cuando vi mi nombre en el periódico El Nacional, sentí vergüenza. No era yo, pero era mi pseudónimo. Decidí desaparecer. Busqué un trabajo mezclando pinturas en una ferretería y dejé de hacer música». Entre 2008 y 2009, el Raptor House se disolvió y los sonidos creados por Baba y sus amigos quedaron como ecos en la memoria de una generación de bailarines obsesos y amantes de la música.
La resurrección llegó en silencio, casi dieciséis años después, durante la pandemia. Babatr volvió a producir desde casa, sin pretensiones. Subió su música a la plataforma Bandcamp y la suerte hizo lo suyo. El DJ y productor Nick León lo descubrió en la plataforma —no algorítmica— y le pidió una colaboración para su EP. Xtasis feat. DJ Babatr llegó al tope de los hits globales. El Raptor House renacía como ave fénix. Reapareció en los sets de DJs internacionales como Peggy Gou, Nina Kraviz y Jennifer Cardini. «Yo no lo podía creer. De repente todos estaban tocando mi música y no porque yo los buscara, sino porque el sonido conectó», afirma el DJ venezolano.
Boiler Room lo invitó a tocar en el Primavera Sound y la escena global redescubrió al venezolano que había sobrevivido al olvido. «George Cox, el booker del Boiler, me dijo: “Baba, rompiste. Tu vida va a cambiar”. Y así fue». Después de tocar su música en el festival barcelonés, vinieron Alemania, Bélgica, México, residencias en Razzmatazz de Barcelona y un cierre de gira junto a Arca. «Ella me dijo: “Tú estás aquí por tu talento”, y eso fue lo más bonito que me han dicho, porque siempre sentí que no encajaba en ningún sitio».
«El baile del Raptor House, mal conocido como changa tuki, está estigmatizado en Venezuela. Lo tratan como basura, con una ignorancia brutal»
A pesar del reconocimiento internacional, Babatr sigue viendo con distancia lo que dejó atrás. «El baile del Raptor House, mal conocido como changa tuki, está estigmatizado en Venezuela. Lo tratan como basura, con una ignorancia brutal», dice. Sin embargo, afirma que algo ha ido cambiando. En Caracas, las fiestas queer organizadas por las selektors Coromoto y Camila —con las que colabora una vez al año, en diciembre— han abierto un espacio donde los ritmos del barrio conviven con la libertad de género. «Ellas lograron algo que nadie hizo: romper el machismo. Mis fiestas ahora son de clase media, y van todos, sin prejuicios».
Lo que Babatr defiende no es solo una estética musical, sino una ética: la del respeto por la pista, por la gente y por el oficio. «El DJ venezolano aprendió a conectar. No todos los DJs del mundo saben hacerlo. Nosotros venimos de las minitecas, de hacer bailar con las manos arriba. Yo no hablo por micrófono, no busco engagement. Lo hago con mis transiciones».

A los cuarenta y siete años, el niño que fue raro en Catia ha aprendido a aceptar sus rarezas como una forma de resistencia y, a su vez, de disfrute. «Cometí mil errores, o un millón, pero entendí que la música está primero. Antes que el ego, antes que el show». Hoy, cuando se presenta en un club europeo, todavía lleva la humildad de aquel veinteañero que hacía mixtapes en el cuarto de su abuela donde nació el Raptor House. La misma mezcla de energía, caos y ternura que define al DJ venezolano que, sin planearlo, puso a bailar a medio mundo. «Yo nunca pensé que mi vida iba a cambiar tanto, tan radicalmente; pero Dios, Orula y los santos me dieron la oportunidad perfecta y aquí estoy, haciendo lo que siempre quise: música para que la gente se olvide, aunque sea por un rato, de todo lo demás», concluye.
This is Raptor House, el documental: una carta de amor y reflexión para los venezolanos
El productor ejecutivo del documental This is Raptor House, Augusto Álvarado, no imaginó que terminaría contando la historia de un DJ que nació en el barrio y acabó girando por Europa. «Yo nunca dije ‘vamos a hacer esto’. Roberto López —director del documental— y yo trabajábamos con Amazon Music y queríamos hacer contenidos originales. Un día apareció Pedro para grabar un vídeo, y la energía fue inmediata».
Álvarado, que había huido de Venezuela cansado, entre otras cosas, de la homofobia y el clasismo, confiesa que al principio no quería volver sobre el tema país. Pero la historia de Babatr lo obligó a mirar de nuevo. «Cuando vi el material, me quedé en shock. No era solo la historia de un DJ, era la historia de toda una generación. Desde las protestas del Caracazo hasta hoy, todo lo que nos pasó como sociedad está ahí, en su vida». El documental atraviesa los últimos treinta años de Caracas: los matinés del este y del oeste, las burbujas sociales, la música como refugio. «Yo venía del este, Pedro del oeste. Éramos dos niños escuchando la misma música sin saberlo: yo escapando de la homofobia, él de la violencia. La música nos salvó a los dos».

Para Alvarado, This is Raptor House es más que una película: es un espejo de la ciudad y de sus heridas. «Los venezolanos creemos que no somos clasistas, ni racistas, ni xenófobos, pero lo somos, y mucho. Este documental lo pone sobre la mesa sin necesidad de caer en discursos políticos. Es la historia de alguien que, a pesar de todo, no abandonó lo que amaba». El rodaje a pesar de abrir heridas sociales, también fue una reconciliación con la venezolanidad. «Yo estaba negado a todo eso. Pero con este documental volví a creer. Conocimos a gente increíble: artistas, cronistas, bailarines, chicas queer que están rompiendo el machismo en Caracas. Me di cuenta de que todavía hay belleza, todavía hay gente creando», afirma el productor.
Para Alvarado, Babatr representa un nuevo tipo de héroe que «no es el héroe blanco del Cafetal —zona de clase media del este de Caracas—, es el héroe real, el del 90 % del país. El que sobrevivió al estigma, al clasismo y a la indiferencia. Su música es consecuencia directa de esa burbuja que lo aisló. Lo que no sabíamos es que ese aislamiento iba a producir algo tan poderoso».
Luego de esta primera muestra en Barcelona, el equipo productor planea estrenar el documental en otros festivales, pero sobre todo desea hacerlo en Caracas. «Queremos hacerlo bien, en un cine, con sonido profesional, con butacas. Regalárselo a la gente. Porque esta historia les pertenece», concluye Alvarado. 
This is Raptor House no es solo un retrato de Babatr; es una radiografía de Caracas y la sociedad venezolana, de sus fracturas y de sus resistencias. Un documental que, como la música que la inspira, nace del ruido para encontrar su propio equilibrio.
 
        