Rosalía y el retorno de lo sagrado: misticismo en tiempos de 'scroll' infinito
Entre monjas, filósofas y coros, la cantante convierte en su nuevo disco el pop en un acto de fe y la melancolía en éxtasis

Imagen promocional del nuevo álbum de Rosalía. | Columbia Records
En un mundo saturado de algoritmos, redes sociales y notificaciones que compiten por nuestra atención, Rosalía emerge como una figura profética. Su nuevo álbum, Lux, no es solo un proyecto musical: es una declaración de intenciones tanto en marketing como en estética y espiritualidad. En la portada, aparece vestida de monja, con una serenidad que remite tanto a Santa Teresa de Jesús como a Marina Abramović o, más obviamente, a la colección de primavera de Issey Miyake Spring en 1998. La imagen resume la tensión central del disco: el deseo de trascendencia en un tiempo que ha perdido el sentido dentro del caos, sin sacralidad alguna.
«Tengo un deseo que sé que este mundo no puede satisfacer», dijo Rosalía en una reciente entrevista. La frase, que podría haber firmado la pensadora Simone Weil o una influencer en crisis existencial, condensa el anhelo de una generación que se confiesa «espiritual, pero no religiosa». En Lux, ese vacío se convierte en materia sonora, o por lo menos en lo que se ha dejado entrever en los clips publicados por The New York Times: un viaje que mezcla liturgia y electrónica, una pizca de reguetón y contemplación, erotismo y fe.
Este álbum, al girar en torno al misticismo y la espiritualidad, podría inspirarse en una genealogía de pensadores y místicos contemporáneos que escriben en la actualidad, como por ejemplo Misticismo de Simon Critchley, Místicas de Begoña Méndez, La mirada interior de Victoria Cirlot y Blanca Garí, Los alados de Elisabet Riera y el clásico budista Dhammapada de Gautama Buda. Como si fueran los capítulos de una misma oración, todos esos textos —como muchos otros más— nos ayudan a descifrar el viraje creativo y promocional de Rosalía hacia lo espiritual y su forma de entender la fe como una contracultura.
El lanzamiento de Lux no ocurre en el vacío. Occidente vive un inesperado auge del cristianismo protagonizado por la Generación Z y algunos millennials, que rechazan el individualismo heredado del Mayo del 68. Documentales como Libres, centrado en monasterios españoles, han superado los 100.000 espectadores; series como La Mesías de los Javis arrasan localmente o The Chosen a nivel global.
Esa rebeldía espiritual también se traduce en datos. Según un artículo en el diario Debate firmado por el portavoz adjunto del GPP en la Asamblea de Madrid, Rafael Núñez Huesca, solo en Francia se registraron 18.000 nuevos católicos en 2025; en Los Ángeles, la diócesis sumó 5.500 jóvenes que encuentran en el rito, la liturgia o el canto gregoriano, un refugio frente a la ansiedad líquida de las redes, como ya había predicho el pensador Zygmunt Bauman.
¿Un ‘revival’ cristiano y conversador en la era digital?
Rosalía, en este contexto, actúa como catalizadora pop. La cantante capitaliza un interés creciente por lo trascendente entre los menores de 25 años, aunque solo el 35% se declare católico según el CIS. La búsqueda de sentido de Rosalía puede ser una estrategia de marketing performativo, pero, a diferencia de Madonna en los años ochenta, no hay necesidad de blasfemia, sino —al parecer— un apego genuino a la búsqueda de iluminación y sentido en el propio yo y en la relación con las formas supremas, ya sean aladas o no. Su Lux se alinea con una nueva espiritualidad juvenil que abraza el silencio, la oración y la estética sacra como formas de resistencia ante el ruido, no solo digital, sino también ante el caos y la precariedad futuras.
Rosalía ha reconocido que la mística femenina es el «director de orquesta» de este álbum y que podemos entender su organización a través de otros iluminados. Por ejemplo, el filósofo Simon Critchley —agnóstico confeso— describe la experiencia del éxtasis en su libro Misticismo (Sexto Piso, 2025) como una forma de «alegría radical frente a la melancolía contemporánea». Desde las visionarias medievales hasta artistas modernos como Anne Carson o Nick Cave, defienden el éxtasis como disolución del yo.
Así, la cantante catalana parece apropiarse de esa idea cuando canta sobre la desaparición —«Sé que me funde el calor / Sé desaparecer»— o la unión con lo divino –«The only way to save us is through divine intervention» («la única manera de salvarnos es intervención divina mediante»)—: metáforas de un encuentro con lo divino en clave pop y en diferentes idiomas.
Por su parte, el recién publicado libro de la filóloga Begoña Méndez, Místicas (Wunderkammer), recoge las voces de mujeres como Hilma af Klint, Beatriz de Nazaret, Margarita Porete o la brasileña Clarice Lispector, donde todas las autoras o místicas estudiadas buscan ser parte de algo más grande que el imperio del yo, un paralelismo de entrega y rendición fuera de los estándares propios del exhibicionismo del yo en era de las redes sociales. Mientras, en La mirada interior (Siruela), escrito por la filóloga y simbolista Victoria Cirlot junto a Blanca Garí, se analizan ocho místicas medievales que experimentaron lo divino a través de la contemplación. Esa introspección se traduce en Lux como una «cercanía radical» con el misterio: los sonidos litúrgicos, los coros angelicales y las pausas de silencio evocan esa comunión interior. Sin misterio no hay feminidad.
Las raíces místicas: influencias literarias en ‘Lux’
Es el mismo misterio del vídeo de Berghain donde Rosalía puede hablar con los animales alados —los pájaros, por ejemplo—, hecho que se alinea fácilmente con el libro Los alados (Siruela, 2025) de Elisabet Riera, donde la escritora y editora propone una poética del vuelo: los ángeles y todos los seres que poseen alas como símbolos de comunicación entre lo terrenal y lo sagrado. De ahí las imágenes de la aureola pintada en el cabello de la cantante el día que desveló la fecha del disco, o la colaboración con Björk, donde la islandesa aparece cantando a través de un pájaro en el vídeo, son solo algunas de las imágenes que plasman a esos seres alados que parecen suspenderse entre lo humano y lo divino dentro del entorno musical.
Finalmente, una referencia menos medieval pero igual de espiritual: el Dhammapada —texto budista que enseña el camino hacia la sabiduría—, que añade la dimensión oriental de la búsqueda. Su lectura pausada, ética y meditativa se refleja en los mantras y en la estructura casi ritual de la promoción de Lux, donde cada pista, entrevista o guiño de Rosalía en redes, actúa como un sutra contemporáneo.
El discurso de Lux también puede leerse como una relectura de la sexualidad femenina para reivindicar una nueva narrativa sobre el cuerpo.
Rosalía podría ser la monja casta y pura; sin embargo, esta iconografía no es casual: representa una reacción frente a la sobrexposición sexualizada de la mujer contemporánea, especialmente en el ámbito pop. La pureza vuelve a ocupar un lugar simbólico en la cultura popular, pero ya no como imposición patriarcal, sino como herramienta, al parecer, de reapropiación.
La redención de la feminidad: pureza, culpa y deseo
En lo que hemos podido ver de Lux, Rosalía encarna esa tensión. Su vestimenta religiosa no busca complacer ni provocar, sino reconciliar el deseo con la espiritualidad, con las dudas de la interioridad. La monja ya no reprime el cuerpo: lo sublima. Al igual que en las esculturas de Bernini o en los poemas de Teresa de Ávila, el placer y la fe se confunden en una misma experiencia.
A pesar de la premisa creativa, ¿no corremos el riesgo de convertir la espiritualidad femenina en una nueva forma de domesticación? En varias entrevistas —en especial la ofrecida a Radio Primavera Sound— Rosalía parece consciente de ello. En lugar de negar el deseo, lo santifica. Afirma su celibato voluntario, donde el deseo pasa a un plano espiritual más que carnal. El motor creativo, primero como éxtasis y luego como fuego sagrado.
De esta forma, se rescata la figura de la mística, esa mujer que se atreve a sentir lo divino en su propio cuerpo, y se actualiza en clave pop. Esta postura de la cantante también revela un dato clave en los estudios sobre asexualidad o celibato voluntario, como No sex. Pequeño tratado de asexualidad y abstinencia (Carpe Noctem, 2024), de la sexóloga Magali Croset-Calisto, donde se afirma que cada día hay más jóvenes en todo el mundo que se alejan del sexo transaccional y proponen una revolución íntima ante un escenario dominado por la ironía y el consumo rápido.
De la monja en TikTok al santuario pop
Como ya afirmé anteriormente, el renacimiento espiritual que impulsa Rosalía coincide con una ola cultural más amplia. El cine, las series y los ensayos filosóficos exploran lo sagrado como respuesta al agotamiento del nihilismo digital.
Sin embargo, esta ola no implica que la Generación Z abandone lo digital. En TikTok proliferan cuentas de jóvenes que meditan, rezan o citan al Maestro Eckhart o Simone Weil mientras suena techno ambiental. La fe y la religión —antes motivo de vergüenza en entornos progresistas— se vuelven cool y performativas. Para algunos, un refugio frente a la hiperconexión. Es en este terreno, de mucha autenticidad o simple marketing, donde Rosalía se erige como suma sacerdotisa del pop espiritual: una mezcla de devoción y performance, rezo y autotune, en una liturgia que interpela a creyentes y agnósticos por igual.
Como escribe Simon Critchley, el misticismo «es una renuncia al éxtasis que prende fuego a la melancolía». Rosalía enciende esa llama para una generación que ha sustituido la fe por el scroll infinito. Lux no promete respuestas, quizás sí ofrezca que ciertos grupos políticos aprovechen su mensaje, pero sobre todo, sí ofrece algo más urgente: silencio, asombro, redención.
