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Lo que hay que oír

El oratorio de Navidad de Bach

«Bach, como decía Auden, se levantaba por la mañana y hablaba con Dios a través de la música»

El oratorio de Navidad de Bach

Johann Sebastian Bach. | Wikimedia

Llega la Navidad y es hora de protegerse de ella escuchando la mejor música que preserva aún su espíritu original, la celebración de un nacimiento, un comienzo humano que coincide con el resurgir de la luz en el solsticio de invierno, cuando los días empiezan a alargarse y ya se incuba en el frío el verano que viene, como la criatura en el gesto de la madre y el calor en la corona de fuego de Santa Lucía. «El hombre fue creado para que hubiera un inicio», decía San Agustín y solía citar Hannah Arendt, que ahora hace cincuenta años murió mientras hablaba y fumaba, su pasatiempo favorito, tras cenar con unos amigos en su apartamento de Nueva York. Estando en Múnich, en 1952, después de asistir a una función del Mesías de Händel, Arendt le comentó por carta a su marido la fuerte impresión que la obra le había causado, sobre todo por la idea de natalidad, axial en su pensamiento. Luego apuntó en su diario esta reflexión: «El Mesías de Händel. El aleluya solo puede entenderse desde el texto: nos ha nacido un niño. La verdad profunda de esta parte de la leyenda de Cristo se cifra en que todo comienzo es salvación; por mor del comienzo, por mor de esta salvación, Dios creó al hombre dentro del mundo. Cada nacimiento nuevo es como una garantía de la salvación en el mundo, es como una promesa de redención para aquellos que ya no son un comienzo». Frente a la continuidad de los animales, podríamos decir, el hombre aparta siempre un inicio. 

Pero más que al Mesías, uno vuelve por estas fechas al Oratorio de Navidad de Johann Sebastian Bach, el primer músico del mundo, ayer, hoy y siempre. No hay mejor compañía para seguir la liturgia del año, tanto en sus obras corales como en las instrumentales, ya sean sacras o profanas. Bach, como decía Auden, se levantaba por la mañana y hablaba con Dios a través de la música, sin más esfuerzo que el de su dedicación. El Oratorio es una obra tardía, compuesta para la Navidad de 1734 en Leipzig, en cuyas iglesias de Santo Tomás y San Nicolás se cantó por primera vez. Aunque Bach lo tituló «oratorio», en realidad se trata de un conjunto de seis cantatas para el día de Navidad, San Esteban, el primer domingo después de Navidad, Año Nuevo —fiesta de la circuncisión de Cristo—, el primer domingo después de Año Nuevo y Reyes (Epifanía). Los textos están basados en los Evangelios (Marcos y Lucas, sobre todo) y la música contiene elementos de cantatas profanas anteriores, incluso, según algunos estudiosos, podría haber restos de su perdida Pasión según san Marcos.

A través de las distintas cantatas, uno puede seguir la secuencia navideña, primero el nacimiento, luego el aviso a los pastores, la adoración, la circuncisión y la presentación de Jesús en el templo, el viaje de los Magos y la adoración de los mismos. Como en las pasiones, Bach utiliza a un tenor que interpreta al evangelista, acompañado por otras voces solistas, el coro y la orquesta. Musicalmente la obra se distingue para empezar por su alegría, que se mantiene de principio a fin. Decía T. S. Eliot, hablando del Paradiso, que Dante había sido capaz de alumbrar en ese poema un lenguaje de la alegría que luego, en la modernidad, se había perdido para siempre. Se trataba aún de una alegría invencible, transida de una beatitud que se sabía a salvo. Y lo mismo puede decirse del lenguaje de Bach en estas cantatas navideñas que, desde el primer estallido de la orquesta, transmiten una plenitud llena de alabanza y luminosidad que no desfallece hasta la última nota. Quizá por ello, tanto Dante —sobre todo el del Paraíso— como Bach son autores que uno comprende mejor con la edad, cuando aquella alegría que emanaba del absoluto juvenil empieza a ceder terreno a otra de índole suprapersonal y que por tanto ya no nos pertenece. 

De todas las versiones que pueden recomendarse, desde la clásica y canónica de Karl Richter —su segunda grabación con la orquesta y el coro de Múnich y un elenco de voces insuperable que incluía a Fritz Wunderlich, Gundula Janowitz y Christa Ludwig— hasta la más reciente —es de 2020— de Rudolf Luft con la Bach Stiftung, grabada en vivo en la iglesia de Trogen en Suiza, uno se quedaría, por debilidad personal, con la que cantó y dirigió Peter Schreier, uno de los grandes tenores de todos los tiempos. (No se pierdan el Winterreise de Schubert que hizo en vivo con el pianista Sviatoslav Richter, fuera de este mundo). Grabada en 1987 con la Staatskapelle de Dresde y el coro de la radio de Leipzig, la versión de Schreier quizá no sea la más perfecta en todos sus detalles, pero está llena de una calidez y una vivacidad extraordinarias. La voz maravillosa, suave y templada de Schreier, lo mismo que su batuta sabia, trenzan las distintas cantatas, el viaje al asombro, con una especial y genuina pericia. Hay incluso en sus imperfecciones una cercanía inmediatamente reconocible para el oyente de hoy en día, al que las representaciones más puras e historicistas quizá le puedan resultar frías.

En la primera cantata, además del coro festivo («Jauchzet, frohlocket! Auf, preiset die Tage», «¡Alegraos, cantad felices! ¡Alabad este día!»), destacan el aria de la soprano y sobre todo el bellísimo coral, en el que el oído avezado reconoce la cadencia de algunos pasajes de la Pasión según Mateo. Pero aquí la música sirve para el nacimiento: «Wie soll ich dich empfangen / Und wie begegn’ ich dir? / O aller Welt Verlangen, / O meiner Seelen Zier! / O Jesu, Jesu, setze / Mir selbst die Fackel bei, / Damit, was dich ergötze, / Mir kund und wissend sei!» («¿Cómo recibirte? / ¿Cómo presentarme ante Ti? / ¡Toda la Tierra te espera, / Tú eres el ornato de mi alma! / ¡Oh Jesús, Jesús, / enciende tu luz divina / para que mi alma conozca / lo que te es grato!»). El coral dura apenas un minuto y medio, pero uno se quedaría por toda la eternidad en esas notas, que transmiten una paz y una esperanza inexplicables. Numen adest, decían los romanos cuando sentían la presencia de algo misterioso o divino. Es lo único que aquí se puede decir.

Qué maravilla también las partes instrumentales —las sinfonías, propiamente— que invitan a la reflexión sobre el relato evangélico. La Staatskapelle brilla aquí con todo su virtuosismo, también gracias a sus poderosos metales, en especial esas trompetas que parecen danzar en las arias y en los recitativos, casi como luces sonoras. La segunda cantata, para el día de San Esteban —el anuncio a los pastores— empieza con una de esas sinfonías, música ultraterrena que prepara la aparición del tenor —qué dramatismo da Schreier a los recitativos—, introducción a su vez del prodigioso coral que proclama el triunfo de la luz, el himno de todos los que amamos el solsticio de invierno: «Brich an, o schönes Morgenlicht, / Und laß den Himmel tagen! / Du Hirtenvolk, erschrecke nicht, / Weil dir Engel sagen, / Daß dieses schwache Knäbelein / Soll unser Trost und Freude sein, / Dazu den Satan zwingen / Und letztlich Frieden bringen! »(«¡La radiante claridad matinal / inunda el cielo! / Pastores, / no tengáis miedo del ángel, / él os dirá que la criatura / recién nacida, / traerá la alegría y la salvación, / pues vencerá a Satanás / ¡y la paz reinará!»).

Si uno empieza el año escuchando el coro de la cuarta cantata, no hay duda de que el mundo se le aparecerá, al menos durante unos minutos, santo e inviolable. ¿De dónde sale esa efusión de gratitud y de alabanza, perfecta, inalterable, que parece albergar en su armonía todo lo inconcebible? Óiganlo el día 1 de enero y recuerden la letra: «Fallt mit Danken, fallt mit Loben / Vor des Höchsten Gnadenthron! / Gottes Sohn / Will der Erden / Heiland und Erlöser werden, / Gottes Sohn / Dämpft der Feinde Wut und Toben». («¡Arrodillaos agradecidos, / arrodillaos alabando ante el trono del Señor! / El Hijo de Dios / es el Salvador y Redentor / del mundo. / El Hijo de Dios / nos protege del odio y furor del enemigo»).

Y en Reyes —día de la Epifanía, de la manifestación del nacido— no dejen de escuchar la última cantata, sobre todo el coral conclusivo que empieza: «Nun seid ihr wohl gerochen» («Habéis sido vengados»). «Gerochen, gerächt» en alemán moderno, significa «vengado, resarcido». El texto se refiere al triunfo de Dios sobre el diablo, de la luz sobre la oscuridad, pero nosotros, hijos de un mundo desencantado, bien podemos interpretarlo como un momentáneo resarcimiento. No deja de ser algo asombroso que una partitura compuesta para una pequeña parroquia de Leipzig hace siglos pueda hoy llegar a todo el mundo en las mejores versiones. Decía María Zambrano que uno de los grandes errores de la modernidad había consistido en reducir las causas de la enajenación del hombre al orden material y económico, olvidando que la verdadera tragedia radica en la «inhibición de la esperanza» y la «represión de la interioridad» en la que nos constituimos como personas. Y es en ese sentido que la música de Bach nos puede todavía resarcir.

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