Las mejores series de 2025
«Que los glaciares del olvido no arrastren ni pierdan, despiadados, estas series. Merecen perdurar»

Escena de la serie 'Adolescencia', disponible en Netflix. | Netflix
Este 2025, marcado por un presente cada vez más sombrío y por una sucesión casi ritual de malas noticias, ha encontrado en la comedia una forma de resistencia y medicina. Hagan memoria. Cuenten las veces en que se supieron en el lugar correcto, en el momento adecuado. Salvo que sean ustedes grandes estrellas del show business, apostaría a que una risa compartida, una risa comunal, casi ebria, fue la banda sonora del instante.
¿Al mal tiempo buena cara? Y un carajo. Al mal tiempo carcajada. Y cuanto más gruesa e indomable, mejor. De las que ponen la micción a un espasmo de empapar los pantalones. Contra ese imperativo de lo grotesco al que se enfrenta el mundo encarnado en adicciones a la barbarie o la estupidez —por costumbre de la mano—, un sentido aplauso para los creadores, patrios e internacionales, que nos salvan invocando un descojone sanador.
También reverencia a quienes, desde la seriedad, han sido afilados y originales, claro está. Provocadores, incluso, brindando miradas incómodas a temas que han de tratarse así, sin medias tintas ni vaciles. En general, bueno, gloria a quienes pueblan este catálogo porque sin ellos este cronista hubiera estado más cerca de cometer el peor de los pecados que un hombre puede cometer, según dijo Borges: no ser feliz. Que los glaciares del olvido no arrastren ni pierdan, despiadados, estas series. Merecen perdurar.
La empresa de las sillas (HBO Max)
Este OVNI de las plataformas es una genuina bizarrada de antimanual. Es José Luis Cuerda ambientado en el insoportable mundo del extrarradio acomodado estadounidense. Un tipo, interpretado por Tim Robinson, con la cara más hostiable que he visto en una pantalla, se da una piña al sentarse en una silla durante la presentación de un proyecto inmobiliario que dirige. El pequeño traspiés azuza la paranoia del personaje, que se obsesiona con un complot alrededor de la empresa fabricante del arma de su humillación: la silla. A partir de ahí, todo es una sabrosa degeneración. Goza de tener un guion lo suficientemente preciso, dentro del surrealismo, como para no caer en lo infumable. Y eso que habrá de añadírsele, a medida que avanza, peligrosas dosis de personajes muy sonados y situaciones de «¿qué cojones estoy viendo?». Pero, como decía ese reciente fallecido párroco de la gran pantalla, David Lynch, las buenas películas dejan con alguna pregunta que le toca responder al espectador. La empresa de las sillas, siendo televisión, lo logra. Y lo hace desde la comedia, un territorio de lo más resbaladizo para conseguirlo.
The Studio (Apple TV+)
Arrasó como un miura en los Emmy, y no es para menos. La serie creada por Seth Rogen y Evan Goldberg da con todas las teclas para un éxito merecido. Estrellas de cine (la mayoría colegas, cabe imaginar) apareciendo a tutiplén y sin ningún reparo en interpretar a la versión más loca, patética, burriza o insoportable de sí mismos. Desde Martin Scorsese a Charlize Theron, pasando por Zac Efron o Zoë Kravitz. Esta serie solo es posible para alguien como Rogen tras tantos años de carrera. Bucea en las entrañas de Hollywood con desparpajo, ironía y un humor basado en la humanización de quienes, para el público, a veces parecen semidioses de pómulos perfectos y nalgas de acero. Cada capítulo, una peripecia. Cada peripecia, un cóctel de caras conocidas haciendo lo que no deberían hacer: ser personas normales, con sus miedos, inquietudes e inevitables pifias puestas a prueba una tras otra.
Poquita fe, temporada 2 (Movistar Plus+)
Esperanza Pedreño, Raúl Cimas y todo el elenco de la serie son usted. Son cualquier español en algún momento de su día a día. Y si se tiene la suerte —más bien la desgracia— de vivir en una torre de marfil ajena a esa mundanidad, es imposible no conocer a alguien similar a los personajes. Sus creadores, Pepón Montero y Juan Maidagán, han conseguido volver a tocar las teclas adecuadas para seducir con su frescura casi abigarrada al espectador. Logran extraer de lo cotidiano lo fantástico, y de lo fantástico el chispazo risible que existe detrás de ese surrealismo chestertoniano, irónicamente verosímil. Como esas historias muy locas que, joder, parecen imposibles, pero sí, le han sucedido a alguien alguna vez. Salvo que, en el caso de esta temporada y de la anterior, están todas condensadas en la mejor serie de comedia de la historia de la televisión española.
Pluribus (Apple TV+)
Vince Gilligan ya demostró con Breaking Bad que sabía tomar el pulso audiovisual del momento. La gente pedía un viejo reventón haciendo meta en el desierto con un oligofrénico, y ni siquiera era consciente. Hoy el público, acostumbrado a los discursos apocalípticos, bregando con una narrativa cotidiana de la hecatombe, resulta que se adhiere sin problemas al mundo de Pluribus, donde un virus convierte en mente colmena al 99% de la población. Pero no a malas, no se crean, sino con una complacencia total. ¿Se imaginan tener todo el potencial humano a su servicio? ¿Pedir lo que sea y que se lo sirvan? De primeras, mola. Aunque, a cambio, tendrán que aceptar la fagocitación mental de la raza humana por un extraño alien servicial. Bye, bye a la individualidad. Este es el debate que orbita sin interrupción al rededor en la serie. Y lo hace con elegancia, gracia y originalidad.
Anatomía de un instante (Movistar Plus+)
Esta serie se impone con la fuerza de un relato necesario, afinando casi todas las teclas para que el impacto sea duradero. Reconstruye un momento crítico de la historia patria (el golpe de Estado del 23-F) con pulso narrativo, sobriedad y una mirada que hace a personajes improbables protagonistas de un gesto decisivo. Tres figuras con poquita aura legendaria sostienen la tensión mientras el miedo paraliza a casi todos y la amenaza golpista irrumpe con su ya sabida miseria. El conjunto funciona gracias a una dirección eficaz de Alberto Rodríguez y a un reparto de altísimo nivel, capaz de dotar de matices humanos a lo que podría haber sido pura lección histórica. Algún episodio pierde fuelle, pero el resultado mantiene el interés y cumple una función incómoda y urgente: recordar hasta qué punto la democracia fue frágil y cómo estuvo a merced de quienes, contra pronóstico, se mantuvieron firmes cuando lo fácil era agachar la cabeza.
Task (HBO)
Esta es una de esas series con aroma. Un thriller sosegado donde los crímenes son menos lacerantes que el arco profundamente herido de los protagonistas. Todos, sin excepción, luchan contra los molinos de viento de sus decisiones pasadas o con los efectos colaterales de las de sus allegados. Moteros traficantes con mala uva se las ven con volcadores profesionales y un federal excura dirigiendo a una panda de medio novatos. Animosidad a punta pala, vaya. Aunque, para fortuna de sus creadores, la obra está totalmente alejada de moralinas, dejándose llevar por la crudeza hasta despellejar a sus personajes. Y logra así revelar esa tozuda verdad: la mala suerte, antes o después, te alcanza. Task no es complaciente y eso, en este género tan acostumbrado a tomar al público por alelado, es un punto muy a su favor.
Mobland (SkyShowtime)
El director y guionista vuelve a afinar su maquinaria estética con Mobland, una nueva incursión en el oeste del hampa británico contemporáneo. La serie mantiene el inconfundible toque Ritchie —reparto de lujo incluido—, aunque algo más estilizado y contenido, sacrificando parte del exceso en favor de una seriedad narrativa poco habitual, pero sorprendentemente eficaz. Entre humor negro, violencia elegante y dramatismo socarrón, Mobland vuelve a cruzar dos mundos que le obsesionan: la aristocracia y la criminalidad plebeya. Bandoleros modernos, populacho delictivo y jerarquías sociales enfrentadas, todo con ese flow tan suyo. Porque cuando a Ritchie le da podrá ser criminal, pero nunca le falta estilo.
Superestar (Netflix)
El tamarismo fue una evocación perversa y certera de la esencia española —kitsch, fea e hipnótica— que en Crónicas Marcianas exhibía, entre performance bufonesca y cochambre televisiva, la víscera patria: griterío, clasismo de adoquín, gen bizarro y chulería cañí. Un buñuelismo berlanguiano solo observable en los safaris de la realidad. En Superestar, Nacho Vigalondo rescata esa nave nodriza psiquiátrica con olfato canino y misericordia, mirando más allá del descojone y del esperpento: dobles vidas, depresiones de madrugada y sueños frustrados bajo el maquillaje. No es un biopic, sino un relato poliédrico y onírico, un gurruño caótico de ambiciones y lágrimas que solo cobra forma al tomar distancia. Y convierte aquel abyecto ensayo pop en algo más incómodo y valioso: un recordatorio de la tridimensionalidad humana que se escondía detrás del circo.
Adolescencia (Netflix)
Esta es una de esas concesiones que hay que hacer de vez en cuando. Quizás tú, por lo que sea, no has terminado de entrar en una historia, en una forma de contarla o en un momento determinado, pero estás rodeado de personas que la halagan, incluso personas de las que admiras su criterio. Personalmente, más allá de las maravillosas interpretaciones de Owen Cooper y Stephen Graham, Adolescencia me dejó con el sabor de una buena comida a la que, por lo que sea, no le has pillado el punto. Como les sucede a quienes paladean el cilantro igual que una pastilla de jabón. Las conversaciones me resultaron solventes, a la par que los actos injustificados. Y aunque la orientación del último capítulo me pareció un prisma interesante, no hizo burbujear nada en mí. Pero tenía que estar en esta lista. Porque no siempre se debe priorizar la subjetividad de uno frente a la objetividad adquirida por muchas, variadas y solventes interpretaciones.
The Pitt (HBO)
Covid, urgencias a reventar, malos rollos internos, muerte aquí, muerte allá, abusos —laborales y humanos—, racismo, misoginia, depresión… ¡Por fin una serie de urgencias que se parece a unas urgencias de verdad y no a una telenovela! Es sólida y su formato de todo en un día permite ser consciente de lo poco que hay que escarbar para encontrar un entorno limitado, en tiempo y espacio, que nos permita navegar por el humor negro, el drama y, por qué no decirlo, la crítica social clara. En España ya sabemos que no todos los médicos son de jugar al golf meneando un Rolex, pero mola saber que, en Estados Unidos, también hay héroes sin capa ni descapotable a las puertas.
