La historia de Michèle Mouton, la única mujer en ganar un rally del Mundial
Un documental nos acerca la figura de la reina de la velocidad, una pionera que rompió barreras y a la que ninguna mujer ha igualado décadas después
Michèle Mouton es una pionera de las de verdad. Esta piloto francesa fue la primera mujer en la historia en ganar un gran rally del Campeonato Mundial, un hito que ninguna otra piloto femenina ha conseguido igualar más de cuatro décadas después. En concreto, sus grandes victorias fueron cuatro: la primera, en el rally de San Remo en 1981; la segunda, en el de Portugal en el 82, año en el que también ganó los rallies del Acrópolis, en Grecia, y de Brasil. Además, logró hasta nueve podios mundiales. Ahora que la Fórmula 1 ha anunciado que creará una competición exclusivamente femenina, no está de más recordar la historia de esta mujer que ganó –en el mundo de los rallies, eso sí– compitiendo de tú a tú contra hombres.
La de Michèle Mouton es una figura bien conocida entre los aficionados al motor, por lo menos en Francia y en Italia, país de origen de su copiloto, Fabrizia Pons, pieza clave en todas aquellas victorias. Y también en las derrotas. Sin embargo, los que no somos tan aficionados a las carreras es probable que nunca hayamos oído hablar de ella. El documental La Reina de la velocidad, disponible en Movistar+, busca ponerle remedio a eso. Un documental que, además de relatar una historia única, está muy bien hecho.
Esta piloto nació en la localidad de Grasse, una pequeña ciudad del departamento francés de los Alpes-Marítimos, en 1951. Creció en el seno de una familia de clase media y con un padre, Pierre, aficionado a los coches que le inculcó un amor por el motor que le llevó a ser la primera y única mujer del mundo en ganar una prueba mundial. En su adolescencia –con 14 años, mucho antes incluso de tener un carnet de conducir– llevaba el Citroën 2CV de su padre por la Riviera francesa. Desde el principio supo que aquello era lo que quería hacer.
Inicios en la competición
Fue precisamente el padre de Michèle el que impulsó su incipiente carrera en el motor. Antes de pilotar ella misma su propio coche, ejerció como copiloto. Se estrenó en el rally de de Montecarlo. Fue en 1973, cuando tenía apenas 21 años y precisamente en la primera edición del Campeonato Mundial. Hasta en eso fue pionera. Acompañó a su amigo Jean Taibi, que pensó en ella para iniciar aquella aventura de los mundiales. «Sentí una gran responsabilidad. Un buen copiloto no puede ganar un rally, pero se puede perder un rally por culpa del copiloto», rememora Michèle en el documental.
No se le dio nada mal, y su padre, que fue testigo de todo aquello, decidió apostar por las habilidades de su hija. Movido, al principio, por la preocupación por su seguridad –el coche en el que copilotaba estaba en muy malas condiciones–, le dijo: «Eres capaz de estar al volante, te gusta conducir».
La apuesta era importante: Pierre Mouton le compró a su hija Michèle un coche de carreras y le costeó un año de competición. «Si eres lo suficientemente buena, sigues. Si no, lo dejas». Y fue buena, porque siguió. A Michèle no se le escapa, décadas después, que su padre apostó por ella porque, en parte, es lo que siempre había deseado para él: «Estoy segura de que le hubiese encantado conducir en competición», dice. «Pienso que mi padre, a través de mí, experimentó algo que le hubiese encantado y que nunca pudo hacer». La II Guerra Mundial fue la piedra en el camino de Pierre Mouton, pero su hija Michèle estaba lista para recoger el testigo. Terminó haciendo historia.
La rival a batir
Muy pronto Michèle se convirtió en la rival a batir. Primero, porque era mujer. Empezó a competir de tú a tú contra hombres en un entorno muy masculino. Lo hizo en un momento álgido del movimiento de la liberación de la mujer, y eso hirió muchos orgullos masculinos.
En aquel momento no se veía a muchas mujeres conduciendo, no ya en competiciones, sino en las autopistas. «Era un mundo sexista», rememora la piloto en el documental. Era un mundo de hombres. «Todavía hoy lo es», matiza. Y esto le acarreó no pocos problemas en el desempeño de su afición, primero, y de su profesión, después. «Las mujeres no eran tomadas en serio», dice, aunque la confianza que depositó en ella su padre fue la clave del éxito.
Al principio era la rival a batir porque era mujer y ningún hombre quería perder contra ella, pero con el tiempo se convirtió en la rival a batir simplemente porque era una de las mejores pilotos del circuito. Después del Alpine A110 que le proporcionó su padre, se pasó al Lancia Stratos, primero, y al Fiat 131 Abarth, después, compitiendo en un par de pruebas mundiales al año. Finalmente, recaló en Audi en 1981. Todo un hito ya que tuvo que ponerse a los mandos del Audi quattro, un coche con tracción a las cuatro ruedas nada común en la época.
Fue entonces cuando empezaron los éxitos de la mano de Fabrizia Pons. Audi las contrató a ambas por una razón puramente marketiniana, ya que debía dar a conocer su nuevo coche, y qué mejor que una extravagancia como una mujer al volante –y otra en el asiento de al lado– para publicitarlo. Sin embargo, Michèle sorprendió a todos ganando carreras y compitiendo en igualdad con sus rivales hombres.
Entonces empezaron a llegar las victorias, los piques con rivales de dentro y fuera de su equipo, la repentina muerte de su padre que la apeó de conseguir un Mundial… una historia que está escrita y que no volverá a repetirse. De momento, ni siquiera ha sido imitada, porque tanto tiempo después todavía ninguna otra mujer ha emulado sus hazañas al volante. Toda una pionera cuya figura empieza a reivindicarse.