Y Messi mutó en Maradona para alcanzar la gloria
Messi mutó en Diego. No futbolísticamente, donde es difícil ser más parecidos, sino a nivel de mito, de jerarquía, de guía para los muchachos
Todos aspiramos a la plena felicidad, pero la vida rara vez nos da pistas de donde encontrarla. La única certeza que hallamos por el camino es que casi todo se circunscribe al efectivo método de la prueba y el error, a caerse y levantarse, a perseguir los sueños por muy inalcanzables que parezcan. Y lo mejor del asunto es que, en teoría, esto vale para cualquiera. Para usted, que me está leyendo y para el protagonista de nuestro monográfico: el reciente campeón del mundo en Qatar 2022, Lionel Messi.
Lio contra su destino
Lionel Andrés Messi Cuccittini nació en Rosario (Argentina) en 1987. Con sólo 10 años empezó a llamar la atención por las inigualables filigranas que hacía con el balón en los pies, pero también por su bajísima estatura. Medía 1,37. Alzada que le valió el apodo de ‘La pulga’, pero también una importante preocupación entre sus padres. Pronto le diagnosticaron un déficit en la hormona del crecimiento. Su progenitor, Jorge Messi, acudió desesperado al Departamento de Salud rosarino (ya que su seguro no cubría el costoso tratamiento), pero no encontró las soluciones que buscaba. Lo mismo le sucedió en las categorías inferiores de Newell’s y de River Plate: «El pibe jugaba como los ángeles, pero las inyecciones eran demasiado caras». Entonces los Messi pensaron que, tal vez, el remedio se encontraba al otro lado del charco y viajaron hasta Barcelona.
Era el 17 de septiembre del 2000. Un Lionel de 13 años y su padre se hospedan el en Hotel Plaza de la ciudad condal. Carles Rexach, que por entonces ocupaba el puesto de secretario técnico culé, organiza un amistoso entre jugadores de edad juvenil y cadete. A los pocos minutos del partidillo queda prendado del diminuto argentino. Todo parecía hecho, pero el Barça dilata más de lo esperado su decisión final. Tanto, que «Jorge y Lionel Messi estuvieron a punto de volverse para Rosario». Finalmente, Rexach y el cazatalentos catalán Josep María Minguella firman la vinculación de Messi con el Barça en una servilleta. En la misma dejan claro que siguen adelante con la contratación «a pesar de algunas opiniones en contra». Y sí, lo han adivinado, de nuevo esas reticencias tenían que ver con su tamaño.
Messi medía 1,43 por entonces. La perspectiva de crecimiento era de, como mucho, 1,58 si hubiera abandonado el tratamiento. Este solo se podía alargar hasta los 16 años. El tiempo corría y el FC Barcelona decide hacerse cargo. 35.000 euros (entonces se usaba la peseta) y unas 2000 inyecciones después (2 al día durante tres años), el menudo futbolista alcanza los 1,69 de estatura. Lionel empieza a ganarle el pulso a su destino.
Messi cambió la historia del Barça
Analizando la ‘ridícula’ (en términos futbolísticos) inversión que tuvo que realizar el Barça en aquel lejano 2000 uno llega a dos conclusiones: la primera nos confirma que se trata del dinero mejor gastado en sus 123 años de historia y la segunda que nunca podrán agradecérselo lo suficiente a los artífices de aquella operación, los ya mencionados Rexach y Minguella. Otro nombre clave en esta historia es el de Frank Rikjaard. El holandés hizo debutar a Messi con 17 años un 16 de octubre de 2004 en un derbi frente al RCD Espanyol en el Olímpico de Montjuic. Desde entonces, se pasaría otras 17 temporadas defendiendo el escudo culé. Casi dos décadas en las que Lio cambia la historia del FC Barcelona a base de goles y títulos. Las cuentas son claras: el conjunto barcelonés tiene 97 entorchados en sus vitrinas de los cuales 35 se levantaron con Messi como jugador azulgrana. O lo que es lo mismo más de un tercio de los trofeos se ganaron con el de Rosario entre sus filas. A sus 10 Ligas, 7 Copas del Rey, 8 Supercopas de España, 4 Champions League, 3 Mundiales de Clubs y 3 Supercopas de Europa hay que sumarle lo logrado a nivel individual:7 Balones de Oro y otras 6 botas del mismo material engrosan las estanterías de su vivienda.
Curiosamente todos estos reconocimientos le alejaron de esa plena felicidad de la que les hablaba al principio del artículo. Y le apartaron de la misma debido a la incomprensión. Muchos de sus compatriotas argentinos le echaron en cara durante años que era un desarraigado, que «no brillaba igual con la albiceleste que con el Barça», «que no cantaba el himno», que era, como dicen ellos «un pecho frío». El nivel de críticas y de enfrentamiento con la prensa y parte de la afición llegó hasta tal punto que tras perder la segunda final consecutiva frente a Chile en la Copa América Centenario Messi suelta la bomba: » Ya está, se terminó para mí la selección argentina». Perder la finalísima del Mundial en 2014, y esas dos con los chilenos era demasiado. Messi no pensaba con claridad, estaba harto de todo y explotó. Al tiempo, y aconsejado por los que le querían bien, dio marcha atrás, pero el 10 ya había enseñado la patita: si algo le reventaba era que sus propios paisanos, aquellos de la tierra que tuvo que abandonar con sólo 13 años, dudaran de él y le dieran la espalda.
Por entonces, su vida familiar en Barcelona seguía asentada, sus hijos crecían en Castelldefels y sus éxitos deportivos continuaban, aunque estaban muy lejos de parecerse a los de la etapa de Pep Guardiola. El culpable era el Madrid de Cristiano Ronaldo. Los merengues enlazaron tres Champions de manera consecutiva al tiempo que el Barça empezaba a recibir sonrojantes goleadas por Europa ante las que ‘La pulga’ nada puede hacer. En estas CR abandona el Real Madrid y de alguna manera Messi decae en su afán competitivo. Lionel siempre reconoció que su duelo con el portugués «fue maravilloso» y que «les había servido a los dos para seguir creciendo en sus respectivas carreras». A esa orfandad sin su alter ego le siguieron una serie de renovaciones de contrato fuera de mercado (con el contencioso con Hacienda como doloroso telón fondo), el famoso Burofax y la crisis institucional culé provocada por sus alocados dirigentes y por una pandemia que le dio la puntilla final e hizo saltar todo por los aires. En ese instante, Messi se volvió a sentir incomprendido (esta vez por su club) y, además, engañado por Laporta. El presidente culé utilizó el nombre de Messi para ganar las elecciones, pero cuando hizo cuentas (seguro que antes) ya sabía lo que había y se dio de bruces con la triste realidad: el FC Barcelona no podía mantener a Lionel. Estaban en la ruina. Messi, sin ninguna gana y en shock, se marchaba al PSG.
2022 y el Messi más ‘maradoniano‘
Y es aquí donde vuelvo a incidir en lo caprichoso de la existencia. Un Messi vulnerable, enfadado y que se sentía traicionado por su club de toda la vida tuvo que salir del mismo para tocar la verdadera gloria. Y por «verdadera gloria», hablando de un ciudadano argentino, no me refiero a levantar otra Champions (no la cata desde 2015). Aludo indefectiblemente a palpar la Copa del Mundo, a ganar el Mundial (la Copa América está bien pero ni se le acerca en status). Algo para lo que Lionel lleva preparándose desde que desembarcó en París. Porque no nos engañemos: la liga francesa le ha estimulado entre cero y nada. Ha sido más bien un banco de pruebas. Le costó una barbaridad adaptarse en su primer año donde cosechó unos números paupérrimos: 11 goles. La verdadera motivación se produjo este verano. Todo allegado a Messi lo repetía con constancia, «Lio estaba obsesionado con el Mundial». Se levantaba cada día para entrenar pensando en prepararse para la cita en Qatar. Y lo cierto es que le vimos volar en el primer tercio de competición. 12 goles y 14 asistencias demostraban que iba muy en serio. Era su última oportunidad para ganar un Mundial y conseguir lo que sí había logrado aquel con el que siempre le comparan (y compararán): Diego Armando Maradona.
Y para ello Messi mutó en Diego. No futbolísticamente, donde es difícil ser más parecidos, sino a nivel de mito, de jerarquía, de guía para los muchachos y, sobre todo, de ser tan ‘canchero’ en el verde como lo era Diego Armando. Manejar el otro fútbol, meter a la grada en el partido con un gesto, recriminar efusivamente un comportamiento al rival, cantar el himno de la nación argentina con más ganas que nadie: todo eso ha hecho Messi en este Mundial de Qatar 2022 que antes no hacía. El Leo más maradoniano dejó atrás su etiqueta de ‘pechofrío’ celebrándole en la cara a Van Gaal con el famoso gesto de Topo Giggio (para defender a un Riquelme al que el entrenador holandés defenestró en el Barça), enloqueció en la zona mixta con el famoso «¿Qué miras Bobo?», dedicado al delantero tulipán Weghorst, negó el saludo a Lewandosky por una entrada que no le había gustado e, incluso, se quitó de en medio al mismísimo Nusret. El célebre cocinero conocido como Salt Bae y, al que adoran todos los futbolistas, se puso intenso de más con el autobombo colándose en la celebración albiceleste y Messi se lo hizo saber. Algo que sin duda habría hecho Maradona.
No son estas las actitudes más deportivas del mundo (yo prefiero las de Modric consolando a medio Brasil), pero hay que reconocer que en Messi tuvieron un efecto sanador. Forman parte de su prueba y error, de caerse y levantarse, de perseguir los sueños por muy inalcanzables que estos parezcan, esta vez, por vías anteriormente inexploradas. Por eso Messi es uno de los personajes del año 2022 para THE OBJECTIVE.