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Fórmula 1

La Fórmula 1 está ganando más dinero que nunca y esto inquieta a los equipos

La especialidad está ganando más dinero que nunca y puede convertirse en un problema

La Fórmula 1 está ganando más dinero que nunca y esto inquieta a los equipos

Coche de Fórmula 1. | Europa Press

«Pobres niños ricos», reza el aforismo, y es aplicable a las escuderías de Fórmula 1. La especialidad está ganando más dinero que nunca y puede convertirse en un problema. Bendito problema. En 2017 Liberty Media, un gigante norteamericano de los medios, el deporte y los eventos musicales, se hizo con las riendas del deporte más rápido del planeta. El monto total del acuerdo supuso un desembolso total de unos 8.000 millones de dólares, de los que se abonó algo más de la mitad en un principio, y el resto se pagaría en cómodos plazos y diversos acuerdos comerciales. Los yankees saben mucho de negocios aunque conocían menos de Fórmula 1, una especialidad de corporeidad global y ADN británico. Cambiaron a un monarca, el incombustible Bernie Ecclestone, por un triunvirato dividido en tres áreas principales: gestión, deporte y marketing… y ha acabado funcionando mejor de lo esperado. 

Tras unos comienzos titubeantes y fuertes pérdidas iniciales en 2021, segundo año pandémico, la especialidad ha marcado beneficios récord: 2.140 millones de dólares de facturación neta. Esta cuantía supone un 30% más que el mejor registro histórico de Ecclestone de 2016 (algo menos de 1.500 millones). En 2017, primera temporada dirigida por los actuales propietarios, la facturación bruta se disparó a 1.780 millones de dólares, a 1.820 el año siguiente, en 2019 superó ligeramente el hito de los 2.000 millones. En 2020, el año de la pandemia, se pegó el histórico batacazo de quedar en la mitad con menos pruebas, pero con la vacuna puesta y veintidós carreras el beneficio bruto de Liberty ha marcado un récord histórico.

Se cree que este 2022 puede irse por encima de los 2.300 millones y rozar los 2.500 en 2023 con la llegada de l Gran Premio de Las Vegas, promovido de forma extraordinaria por la propia Liberty, que juega en casa. De forma paralela esta bonanza y aciertos en la gestión tiene reflejo en la bolsa de valores. En 2017 y con la llegada de los nuevos propietarios la Fórmula 1 saltó al parqué y corre en el Nasdaq neoyorquino. Si olvidamos el lapsus debido al covid-19, las acciones costaban 33,91 dólares el día de su estreno, y hoy superan los 62; han duplicado su valor justo en cinco años, con un comportamiento envidiable. 

Pero el camino no ha sido fácil. Pandemias aparte, hoy es Vladimir Putin el causante de la desaparición del Gran Premio de Rusia, organizadores con los que se ha roto el contrato sin más a cuenta del conflicto armado que su país mantiene con Ucrania. Esta carrera debería disputarse en septiembre y el rumor apunta que el emirato de Catar sería el nuevo destino que ocupase el espacio dejado por los ex soviéticos. Conociendo las tarifas que tiende a cobrar la Fórmula 1 a los reinos árabes no sería de extrañar que la factura duplicase lo que ponía en el acuerdo con los rusos, lo que a su vez haría incrementar los beneficios. ¿A más beneficios más dinero para las escuderías? No exactamente y esto es lo que va a hacer sacar las uñas a más de un responsable. 

El bocado grande de los ingresos de los equipos no sale ya, desde hace años, de poner pegatinas en sus coches. En 2009 la crisis inmobiliaria que azotaba a occidente hacía sufrir a unas escuderías que venían como el negocio iba bien, pero se enriquecía la organización sin que ellos vieran una contraprestación acorde a lo que entendían mecer. A modo de revuelta las cabezas visibles de los equipos montaron una asociación denominada FOTA (Formula One Teams Association) con la que amenazaron con irse y armar su propio campeonato. No es que estuvieran en desacuerdo con las reglas o el impacto mediático les supiera a poco; es que veían que el organizador se llevaba un pastizal que apenas compartía en forma de premios. Aquel levantamiento quedó sofocado a base de repartir los beneficios con ‘los payasos del circo’. El cálculo del reparto, en números redondos, viaja relativamente cerca de los dos tercios de la facturación, así que de cada 1.000 millones facturados los equipos reciben unos 700.

El problema es que Bernie Ecclestone dejó una bomba de relojería que se acabaría activando. El británico puso una condición: si el EBITDA subía (entrada de dinero antes de impuestos), ese porcentaje bajaría. En un cálculo rápido y de forma comparativa, si Liberty facturase 1.200 millones, la cantidad a repartir se iría a unos 720 millones, que es más dinero, pero supondría un 60% del EBITDA, porcentaje que seguiría mermando en caso de facturar más. De esta manera el beneficio del organizador crecerá a una mayor velocidad mientras las escuderías quedarían cada vez más fuera de ese reparto. Los costes operativos se están incrementando en todas las áreas, y aunque el conjunto gana más ellos no le ven el mismo color que los dueños de la casa. 

De manera negociada con FIA, equipos y organizador dispusieron unas regulaciones presupuestarias con fuertes limitaciones, diseñadas para recortar en lo posible los dispendios de los más pudientes. Antes, los ingenieros tiraban con pólvora ajena a la hora de pulir, mejorar y hacer evolucionar una y otra vez costosísimos elementos que apenas se usaban un par de carreras. Ahora tienen bajo su mesa de diseño una trampa para cazar osos que se dispara si superan los gastos previstos en su departamento, y nadie quiere pisarla. El límite está marcado este 2022 en 140 millones de dólares y será de 135 en 2023 y años sucesivos. Aunque hay gastos que quedan fuera como el suelo de algunos directivos, pilotos o marketing, se antoja poca cantidad para los equipos que quieren ganar (y saben como hacerlo, pero gastando más). De hecho algunos tienen tanto dinero que no pueden consumir que están planificando incursiones en otras categorías como el Mundial de Resistencia (Le Mans) o la Formula E eléctrica, a donde encaminarían recursos y personal. 

Todo esto lleva a un callejón de mala salida. Cada vez llega más dinero al negocio, del que los equipos no reciben en la misma medida, y que además pueden gastar menos en el desarrollo de sus monoplazas. En teoría esto último igualará el campo, pero de mitad de la tabla hacia arriba se antoja un dinero muy limitado para las necesidades de una escudería puntera, sobre todo en el apartado de personal. Por temor a que no les dejasen gastar a manos llenas como antes, casi todos los equipos con bolsillos profundos realizaron fuertes y costosas inversiones.

Ferrari se compró un abracadabrante simulador de la firma Dynisma capaz de transmitir a través del volante las vibraciones exactas que generan las RPM del motor que se simule, sea cual sea su propulsor real. Da igual si es un vetusto V10 del McLaren-Honda de Ayrton Senna, un Lamborghini de calle actual, o un Formula 2… el volante vibrará tal y como si fuese ese modelo concreto. McLaren anda remozando su túnel de viento, Ferrari ya hizo lo mismo con el suyo, o Aston Martin se embarcó en la construcción de una nueva sede que ha conseguido sacar de estas cuentas. Hay más ejemplos.

Al final del final poco a poco la Fórmula 1 se va a deslizar hacia una situación pareja a la de 2009: el espectáculo genera mucho dinero que acaba en el bolsillo de otros, y vuelta a empezar. Si en 2009 las reglas cambiaron en este sentido es fácil imaginar que esto acabará ocurriendo de nuevo, los límites operativos vuelvan a moverse, y se fijen reglas menos estrictas en lo tocante a gastos e inversiones para volver a gastar más, justo como ha sido siempre. Por una parte los límites presupuestarios corrigen diferencias, y por otro lado capan el desarrollo, crecimiento y acabarán estrangulándolo todo. Y a fin de cuentas, nadie debería negarlo, esto no se trata más que de un deporte encerrado dentro de un negocio. Si lo último no funciona, lo primero tampoco. 

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