¿48 horas de vida? Tras amenazar el lunes con dar un vuelco al orden establecido del fútbol europeo, el polémico proyecto de Superliga se ve arrinconado por la retirada de sus miembros ingleses, hasta el punto de temer nuevas deserciones el miércoles… y terminar en fracaso total.
Las claves: con los clubes ingleses fuera del proyecto, solo quedan tres equipos españoles y otros tantos italianos, dejando cojo un torneo al que ya habían dado la espalda alemanes y franceses, los otros grandes campeonatos del continente.
En un giro de los acontecimientos tan dramático como había sido su entrada en escena, esta competición privada imaginada por grandes clubes disidentes para suplantar a la Liga de Campeones, la histórica competición europea desde 1955, se vio despojada el martes de parte de su contenido. El motivo fue la retirada sucesiva de seis de sus doce clubes fundadores, todos ingleses: primero el Manchester City y luego Arsenal, Liverpool, Tottenham, Manchester United y finalmente el Chelsea.
«Hemos cometido un error y pedimos disculpas por ello», escribió el Arsenal en un comunicado, resumiendo en una frase lo que los aficionados, las instancias del fútbol y los gobiernos se habían esforzado en señalar durante los últimos dos días.
Estos clubes pensaron que podían convencer al mundo del fútbol ofreciendo más partidos de alto nivel y aspiraban a obtener ingresos colosales al conseguir un boleto permanente en una competición prácticamente inaccesible para el resto de equipos europeos, con 15 de los 20 miembros siempre clasificados.
En un comunicado hecho público de madrugada, la Superliga anunció su intención de «remodelar» el proyecto ante la deserción de los clubes ingleses, sin precisar cómo y reiterando que el «statu quo del fútbol europeo debe cambiar».
Todo ello después de que la propuesta fuera recibida con un clamor general en su contra, que finalmente dio sus frutos en Inglaterra.
Victoria del fútbol popular
«Espero que los otros clubes que participan en la Superliga europea sigan su ejemplo», escribió en Twitter el primer ministro británico, Boris Johnson, quien ya había prometido hacer todo lo posible para detener a los disidentes, «incluida la opción legislativa».
A la espera de lo que ocurra con este malogrado proyecto, este rocambolesco episodio coloca a partir de ahora al fútbol europeo ante las enormes disensiones existentes entre los clubes ricos sedientos de beneficios y la necesidad para el resto de mantener una forma de equidad e incertidumbre deportivas.
¿Serán castigados los disidentes por lanzar semejante desafío? ¿Se mantendrá la reforma de la Liga de Campeones de 2024, adoptada el lunes, pese a que no parecía satisfacerles lo suficiente, y ser criticada por ciertos aficionados por ser incomprensible?
La UEFA tendrá que abordar estas cuestiones, a pesar de que en los últimos años se ha relajado con los grandes.
En todo caso, esto parece una victoria del fútbol popular frente a los grandes propietarios y accionistas, simbolizada por ejemplo por los cientos de aficionados de clubes ingleses que se manifestaron el martes para mostrar su rechazo en los exteriores del estadio Stamford Bridge del Chelsea, en Londres, ya que no pudieron hacerlo en las gradas por la pandemia.
También es un triunfo, más relativo, para las instancias rectoras del fútbol, cuyas amenazas de represalias han terminado por disuadir a algunos clubes rebeldes, esas «serpientes, guiadas únicamente por la codicia», empleando las propias palabras del presidente de la UEFA, Aleksander Ceferin.
El esloveno no dudó en esgrimir la expulsión de estos clubes, y de sus jugadores, de todas las competiciones nacionales e internacionales, una amenaza compartida por Gianni Infantino, el presidente de la FIFA.
«No es deporte»
La Superliga, conducida por el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, parecía haber anticipado estas amenazas. El martes incluso logró una primera victoria judicial al obtener, por parte de un juzgado de lo mercantil de Madrid, una sentencia que podría congelar provisionalmente cualquier sanción en su contra.
Pero enfrente, el rechazo fue demasiado generalizado, a imagen de los comunicados de los grandes difusores anunciando que rechazaban participar en un proyecto que prometía jugosos contratos televisivos.
En la reunión prevista para el viernes del Comité Ejecutivo de la UEFA se puede plantear la exclusión de los clubes disidentes de la Liga de Campeones en curso, que son tres de los cuatro semifinalistas (Real Madrid, Chelsea y Manchester City), con la excepción del París SG.
En el bando de los opositores al proyecto, la respuesta se organizó a todos los niveles.
Los jugadores del Liverpool, uno de los clubes rebeldes, publicaron un comunicado para mostrar su rechazo al proyecto. Y Pep Guardiola, entrenador de otro de los equipos implicados, el Manchester City, fue incluso más virulento por la mañana: «No es deporte si el éxito está garantizado o si perder no tiene ninguna importancia».
«Toda propuesta sin el apoyo de la UEFA (…) no resuelve los problemas del fútbol», había advertido Nasser Al-Khelaifi, presidente del París SG, excluyendo su participación en el proyecto.
La solución no pasará quizás por una Superliga, pero el fútbol europeo debe ponerse manos a la obra ya desde este miércoles para hacer propuestas que ayuden a una industria futbolísitca muy afectada económicamente por la pandemia.
-Antoine Maignan y Jean Decotte / AFP-