Las causas institucionales del éxito del Real Madrid (y de otros grandes equipos europeos)
Tienen mucha razón quienes aseguran que el dinero no lo es todo en la vida. Ni siquiera lo es todo en economía, aunque tampoco menospreciemos su papel
«Colombia nunca tuvo la rica tradición balompédica de otras naciones sudamericanas», escribe David Deryder en Bleacher Report. «Carecía de medios para contratar a entrenadores internacionales y retener a sus mejores jugadores».
Todo cambió, sin embargo, cuando los hermanos Dávila compraron en 1979 el Unión Magdalena de Santa Marta. Los Dávila se dedicaban al tráfico de marihuana y se dieron cuenta de las enormes posibilidades que les brindaba el equipo para blanquear sus ingentes ganancias. Era una tapadera, como la fábrica de galletas que abren los protagonistas de Granujas de medio pelo para disimular el butrón que están practicando para asaltar un banco colindante. E igual que en la película de Woody Allen la tienda de galletas se revela un inesperado éxito, el Unión Magdalena pasó de una quiebra inminente a disputar el campeonato nacional.
El ejemplo de los Dávila cundió rápidamente entre otros narcos. El fútbol les servía para eludir al fisco y disparaba su popularidad. Pablo Escobar se compró no uno, sino dos clubes de Medellín: el modesto Independiente, del que siempre había sido seguidor, y el mucho más poderoso Atlético Nacional. En este último cifró sus grandes esperanzas deportivas.
El papel del dinero
Tienen razón quienes aseguran que el dinero no lo es todo en la vida (ni siquiera lo es en la economía, como veremos más adelante), pero tampoco menospreciemos su papel. Las vitrinas más pobladas de trofeos no se encuentran por casualidad en los estadios donde se gestionan los mayores presupuestos. A golpe de talonario, Escobar reunió a los mejores peloteros del país y los puso bajo la batuta de Francisco Pacho Maturana. Aquella plantilla de «puros criollos» haría historia en 1989, al conquistar la Copa Libertadores por primera vez en la historia de Colombia.
El empujón financiero de los narcos desbordó la competición de liga y alcanzó a la propia selección. «Liderado por [el defensa central] Andrés Escobar», recuerda Deryder, «el combinado dominó la fase clasificatoria para los mundiales [de 1994 en Estados Unidos]». Su victoria más resonante fue el 0-5 que endosó en el estadio Monumental de Buenos Aires a la mismísima albiceleste. «Lo que peor llevó la hinchada argentina de la derrota», rememoraría mucho después Julio Maldonado Maldini, «fue el baño de juego».
En uno de esos números especiales que los diarios elaboran en vísperas de los grandes eventos futbolísticos, el apartado dedicado a la selección de Maturana se titulaba: «¡Qué lindo es ser colombiano!» Todos esperaban que en Estados Unidos hiciera un gran papel. «Es mi favorita para ser la campeona», afirmó Pelé.
Plata o plomo
Existe una clara correlación entre los triunfos deportivos de un país y su nivel de riqueza. «El PIB es el mejor predictor del rendimiento en unas Olimpiadas», escribían en 2000 los investigadores de Cambridge Andrew Bernard y Meghan Busse. La situación no ha cambiado. En los recientes Juegos de Tokio, siete miembros del G8 figuraban entre los 10 primeros del medallero. Y el octavo, Canadá, quedó undécimo.
Si al tamaño de la economía se le suma una población abundante, las posibilidades de éxito se disparan. Tanto en las competiciones individuales como de equipo, las grandes dominadoras son naciones ricas y pobladas. La explicación es sencilla: donde hay cantidad, abunda la calidad. Lo único que hay que hacer es poner medios para localizarla y cultivarla, y es de justicia reconocer que en España lo hacemos razonablemente bien, especialmente en fútbol. Los ojeadores de los grandes clubes se patean cada fin de semana los campos donde se baten el cobre los futuros Messi y, en cuanto detectan uno, le dan todo tipo de facilidades para que desarrolle su potencial.
La captación y retención del talento es clave y depende mucho del capital disponible. Por eso la liga colombiana dio un salto espectacular gracias a los narcos.
Pero ya hemos dicho que el dinero no lo es todo. Para resultar efectiva, la acumulación de recursos debe ir acompañada de seguridad jurídica. El Real Madrid y el Barcelona, el Liverpool y el City manejan enormes presupuestos, pero también operan en entornos de reglas claras y predecibles. No se dan interferencias extrañas. La competición se rige por una feroz meritocracia.
En Colombia, por desgracia, no siempre era así. Muchos narcos razonaban: se trata de ganar, ¿no? Y recurrían a cualquier medio. La noche previa a la semifinal de la Copa Libertadores que enfrentó en Medellín al Atlético Nacional de Escobar con el Danubio de Montevideo, varios hombres con ametralladoras irrumpieron en el hotel del trío arbitral, le explicaron que «tenía que ganar» el conjunto local y, en compensación por las molestias, dejaron una bolsa de viaje. «Hay 50.000 dólares para cada uno».
Cuando se marcharon, el colegiado principal amagó con un arrebato de dignidad, pero uno de los que iban a actuar como linieres le advirtió: «Mirá, escúchame bien, Flaco. Vos hacés lo que quieras, pero si a los 10 minutos el equipo de aquí no gana 2-0, yo tiro el banderín a la mierda, me meto en la cancha y hago un gol de cabeza. ¿Me escuchaste? Tengo dos hijos que criar».
Los de Medellín se impusieron por 6-0.
Se va el campeón…
En Estados Unidos las cosas no pudieron empezar peor para la selección colombiana. Contra todo pronóstico, cayó en su debut ante la Rumanía de Gheorghe Hagi por 3-1. Una derrota en la fase preliminar no tiene por qué ser irremediable. En 2010 España perdió en Sudáfrica contra Suiza el partido inicial y luego acabó ganando el campeonato.
Además, los siguientes rivales de los cafeteros eran los estadounidenses, de los que los separaba un abismo. Deberían haber sido un mero trámite, pero cuando te patrocina un narco, los incentivos no se limitan a las habituales primas en metálico y el coche. En vísperas del encuentro, el seleccionador y su ayudante recibieron un aviso: como alinearan a determinado delantero, que en su opinión no había estado muy afortunado frente a Rumanía, que se atuvieran a las consecuencias. «Los señores de la droga», cuenta Deryder, «habían apostado fuertes cantidades por su victoria y los amenazaron con secuestrar a sus familiares».
Los futbolistas saltaron al terreno hechos un manojo de nervios. A los 13 minutos, un despeje desafortunado del líder Andrés Escobar se convirtió en gol en propia puerta. Earnie Stewart amplió la ventaja estadounidense en el 52 y el Tren Valencia apenas pudo acortar distancias en el descuento.
«Se va el campeón, se va el campeón, se va para Barranquilla», tituló rencoroso el diario Crónica de Buenos Aires. La tragedia en Colombia fue proporcional a las altísimas expectativas creadas. Si tras el 0-5 a Argentina la borrachera de alegría causó decenas de muertos en las calles de Bogotá, a la vuelta de Los Ángeles dos matones abordaron en el aparcamiento de un restaurante a Andrés Escobar para exigirle explicaciones por el autogol ante Estados Unidos. Estas no debieron de satisfacerles, se calentaron, alzaron la voz, dijeron usted no sabe con quién se está metiendo y le vaciaron el cargador de un revólver.