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Fútbol y lucro: la diferencia entre Rubiales y su equivalente de la NFL (que cobra 60 millones al año)

El escándalo de la Supercopa es un ejemplo de las turbulencias que provoca la intromisión de lo público en la gestión de un negocio totalmente profesionalizado

Fútbol y lucro: la diferencia entre Rubiales y su equivalente de la NFL (que cobra 60 millones al año)

Luis Rubiales y Roger Goodell.

Rubiales va a darle una vuelta a lo de su sueldo. Al parecer, le ha pedido a la Asamblea de la Real Federación Española de Fútbol (Rfef) que sea fijo, sin las polémicas variables por conseguir ingresos económicos como el propiciado por llevarse la Supercopa de paseo a Arabia Saudí, comisiones a Piqué mediante. Lo dijo el jueves, días antes de que el grito de «¡Corrupción en la Federación!» le aguara la foto con el Rey en la final de «su» (de ambos) competición estrella: la Copa. Escogió para tal manifestación pública de enmienda ‘El Programa de Ana Rosa’, a la que dijo que está observando «una contestación social» al respecto… pese que considera «algo muy normal» un salario variable «en función del éxito de la empresa». Y no le falta razón. Quizá el problema resida en el concepto de empresa.

El año pasado Rubiales cobró por su cargo de presidente de la Rfef un total de 634.518,19 euros brutos. De ellos, solo 160.000 correspondieron al salario fijo. O lo que es lo mismo, el variable ascendió a casi el 75% del total. Aparte, se lleva otros 250.000 como vicepresidente de la Uefa. ¿No resultan un tanto ridículos esos 160.000 euros al lado de lo que las variables muestran que produce el negocio al que se dedica el directivo en cuestión? Y del asunto de la Uefa habría que hablar con más detalle. De la cuestión de los sueldos en la alta dirección del fútbol ya hablamos hace unos meses. Antes o después tenía que explotar. Y lo que queda: recordemos que la batalla de la Superliga no ha terminado, por ejemplo. Pero la actualidad manda, con lo que conviene matizar profundizando en una de las causas del embrollo: el presidente de la Real Federación Española de Fútbol (Rfef), Luis Rubiales.

Subrayábamos en aquel panorama general el sensacional sueldo de Roger Goodell, comisionado (equivalente al CEO, primer ejecutivo: en este caso el presidente es prácticamente honorífico) de la NFL, la liga estadounidense de fútbol americano. The New York Times acababa de publicar que en los dos últimos años se había sacado unos 120 millones de euros. Por supuesto, los negocios de la NFL y la Rfef se parecen como el huevo que asemeja el balón de football a la castaña que podría ser un balón de fútbol (menos cuando lo tocan Messi o Modric). La Rfef ingresó 357 millones de euros en 2021. La NFL, casi 17.000 millones. Para orientarnos, redondeemos en que la facturación de nuestra modesta federación es el 2% de la del primo de Zumosol americano. ¿Debería cobrar Rubiales 1,2 millones al año, o sea, el 2% de lo que cobra Goodell?

Profundicemos en las diferencias entre la NFL y la Rfef. Merodeemos ahora por los vericuetos legales que apuntalan su esencia, digamos, ontológica (por ponernos un poco estupendos). La NFL se define como una trade association, una asociación comercial de empresas. En la práctica, funciona como un negocio de franquicias: básicamente, uno compra un equipo como quien compra uno de los restaurantes McDonald’s, adhiriéndose al estilo, la estética y las normas de la marca, e incluso fichando solo a los jugadores que le tocan según el muy restrictivo sistema de draft y agentes libres que organiza la empresa matriz. 

Un matiz interesante. Hasta 2015, la NFL se acogía al concepto de unincorporated nonprofit association de la sección 501(c)(6) del Código de Rentas Internas de la ley tributaria estatutaria federal de Estados Unidos, que favorece con una exención de impuestos federales a determinadas asociaciones sin ánimo de lucro. Pero ojo, los equipos-franquicias individuales sí pagaban impuestos porque dan beneficios. Y cómo: los Dallas Cowboys, por ejemplo, tuvo 260 millones de euros de ingresos de explotación en 2021, y su valoración, según Forbes, está en los 6.500 millones. En 2015, el comisionado Goodell, el del supersueldo, decidió renunciar al privilegio fiscal. Ante el ataque de nervios subsiguiente (a los estadounidenses les gusta pagar impuestos aún menos que a nosotros), Goodell escribió una carta a los dueños de los equipos. Les explicó que la exención era una «distracción» y que «cada dólar de ingreso por derechos de televisión, licencias, patrocinio, entradas y demás lo ganan los 32 clubes y son ellos los que pagan impuestos». Esto, continuaba, seguiría siendo así, «no habrá diferencia material en nuestro negocio», solo que la oficina de la liga, a cambio de «pagar 10 millones de dólares en impuestos», atención al matiz, «ya no tendrá que revelar los sueldos de sus ejecutivos». 

Hablando en plata: pagamos, nos dejamos de la monserga del ‘mens sana in corpore sano’ y os hago ganar cantidades indecentes de dinero. El año pasado, la NFL anunció la venta de derechos de retransmisión de sus partidos en Estados Unidos para los próximos 11 años. El precio: 100.000 millones de dólares, el doble de lo que sacaban hasta ahora. Los dueños de los clubes no le preguntaron a Goodell si Gerard Piqué le había ayudado a conseguir semejante dineral. El contribuyente estadounidense, tampoco. La NFL, por cierto, incluye en su temporada regular lo que denomina International Series, unos partidos oficiales que se disputan fuera de Estados Unidos. Empezó en Londres en 2007 y, desde 2016, también se disputan en Ciudad de México. El equipo al que le toca va donde haga falta.

Pasemos ahora al otro punto de comparación. «La Real Federación Española de Fútbol (RFEF), constituida el 29 de septiembre de 1909, es una entidad asociativa privada, si bien de utilidad pública», dice la Rfef en su web. Más adelante se especifica que «además de por sus propios Estatutos, Reglamentos, restante normativa interna e internacional, se rige por la normativa deportiva de ámbito estatal y específicamente por la Ley 10/1990, de 15 de octubre, del Deporte, el Real Decreto 1835/1991, de 20 de diciembre, sobre Federaciones Deportivas Españolas y Registro de Asociaciones Deportivas». Vamos al tal decreto y nos encontramos con que las «Federaciones deportivas españolas son Entidades asociativas privadas, sin ánimo de lucro y con personalidad jurídica y patrimonio propio e independiente del de sus asociados», y «son Entidades de utilidad pública, lo que conlleva el reconocimiento de los beneficios que el ordenamiento jurídico otorga con carácter general a tales Entidades». Sin ánimo de lucro y, a cambio, con beneficios. Un cariz más público-social y menos empresarial que el de la NFL antes de 2015. No digamos el de la posterior… 

El fútbol profesional tuvo un movimiento (lejanamente) parecido al de la NFL de Goodell en 2015 con la creación de LaLiga. Esta se define así a sí misma en su web: «La Liga Nacional de Fútbol Profesional es una Asociación deportiva de carácter privado» que está «integrada exclusiva y obligatoriamente por todas las sociedades anónimas deportivas y clubes de Primera y Segunda División, que participan en las competiciones futbolísticas oficiales de carácter profesional y ámbito estatal». En toda la prolija «Información institucional» que aporta en su web, no menciona en ningún momento el concepto «sin ánimo de lucro». Básicamente, en un (lúcido) momento de nuestro fútbol, las autoridades dejaron de fingir que fútbol es fútbol, como diría el gran Boskov, y separaron el inmenso negocio de los clubes profesionales de la práctica amateur. Lo primero lo dirigiría una institución profesionalizada, algo así como una patronal, o sea, lo que ahora es la LaLiga. Para lo demás quedaba la Rfef. Con algunas excepciones…

Nadie cede sus privilegios así como así. Menos el Estado. Y el fútbol profesional es, sencillamente, demasiado goloso. La Rfef se quedó con la selección nacional (podría tener su lógica, aunque habría que revisar el concepto) y la Copa del Rey, con el añadido de la (ahora tristemente famosa) Supercopa. Los clubes profesionales tienen que jugar una serie de partidos para la federación. Esta alega que ese dinero va al fútbol amateur y le permite a su hijo pequeño, por ejemplo, jugar federado en un campo de césped artificial. Sin embargo, aparte de que usted pagará también la cuota correspondiente y demás, los clubes profesionales pueden alegar que ellos ya pagan impuestos con los que se pueden construir campos y pagar a entrenadores para que juegue su hijo. ¿Por qué este impuesto especial? ¿Se imagina que el Estado les dijera a Wolksvagen, Ford, Seat y demás compañías automovilísticas que, de todos los coches que fabrican, los de color rojo se los deben dar a una entidad pública para que los venda y, con el dinero obtenido, construya carreteras? Coches normales, no tanques o similares específicos para cuestiones de interés nacional, sino exactamente los mismos, pero de un color determinado, solo para separar unos pocos y dedicarlos a arreglar baches, que de otra forma provocarían terribles accidentes entre los conductores de coches en general. 

Un argumento plausible, aunque demasiado evanescente en mi humilde opinión, lo aporta la tradición. La idea de la copa como competición paralela a la liga nació en Inglaterra. Son los inventores del fútbol: algo sabrán. Para empezar, en un país tan monárquico, no se la adjudican a monarca ni aristócrata alguno, costumbre cuando menos curiosa (si es verdad que Su Majestad, como todas las muy reservadas informaciones reales indican, es del Atleti, ¿no debería el protocolo promover la presencia de los colchoneros al menos en la final de su torneo?) El equivalente británico se denomina FA Cup, o sea, copa de la federación, directamente. El homólogo de LaLiga en el fútbol británico, la Premier League, también cede a sus equipos a la federación para que jueguen una competición histórica (antecedió a la liga) en la que pueden participar todos los equipos, también los amateurs, en un muy romántico batiburrillo. Podría objetarse que, a partir de cierta ronda, los ingresos son los bastante suculentos como para que la federación cediera el testigo. Además de que sería un lío, tampoco pasa nada con ceder toda la competición… siempre que se respete su espíritu. Aquí entra en juego, claro, el famoso ‘common sense’. 

El año pasado, la Premier League salió al paso de los rumores sobre la posibilidad de jugar alguno de sus partidos oficiales fuera del territorio nacional. Ni hablar. La imagen de marca no se toca. Partidos de pretemporada, los que hagan falta, pero cuando la cosa se pone seria, la tradición manda. En Gran Bretaña también tiene su Supercopa, allí denominada Community Shield, traducible como trofeo de la comunidad (se supone que la británica, no la saudí, por ejemplo) porque una parte del dinero recaudado se destina organizaciones de caridad del país. Se juega desde 1908. Jamás ha salido del Reino Unido. Desde 1974 se estableció el estadio de Wembley como sede de la final. En 2001, quizá como alarde de modernidad ante el nuevo siglo, se movió… a Cardiff, en Gales. Seis años después volvió a Wembley. Ahí sigue. ¿Se imaginan a Harry Kane conspirando para llevársela a algún otro sitio?

Cierto que en otras latitudes no son tan estrictos con la denominación de origen de sus productos. Los italianos, por ejemplo, se llevaron la final de su Supercopa de 1993 a Washington DC, después la de 2002 a Trípoli, la de 2003 a Nueva York, la de 2009 a Pekín… ¿Recuerdan quién dominaba el fútbol europeo en los 90, con mucha diferencia? ¿Qué es el Calcio ahora? 

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