Por qué las mismas virtudes que adornan a Juanma Moreno eran defectos en Rajoy
Lo que en el presidente de la Junta se considera serenidad y perfil moderado, en Rajoy constituía una desesperante pachorra y una falta de mordiente ideológica.
Muchos análisis han atribuido la victoria de Juanma Moreno en Andalucía al «perfil moderado y de gestión que en estos años se ha ido labrando», a su «serenidad» (¿Cuántos comentaristas lo han llamado «el hombre tranquilo»?), a su ignorancia del «ruido, la pelea en el barro, el discurso facilón de la víscera». Aquí, escribe la presidenta del PP en Sabadell, Cuca Santos, «se viene a hacer política seria, para adultos y no al postureo de instagramer y de la bronca a golpe de tuit».
Me imagino que el cadáver político de Mariano Rajoy estará revolviéndose en su tumba. ¿No le reprochaban a él lo mismo que hoy ensalzan en Moreno? Por lo que respecta al «perfil moderado y de gestión», Isabel Benjumea, la directora de la Red Floridablanca, un think tank liberal-conservador, reconocía en 2016 que Rajoy era un buen gestor, pero añadía a renglón seguido que «no podemos reducir la política [a gestión]» y que había «dejado de lado el rearme ideológico». Esperanza Aguirre tampoco se callaba y le recriminaba que, bajo su égida, FAES hubiera «rebajado considerablemente la mordiente de sus seminarios».
¿Y qué me dicen de la tranquilidad? Ahí Rajoy tenía para dar y tomar, pero, ay, entonces no era un valor al alza. Lo que en Moreno se considera serenidad, en él era una «desesperante pachorra», un motivo de caricatura. «Solo le faltó la hamaca», declaraba Felipe González a propósito de su intervención en un debate televisivo con Alfredo Pérez Rubalcaba. Y añadía: «Rajoy no debe de ser mala persona, ni para eso tiene temperamento».
¿Por qué ese doble rasero? Muy sencillo. Porque Rajoy se estaba desangrando en los sondeos mientras que Moreno gana.
La cuarta galleta
A los seres humanos nos horrorizan las incongruencias. No puede ser que alguien triunfe y sea un incompetente. Este sesgo cognitivo se llama efecto halo y es muy potente. «A nadie le gusta pensar que su éxito se debe al azar», explicaba el escritor Michael Lewis en un memorable discurso de graduación, e ilustraba su tesis con un revelador experimento. Cogieron una muestra de estudiantes, los repartieron de tres en tres y pidieron a cada grupo que debatiera sobre un tema de actualidad. Para encauzar la discusión, les instruyeron, uno debía actuar de líder y, antes de dejarlos solos, sortearon el cargo.
Los tuvieron luego un rato perorando y, al cabo de media hora, les interrumpieron para ofrecerles un plato con cuatro galletas. El número no era arbitrario. Sobraba una y se trataba de ver qué hacían con ella. «Con increíble consistencia», dice Lewis, «el sujeto que había sido designado arbitrariamente líder agarraba la cuarta galleta y se la comía». Se la comía, además, con delectación, «babeando». De la cuarta galleta no quedaban al final más que «unas migajas en la pechera» de alguien que «no había contraído ningún mérito ni tenía virtud especial alguna 30 minutos antes».
Sánchez contra Iglesias
Los ejemplos de efecto halo son múltiples en el mundo de los negocios. Cuando las acciones de la compañía suben, el presidente autoritario es un hombre con criterio y de ideas claras, mientras que el dialogante posee un talante abierto y participativo. Pero en cuanto el mercado se da la vuelta, aquel pasa a ser un ególatra que únicamente se escucha a sí mismo y este, un pusilánime que no sabe ni por dónde le da el aire.
En política tenemos el caso reciente de Pedro Sánchez. Antes de la moción de censura de 2018, había llevado al PSOE a los peores resultados de su historia, algo que se atribuía a la frecuencia con que se contradecía. «Cuando alguien se postula como posible presidente del Gobierno», le recriminaba el senador popular Porfirio Herrero, «lo mínimo que se le puede pedir es un poco de coherencia».
Pero por aquella misma época Pablo Iglesias daba un bandazo detrás de otro. Lo mismo se proclamaba comunista que socialdemócrata. O consideraba la Venezuela bolivariana una referencia fundamental, para expresar a continuación sus simpatías por Dinamarca. ¿Y qué decíamos de él? ¿Le pedíamos «un mínimo de coherencia»? En absoluto. Teorizábamos que era una mente maquiavélica, que estaba amalgamando el descontento en una gran plataforma y que, después de asegurarse a la izquierda radical, se disponía a fagocitar a la moderada.
¿Por qué ese doble rasero? Muy sencillo. Porque Sánchez se estaba desangrando en los sondeos mientras que Iglesias subía.
Círculo cerrado
La irrupción de Podemos puso en primera línea la importancia del relato. La batalla política consistía en imponer una visión, en enmarcar la realidad de modo que tú quedaras como el guapo y tu rival, como el feo; que tú encarnaras a la gente y el resto, a la casta; que tú fueras el demócrata y los demás, fascistas.
Pero no hay más que ver cómo les va a estos aprendices de Gramsci para comprobar que el método no es infalible.
Al final, los humanos debemos asumir que ejercemos un control limitado sobre los acontecimientos. Por motivos que escapan a nuestra capacidad de previsión, se suceden inevitablemente las expansiones y las contracciones, las rachas buenas y las malas, las épocas de vacas gordas y las de vacas flacas. Lleva siendo así por lo menos desde los tiempos de José y el Faraón. Una mañana te levantas convencido de que has dado con la solución del procés y resulta que ese ya no es el problema, sino «una neumonía de causa aún desconocida» que han detectado en la China profunda. Y cuando parece que la pandemia remite, Putin invade Ucrania.
En esos momentos de crisis, lo razonable sería formar una piña, pero en todos y cada uno de ellos nunca falta un demagogo que proclama: «Se veía venir». Y también: «Podemos cambiar las cosas». Y aunque lo uno y lo otro sean técnica y demostrablemente falsos, «la mentira», como dice Iglesias, «es ideológicamente más eficaz que la verdad, y además es más rentable», porque en tiempos de tribulación todos buscamos asideros y certezas. Así se inaugura un ciclo en el que la tranquilidad se transforma en desesperante pachorra y el populismo en nueva política.
Hoy hemos completado el círculo y, una vez acreditada la inanidad de los remedios providenciales, el público devuelve su mirada al candidato de perfil moderado. Está harto de peleas en el barro. Reclama gestión. La tranquilidad vuelve a ser serenidad.
A ver lo que dura.