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El cambio climático se combate con innovación, no con mensajes catastrofistas

Un mundo atemorizado no toma decisiones inteligentes, así que no es extraño que no haya conseguido hacer mella en el cambio climático

El cambio climático se combate con innovación, no con mensajes catastrofistas

Ilustración: Erich Gordon

A principios de este año, poco antes de que comenzaran a llover cohetes termobáricos sobre Ucrania, los expertos del Foro Económico Mundial declararon que «el fracaso de la acción climática» es el mayor peligro mundial de la próxima década. En vísperas de la guerra, John Kerry, enviado especial de Estados Unidos para el clima, se mostró preocupado por «las consecuencias de las emisiones masivas» de la invasión rusa y temía que el mundo se olvidara de los riesgos del cambio climático si estallaba la guerra. Entre el conflicto y otros muchos retos a los que se enfrenta ahora el mundo, como la inflación y la subida de los precios de los alimentos, la élite global tiene una obsesión malsana con el cambio climático.

Esta fijación ha tenido tres consecuencias importantes. En primer lugar, ha distraído al mundo occidental de las auténticas amenazas geopolíticas. La invasión de Rusia debería ser una llamada de alerta sobre el hecho de que la guerra sigue siendo un grave peligro que exige la atención de las naciones democráticas. Sin embargo, un mes después del comienzo de la guerra en Ucrania, António Guterres, secretario general de Naciones Unidas -cuyo principal objetivo es garantizar la paz mundial- dedicó toda su atención a la «catástrofe climática» y advirtió que la adicción a los combustibles fósiles traerá una «destrucción mutua asegurada». Sus palabras llegaron en un momento en el que las armas nucleares suponen el mayor riesgo de destrucción mutua asegurada desde hace medio siglo.

En segundo lugar, una estrategia determinada por los objetivos climáticos inmediatos socava la prosperidad futura. El mundo está desembolsando ahora mismo más de medio billón de dólares anuales en fondos privados y públicos para políticas climáticas, mientras que el gasto de los gobiernos de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico en innovación, sobre la que se basa el crecimiento en áreas como la sanidad, el espacio, la defensa, la agricultura y la ciencia, ha ido disminuyendo en el porcentaje del producto interior bruto en las últimas décadas.

El rendimiento educativo en los países desarrollados está estancado o en declive, y el crecimiento de la renta real de los países de la OCDE casi se ha detenido en lo que va de siglo. Por el contrario, en China, donde el gasto que tiene que ver con la innovación ha aumentado un 50% con respecto al 2000 y la educación está mejorando rápidamente, los ingresos medios se han quintuplicado desde el comienzo del siglo XXI.

Tercera consecuencia: en los países más pobres del mundo, la estrategia de la comunidad internacional sobre la instalación de paneles solares coexiste con una lamentable escasez de inversión en soluciones a los enormes problemas existentes. Enfermedades infecciosas como la tuberculosis y la malaria matan a millones de personas; la malnutrición afecta a casi mil millones de personas; más de tres mil millones no tienen acceso a fuentes de energía fiables.

Estos problemas y otros que castigan al mundo en desarrollo tienen solución, pero obtienen mucha menos financiación de los países ricos que el cambio climático. Dar a los países en desarrollo un acceso asequible a fuentes de energía fiables y constantes -algo que a menudo requiere combustibles fósiles- es la clave para sacar a la mayor parte del mundo de la pobreza. Sin embargo, ya antes de la invasión de Ucrania, el mundo desarrollado estaba apresurándose a encarecer la energía de los combustibles fósiles y hacerla menos accesible para los más pobres.

«Para hacer frente a sus problemas energéticos, Europa debe adoptar el fracking y ayudar al resto a acceder al petróleo y el gas que necesita»

¿En qué se basa esta obsesión climática? En la idea irresponsable y falsa de que el calentamiento global plantea un peligro existencial inmediato para el mundo. El cambio climático es real y está causado por el hombre; no hay duda de ello. Pero los mejores cálculos económicos empleados por los gobiernos de Obama y Biden, así como los creados por el único economista especializado en el clima que ha ganado el Premio Nobel de Economía, muestran que la repercusión total del cambio climático absoluto -no solo en la economía, sino en general- equivaldría a menos de un 4% de impacto anual en el PIB mundial de aquí a finales de siglo.

La ONU estima que en 2100 la gente será, por término medio, un 450% más rica que hoy. Si el cambio climático no se detiene, «solo» será un 434% más rica. Un desenlace en absoluto catastrófico.

Un mundo atemorizado no toma decisiones inteligentes, así que no es extraño que no haya conseguido hacer mella en el cambio climático. El año pasado se registraron las mayores emisiones de CO2 de la historia a escala global, a pesar de los 5 billones de dólares gastados en políticas climáticas en la última década. La ONU reconoció en 2019 que no ha habido «ningún cambio real en la trayectoria de las emisiones globales en ese periodo de tiempo» a pesar del acuerdo global de París.

La Unión Europea ha intentado cambiar a las energías renovables, pero sigue obteniendo más del 70% de su energía de los combustibles fósiles. Gran parte del resto se genera quemando astillas de madera de árboles talados en América y transportados en barcos movidos por gasoil. La energía solar y la eólica solo producen el 3% de la energía de la UE, y la tecnología no es muy fiable, ya que con frecuencia requiere el apoyo del gas cuando el sol no brilla o el viento no sopla. La negativa europea a utilizar el gas de esquisto -que puede encontrarse en todo el continente, pero sigue sin explotarse- la ha dejado a merced del gas ruso. La actual crisis energética demuestra lo peligroso que es esto.

Muchos políticos bienintencionados de todo el mundo han propuesto fórmulas para lograr emisiones netas cero en las próximas décadas. Según McKinsey, esas políticas costarán 9,2 billones de dólares cada año hasta que se alcance el cero neto, en teoría en 2050. Eso equivale a la mitad de la recaudación fiscal mundial. Es muy poco probable que las economías emergentes como India o África, cuyas emisiones se dispararán a medida que crezcan su población y su economía, apliquen políticas tan terriblemente costosas. También hay muchas posibilidades de que el cero neto fracase en el mundo desarrollado, porque sus elevados costes deteriorarán la prosperidad y, por tanto, el respaldo político.

Según el estudio de McKinsey, alcanzar el nivel cero costaría a cada familia estadounidense 19.300 dólares al año. Para responder con eficacia al cambio climático, el mundo debe gastar más en innovación energética verde y desarrollar energías renovables fiables y rentables. Para hacer frente a sus problemas energéticos inmediatos, Europa debe adoptar el fracking -a pesar de la propaganda financiada por Rusia que lo desacredita- y ayudar al resto del mundo a acceder al petróleo y el gas que necesita. Hoy hay muchas amenazas globales graves, pero la mayoría no recibirán la atención que merecen hasta que los políticos abandonen sus exageraciones sobre el cambio climático y lo traten como lo que realmente es: uno de los muchos problemas que hay que resolver en el siglo XXI.

Bjorn Lomborg es presidente del Consenso de Copenhague y profesor visitante de la Institución Hoover de la Universidad de Stanford. Su último libro es ‘Falsa alarma: por qué el pánico ante el cambio climático no salvará el planeta

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