La cerveza de Troya planea sobre el Mundial de Catar
El emirato, que se ha gastado 220.000 millones de euros en una colosal maniobra de ‘soft power’, gestiona como puede el factor cultural clave del alcohol
¿Un Mundial en invierno? Insólito, pero bueno… Qué se le va a hacer, los petrodólares mandan. ¿Un Mundial sin cerveza? ¡Hasta ahí podíamos llegar! Pie en pared. Para muchos aficionados, el fútbol sin cerveza es como un día de playa sin sol, como el sexo sin amor, como… Lo que se le ocurra. Sin embargo, el islam, omnipresente en la legislación de los países árabes, prohíbe el alcohol, y el Mundial está a punto de disputarse en Catar. En esta ocasión, parece que ha ganado el fútbol y su idiosincrasia. Con peros importantes.
Por motivos obvios, la prensa británica ha estado en la vanguardia del tira y afloja en el que se ha desarrollado este tema. A principios de mes, la BBC titulaba, triunfante pero con matices: «Catar World Cup 2022: se servirá alcohol ‘en áreas seleccionadas’ de los estadios». El ente público inglés resaltaba que «el evento de la FIFA se celebrará por primera vez en un país musulmán de Oriente Medio y el consumo de alcohol está prohibido en el islam». También daba cuenta de la confirmación de que habrá «una zona de aficionados con capacidad para 40.000 personas en la capital, Doha [en concreto, en el parque Al Bidda de Doha], donde también se podrá comprar bebida».
Claudicación cervecera
La razón última (y primera) de esta claudicación cervecera la daba Nasser Al Khater, el CEO del Mundial, sin mayor disimulo: «Queremos que la gente venga y viva experiencias que nunca olvidará». La primera parte de la frase resulta más elocuente (tras la conjunción copulativa acecha el marketing inevitable), y puede expandirse según vayan las reservas de vuelos y hoteles: «Estamos ultimando nuestra estrategia en materia de alcohol», deja caer Al Khater. En cualquier caso, la BBC (más en concreto su experto en fútbol internacional Shamoon Hafez, cuyo principal reclamo en Linkedin es su nominación a los Asian Media Awards Sports Journalist of the Year de 2018), apoya el esfuerzo recordando que «es la primera vez que el Comité Supremo para el Legado y la Entrega [sic] anuncia públicamente sus planes de permitir a los aficionados beber dentro del perímetro del estadio», y que «se trata de una importante relajación de las normas del torneo, ya que Qatar, al igual que otros países de Oriente Medio, tiene estrictos controles sobre el alcohol y es ilegal consumirlo en público». No ha debido de ser fácil para ellos, seamos justos.
Los detalles de dichos planes son, de momento, bastante restrictivos: quienes dispongan de la correspondiente entrada para un partido podrán beber cerveza dentro del perímetro del estadio solo antes del inicio y después del pitido final. Ya dentro del estadio, sólo se venderá cerveza sin alcohol y refrescos. También se pueden comprar bebidas alcohólicas en los bares y restaurantes de los hoteles con licencia y la fan zone… después de las 18:30 horas. Las colas, imaginamos, serán notables. Y no tiene pinta de que vayan a abundar los camareros: el comité organizador espera la visita de 1,3 millones de sedientos fans, el equivalente a la mitad de la población de Catar…
Pero lo peor será el impacto en los bolsillos. El Daily Mirror, tabloide de referencia de hooligans y derivados (no es la BBC, por ejemplo, para entendernos), titulaba la semana pasada: «El horror de la cerveza de la Copa del Mundo de Inglaterra: cervezas a 10 libras (12 euros), sidra a 17 libras (19,05 euros) y no hay barras en la zona de aficionados hasta las seis de la tarde». Hay rumores consoladores sobre precios más asequibles en la fan zone, alrededor de las seis libras, pero solo se servirá la estadounidense Budweiser, patrocinadora oficial del Mundial. El horror…
Por último, la posibilidad de llevar provisiones de casa parece totalmente descartable. Mark Ogden, de Espn, dice que preguntaron al director de seguridad del Comité Supremo y la respuesta fue «un firme ‘no’».
Las autoridades cataríes van a tener que hilar fino. Tras la Segunda Guerra Mundial y la bomba atómica sobre Hiroshima (con excepciones aparatosas como la de Putin), la geoestrategia se juega, sobre todo, en campos más sutiles que el de batalla. La economía, por supuesto, sigue siendo la clave, pero a su alrededor y por debajo cada vez adquiere mayor importancia la llamada diplomacia cultural, el soft power tan de moda desde que lo acuñara Joseph Nye desde su púlpito de la Universidad de Harvard. En su libro Soft Power: The Means to Success in World Politics, de 2004, explica que «el poder blando reside en la capacidad de atraer y persuadir. Mientras que el poder duro –la capacidad de coerción– surge del poderío militar o económico de un país, el blando surge del atractivo de su cultura, ideales políticos y políticas». El ejemplo más claro se lo regaló la administración Bush, con su error neocon de pretender convertir países como Irak en democracias liberales a base de bombas.
La cerveza entra mejor que las bombas
Catar ha invertido mucho dinero en la variante futbolera del soft power. Aparte de otras inversiones, como la del PSG de Mbappé (Catar arrebatando la gloria francesa de las garras de Florentino…), solo en el Mundial se han gastado la friolera de 220.000 millones de dólares (la misma cantidad en euros), según Front Office Sports, que sostiene que, a cambio, espera «un impulso económico de 20.000 millones de dólares por la celebración del torneo futbolístico más prestigioso del mundo». No salen las cuentas… a menos que estén pensando en otro tipo de beneficio.
De acuerdo que les sobra el dinero como para hacer este tipo de cosas a lo grande. El problema es que no lo están haciendo bien. En el libro Entering the Global Arena, los profesores Jonathan Grix, Paul Michael Brannagan y Donna Lee dedican todo un capítulo al asunto: Qatar’s Global Sports Strategy: Soft Power and the 2022 World Cup. Según ellos, «el uso del deporte por Catar busca servir a objetivos específicos de estados emergentes y pequeños, una parte clave de los cuales se centra en el deseo de mostrar el país al mundo y, al hacerlo, ejercer un poder blando en la escena global». Sin embargo, avisan, este manejo del deporte por los cataríes, «ha sido significativamente contraproducente, lo que ha dado lugar a severas críticas internacionales sobre las políticas sociales y la legislación del país». Incluso consideran que tal fracaso «ha provocado la caída del ex presidente de la FIFA, Joseph Sepp Blatter, tras 17 años al frente del organismo rector del fútbol mundial».
El PSG no cae bien. No han estados finos ahí. Y empaquetarnos el Mundial entre los puentes de noviembre y las Navidades es toda una demostración de fuerza, pero tampoco les va a ayudar a ganarse nuestro cariño. Lo de la cerveza ya hubiera sido demasiado.
Con el soft power hay que ser más sutil. Quizá deberían haber aprendido de la experiencia de una época (aún) más complicada. Podrían leer, por ejemplo, La CIA y la guerra fría cultural, un libro de Frances Stonor Saunders que se puso muy de moda la década pasada.
Pese a todo, los petrogarcas (neologismo que ya está tardando, por cierto, aunque oleogarca quizá tenga más gancho) no se dan por vencidos. El mes pasado, en plena ola de calor saltó la noticia de que Arabia Saudí también quiere organizar su Mundial. En su caso, se ha buscado de carabinas a Egipto y Grecia. Veremos.
Mientras los árabes se infiltran en las democracias liberales a través de un fútbol inflado a petrodólares, tradiciones como la cerveza futbolera podrían empezar a calar en su cultura. Y no despreciemos la capacidad disolvente de una caña bien tirada…