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Economía

«Los españoles y los alemanes nos estamos quedando solos en el discurso antinuclear»

«Reducir a cero las emisiones en 2050», dice Manuel Fernández Ordóñez, «no es realista incluso contando con el parque nuclear, pero eliminándolo es imposible»

«Los españoles y los alemanes nos estamos quedando solos en el discurso antinuclear»

Manuel Fernández Ordóñez posa en la azotea del hotel Hyatt Gran Vía de Madrid. | Carmen Suárez

«Hace unos años», cuenta Manuel Fernández Ordóñez (Pola de Siero, Asturias, 1977) en Nucleares, sí, por favor, «cuando la localidad española de Villar de las Cañas se ofreció voluntaria para albergar el ATC [el Almacén Temporal Central de residuos], tuvieron lugar numerosas manifestaciones [de protesta]». En una de ellas, una mujer de mediana edad sostenía con una mano una pancarta en la que se podía leer: «Quiero morir a los 80 de un orgasmo y no a los 60 de cáncer».

Lo llamativo es que en su mano libre humeaba un cigarrillo.

Es decir, la mujer protestaba con una mano contra un tipo de instalación que no ha ocasionado ni una sola víctima en toda la historia y, con la otra, sostenía un producto cuyo consumo mata cada año a más de ocho millones de personas.

«La aversión a la energía nuclear es profundamente irracional», me explica Fernández Ordóñez en la azotea del Hyatt Gran Vía. Este físico nuclear y directivo de la ingeniería Tecnatom no reparó en ello hasta bastante después de terminar la carrera. En la universidad vivía rodeado de científicos «con escasa inquietud por la política energética o sus implicaciones sociales». Fue al comenzar a hacer divulgación, hacia 2003, cuando se encontró con «una oposición que hacía mucho ruido, muy beligerante, con posiciones muy agresivas».

¿De dónde sale este odio?

«La energía nuclear», escribe en su libro, «nació para la guerra». Lleva en su ADN «el pecado original» de Hiroshima. Podría argumentarse que el carbón y el petróleo también habían contribuido a librar sangrientas batallas, «pero estos recursos naturales tuvieron la suerte de haber servido antes a la sociedad como fuente de bienestar». La energía nuclear se estrenó, por el contrario, con un gigantesco hongo atómico.

Y una vez instalado el miedo, es muy difícil erradicarlo con argumentos técnicos.

«Por ejemplo», me dice, «las consecuencias de un accidente de aviación son muy graves, porque cuestan la vida a 200 o 300 personas, pero la probabilidad de que suceda es muy pequeña. El riesgo es, por tanto, bajo, pero al ciudadano de la calle no le importan los conceptos matemáticos. Le importa su percepción». Por eso «circulamos por la M30 a 90 por hora mientras mandamos mensajes por WhatsApp» y, por el contrario, consideramos extraordinariamente peligrosa una tecnología que asociamos a Hiroshima

Aunque los números sean concluyentes.

Como explica Fernández Ordóñez, a lo largo de su historia y sumando todo, desde los accidentes en las minas de uranio hasta el accidente de Chernóbil, pasando por los evacuados de Fukushima, que no fallecieron de radiactividad, sino de causas vinculadas a la inadaptación (alcoholismo, depresión, suicidio); sumando todo, resulta que por cada 100 teravatios hora de electricidad producida, la nuclear causa tres muertes prematuras, la eólica cuatro, el gas 282, la biomasa 463 y el carbón 3.272.

PREGUNTA.- Es más probable morir en un accidente de ascensor o bajando por las escaleras…

RESPUESTA.- O atragantándose.

P.- Tampoco es malo para la salud vivir en la vecindad de una planta nuclear.

R.- Esa fue una de las banderas de los ecologistas en los años 60 y 70, pero un estudio epidemiológico elaborado por el Consejo de Seguridad Nuclear y el Instituto de Salud Carlos III no apreció ningún «patrón de incremento de la mortalidad».

«El Gobierno sueco ha presentado en el Parlamento un proyecto para levantar más centrales, Francia va a ampliar su parque, China planea construir 150 reactores nuevos y Estados Unidos 300»

P.- ¿Y no existe el riesgo de que se aprovechen para producir la materia prima de una bomba atómica?

R.- Ni se usan ni se han usado para eso. No hace falta. La prueba es que la gran mayoría de los países con energía nuclear en sus sistemas eléctricos carecen de arsenales atómicos y, por el contrario, otros los han desarrollado sin tener centrales, como Corea del Norte o Israel.

P.- En su libro explica que la huella medioambiental de la energía nuclear es inferior a la de otras fuentes.

R.- Es una cuestión de densidad. Una tableta de uranio del tamaño de un dado de parchís basta para generar la energía que usted y yo consumimos durante cuatro años. Eso significa que con 20 pastillas, que caben en el vaso de un chupito, tenemos para toda la vida. Piense ahora en la madera que haría falta para obtener un rendimiento similar. Fue lo que la humanidad hizo durante siglos. En la Edad Media una ciudad necesitaba una superficie arbolada unas 40 veces mayor para satisfacer sus necesidades. Y a mediados del siglo XIX, Inglaterra había acabado con el 95% de sus bosques. Si ahora tuviéramos que suministrar la energía de Madrid quemando madera, habría que talar cada año todos los bosques de la comunidad, y aun así no llegaríamos. Eso mismo se consigue con una instalación nuclear que ocupa el espacio de un polígono industrial mediano.

P.- Ahí aventaja claramente a la solar y la eólica.

R.- Un parque fotovoltaico requiere 15 veces más espacio que una central nuclear y uno eólico, casi 100 veces más. Al final, lo que la fisión permite es reducir el impacto en los ecosistemas, porque los libera para otros usos.

P.- ¿Y qué fuente emite más CO2?

R.- En el libro manejo dos estudios. El primero es del IPCC, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Está muy bien hecho, porque tiene en cuenta el ciclo completo, es decir, no podemos calcular las emisiones de una planta nuclear únicamente desde el momento en que se pone en marcha, hay que tener en cuenta el gas generado durante la extracción del uranio, la construcción… Y lo mismo ocurre con las demás fuentes. Un panel solar no emite nada una vez instalado, pero para fabricarlo hay que sacar el silicio de la mina, etcétera. Así que considerando el ciclo completo, el IPCC concluyó que la energía nuclear emite 12 gramos de CO2 por cada kilovatio hora (kWh) de electricidad, un gramo más que la eólica. Por su parte, la hidráulica emite 24 gramos, la solar fotovoltaica 41, la biomasa 230, el gas 490 y el carbón 820.

«La aversión a la energía nuclear es profundamente irracional»

P.- El segundo estudio es más reciente.

R.- Lo llevó a cabo la Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas (Unece) y dio cinco gramos de CO2 por kWh para la energía nuclear y entre 10 y 12 para la fotovoltaica… Pero el auténtico debate no es, de todos modos, los cinco gramos de la nuclear contra los 10 de la fotovoltaica. La comparación relevante son los cinco gramos de la nuclear contra los 430 del gas o los 850 del carbón.

P.- Y si ahora nos pusiéramos todos a construir plantas nucleares, ¿no correríamos el riesgo de que el uranio se agotara?

R.- Los recursos naturales, y no me refiero solo al uranio, pueden ser finitos en el sentido físico, pero no en el económico, porque, cuando escasean, el ser humano desarrolla tecnología para buscar más, para reciclarlo o para sustituirlo. Desde ese punto de vista, nunca habíamos dispuesto de tanto uranio. Gracias a la inversión en exploración, tenemos para 110 o 115 años, cuando hace dos décadas había reservas para 70. Además, estamos usando únicamente el uranio-235, que es una parte mínima del uranio que hay en la naturaleza, apenas un 0,7%. El 99,3% restante es uranio-238, que no se utiliza en los reactores que hay en España, pero que alimenta los llamados reactores rápidos. Hay decenas, y alguno [como el BOR-60 ruso] lleva décadas funcionando… Tenemos uranio para miles de años.

P.- ¿Y qué hacemos con los residuos? ¿Hay sitio suficiente donde verterlos?

R.- Los ecologistas llevan años fabricando coartadas. Dicen que las centrales pueden sufrir ataques terroristas, pero los únicos que las han atacado han sido ellos. Dicen que no hay uranio, pero porque no dejan que se extraiga. Y dicen que no hay sitio para los residuos, pero porque boicotean cualquier instalación de almacenamiento.

«Por cada 100 teravatios hora de electricidad producida, la nuclear causa tres muertes prematuras, la eólica cuatro, el gas 282, la biomasa 463 y el carbón 3.272»

P.- Es que son peligrosas…

R.- Sin duda y sobre esto no caben medias tintas. Pero lo maravilloso del ser humano es su habilidad para hacer que lo peligroso deje de serlo. Cuando viajas en un avión, vas sentado en una especie de supositorio gigante que tiene más de 10.000 piezas ensambladas, que vuela a 10.000 metros de altura y que se desplaza a 1.000 kilómetros por hora. Pocas cosas son más peligrosas que eso, pero gracias a la tecnología se ha convertido en el medio de transporte más seguro. Lo mismo ocurre con los residuos. Nunca ha habido ningún accidente derivado de su gestión, ni se ha causado daño alguno a nadie.

P.- ¿Y hay sitio suficiente? Si multiplicamos el parque de centrales, se multiplicarán también los residuos.

R.- Volvemos de nuevo al concepto de densidad energética que mencionaba antes. Toda la electricidad que una persona consume a lo largo de su vida cabe en el vaso de un chupito…

P.- Pero en el planeta somos 8.000 millones y esos son muchos chupitos.

R.- Los residuos generados por las centrales nucleares españolas desde que empezaron a funcionar en los años 60 caben en un campo de fútbol. No es mucho, ¿verdad? Pues podría reducirse con un mero cambio legal. Porque lo que aquí se considera un desecho, en Francia lo reciclan y es un recurso. Y al volver a usarse, su volumen se reduce aún más.

«Los ecologistas llevan años fabricando coartadas. Dicen que no hay sitio para los residuos, pero porque boicotean cualquier instalación de almacenamiento»

P.- Todo es muy bonito, pero no hay muchos presidentes de eléctricas dispuestos a poner en marcha una planta nuclear. Dicen que la inversión es elevadísima y su recuperación está sujeta a demasiada incertidumbre.

R.- En España, así es. Pero el Gobierno sueco ha presentado en el Parlamento un proyecto para levantar más centrales, Francia va a ampliar su parque, China planea construir 150 reactores nuevos y Estados Unidos 300.

P.- A los finlandeses les ha llevado 16 años culminar la central de Olkiluoto. Es un plazo ruinoso.

R.- Es correcto. Las centrales nucleares son caras en Europa porque se tarda mucho en levantarlas y eso dispara los costes financieros.

P.- ¿Y por qué se tarda tanto?

R.- Mucha gente lo atribuye a la regulación, que es muy exigente, pero no es verdad. El problema es que se ha perdido la cadena de suministro. En España, las personas que construyeron las últimas nucleares están jubiladas y, cuando una nueva generación se pone a ello, es inevitable que haya errores y parones. Hemos perdido a los proveedores, hemos perdido a los soldadores, hemos perdido parte de la ingeniería, hemos perdido la experiencia de licenciar y de preparar la documentación para que el regulador la autorice rápidamente… Todo son retrasos que se acumulan y encarecen el proyecto. Te sale el kilovatio por 12.000 o 15.000 dólares, cuando en China no pasa de 3.000 dólares. El problema no es de la tecnología nuclear. El problema es que falta voluntad política, falta regulación, falta cadena de suministro. Otros países lo han logrado y nosotros nos estamos quedando solos en nuestro discurso antinuclear.

P.- ¿A quién se refiere cuando dice «nosotros»?

R.- A España y Alemania.

«Cerrar las centrales españolas encarece el precio de la luz, aumenta las emisiones de CO2, desequilibra la balanza de pagos, destruye empleo… Todo son inconvenientes»

P.- ¿Es posible cumplir los objetivos de descarbonización de la Unión Europea sin recurrir a la energía nuclear?

R.- Reducir a cero las emisiones en 2050 es poco realista incluso contando con el parque nuclear, pero eliminándolo es imposible. La energía nuclear produce el 50% de la electricidad libre de emisiones de la UE… Sinceramente, no creo que nadie haya hecho los números. Para 2050 faltan 10.000 días, así que habría reducir el consumo de combustibles fósiles en 1,6 teravatios hora cada día. Eso equivale a instalar 1,5 millones de paneles de 300 vatios cada día. ¡Cada día! Europa tiene ahora mismo 150 gigavatios de capacidad solar y ha tardado 11 años en alcanzarla. Ahora tendría que hacer el triple, pero no en 11 años, sino cada año. ¿Y dónde vamos a instalar 1,5 millones de paneles cada día? ¿Y quién los va a fabricar? Es cierto que no se va a hacer solo con solar, será un híbrido de varias tecnologías, pero así y todo…

P.- En España, el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) prevé como fuente de respaldo el gas. ¿No es una locura después de lo que ha pasado con Rusia?

R.- El PNIEC debe revisarse en marzo y confío en que el Gobierno reevalúe los niveles de inversión en las diferentes tecnologías.

P.- En el libro sostiene que la única energía capaz de sustituir a los combustibles fósiles es la nuclear. En Francia, entre 1978 y 1988, el gas desplomó su peso en el mix de generación del 56% al 9,5%. ¿Ve a este Gobierno capaz de hacer algo parecido?

R.- No, porque es profundamente antinuclear. El PSOE llevaba en su programa electoral el cierre de las centrales y, efectivamente, nada más ganar las elecciones se sentó con las eléctricas y acordó un calendario. Pero la situación ha cambiado con la invasión de Rusia y ayer mismo [por el lunes], Francesco Starace, el consejero delegado de Enel, insistió en reconsiderar la prolongación de la vida útil de las nucleares. No puedo estar más de acuerdo. Primero, porque las necesitamos. Segundo, porque es un desperdicio económico. Y tercero, porque cerrarlas encarece el precio de la luz, aumenta las emisiones de CO2 y las tasas que pagamos por ellas, desequilibra la balanza de pagos, destruye empleo… Todo son inconvenientes.

P.- ¿Y qué cree que va a hacer este Gobierno?

R.- No lo veo autorizando la construcción de nuevas plantas, pero sí prorrogando la vida de las que ya están en funcionamiento.

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