Sánchez con la fotografía y Feijóo ante la radiografía
Las grandes cifras del cuadro macro han dado un respiro al Gobierno, pero la crisis está soterrada y puede convertirse en un campo minado para la economía española
Los economistas liberales afines a las tesis del Partido Popular han escuchado recientemente de boca del propio Alberto Núñez Feijóo los retos que se plantea la formación conservadora en su pretensión por asumir el control del aparato del Estado a partir de las próximas elecciones generales de diciembre. En sesiones privadas de debate, el presidente de los populares sintetiza sus reflexiones sin remilgos y afirma que su candidatura necesita inicialmente ideas para llegar a Moncloa y luego ideas para gobernar España. Las primeras están a la orden del día del más directo enfrentamiento político con el Gobierno. Las segundas, se supone que haberlas haylas, pero mejor que nadie se entere antes de que la ocasión exija ponerlas en práctica.
El actual equipo dirigente de Génova considera que levantar las alfombras como hizo Mariano Rajoy al día siguiente de tomar el poder a finales de 2011 resultaría muy poco edificante a la luz de la sufrida experiencia. Doce años después, la crisis actual está más soterrada que en la etapa de Zapatero por lo que la acción política presenta muchos mayores riesgos y contraindicaciones. Además, la polarización y fragmentación parlamentaria desaconseja en estos tiempos entrar como elefante en cacharrería con una estrategia de reformas y ajustes más propias del antiguo régimen y que no tardarían en volcar contra el PP todo el resentimiento social enquistado tras cuatro largos años de impostado gobierno de coalición.
Con su desbocado manual de resistencia por montera Pedro Sánchez está jugando al límite aprovechando, todo hay que decirlo, la complacencia que Bruselas nunca otorgó a su precursor socialista en tareas de gobierno. Quizá también porque los pecados comunes y acumulados en el patio de vecinos no permiten que nadie, de momento, pueda tirar la primera piedra. Pero a poco que Alemania relativice el desastre de su dependencia energética y Francia supere las pulsiones reformistas de Macron, lo más lógico será buscar dentro de la eurozona un nuevo chivo expiatorio con el que purgar los achaques estructurales que han carcomido la unidad de destino e influencia de la Unión Europea en el concierto internacional.
El riesgo de proyectar una imagen catastrofista
La España presidida por José María Aznar se decantó abierta y descaradamente a favor de la carta Atlántica en una apuesta que no fue motivada por capricho, sino más bien porque dentro del Partido Popular siempre ha existido lo que podría denominarse como un subyacente escepticismo comunitario. Las tornas no han cambiado mucho en las actuales circunstancias de una Comisión Europea en manifiesta complicidad con el ideario propagandístico que emana de Moncloa y que obedece a ese exceso de tacticismo donde abreva el instinto político de supervivencia dentro de un Viejo Continente en clara fase de obsolescencia. Los dirigentes comunitarios llevan demasiado tiempo mirando por el retrovisor y eso es algo que favorece el empeño de Sánchez de buscar su futuro removiendo el pasado.
A Feijóo lo que ocupa y preocupa es el presente más inmediato de una situación económica que se le ha vuelto en contra a medida que las grandes variables han ido soltando el enorme lastre de la recesión provocada por la pandemia. La satisfactoria comparación con el peor escenario reciente, más les vale, ha desatado la euforia de los complacientes y el parangón con la crisis de la pasada década se ha ido desvaneciendo en el imaginario colectivo del país. Pero una cosa es la fotografía, incluido el programa de photoshop descargado por el Gobierno, y otra la radiografía de contraste que obligará a pasar por la sala de rayos X al futuro ganador de las elecciones legislativas.
El presidente del PP tiene una tarea peliaguda porque ahora corre el riesgo de proyectar una imagen catastrofista ante una opinión pública que está siendo narcotizada a golpe de talonario y renovada estadística en verso. Cada cual cuenta la feria como le va en ella y Sánchez no tiene impedimento moral ni freno presupuestario para repartir invitaciones por doquier a ese banquete que antecede a cualquier proceso electoral. En toda esta verbena, el jefe de la oposición es un mero convidado de piedra obligado a seguir al pie del cañón, pero tiene que andarse con pies de plomo si no quiere incurrir en un populismo de escaso alcance que hipotecaría toda su acción política al frente de un futuro Gobierno.
Peligroso seguidismo con la ley de vivienda
Feijóo, al decir de sus exégetas, ha comprado el discurso duro que defienden los más contumaces críticos de la actual política económica. Una decisión que supone toda una cura de salud porque los grandes triunfos que saca el jefe del Ejecutivo de su caja de juegos mágicos sólo sirven para testimoniar el más sentido homenaje a aquel sarcástico cómico argentino cuando aseveraba una y otra vez que «eso tiene truco». El gran truchimán socialista presume en todo lo que dice sin reparar de todo lo que carece, ensalzando hasta el paroxismo la atrabiliaria gestión pública que ha venido improvisando al frente de esa sociedad comanditaria que responde por el nombre de España SA.
«Las ideas para llegar a Moncloa pueden resultar contradictorias con las ideas para gobernar España»
Dotado de sus mejores artes funambulistas, Sánchez defiende que nuestro país es el que más crece de la Unión sin recordar que es el último que aún no ha recuperado el nivel prepandemia. Con la misma resalta el incremento del empleo, pero no admite que gran parte está dopado con gasto público. Tampoco reconoce que los contratos temporales a tiempo completo se han reducido a base de incrementar los trabajadores indefinidos a tiempo parcial. Saca pecho con el respiro de los últimos datos de inflación sin distinguir el tremendo efecto de los precios subyacentes que son los que marcan la tendencia real del IPC. Alardea de la mejora de la recaudación fiscal tras negarse a deflactar el IRPF y sin tener en cuenta que el mayor aumento de la presión fiscal hasta casi el 39% no ha permitido reducir un déficit estructural perenne en torno al 5% del PIB.
El drama reside ahora en que todo este inventario pirotécnico manejado por la propaganda social comunista ciegue a Feijóo en su estrategia electoral. Algo de esto se acaba de poner en evidencia a raíz del brindis al sol escenificado con la ley de vivienda, donde el remedio va a resultar bastante peor que la enfermedad. Apoyar la demanda en el sector inmobiliario con falsas promesas de ayudas sociales a gogó como también ha hecho el PP solo es un parche inservible para acometer un problema estructural de oferta que se ha ido recrudeciendo desde hace décadas debido a la flagrante desatención de una política de vivienda pública.
Hacer seguidismo de la agenda que marca el presidente del Gobierno en sus compadreos con sus aliados de investidura no parece el mejor camino hacia Moncloa. La hoja de ruta que conduce al tesoro está plagada de trampas y el jefe de los populares debería enfrentarse de cara al dilema que tiene por delante y que él mismo reconoce en sus reuniones privadas con la élite económica. Las ideas para llegar a Moncloa, en efecto, no son equivalentes a las que se requieren para gobernar España. Es más, hasta pueden resultar contradictorias una vez que se conozca el alcance real de la herencia que deje Sánchez.