THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

La política de la crispación sigue viva, aunque empieza a dar algunos signos de agotamiento

La salida de Tucker Carlson de Fox es una noticia alentadora, pero las escenas vividas esta semana en la Real Casa de Correos auguran que la agonía será lenta

La política de la crispación sigue viva, aunque empieza a dar algunos signos de agotamiento

Aunque en antena elogiaba a Trump, Tucker Carlson lo ridiculizaba en privado. Le parecía «una fuerza demoniaca» y un «desastre» como presidente. | Brian Cahn / Zuma Press / ContactoPhoto

Muchos tertulianos han acogido en Estados Unidos con alivio la salida de Fox News de Tucker Carlson, su presentador estrella. Lo consideran responsable de «la degradación de la democracia en este país» y piensan seguramente que su desaparición contribuirá a relajar el crispado debate público.

No todos comparte este optimismo, sin embargo.

Noah Smith, uno de mis blogueros favoritos, dice que no existe otro comentarista cuyos puntos de vista le desagraden más. Carlson es «un crítico estridente» de la inmigración: sostiene que los demócratas la impulsan para diluir la base electoral conservadora. También «ha alentado la desinformación sobre las vacunas», llegando a preguntarse cuánta gente ha muerto de covid tras administrársela. Finalmente, se opone a la ayuda a Ucrania y vocea la propaganda rusa con tanta diligencia, que «el Kremlin ha instado a los medios rusos a que utilicen pasajes de su programa».

Pero, se plantea Smith, ¿es Carlson la raíz de la polarización o solo un síntoma?

Dos camareros en la corte de Trump

En noviembre de 2016, en plena recta final de la campaña que llevaría a Donald Trump a la Casa Blanca, Terrence McCoy relató en The Washington Post las andanzas de Ben Goldman y Paris Wade.

«Hace seis meses eran un par de camareros en paro», contaba McCoy. «Hoy gestionan una web de noticias […] y ganan tanto dinero que les incomoda hablar de ello». Y reproducía a continuación algunos de sus titulares: «¡Los terroristas se han infiltrado en el Gobierno de Estados Unidos! ¡Descubra a quién quieren asesinar!» «EXCLUSIVA: ¡Un funcionario que se disponía a testificar contra Hillary Clinton hallado MUERTO!»

«A veces», especulaba McCoy, «Wade se pregunta cómo sería una pieza suya en la que de verdad creyera», pero «nunca la escribe porque nadie entraría en ella».

En las falsedades que subía a Facebook no solo clicaba la gente, sino que dejaba comentarios elogiosos. «Eres el único del que me fío y que cuenta la verdad», aseguraba una lectora a la que, sin duda, aburrían las explicaciones largas y complicadas de los medios tradicionales y quería tramas simples, con buenos y malos, héroes y villanos, patriotas y traidores.

No es personal, son negocios

Goldman y Wade tenían la conciencia tranquila porque «no inventaban nada» que no circulara ya por las redes: se limitaban a darle difusión, «a avivarlo».

Habían detectado una necesidad insatisfecha y habían aprendido a atenderla. En su descargo confesaré que no es tan fácil como suena. Hace falta un don especial para lo que en management se llama «ajuste producto-mercado», ese fenómeno que se da cuando, según la Universidad de Stanford, «los clientes compran tu producto tan deprisa como puedes fabricarlo», «los periodistas te llaman para entrevistarte», «recibes premios al empresario [o al comunicador] del año» y «los banqueros de inversión vigilan tu domicilio».

Observen que, tanto en el caso de Goldman y Wade como en el de Carlson, no es imprescindible que lo que se publica coincida con lo que se opina.

Por sus días en la CNN, dice Smith, sabemos que el ideario de Carlson es el de un republicano convencional, sin paranoias antivacunas ni fijaciones prorrusas. Ni siquiera abriga un buen concepto de Trump. Aunque en antena lo elogia, en privado lo ridiculiza. Le parece «un destructor» y «una fuerza demoniaca», un «desastre» como presidente que tuvo además una reacción «asquerosa» cuando Joe Biden lo derrotó.

Pero se trata de reventar los audímetros, no de abrir tu corazón.

A la cama no te irás sin cabrearte un poquito más

Un amigo me contó una vez que escuchaba todas las mañanas a cierto locutor «para salir cabreado de casa».

A los seguidores de Carlson les ocurría lo mismo. No lo veían para informarse de las noticias del mundo y cerrar el día con el equilibrio que proporciona un conocimiento sereno de la realidad. Lo sintonizaban para indignarse y, después de escucharlo, se iban a la cama bastante más calientes que antes de sentarse delante del televisor.

Esto plantea una incógnita.

Es comprensible que existan desaprensivos como Goldman, Wade o Carlson, dispuestos a complacer con su repertorio de supercherías los más bajos instintos del personal. Atizar emociones intensas (miedo, odio, euforia) fideliza, crea vínculos indelebles. Por eso quieres llevar a tu pareja a las películas de terror o las montañas rusas.

Pero, ¿por qué querría nadie salir cabreado de casa?

Articular la indignación

En realidad, mi amigo se levanta ya cabreado: lo que el locutor hace es proporcionarle una justificación, transformar su malestar difuso en algo articulado y razonable.

Piensen en los damnificados por la Gran Recesión. Se habían quedado sin trabajo y sin casa y encima tenían que soportar cómo «los expertos» les decían que no había alternativa a la globalización y que, si les dolía algo, se tenían que fastidiar, porque habíamos llegado al fin de la historia.

Acobardados por el discurso único, se callaban, hasta que irrumpieron en escena el 15M y Pablo Iglesias aullando: ¡Indignaos!

La resaca de la década populista

Recuerda André Gide en su Diario que «con los buenos sentimientos solo se hace mala literatura».

Estos últimos 15 años han demostrado que su boutade es aplicable a la política. Ha sido una era de descalificaciones y enfrentamientos, de polémicas y disenso, de movilizaciones y crispación. Ahora, la economía vuelve a crecer, hay empleo, las terrazas y los restaurantes están a rebosar y muchos votantes no sienten la necesidad de gritar.

«¿Estamos en la resaca de la larga década populista?», se pregunta mi compañero Luca Costantini.

El éxito de Yolanda Díaz tras su elogio del diálogo y su giro hacia «las políticas transversales» así parece indicarlo. La salida de Carlson también puede interpretarse como una señal alentadora. Fox News habría detectado que la rabia de los espectadores remite y ya no buscan locutores que se la articulen. Pero, ¿y si su despido es fruto de otra rabia igualmente intensa, aunque mucho más particular: la de Rupert Murdoch por tener que pagar casi 800 millones para que Dominion Systems retire su demanda de difamación?

Es pronto para saberlo y, vistas las escenas vividas este Dos de Mayo en la Real Casa de Correos de Madrid, yo tampoco me apunto de momento al optimismo de muchos tertulianos.

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