THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

Rodrigo Rato: «Fue un error que Aznar nombrara sucesor, no lo entendí»

El exvicepresidente del Gobierno cree que España se habría ahorrado muchos problemas si PP y PSOE no se hubieran plegado a los intereses de los principales bancos

«Aquel intenso otoño de 2012 empecé a meditar», cuenta Rodrigo Rato (Madrid, 1949) en Hasta aquí hemos llegado, las memorias escritas a medias con su mujer Alicia González.

Unos meses antes, el juez Fernando Andreu había aceptado la denuncia contra los consejeros de Bankia y BFA por, entre otros delitos, estafa, apropiación indebida y administración fraudulenta. La había presentado el diputado de UPyD Andrés Herzog «con recortes de prensa», pero, como comentó el fiscal a un abogado, «no hay cojones para rechazar la querella». Ante el panorama que se le avecinaba y para afrontar las declaraciones «sin perder la serenidad ni la concentración», Rato se apuntó a un curso intensivo de yoga mental que impartía el maestro Ramiro Calle.

«También», recuerda, «acudía con cierta regularidad a sus clases presenciales, hasta que un día me pidió que dejara de asistir a su centro porque había alumnos a los que les escandalizaba mi presencia».

Era solo el principio. En los años siguientes, «el mejor ministro de Economía de la democracia» se convertiría en un apestado. Los clientes se volatilizaron, muchos amigos le dieron la espalda. «Javier vino a casa a pedirme que renunciara al carnet del PP, que tenía desde 1979. Así lo hice. La tensión en la calle crecía. Las miradas eran duras, críticas, al igual que los comentarios de gente que se cruzaba conmigo. Yo andaba como sonado».

Los orígenes de Rato

El padre de Rato era «un monárquico de don Juan», quería tener un hijo en política y le presentó a Manuel Fraga.

En Alianza Popular hizo piña con un grupo de «jóvenes que no estábamos en la teoría de la UCD», me cuenta en la sede de THE OBJECTIVE. Se refiere, en concreto, a Federico Trillo, Juan José Lucas, Francisco Álvarez Cascos y José María Aznar. ¿Y cuál era la teoría de la UCD? «Que la izquierda tenía razón y la historia iba en su dirección. No era ese el camino que nosotros queríamos para España».

Durante una década y hasta la mayoría absoluta de 2000, formaron «un equipo cohesionado», en el que todas las decisiones estratégicas se consensuaban, «algo», escribe, «que con el tiempo descubrimos que a Aznar no le gustaba tanto como pensábamos».

«Una de esas decisiones estratégicas», le digo, «fue el nombramiento de sucesor».

«Más que el nombramiento en sí», responde, «lo que yo no comprendía era la misma idea de nombrar sucesor».

«Se había comprometido a estar dos legislaturas…»

«Vale, pues entonces adiós, encantados de haberte conocido. No veo por qué nadie tenía que nombrar un sucesor. Ni siquiera Fraga lo hizo. Eso debería haber pasado por un congreso del partido. El dedazo no fue bueno, ni para él, ni para Mariano [Rajoy], ni para el PP. Fue una de las equivocaciones que, entre sus múltiples aciertos, tuvo José María [Aznar]».

«Nadie parecía interesado en saber qué habían hecho los demás países desarrollados para lidiar con sus crisis financieras, con Estados Unidos a la cabeza: primero, creando un banco malo y, luego, inyectando dinero público en todos los bancos»

La madre de todas las batallas

Otro error sonado fue el modo en que se respaldó la invasión de Irak en 2003.

Rato cree que deberían haber aprendido de Felipe González. «En la primera guerra del Golfo [1990-1991]», dice, «se bombardeaba Bagdad desde [la base americana de] Morón. O sea, que estábamos muy involucrados militarmente, pero luego Rosa Conde, la ministra portavoz, hacía declaraciones pacifistas a la salida del Consejo de Ministros. Eran muy hábiles, muy de la época».

Finalmente, el Gobierno popular tampoco supo llevar el 11-M.

«Tuvimos muy poco tiempo para reaccionar», se justifica, «pero yo viví en Londres el atentado de 2005 y allí hicieron un ejercicio de unidad interna que les funcionó muy bien». En el libro, Rato explica que el presidente extremeño les llamó para plantear una reacción conjunta. «No es nuevo, [Juan Carlos] Rodríguez Ibarra lo ha contado muchas veces. No sé qué poderes tenía, ahí el que mandaba era [José Luis Rodríguez] Zapatero». En cualquier caso, la instrucción de Aznar era decir ‘no, gracias’. «Le trasladé el recado a Rodríguez Ibarra y no supe más».

Al día siguiente, viernes, la «suerte estaba echada», escribe. «El sábado, jornada de reflexión, el PSOE organizó un ataque a nuestras sedes».

«Caja Madrid era una oportunidad de acabar mi carrera en una operación de modernización de las cajas españolas»

El cargo imposible de director gerente

En la recta final de la campaña, a Rato le ofrecieron la dirección del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Él mismo había calificado antes el cargo como imposible, «una de esas butades que dice uno en la vida», pero razón no le faltaba. «90 países», escribe, «17 sillas en el consejo, derecho de veto estadounidense y responsabilidad de supervisión macroeconómica». Y al frente de aquella cacofonía, el director gerente agitando la batuta para obtener alguna armonía.

Además, aunque el mar aparecía en calma y el cielo sereno, en el horizonte apuntaban los primeros avisos de tormenta.

El déficit exterior de Estados Unidos absorbía el exceso de ahorro y lo reinvertía en una gigantesca burbuja inmobiliaria y, aunque se había creado «un departamento de seguimiento financiero a raíz de la crisis de las puntocom», escribe Rato, «no gustaba a los principales países, porque los mercados ya reflejaban toda la información que era necesaria en sus precios», algo que desmentía la valoración del riesgo.

Se suponía que «la Fed de [Alan] Greenspan y el resto de los bancos centrales tenían una inteligencia financiera muy superior a la del FMI. Resultó ser que no».

«¿Por qué dimitió?», le digo.

«Lo he contado tantas veces», responde con gesto cansino, «pero está claro que nadie me cree». Y añade: «Por razones personales». Su familia estaba en España, él en Washington y llevaba una vida personal muy solitaria. «Me imagino que, de haber sido mujer, se hubiera aceptado mejor la decisión, pero en el libro reconozco que ni mis propios hijos la entienden».

«Cuando me dieron la tarjeta como miembro del comité de dirección, la cogí sin pensarlo. Debía haberlo hecho»

Algo más que un asesor

A su vuelta a Madrid, en noviembre de 2007, se dedicó un tiempo a la banca de inversión, pero «quería ser algo más que un asesor bien pagado» y, tras lograr el apoyo de Mariano Rajoy durante una comida en Zalacaín, se presentó a la presidencia de Caja Madrid.

«Era una oportunidad de acabar mi carrera profesional en una operación de modernización de las cajas españolas», me dice. «Tenía los respaldos del PP, del PSOE, del Banco de España. Teóricamente no podía salir nada mal, ¿no?»

«Pero sí salió mal…», le digo.

«Sí», responde con una sonrisa resignada, «salí por el parabrisas».

En enero de 2010, Caja Madrid no atravesaba dificultades insalvables: «Aumento de la morosidad, exceso de capacidad y concentración de riesgo en el sector inmobiliario», escribe. Para aumentar la rentabilidad había que «cambiar la relación con los clientes y pasar de ofrecerles hipotecas y la gestión de nóminas y recibos a ofrecerles seguros y fondos de inversión».

Pero la coyuntura no acompañaba y, a medida que la morosidad agravaba las pérdidas, se puso de manifiesto la gran debilidad estructural.

«El problema de las cajas no era la politización», escribe, sino «su capacidad de conseguir capital». En 2008, nada más celebrarse las elecciones generales, el entonces gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, había propuesto al PP una legislación que contemplara su posible privatización. El PP había aceptado, pero Pedro Solbes la rechazó. Ese fue quizás el último momento en que hubiéramos llegado medianamente a tiempo».

«El problema de las cajas no era la politización, sino su capacidad de conseguir capital»

Empieza el espectáculo

En mayo de 2010, apenas cuatro meses después de la llegada de Rato a Caja Madrid, estalla la crisis griega.

«Eso empeora todo», recuerda, «y lleva al Gobierno español a hacer dos cosas. Por un lado, revisa la ley de cajas y permite algunas privatizaciones y, por otro y dado que las autoridades europeas han elevado sus exigencias de capital, les dice a las cajas: vale, yo te capitalizo con un préstamo convertible del FROB [Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria], pero a cambio tú te fusionas con quien yo te diga».

Son los famosos sistemas institucionales de protección o SIP, que «podían haber funcionado», dice Rato, «con tiempo y con criterios estables».

El Banco de España quería que Caja Madrid hiciera una gran SIP con Bancaja. Apenas contaban con unas semanas, pero llegaron a tiempo y, en julio, la Autoridad Bancaria Europea certificaba que, con los préstamos participativos del FROB, Caja Madrid cumplía los requisitos exigidos.

«El precio de la colocación de Caja Madrid supuso un descuento del 60% sobre el valor en libros»

La mano negra de la gran banca

Pero si Rato corría, la crisis lo hacía mucho más.

Francia y Alemania estaban centradas en salvar a sus bancos y no exigieron, con la complicidad del FMI y la Comisión Europea, una reestructuración de la deuda soberana griega «hasta años después, cuando las entidades francesas y alemanas se habían deshecho de su exposición a Grecia y los países del euro pagaron el rescate a escote», escribe.

Los mercados interpretaron aquella decisión como una negación de la realidad y empezaron a apostar contra el euro.

«Nadie», escribe Rato, «parecía interesado en saber qué habían hecho los demás países desarrollados para lidiar con sus crisis financieras, con Estados Unidos a la cabeza: primero, creando un banco malo y, luego, inyectando dinero público en todos los bancos, sin distinguir la situación de sus balances».

¿Por qué los Gobiernos del PSOE y del PP se negaron?

«Santander y BBVA eran totalmente contrarios», sostiene en el libro. «Mi opinión, entonces y ahora, es que su objetivo real era someter al mercado bancario doméstico a un castigo muy duro que solo ellos, con ingresos en el exterior, podrían aguantar».

«Hay un momento en que los gobernantes españoles creen que todo es un problema de confianza, cuando es un problema de liquidez»

La salida a bolsa

Ante la inoperancia de los SIP, la solución fue exigir a las cajas un 10% de capital de máxima calidad.

«De la importancia de las provisiones pasábamos a la importancia del capital». Otro bandazo. ¿Y cómo debía reunirse esta vez? El BOE de febrero de 2011 ofrecía tres opciones: salida a bolsa, búsqueda de inversores individuales o nacionalización.

Caja Madrid escogió la primera, aun a sabiendas de que les estaban obligando «a vender a derribo».

La situación era tan mala que la mayor parte de las OPV programadas (Ateneo, Talgo, Loterías y Apuestas del Estado) se habían cancelado. El precio de la colocación de Caja Madrid así lo reflejó: supuso un descuento del 60% sobre el valor en libros, pero al menos logró recaudar lo necesario para cumplir con los requisitos de capital.

En ese escenario se llega a finales de 2011.

«Habíamos ganado algo más de 300 millones hasta septiembre, según ratificó el auditor», escribe Rato. «Teníamos un equipo directivo cerrado y una nueva marca en marcha. El futuro debería centrarse en el negocio. El nuevo Gobierno del PP iba a estar lleno de personas a las que conocía, muchas de ellas amigas».

Una vez más, ¿qué podía salir mal?

«Si tú tienes una escopeta y yo tengo un bazuca, pues sabes que si hay tiros llevas las de perder. Por desgracia, nosotros no teníamos bazuca»

Draghi cogió su fusil

Su antiguo secretario de Estado, Luis de Guindos, se estrenó como ministro de Economía con una bomba: «Pidiéndome a mí que me fusionara con la Caixa y declarando al Financial Times que la banca española tenía un agujero de 50.000 millones», dice Rato. «Aquello fue una bomba».

«Guindos», le digo, «creía que así resolvía el problema de credibilidad que tenía España».

Rato no comparte el diagnóstico. «Hay un momento en que los gobernantes españoles creen efectivamente que todo es un problema de confianza, cuando es un problema de liquidez». A finales de 2010 y principios de 2011, los especuladores empiezan a «fijarse en quién tiene dinero y quién no, porque lo que quieren es romper el euro».

«Ante la inacción del Banco Central Europeo…», apunto.

«Ante su negativa de actuar como prestamista de última instancia», responde. «Si no hay prestamista de última instancia, el mercado tiene más dinero. Los estadounidenses ya habían dicho claramente en 2008 que la cuestión era tener un bazuca, la palabra fue esa: un bazuca. Porque si tú tienes una escopeta y yo tengo un bazuca, pues sabes que si hay tiros llevas las de perder. Por desgracia, nosotros no teníamos bazuca».

«Hasta que llega Mario Draghi…»

«Draghi veía que si España caía, detrás iba Italia y era el fin, y [en julio de 2012] hace la famosa declaración en Londres de que hará todo lo que sea necesario [para salvar al euro] y será suficiente, créanme. Y ahí el mercado ve el bazuca. Y cuando en un duelo de liquidez el primo de Zumosol se pone detrás de ti y dice: aquí tengo el bazuca, el juego cambia».

Guindos le pide la dimisión

Pero volvamos a Guindos y el agujero de 50.000 millones.

«Una cosa», dice Rato, «es lo que tú creas que es el problema de tu país y otra que lo cuentes. Hay una diferencia. Y una vez que lo cuenta, se ve obligado a aprobar un decreto muy exigente, que era el de Guindos».

Caja Madrid provisiona lo que el BOE le pide y el Banco de España le da el visto bueno.

«Entonces», sigue Rato, «yo creo que me voy a poder dedicar a la fusión y ya veríamos el futuro, que seguramente no iba a ser bueno», pero se encuentra con que Guindos le exige unas provisiones adicionales, «lo cual era un poco fuerte. ¿Por qué iba yo a provisionar más que el Banco de Sabadell o que Caixa Murcia? ¿Cuál era el motivo? Por desgracia, yo tenía una pistola en la cabeza que eran los bonos del FROB y Guindos ya me había dejado claro que estaba dispuesto a convertirlos y nacionalizar la caja».

En mayo de 2012, en el mismo despacho del Ministerio de Economía en el que Rato «había mantenido muchas reuniones, algunas con él», Guindos le pidió la dimisión.

«Javier vino a casa a pedirme que renunciara al carnet del PP, que tenía desde 1979. Así lo hice. La tensión en la calle crecía»

Un agujero del demonio

Si con su cese Guindos pretendía aportar serenidad, no lo consiguió.

«No es una salida tranquila, pactada», recuerda Rato, «y tampoco se dan explicaciones. Entonces, que saliera por la ventana el antiguo ministro de Economía, antiguo director gerente del Fondo y presidente de la entidad más grande española pues se interpretó como, bueno, aquí hay un agujero del demonio, yo me voy y el último que apague la luz».

La acción cayó en picado y los clientes empezaron a retirar depósitos.

El sucesor de Rato, Juan Ignacio Goirigolzarri, reformulará las cuentas y declarará que las necesidades de Bankia ascienden a 19.000 millones. Esa cuantía se convertirá en una piedra de escándalo cuando en julio de ese año Rato comparezca ante el Congreso para dar explicaciones. «Todas las autoridades regulatorias habían respaldado la fusión de las siete cajas y la salida a bolsa», escribe Rato, pero el supuesto agujero exigía una explicación.

Iban a convertirlo en «el chivo expiatorio de toda la crisis financiera».

«Yo no comprendía por qué Aznar debía nombrar un sucesor. No veo por qué nadie tenía que nombrar un sucesor. Ni siquiera Fraga lo hizo»

Viacrucis judicial

La situación procesal de Rato no es fácil de resumir.

La denuncia de UPyD y Herzog quedó en nada, como había pasado con la de Banca Cívica, presentada simultáneamente. «El juez que dirimió [esta última] pidió un informe al Banco de España, tras lo cual la archivó», escribe. «En el caso de Bankia, el juez Fernando Andreu ignoró durante los cinco años de instrucción los informes del regulador» y se apoyó en dos peritos que «fueron desautorizados repetidamente durante la celebración del juicio oral».

El 29 de septiembre de 2020 se hacía pública la sentencia: todos absueltos.

Con las llamadas tarjetas black no le fue tan bien. En el libro reconoce su equivocación. «Cuando me dieron la tarjeta como miembro del comité de dirección, la cogí sin pensarlo. Debía haberlo hecho, pedir detalles de su uso y su contabilización. Pero no lo hice».

Le caerían cuatro años y seis meses.

«Yo creía tener un as en la manga», escribe: «había devuelto todo el dinero utilizado con la tarjeta, es decir, había reparado el daño causado. Y no solo eso, sino que en mi condición de responsable de la entidad tuve que ser consecuente con los gastos de aquellos que no habían restituido su parte, es decir, devolver en su nombre las cuantías imputadas». Si se hubiera aplicado ese atenuante, «no habría entrado en la cárcel».

En la actualidad sigue imputado por delitos fiscales, blanqueo de capitales y corrupción entre particulares.

Veremos cómo se pronuncian los tribunales, aunque en el libro se queja, y no sin argumentos, de una «gran investigación prospectiva sobre toda mi carrera profesional» de la que muy pocos saldrían indemnes. Para combatir la incertidumbre, sigue practicando la meditación. «La recomiendo», me dice mientras sale disparado para una comida. «El mirar hacia dentro es un camino necesario. Lamentablemente, yo lo he conocido muy tarde».

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