Tour de Francia: una máquina (económica) bien engrasada
El dinero de la principal carrera ciclista experimentó sus principales cambios en las décadas de 1980 y 1990
El Tour de Francia 2023 partió de Bilbao, en el País Vasco español, el sábado 1 de julio. Muchos de sus 176 corredores sueñan con cruzar la línea de meta de los Campos Elíseos el domingo 23 de julio con el maillot amarillo y añadir su nombre al palmarés.
Se espera una dura batalla entre el esloveno Tadej Pogačar y el danés Jonas Vingegaard, los dos últimos ganadores de la carrera (y también los dos últimos subcampeones).
El primero, antes de lesionarse la muñeca, ha ganado este año la París-Niza, la Vuelta a Flandes y la Flecha Valona. Y no han sido las únicas competiciones en las que ha triunfado.
El segundo no tuvo rival en el critérium du Dauphiné Libéré en junio.
Además, Egan Bernal (ganador en 2019), Jai Hindley (vencedor del Giro de Italia el año pasado) y los franceses David Gaudu y Romain Bardet estarán entre los que intentarán alcanzarles (y, ¿por qué no?, correr más que ellos).
Premios en metálico
Además de la gloria de inscribir su nombre en el palmarés del Tour, el líder de la general se embolsará una bonificación de 500.000 euros (a repartir con sus siete compañeros de equipo). Se reservan 200.000 euros para el subcampeón y 100.000 para el tercer clasificado.
Las bonificaciones disminuyen progresivamente hasta el vigésimo clasificado. A partir de ahí, la bonificación es la misma hasta el puesto 160 de la clasificación: 1.000 euros. Estas cantidades no han cambiado mucho en lo que va de siglo. El ganador se embolsó 400.000 euros en 2003, 450.000 en 2006 y, desde 2016, 500.000 euros.
El dinero del Tour de Francia experimentó sus principales cambios en las décadas de 1980 y 1990. Cuando empecé a trabajar en mi libro Histoire du Tour de France, fue bastante difícil esbozar su historia económica pues Amaury Sport Organisation, organizadora del evento, no publica sus cuentas. No obstante, suficientes fuentes dan fe de una profunda transformación de la economía de la grande boucle durante estas dos décadas, de la que ha surgido gran parte del modelo actual.
Explosión de los derechos de retransmisión
A partir de la liberación de Francia de la ocupación nazi, en 1944, el Tour tuvo una trayectoria ascendente, pero el furor explotó entre los años ochenta y noventa.
Entre principios de los 60 y principios de los 70, las pérdidas anuales se estimaban en 200.000 francos, sobre una cifra de negocios de cuatro millones. La carrera no empezó a ser rentable hasta mediados de los setenta, con unos beneficios anuales de cerca de un millón y medio de francos franceses, sobre unos ingresos de cerca de 10.000.000. Luego, el crecimiento de los 80 y 90 hizo que el negocio pasase de cinco a 50 millones de euros.
Gran parte de este incremento, alrededor de un tercio, está vinculado a los derechos de retransmisión televisiva, que se multiplicaron por 65 en este periodo. Todo ello ha permitido a la organización profesionalizarse y crear el Start Village (1988) y otros eventos.
Razones de este crecimiento
Una de las principales razones fue el cambio en la estructura del mercado de derechos. Antes de los 80, por el lado de la demanda, las cadenas de televisión eran todas públicas y no competían entre sí. En cambio, por el lado de la oferta, un número relativamente importante de organizadores de acontecimientos deportivos querían dar visibilidad a sus competiciones. Necesitaban hacerlo, sobre todo, porque de ello dependían sus ingresos por patrocinio y publicidad. Este contexto daba a los organismos de radiodifusión un considerable poder de negociación.
Sin embargo, el panorama cambió radicalmente en los ochenta. Canal+, la primera cadena privada francesa, se lanzó en 1984 y M6 empezó a emitir en 1987, el mismo año de la privatización de TF1. Para obtener los derechos de emisión de la grande boucle, las cadenas tuvieron que presentarse a un proceso de subasta.
Los ingresos procedentes del patrocinio y la publicidad también han aumentado, pero a un ritmo mucho más lento. Si a finales de los 80 representaban dos tercios de los ingresos, a principios del siglo XXI se vieron superados por los derechos de retransmisión.
Jean-Marie Leblanc, director del evento, aprovechó esta circunstancia para reducir el número de patrocinadores. De una decena, se redujeron a cuatro patrocinadores principales, uno por cada maillot distintivo. Desde entonces, Crédit Lyonnais (ahora LCL) es el único patrocinador del maillot amarillo. Esta elección ha sido útil para el espectáculo, en especial al reducir la duración de las ceremonias protocolarias.
En cuanto a los beneficios para las ciudades-etapa, aunque su valor en moneda constante ha seguido creciendo, han visto disminuir su parte de los ingresos totales del 40% en 1952 al 5% en 2003.
Primas calibradas para el espectáculo
Los cambios en el volumen de negocios se han visto reflejados en las primas y recompensas que se conceden para atraer a los mejores ciclistas. En 1980, el ciclista medio ganaba 2,6 meses del salario medio francés en primas; en 2000, ganaba casi ocho meses de ese salario. En los años 80 y 90, las primas asociadas al Tour se multiplicaron –en moneda constante– por 3,5 para el corredor medio, y por diez para el ganador. Mientras que en 1980 el ganador ganaba ocho veces más que el corredor medio, en 2000 ganaba veinticinco veces más.
Esta diferencia puede explicarse a partir de la teoría económica de los torneos, que enseña que el incentivo para que los participantes en un evento deportivo dediquen toda su energía a ganar no depende tanto del premio en metálico como de la diferencia de este entre el primer y el segundo puesto, el segundo y el tercero, y así sucesivamente.
Esto también explicaría la reducción de las diferencias de rendimiento entre los mejores corredores. Las primas se reparten dentro de cada equipo para recompensar los esfuerzos de los gregarios para poner a su líder en las mejores condiciones posibles sobre la carretera.
Motivar a los corredores
Por supuesto, el deseo de ganar el Tour existe independientemente de la bonificación monetaria. Sin embargo, por parte de los organizadores, la estructura de las primas siempre ha estado pensada, sin duda, para motivar a los corredores a luchar, en lugar de permitirles repartirse las sumas con el menor esfuerzo.
En 1952, por ejemplo, cuando Fausto Coppi aplastaba la carrera tras las etapas de Alpe d’Huez y Sestrières (10ª y 11ª de 23), los directores de carrera, temiendo que el resto del pelotón se rindiera y la carrera perdiera interés, duplicaron las bonificaciones para el segundo y tercer puesto.
Querían dar espectáculo, si no para el primer puesto, al menos para los siguientes. Para motivar a los corredores a luchar, se ha dado el caso de la exclusión de los mejores corredores de la carrera: en 1929 Alfredo Binda ganó el Giro de Italia por cuarta vez, ¡pero en 1930 los organizadores del Giro le pagaron una suma equivalente al primer premio para que no participase!
La remuneración de los corredores mediante primas también debe distinguirse de su salario fijo, que pagan los equipos (cuyo nombre es el de un patrocinador). Su desarrollo se explica por el modelo de la economía de las superestrellas: los patrocinadores están dispuestos a pagar cada vez más por los servicios de un reducido número de corredores que garantizan una exposición mediática cada vez mayor.
¿Una evolución específica del ciclismo?
Entre los ochenta y los noventa las ventas se multiplicaron por diez y los derechos de retransmisión televisiva por sesenta y cinco. A pesar de la rapidez del crecimiento el Tour fue, sin embargo, mucho más lento que el del fútbol. Durante el mismo periodo, el volumen de negocios de los clubes de fútbol profesional franceses se multiplicó por veinte y los derechos de retransmisión televisiva de los partidos por trescientos.
La competencia entre cadenas de televisión ha sido un catalizador mucho más poderoso para el fútbol. Comparado con el ciclismo, el fútbol es un deporte ideal para la retransmisión televisiva porque se desarrolla en un estadio y no en un recorrido que puede superar los 200 kilómetros por jornada.
También es más fácil de programar porque la duración de los partidos es conocida, a diferencia de una etapa, que es más imprevisible. En consecuencia, el Tour no se ha beneficiado tanto como los clubes de fútbol del considerable aumento del volumen de inversiones en el deporte que caracterizó a los años ochenta y noventa.
Sin embargo, sí se ha beneficiado más que los Juegos Olímpicos en todo el mundo. Por una parte, esto se debe a que la liberalización del mercado televisivo, principal factor de la explosión de las ventas, se produjo en Francia antes que en otros países occidentales. En segundo lugar, porque la mayor parte de la población mundial es considerablemente menos rica que la francesa, por lo que la publicidad es menos valiosa para los anunciantes.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.