Carlos Barrabés: «El trabajo ya no es prioridad, forma parte de un propósito más amplio»
Este ejemplo de transformación digital con su negocio de material de alpinismo, reflexiona sobre la revolución social
Carlos Barrabés lleva media vida dedicado al negocio al que da nombre, convertido hoy en el e-commerce (y tienda física) de referencia en material de esquí, alpinismo y montaña. Podría afirmarse que la suya es una trayectoria en forma de pirámide. El comienzo paciente, rocoso y cuesta arriba del emprendedor, la cúspide del éxito empresarial y mediático, y una retirada paulatina hacia la calma y la reflexión. Desde este último tramo se plantea la entrevista.
PREGUNTA.- Andreessen Horowitz acaba de lanzar su manifiesto tecno-optimista. De los tres súper generadores de riqueza que el fondo de venture capital identifica —demografía, explotación de recursos naturales y tecnología— sólo este último sigue a su juicio vigente.
RESPUESTA.- Más que la demografía [o el hecho de que China e India hayan progresado tanto gracias a su imponente población], la fuente de riqueza más relevante es la gente. El ser humano no es cuantitativo sino cualitativo. Con la tecnología hemos metido la mata en muchos frentes.
Véase el caso de las redes sociales. Se trata, obviamente, de una herramienta importantísima para el progreso, pero hay que saber usarla. No es lo mismo una azada que un algoritmo.
P.- Usted subraya últimamente que el sistema está siendo sometido a una profunda revisión. Uno de los elementos bajo escrutinio es la cultura del trabajo.
R.- Muchas personas se cuestionan hoy el peso de la faceta profesional en su identidad. La reflexión que hacen es la siguiente: soy un ser completo, con pasiones e intereses, y para mí el éxito ya no se basa en un salario superior o un estatus más elevado, sino en explorar maneras diferentes de vivir y construir un significado. Esto es un terremoto: el trabajo pasa de ser la prioridad a formar parte de un propósito mucho más amplio.
P.- ¿Es un fenómeno palpable de los millennials en adelante?
R.- Eso pensaba al principio, pero no. Hay muchos señores de 65 años que anuncian a sus hijos que no van a dejarles herencia, que venderán el piso para viajar y perseguir sus pasiones. También sabemos del movimiento de la Gran Renuncia: aquellos que a los 50 dejan el trabajo y viven de sus ahorros porque se lo pueden permitir. Pensar que esto ocurre porque ya nadie quiere arremangarse es simplificar el análisis. Lo que sucede es que la sociedad del siglo XXI reposiciona el trabajo en ese conjunto de decisiones y acontecimientos llamado vida.
P.- ¿Ha sido la pandemia el motivo de esta mutación?
R.- Viene de antes. Se empieza a poner en cuestión la sociedad de consumo que arrancó con Ford el día que fabricó coches para todos. Luego vino la tarjeta de crédito, que es cuando se santificó esa sociedad consumista. Hoy vivimos en una era pos pos posindustrial donde puedes comprar docenas de cosas por un euro mientras se perfila el yugo de una crisis climática y la aparición de una nueva conciencia social de responsabilidad con los demás.
«El contrato social se extingue poco a poco, la esperanza se pierde y surgen los populismos, pensados precisamente para la gente sin esperanza»
Esta complejidad creciente hace que las personas refuercen las dimensiones que son importantes para ellos. Sin esas dimensiones, somos pasto de las dos epidemias modernas: la apatía y la soledad.
P.- Los ninis son la quintaesencia de esa apatía.
R.- Y lo son porque el contrato social se extingue poco a poco, la esperanza se pierde y surgen los populismos, pensados precisamente para la gente sin esperanza. El ser humano tiene que añadir dimensiones a su existencia.
P.- La tentación está en creer que esta redistribución del tiempo invertido en cada una de las facetas de nuestra vida significa ser peor profesional, entregarse a la economía del decrecimiento o levantar banderas demasiado utópicas.
R.- Vivimos en un sistema complejo y los sistemas complejos tienen salidas por arriba. El crecimiento es obligatorio, lo contrario colapsaría el sistema. El centro de este movimiento no es dejar de ganar dinero; te conviertes en una persona más completa y querrás consumir, pero lo harás de otra manera.
P.- ¿Hablamos de Occidente o incluimos también a países como China?
R.- Está pasando también en China, obviamente con sus propios rasgos. Es un fenómeno mundial. Normalmente no hemos tenido conciencias globales de nada, salvo para insistir en la idea de no matarnos mutuamente con la bomba nuclear. Esta es una conciencia global.
«Hay una tendencia a democratizar las emociones y ahí España está muy bien situada»
P.- Carmen AI, su hija digital, es producto de la IA generativa. ¿Dónde se sitúa en el debate sobre el poder sin parangón del algoritmo?
R.- Lo que hizo la imprenta es lo mismo que hace la IA: sube un orden de magnitud la capacidad de la gente menos preparada y dos órdenes de magnitud las habilidades de los más formados. Los de arriba harán más cosas y serán mejores; los de abajo, en menor medida, también. El problema estará en la gama media de la fuerza laboral.
P.- ¿Cuál es el futuro de las relaciones humanas?
R.- Hay una tendencia a democratizar las emociones y ahí España está muy bien situada. Los jóvenes están mejor preparados que nosotros para los vínculos sociales. Piense que para nosotros la tecnología era aspiracional: si no la usabas, estabas fuera y eras viejo. Ellos son nativos digitales y, aunque usen mucho esas herramientas, quedan entre ellos, trabajan en equipo y hablan con una libertad que jamás tuvimos nosotros ni jamás percibimos en nuestros padres.
P.- Es usted optimista en un tiempo de pesimismo universal.
R.- Estamos en un momento de transición hacia algo mejor. El contrato social se rompe cuando no entregas la promesa formulada. La nueva promesa de una vida más longeva y sana y, sobre todo, de una vida significante, ha de ser para todos.