¿Tiene futuro Manolito, el robot camarero insulso pero eficaz?
El sector de la hostelería, uno de los motores de España, afronta el dilema de la modernización
La plasmación de la robótica en la mente humana viene de lejos e incluye obras clásicas como los cuentos y novelas de Isaac Asimov, la icónica Metrópolis de Fritz Lang, sagas reverdecidas (o hundidas) por Disney como Stars Wars e incluso las tiras cómicas de Liniers en Macanudo, protagonizadas de tanto en tanto por Z-25, un androide propenso a la melancolía.
Poco a poco, a un ritmo más prosaico de lo que la imaginación dicta, la robótica ha conquistado parcelas de la economía, especialmente en el sector industrial. A ojos del gran público, el punto de inflexión llegará cuando la relación máquina-máquina (un brazo automatizado que arma el bastidor de un automóvil, por ejemplo) se convierta en un verdadero intercambio máquina-humano.
Ocurre en Japón con los robots de compañía. En el extremo opuesto al mimo, la estadounidense Boston Dynamics produce perros robot con fines militares y policiales. También existen novedades en los sistemas de salud, donde podrían alcanzarse niveles de precisión inéditos, aunque no exentos de riesgos.
Con el concurso de la inteligencia artificial generativa, quizás sea el momento de la universalización: robots más o menos antropomórficos rellenando los huecos del ocio cotidiano. En España, esta combinación de dos palabras remite inexorablemente a otras dos: turismo y hostelería.
En 2022, el país recibió 71,6 millones de turistas extranjeros que gastaron 87.061 millones de euros, según el INE. Esa cifra supone bastante más del triple del presupuesto de la Comunidad de Madrid para 2023. Asimismo, España cuenta con un bar por cada 175 habitantes, el dato más contundente de la Unión Europea.
Lo que hay que tener
Un artículo publicado en Harvard Business Review expone la problemática existente en EEUU como elemento acelerador del fenómeno. Según la encuesta de una asociación nacional de restauración, el 79% de los restaurantes tiene dificultades para contratar personal y un 62% opera con plantillas inferiores a sus necesidades.
Parece de cajón que, ante semejante déficit, la solución pase por recurrir a robots camareros. Esta estrategia, sin embargo, debe navegar hasta lo más profundo de la mente del empresario porque su plasmación impone gastos en formación, rediseñar los establecimientos e incluso adaptar la organización y las finanzas del negocio.
¿Compañeros o rivales?
Aquí es cuando se registra, con meridiana claridad, un vínculo nuevo: el personal de carne y hueso convivirá con máquinas adquiridas para desempeñar funciones específicas que pueden solaparse con las del viejo oficio y alentar rencillas. Para evitar el peligro, la comunicación es crucial. Las interfaces cerebro-computador-máquina jugarán un papel hegemónico. Es ahí cuando se entiende qué pretende Elon Musk con Neuralink.
Otra barrera, la idiosincrasia
Elisabeth Hildt, del Instituto Tecnológico de Illinois, formula la siguiente cuestión: «Más que pensar en dotar a los robots de una serie de características para interactuar con los humanos, habría que preguntarse cómo quieren los humanos interactuar con los robots».
Puede tomarse como referencia Andalucía, que con 47.000 bares suma más que Dinamarca, Finlandia, Noruega e Irlanda juntas. A pesar de contar con la reputada Macco Robotics y sus androides hosteleros, ¿qué preferirá un vecino de la sevillana y popularísima calle Feria? ¿Un vermut casero servido por el camarero socarrón al que conoce desde hace 25 años o la misma bebida entregada por un amasijo de chips? Este dilema conduce al siguiente: ¿querrá la clientela que un bar con solera y sin personal cierre cuando ese camarero se jubile o se entregará a la única solución a la vista?