Bolsa Social ultima un vehículo de inversión centrado en colectivos vulnerables
José Moncada, fundador y presidente, afirma que «hay más romanticismo entre los emprendedores que entre los fondos»
José Moncada ha creado toda una constelación en torno al dinero con alma. Fundador y presidente de Bolsa Social, creada en 2015 como la primera plataforma de crowdfunding de inversión autorizada por la CNMV, la inquietud evolutiva de la organización la ha llevado de ofrecer al ciudadano con ahorros y conciencia dos productos (equity y préstamos sostenibles) a añadir tres opciones más. Dos de ellas están pensadas para business angels y family offices y otra para perfiles institucionales (corporate, fundaciones, inversores públicos, fondos de pensiones y aseguradoras).
Por si fuese poco, Moncada es managing partner del Fondo Bolsa Social, dotado con 22 millones para apoyar a startups en fases muy incipientes y hasta series A y creado junto a la gestora de Analistas Financieros Internacionales (Afi).
PREGUNTA.- No parece que 2024 vaya a ser el mejor año para el ecosistema. Ustedes, sin embargo, no dejan de innovar. ¿Cómo plantean este curso?
RESPUESTA.- Tenemos tres grandes objetivos. El primero es lanzar un vehículo específico para inversores institucionales muy apoyado en deep tech y en soluciones que mejoren la vida de las personas mayores, las personas con discapacidad y los colectivos más vulnerables. El segundo es abrir la Bolsa Social en Portugal [a tal efecto se anunció una ronda de 700.000 euros en diciembre de 2023]. Y el tercero, aumentar las opciones de coinversión incluyendo en la ecuación también a inversores extranjeros.
P.- ¿Qué postura adopta el inversor más ortodoxo respecto al tipo de proyectos que Bolsa Social respalda?
R.- No los ven atractivos. Hay retos sociales urgentes donde el capital no fluye como debería. España tiene ya un problema demográfico a raíz del envejecimiento de la población y ese colectivo necesita soluciones; igual que las necesitan los emigrantes para que no ocurra como en Francia o Bélgica. El desafío es enorme, pero la oportunidad también. El auténtico inversor de impacto no mide su rentabilidad sólo en términos de TIR, sino en términos de transformación social.
P.- ¿Falta romanticismo en el mundo del venture capital?
R.- Creo que sí. Es una esfera muy calculadora. Al capital riesgo se lo puede revestir de cierta ética emprendedora, y eso de por sí es bonito, pero se estudia a qué se dedica cada céntimo de euro. Se trata de una dimensión de puros intereses económicos.
P.- Y el emprendedor, ¿se guía por los mismos impulsos?
R.- El emprendedor se lanza a la jungla sin saber lo que hay al otro lado. Se deja la piel y lo hace porque tiene una misión: ayudar a resolver un problema que muchas veces le toca en lo personal, hallar una solución escalable. Hay mucho más romanticismo y generosidad en este lado del ecosistema.
P.- 2021 batió récords de rondas y valoraciones, 2022 enfrió los ánimos y 2023 entró de lleno en un invierno que aún no ha terminado. ¿Nos hemos sumergido en la era del realismo digital?
R.- Era lógico que una startup se fijase en lo que levantaba la de al lado y quisiese hacer lo mismo. Cuando la fiesta termina y se encienden las luces, cada uno ve dónde está. Vivimos un proceso de ajuste que es muy doloroso tanto para emprendedores como para inversores. Ha sido un baño de humildad, pero la humildad significa volver a la realidad.
P.- ¿Cuáles han sido los proyectos mejor acogidos en la plataforma [desde su fundación ha financiado 45 para un total de 13 millones movilizados]?
R.- Citaré cinco: Nostoc Biotech (biofertilizantes, x2,6 de rentabilidad), Utopicus (espacios de trabajo flexibles, x1,8), Tucuvi (asistente de voz basado en IA para personas hospitalizadas), Sepiia (moda sostenible, levantaron en diez días 400.000 euros) y Fundación Polibea (30 años trabajando en pacientes con daños cerebrales, lograron un préstamo solidario de medio millón).