Por qué la desigualdad en Hispanoamérica está cayendo, a pesar del terrible legado imperial
Da igual que la región la hubieran colonizado catedráticos en vez de porqueros; si aplicas políticas erróneas, te arruinas
Una tesis bastante generalizada atribuye el atraso de Hispanoamérica al legado imperial. Como filosofaba hace años un académico de la región: «Si estamos así es porque nos conquistaron los españoles y no los ingleses». La pobreza, la ignorancia y la desigualdad actuales son todas consecuencia de las fechorías de Núñez de Balboa y Hernán Cortés, de la implantación de la encomienda y la continuidad de la mita, de la sustitución de los comprensivos jesuitas por los intransigentes franciscanos.
La fuerza persuasiva de este relato es tal, que durante décadas nadie se tomó la molestia de cuestionarlo.
«La mayoría de los investigadores —escribe el catedrático emérito de Harvard Jeffrey Gale Williamson— abrigan una fe pesimista en la persistencia histórica: dan por supuesto que América Latina siempre tuvo niveles muy altos de desigualdad y culpa de ello a la colonización hispana». Observan que las diferencias en la región son mayores que en Asia y casi todas las naciones ricas y asumen que ha debido de ser así desde la llegada de Cristóbal Colón, cuando «la desigualdad se enquistó y propició la aparición de instituciones extractivas […] opuestas a cualquier tipo de desarrollo».
«Latinoamérica —concluyen— sería un caso perdido».
La leyenda de la desigualdad
Este fatalismo se da, en primer lugar, de bruces con la constatación de que la desigualdad en Latinoamérica lleva cayendo desde finales de los años 90.
El economista Noah Smith explica en su blog que «hay un montón de formas de medirla (el coeficiente de Gini, la proporción de la renta en manos del 10% más rico o del 1%, etcétera)» y todas ellas «reflejan una tendencia a la baja desde principios de siglo». Pero todavía más relevante es subrayar que la supuesta persistencia de la desigualdad carece de base empírica.
Una mera comparación con el resto del mundo basta para comprobarlo.
«La desigualdad [en Latinoamérica] —dice Williamson— no fue alta en el siglo posterior a 1492, y tampoco lo fue en las décadas que siguieron a la independencia». Se disparó durante el boom de las materias primas de la Belle Époque, pero en línea con la de otros países, como Estados Unidos e Inglaterra. El problema fue lo que pasó a continuación. Los latinoamericanos se perdieron «la nivelación que tuvo lugar en casi todas partes» tras la Primera Guerra Mundial.
Los motivos de su desigualdad no hay buscarlos «en los tres siglos de colonialismo», concluye Williamson, sino en «la era de antiglobalización de entre 1913 a 1970».
La maldición de las materias primas
¿Y por qué quedó la región al margen de esta gran igualación?
Smith cree que la distribución internacional del trabajo la condenó a la exportación de materias primas. «Como la región dispone de tanta tierra fértil y tantos mineral valioso, y como está relativamente poco poblada y alejada de los principales polos industriales del planeta, la implantación de manufacturas era menos atractiva. […] Y cuando no existen grandes fábricas, tampoco hay sindicatos, ni legislación laboral, ni incentivos para mejorar la educación».
Pero ya decimos que todo eso está empezando a cambiar desde finales de los años 90. ¿Por qué?
Más crecimiento y más educación
La primera explicación que viene a la mente es que los latinoamericanos están votando a líderes de centro-izquierda que aplican ambiciosos programas sociales.
«Es una historia —admite Smith— bonita y sencilla», cuya moraleja sería: «Elija Gobiernos progresistas si quiere que su sociedad sea más igualitaria». Pero la regla tiene notorias excepciones. «Evo Morales, en Bolivia, y Daniel Ortega, en Nicaragua, han reducido las diferencias, pero Hugo Chávez y Nicolás Maduro, en Venezuela, han destruido por completo la economía». Además, cuando los economistas del Banco Mundial Nora Lustig, Luis Felipe López-Calva y Eduardo Ortiz-Juárez realizaron en 2016 una «deconstrucción del declive de la desigualdad en América Latina» comprobaron que este se dio tanto en los países que subieron el salario mínimo y potenciaron a los sindicatos, como en los que no introdujeron estas medidas.
Lo que sí tenían en común casi todos fue un crecimiento más rápido y una mejora de la educación.
El virreinato no fue la noche más oscura
El estreno del documental Hispanoamérica. Canto de vida y esperanza, de José Luis López-Linares, ha suscitado una intensa polémica.
El historiador Carlos Martínez Shaw ha acusado a su realizador de entonar una «apología desaforada y acrítica de la obra de España en América», con total ignorancia de las «horrendas crueldades» que se llevaron a cabo. «El autor —escribe Martínez Shaw— parte de la necesidad de combatir la imagen de la conquista de una sociedad prehispánica idílica por unos españoles bárbaros», una imagen que, «a estas alturas de los estudios históricos es ya una caricatura caducada y obsoleta que solo se puede mantener […] desde una ignorancia supina».
El problema es que esa «ignorancia supina» alimenta los discursos de muchos líderes populistas de la región.
Y tampoco creo que López-Linares pretenda hacer historia. Simplemente, ha puesto el foco en realidades (las universidades y los colegios, los hospitales y las comunicaciones) que desmienten que la época virreinal fuera la noche más oscura. Estuvo, en todo caso, tan iluminada (poco o mucho, eso se lo dejo a los expertos) como el resto de Occidente.
Y es hora de que los latinoamericanos cobren conciencia de ello y afronten el futuro sin victimismos ni lamentos por un pasado que pudo ser y no fue.
La receta de la prosperidad
«A la región le queda mucho camino por recorrer», advierte Noah Smith.
Y siempre cabe la posibilidad de que la progresión se interrumpa, pero «la lección es clara: mejore la educación, impulse el crecimiento y haga algunas transferencias de renta, y la desigualdad caerá». La receta de la prosperidad no es, en efecto, ningún misterio y las experiencias de Alemania, Corea del Sur o la propia España revelan que no se necesita mucho tiempo para transitar de la pobreza más abyecta a un buen pasar. El determinismo histórico no existe. Da igual que a Latinoamérica la hubieran colonizado catedráticos de la London School of Economics en lugar de aventureros castellanos.
Si gastas lo que no tienes, monetizas los déficits, ignoras la seguridad jurídica y mantienes a tu población en el analfabetismo, no vas a levantar cabeza ni aunque los antiguos poderes imperiales te devuelvan hasta la última moneda del tesoro de Atahualpa.