THE OBJECTIVE
El pódcast de El Liberal

Javier Díaz-Giménez: «La economía va como un tiro, pero no gracias, sino a pesar del Gobierno»

«El récord de afiliaciones no significa que no se haya destruido empleo. ¡Se habría creado más con un SMI inferior!»

Javier Díaz-Giménez (Madrid, 1960) enseña economía en la escuela de negocios IESE, donde es titular de la cátedra Cobas sobre Ahorro y Pensiones. Yo lo conocí justamente escribiendo un reportaje sobre pensiones hace 14 años y, a raíz de aquella entrevista, nos hicimos amigos y hasta grabamos un pódcast al alimón, El gris importa. De vez en cuando quedamos para comer sin otro propósito que echarnos unas risas, con un tercero en discordia que es Pedro Artiles, el productor del pódcast. Con todo esto quiero decirles que conozco a Javier lo suficiente como para saber que es absolutamente inclasificable.

Tiene un doctorado por la Universidad de Minnesota y, de acuerdo con la entomología académica, debería considerársele liberal, pero una vez se me ocurrió decírselo en un email y me contestó a vuelta de correo que «quizás tampoco sea tan liberal. —Y añadió—: Me gustan la renta básica, las pensiones de reparto, los impuestos progresivos y, en general, la Seguridad Social y el papel redistributivo del Estado. Más bien —concluyó— me considero un radical compasivo».

En qué consista esto del radicalismo compasivo no sabría decirles muy bien, pero lo que sí sé es que para los periodistas Javier es una mina. No pierde ninguna ocasión de meterse en un charco y los que sigan LaSexta Xplica,donde es tertuliano habitual, sabrán a qué me refiero, porque allí ha protagonizado polémicas memorables. No hace mucho, a Ainhoa Pérez, una joven periodista que se quejaba de lo difícil que estaba conseguir un trabajo, le soltó: «Es que has elegido una carrera que no tenías que haber elegido».

«Llevamos varios meses con el IPC por encima de la media de la eurozona, y eso significa que nuestro tipo de cambio real se está apreciando, lo que encarece las exportaciones»

Su comentario suscitó la airada reacción del público presente en el estudio y el moderador del programa, José Yélamo, alzó los brazos para pedir calma, pero lo que hizo a renglón seguido fue tomar partido por Ainhoa y decir que un «periodista debería tener las mismas garantías para encontrar trabajo que cualquier otro profesional».

Justamente por ahí arrancamos la conversación que mantuvimos en The Objective/El Liberal y de la que sigue una versión extractada y editada.

«No hemos recuperado los niveles de inversión previos a la pandemia, y eso cuestiona la sostenibilidad del crecimiento»

P.- ¿Tienen José Yélamo y Ainhoa Pérez razón cuando reclaman el derecho a ser periodista?

R.- Naturalmente que no. Los periodistas tienen las mismas garantías que tenemos todos (es decir, ninguna) de encontrar el trabajo de nuestros sueños: que nos realice, que esté cerca de casa para que podamos ir andando y que, en fin, ofrezca 16 semanas de vacaciones. No sé si eso existe o no, pero nadie puede darlo por supuesto y, a la hora de elegir profesión, debe tener en cuenta su empleabilidad, que hoy está amenazada por ChatGPT, pero que antes lo estaba por otras causas. Por ejemplo, hay carreras que por lo que sea se ponen de moda y se masifican y eso complica mucho la vida de sus titulados.

«La temporalidad se ha acabado por decreto, igual que se va a terminar con el abandono escolar prohibiendo los suspensos. Esas son las soluciones de este Gobierno. Vamos a prohibir los contratos temporales y vamos a presumir de calidad del empleo»

P.- Fue lo que pasó con Félix Rodríguez de la Fuente, cuyos programas provocaron una avalancha de vocaciones medioambientales.

R.- Todos queríamos ser biólogos porque veíamos El hombre y la Tierra y no había nada mejor que los animales. Recuerdo que me compré una enciclopedia por fascículos que se llamaba Fauna y me la leí entera. Pero ni a mí ni a nadie se nos ocurría que, por el hecho de licenciarnos en Biológicas, íbamos a convertirnos en Félix Rodríguez de la Fuente.

«Cuando de niños veíamos El hombre y la Tierra, todos queríamos ser biólogos, pero a ninguno se nos ocurría que, por el hecho de licenciarnos en Biológicas, íbamos a convertirnos en Félix Rodríguez de la Fuente»

P.- Él mismo no era biólogo, era dentista.

R.- La vocación va por un lado y la empleabilidad por otro y, en un mundo donde la tecnología evoluciona tanto y tan deprisa, probablemente te vas a equivocar, elijas lo que elijas. Pero optar por una profesión tan amenazada como el periodismo me parece una mala idea, igual que hacerse abogado.

«¿A qué tiene derecho la juventud? Pues a la vida y a pagar impuestos y no sé si a algo más»

P.- Eso, tú sigue haciendo amigos…

R.- ¡Es que es verdad! Se trata de dos actividades muy impactadas por la digitalización y la inteligencia artificial y es mejor orientarse hacia especialidades donde la tecnología vaya a tardar más en abrirse camino.

P.- La Constitución recoge el derecho a la libre elección de profesión.

R.- Yo no sé nada de cartas magnas, pero, dado que en La Sexta repiten esto tan a menudo y con tanta intensidad, me lo he estado mirando y resulta que la Constitución de 1978 establece una distinción entre los derechos fundamentales [como la igualdad ante la ley o la libertad de expresión], que están en el título uno, me parece, y si están en el dos me disculpáis [en realidad, están en la sección primera del capítulo segundo], y los derechos a secas [al trabajo o a la propiedad privada], que van en el siguiente título [en la siguiente sección]. ¿Y por qué los separa? Porque los auténticos derechos [aquellos que el Estado puede asegurar] son los fundamentales. El derecho al trabajo no se puede garantizar [los poderes públicos deben simplemente «promover su realización efectiva»]. Ni siquiera la antigua Unión Soviética lo logró, porque aunque allí todo el mundo tenía un empleo, nadie decidía ni en qué ni en dónde ni por cuánto. Era una esclavitud extraña. En Occidente podemos elegir, pero eso comporta a su vez la responsabilidad de decidir bien y si Ainhoa, creo que se llamaba Ainhoa…

P.- Sí, Ainhoa Pérez.

R.- Si Ainhoa opta por hacerse periodista, se equivoca, y se equivoca con reiteración, porque, según contó en el programa, ha cursado dos másteres. ¡Pero chica! De entrada, podías haber estudiado administración y dirección de empresas o gestión de datos o inteligencia artificial y te habría ido mejor, pero es que vas, haces periodismo y, cuando exploras el mercado y te das cuenta de que no hay nada, insistes… ¡Búscate otra cosa! Ahora mismo me viene a la mente un amigo cuyo hijo quería ser actor y, después de acabar arte dramático y ver cómo estaba aquel mundo, volvió a su padre y le dijo: «Me he equivocado, quiero ser arquitecto». Y estudió arquitectura, no siguió matriculándose en másteres en arte dramático.

«Yo entendí en seguida que tenía que ganar dinero para, entre otras cosas, comprar mi libertad y pagar un alquiler, que por supuesto era un alquiler compartido. Me tuve que hacer árbitro de fútbol y traductor e intérprete jurado»

P.- Por aquí pasó hace poco [el catedrático de la Complutense] José Ignacio Conde-Ruiz, que ha escrito como sabes un libro titulado La juventud atracada en el que denuncia lo mal que se ha puesto todo para las nuevas generaciones. Pero ni a ti ni a mí nos regalaron nada cuando nos lanzamos a la vida, mediados los 80.

R.- Volvemos al asunto de los derechos. ¿A qué tiene derecho la juventud? Pues a la vida y a pagar impuestos y no sé si a algo más, igual que tú y que yo. En nuestra época te tenías que ir de casa o no, tenías que sacarte el carné de conducir o no, tenías que estudiar una carrera o no… Esas eran las alternativas y yo empecé a buscarme los garbanzos desde muy pequeño, porque la paga semanal que me daba mi padre era ridícula y, encima, te ponía multas, con lo que al final se quedaba en nada, así que con siete años ya estaba dando clases. Y entendí en seguida que tenía que ganar dinero para, entre otras cosas, comprar mi libertad y pagar un alquiler, que por supuesto era un alquiler compartido. El sueldo de un estudiante de doctorado en la Universidad de Minnesota era de 810 dólares y a Víctor [Rius Rull, catedrático en Pennsylvania] y a mí nos costaba el dúplex 625 dólares, o sea, unos 315 por cabeza, con lo que me quedaban 500 y ya está. Me tuve que hacer árbitro de fútbol y traductor e intérprete jurado. Iba a todas partes con cinco bolsas en el maletero del coche, un Honda Civic de los años 60 por el que pagué 400 dólares, imagínate… Así que no sé de qué derechos hablan los jóvenes, como tampoco entiendo el discurso de que van a vivir peor que sus padres. ¿Qué disparate es ese? ¡Qué pena que no haya un túnel del tiempo! Metería en él a todos los que se quejan para que pudieran ver qué servicios públicos había [hace 30 años] y qué servicios tienen ahora, cómo están las carreteras, la sanidad y la educación, qué vacaciones tienen, cuántos países conocen… Las vidas son incomparablemente mejores, y más largas. Yo cuento con sumarle 10 años a la edad de fallecimiento de mi padre.

«Los jóvenes no van a vivir peor que sus padres. ¿Qué servicios públicos había hace 30 años y qué servicios hay ahora, cómo están las carreteras, la sanidad y la educación, cuántos países conocen? Las vidas son incomparablemente mejores»

P.- Contando siempre con que [Vladimir] Putin no invada Polonia o se produzca alguna catástrofe…

R.- Por supuesto. Pero si no hay graves contratiempos, estamos a las puertas del paraíso. Lo que pasa es que probablemente no hemos pensado muy bien en qué consiste el paraíso. Nos hemos criado en un mundo de escasez y seguimos obsesionados por poseer y consumir, y a lo mejor el paraíso es posmaterialista. En el jardín del Edén no había muchas cosas, pero tampoco tenías que ganarte el pan con el sudor de tu frente y eso es lo que la tecnología nos brinda hoy: tiempo libre. Ese es el escenario hacia el que vamos, no sé si utópico, pero en cualquier caso no distópico.

P.- Nada que ver con MadMax o Terminator…

R.- Nada que ver. El ejemplo perfecto de lo que hablo ya está aquí y es la lavadora, una máquina que lava por nosotros. ¿Y qué hemos ganado con eso? ¿Dinero? No, tiempo. Un tiempo que podemos dedicar a escribir sonetos, a pasear o incluso a ganar dinero, si eso es lo que nos apetece… De verdad, no entiendo esta queja sistemática y sostenida. ¿Qué es eso de la juventud atracada? ¿Qué es lo que les han quitado? ¿Quién les sacó la pistola y les dijo arriba las manos y les quitó el qué? Me encantaría que estuviera aquí Nacho [Conde-Ruiz] para tener con él esta conversación.

«Estamos a las puertas del paraíso, lo que pasa es que no hemos pensado muy bien en qué consiste el paraíso. En el jardín del Edén no había muchas cosas, pero tampoco tenías que ganarte el pan con el sudor de tu frente y eso es lo que la tecnología nos brinda hoy: tiempo»

P.- Lo primero que te diría es que los pisos están por las nubes .

R.- Justamente has ido a elegir un bien que es finito. Las calles del centro de Madrid son las mismas que en la época de mis padres, pero entonces éramos 32 millones de españoles y ahora somos 48 millones. Somos un 50% más y, si quieres vivir en Lavapiés, pues, amigo, va a ser todo mucho más caro, porque Lavapiés no ha crecido nada y la población sí lo ha hecho, con lo que la demanda de vivienda se ha multiplicado, no sé por cuánto, por dos, por tres o por cuatro, elige el número que te parezca. Así que la gente ha tenido que alejarse a una distancia que varía en función de la que cada uno puede pagar. Se trata de un fenómeno común a todas las ciudades del planeta, pero que en Madrid es especialmente acusado por la restricción de terreno urbanizable. La oferta de suelo de Madrid es ridícula comparada con la de Londres. Recuerdo que cuando yo iba a Getafe [a dar clases a la Universidad Carlos III, entre 1998 y 2008], había lechugas plantadas junto a la vía del tren. ¡A cinco kilómetros de la Puerta del Sol! Madrid se acababa en Atocha, y hoy todavía sigue habiendo huecos. ¿Por qué no está urbanizada toda la M-50?

P.- El agregado comercial del Reino Unido, que tiene su despacho en una de las torres de la Castellana, les enseña a todos sus visitantes la vista y les dice: «Miren qué locura: de repente, Madrid se acaba». Eso en Londres no pasa. La regulación del suelo es más flexible.

R.- Yo no digo que haya que levantar rascacielos en la Casa de Campo ni en el Retiro, se trata de zonas protegidas, pero en muchos otros lados, ¿por qué no? Las actuales restricciones agravan la escasez de vivienda. Hace falta ahí una acción decidida por parte del Gobierno.

«¡Claro que los pisos están por las nubes! Las calles del centro de Madrid son las mismas que en la época de mis padres, pero entonces éramos 32 millones de españoles y ahora somos 48 millones. Somos un 50% más y, si quieres vivir en Lavapiés, pues, amigo, va a ser todo más caro»

P.- La acción decidida por parte de este Gobierno ha sido una ley que limita los alquileres

R.- …y otra que suprime los visados de oro [para evitar que la presión de los extranjeros ricos encarezca los precios]. ¿De qué sirve eso? Los derechos de residencia concedidos por este concepto me parece que han sido 1.400 al año [no llegan: 3.060 entre 2018 y 2022], una parte mínima de las transacciones totales [casi 2,8 millones]. Es una tomadura de pelo que no resuelve nada. Pedro Sánchez prometió 183.000 viviendas. ¿Cuántas ha construido? ¿Dónde están? ¿Por qué no se centra en cumplir su palabra?

«¿De qué sirve suprimir los visados de oro? Es una tomadura de pelo que no resuelve nada. Pedro Sánchez prometió 183.000 viviendas. ¿Cuántas ha construido? ¿Dónde están? ¿Por qué no se centra en cumplir su palabra?»

P.- Los alquileres no son lo único que querría limitar este Gobierno. También ha insistido en la urgencia de crear una cesta de la compra con precios tasados. Otros países han implantado medidas similares y al final acabas provocando escaseces.

R.- Es microeconomía elemental. En la primera semana de clase aprendes la oferta y la demanda y lo siguiente que te enseñan es qué pasa cuando pones precios mínimos, y es que disminuye la oferta y aumenta el mercado negro. Los controles de precios no han funcionado en ningún sitio nunca, pero no hay forma de que les entre en la cabeza.

«Los controles de precios no han funcionado en ningún sitio nunca, pero no hay forma de que les entre en la cabeza»

P.- Otra fijación que tienen Sánchez y sus ministros son los beneficios. ¿Ganan demasiado las empresas españolas?

R.- Otro disparate. No sé si es en la segunda semana del curso de microeconomía cuando demuestras que en un mercado competitivo no hay beneficios extraordinarios, porque atraen a productores nuevos que bajan los precios hasta que los beneficios desaparecen. Y cuando estos persisten es que falta competencia y para eso está la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. Las ganancias excesivas se dan en sectores oligopolizados. ¿Por qué la gasolina sube como un cohete y baja como una pluma? Porque faltan estaciones de servicio. Suprime las trabas a su instalación y verás cómo el precio no sube ya como un cohete ni baja como una pluma. No hay mejor remedio contra los beneficios extraordinarios que la competencia. Y si no falta competencia, no hay mucho que hacer, porque como el Gobierno vaya contra los beneficios, mata a la empresa y se queda sin oferta o con una oferta reducida. ¿Y eso a quién perjudica? Al que pretendes ayudar, porque en un mercado del alquiler con una oferta reducida, ¿quiénes se quedan con los pisos? Los ricos.

«Cuando el Gobierno va contra los beneficios, mata a la empresa y se queda sin oferta o con una oferta reducida. ¿Y eso a quién perjudica? Al que pretendes ayudar, porque en un mercado del alquiler con una oferta reducida, ¿quiénes se quedan con los pisos? Los ricos»

P.- ¿Y qué opinas de las ayudas a los jóvenes?

R.- Si a ti te parece que un joven español, por el hecho de haber nacido aquí, porque la cigüeña se pasó de frenada y no lo dejó en África, se merece, no sé, ¿1.000 euros? ¿2.000, 3.000, 5.000? Vale, 5.000 euros. Fenomenal, dáselos. ¿Y después qué? ¿Qué va a hacer con esos 5.000 euros? Alquilarse una vivienda, supongo, o pagarse otro máster, pero de informática, confío. ¿Es eso lo que le hace falta? Yo creo que es la mejor manera de que no se entere del coste de las cosas y de convencerlo de que no es responsable de sus decisiones. Porque ese es el problema: no estamos ante una juventud atracada; estamos ante una juventud equivocada, una juventud que decidió mal, una juventud que no se preparó y se fue del colegio sin acabar la enseñanza obligatoria. De ahí arrancan los males y nuestro fallo como sociedad ha sido tolerar que los españoles seamos año tras año campeones en abandono escolar y que nuestros alumnos queden entre los últimos en los exámenes de PISA. ¡Ese es el verdadero atraco! Porque ahora resulta que lo que vale el tiempo de un chico que no tiene la ESO y se mete a camarero son 1.000 euros. Y cuando te viene con que no le da para el alquiler, porque le piden 800 euros, te dan ganas de decirle: «¿Es que no lo sabías cuando decidiste que no ibas a terminar tus estudios? Porque lo decidiste tú, y si no fuiste tú, dime quién fue».

«Si a ti te parece que un joven español, por el hecho de haber nacido aquí, porque la cigüeña se pasó de frenada y no lo dejó en África, se merece 5.000 euros, dáselos, pero es la mejor manera de convencerlo de que no es responsable de nada»

P.- El problema ya no es solo suyo, sino de toda la sociedad.

R.- Y lo ha generado un sistema educativo dominado por la enseñanza pública y que es incapaz de formar personas que estén a la altura de los cambios tecnológicos y cuyo tiempo valga 2.000 o 3.000 o 5.000 euros… Cuando oigo a estos [de las mareas verdes] gritar que la educación pública no se vende, se defiende y no sé qué más, me pregunto: ¿de verdad hay que defender una educación pública que genera un país de camareros?

«Porque ese es el problema: no estamos ante una juventud atracada; estamos ante una juventud equivocada, una juventud que decidió mal, una juventud que no se preparó y se fue del colegio sin acabar la enseñanza obligatoria»

P.- Nos quedan 10 minutos y un montón de asuntos. El primero es cómo ves la economía. Va bien, ¿no? La gente gasta, se ve alegría en la calle.

R.- Acabo de dar una charla en la C4 [Comisión de Competitividad, Comercio y Consumo] de la CEOE y les he dicho lo que dicen los datos, y es que la economía española va como un tiro, o como una moto, no sé cuál fue el verbo que empleó Sánchez.

P.- Como un tiro.

R.- Pues como un tiro. Vamos a ver, en economía las cosas no son ni buenas ni malas, son mejores o peores, y hay cuatro posibles comparaciones. La primera es contigo mismo en el pasado y, ¿cómo salimos en esa foto? Pues en 2023 el PIB aumentó el 2,5% y en el primer trimestre de 2024 ha crecido el 0,74%, o sea, que de aterrizaje, nada, más bien da la impresión de que remontamos vuelo. La segunda comparación es con tus expectativas y el FMI nos asignaba hasta hace poco un crecimiento del 1,5% en 2024. Eso ya no vale. Con el 0,74% del primer trimestre y los datos de afiliaciones, de consumo y de electricidad que ya conocemos de abril, todo indica que alcanzaremos el 1,5% en verano. O sea, que tampoco por el lado de las expectativas hay desaceleración. La tercera comparación es con los demás y aquí, si pones la base 100 en el cuarto trimestre de 2019, justo antes del covid, lo que ves es que Alemania apenas se ha movido, está hoy en 100,1. La siguiente economía peor es la francesa, con 101, y a continuación viene la española, que no llega a 103. Todas las demás están por encima. Ahora bien, si nos vamos a las previsiones para 2024, el único país, sin contar Irlanda (que no hay que contarla nunca por sus características especiales), el único país que va a crecer este año más que nosotros es Grecia.

«Nuestro fallo como sociedad ha sido tolerar que los españoles seamos año tras año campeones en abandono escolar y que nuestros alumnos queden entre los últimos en los exámenes de PISA. ¡Ese es el verdadero atraco!»

P.- Queda la cuarta comparación.

R.- Es la más divertida y la más difícil, porque es la del contrafactual. ¿Cómo se hubiera comportado el PIB con otro Gobierno? El actual se ha aprestado a colgarse todas las medallas, pero igual la buena marcha se ha producido, como dice Carlos Rodríguez Braun, a pesar del Gobierno. ¿Qué hubiera ocurrido, en efecto, si el salario mínimo interprofesional (SMI) estuviera en 900 y no en 1.134? ¿O si en lugar de prorrogar los presupuestos hubiéramos elaborado unos nuevos? ¿O si las rebajas del IVA se hubieran limitado a la carne y el pescado? Hay miles de contrafactuales y quienes consideramos que la acción del Gobierno atenta no ya contra principios básicos del liberalismo, sino de la economía más elemental, no pensamos que salga favorecido con ninguno. La gestión de la pandemia fue muy mala y se merece una evaluación rigurosa y sosegada. Y en lo puramente económico, me da igual el récord de afiliaciones a la Seguridad Social. Me alegro mucho por el ministro del ramo y mi más cordial enhorabuena, pero eso no quiere decir que la reforma laboral no haya destruido y sumergido empleo. ¡Por supuesto que lo ha hecho y por supuesto que se habría creado más con un SMI inferior!

P.- A muchos expertos les preocupa la atonía de la inversión.

R.- Si miras la composición del PIB por la parte del gasto, ves que en 2023 la mayor parte del crecimiento la aportaron, con diferencia, el consumo público y el sector exterior. Esto último es lo más destacable. La balanza por cuenta corriente [que registra las transacciones de bienes y servicios con el extranjero] registró el año pasado un superávit de 40.000 millones y esto, que viene siendo la tónica desde 2013 más o menos, nunca será suficientemente bien ponderado, porque significa que nos han sobrado 40.000 millones para invertir en el resto del mundo.

P.- Esto es un cambio estructural, pero que no es imputable a ningún político. Los empresarios, en vista de que el mercado interior no pitaba, se pusieron las pilas y salieron fuera.

R.- Los españoles hicimos dos cosas muy difíciles. Primero, nos bajamos los salarios y destruimos 3,5 millones de empleos. Y segundo, aprendimos a exportar. El vuelco al exterior ha sido espectacular y, una vez que tienes esos canales abiertos, ya no se vuelven a cerrar.

P.- Ya no se vuelven a cerrar, aunque podrían estrecharse si la inflación no corrige su rumbo.

R.- Es una de mis preocupaciones. Llevamos varios meses [desde octubre de 2023] con el IPC por encima de la media de la eurozona. Eso significa que nuestro tipo de cambio real se está apreciando, lo que encarece las exportaciones y abarata las importaciones.

P.- ¿Han influido en esa evolución las subidas reiteradas del SMI?

R.- Sería una de las razones, porque el último componente de la inflación son siempre los salarios. Otra explicación es que persistan posiciones oligopolísticas en algunas cadenas de valor, como hemos visto [a propósito de las gasolineras]. Finalmente, pueden formarse cuellos de botella. Por ejemplo, si aumenta la afluencia de turistas y tú no has realizado las inversiones necesarias en hoteles y restaurantes, pues claro que tus precios van a subir. Antes comentamos que, poniendo la base 100 en el cuarto trimestre de 2019, el PIB de España se encuentra hoy en torno a 103. Bueno, pues si analizas los distintos componentes, ves que la formación bruta de capital sigue muy por debajo.

P.- No hemos recuperado los niveles de inversión previos a la pandemia.

R.- Y eso cuestiona la sostenibilidad del crecimiento. Se trata de una de las sombras de un cuadro macro que, por lo demás, deberíamos celebrar más que lamentar.

P.- Otra sombra es la contabilidad del empleo.

R.- Es que fíjate que la temporalidad en España se ha acabado por decreto, igual que se va a terminar con el abandono escolar prohibiendo los suspensos. ¡Ya está, problema resuelto, todo el mundo aprobado! Esas son las soluciones de este Gobierno. Vamos a prohibir los contratos temporales y vamos a presumir de mejora en la calidad del empleo y de aumento de la estabilidad. ¿Tú eres tonto?

P.- Pues con esa pregunta en el aire vamos a terminar esta entrevista.

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