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Capital sin reservas

Sánchez en la higuera europea, con Meloni y quizá hasta con Le Pen

La descomunal deuda obliga a España a hacer causa común con los FIGS (higo en inglés) junto a Francia, Italia y Grecia

Sánchez en la higuera europea, con Meloni y quizá hasta con Le Pen

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el acto de cierre de campaña en Fuenlabrada, a 7 de junio de 2024, en Fuenlabrada, Madrid (España). | Alejandro Martínez Vélez, Europa Press

Un cohete o un higo chumbo. La radiografía de la situación económica dista mucho de la que refleja la fotografía con palo selfi que exhibe Pedro Sánchez cada vez que aparece en el cuadro macro un dato feliz para la propaganda oficial. Las perspectivas de crecimiento a corto plazo que la Comisión Europea reconoce a España por encima de la media comunitaria han colmado de regocijo al Gobierno, que con la ayuda de los fondos europeos tampoco tendrá mayores problemas para asegurar este año el objetivo del 3% de déficit público comprometido con Bruselas. A partir de estas dos variables se está inflamando una burbuja de falso optimismo y autocomplacencia que permite al jefe del Ejecutivo mostrar su mejor ‘sonrisa profidén’ en la confianza de que ya llegarán luego los artificieros encargados de desactivar la bomba lapa adosada a los bajos de la contabilidad nacional.

La prórroga presupuestaria ha permitido un cierto respiro fiscal, apaciguando las ínfulas de ese comando del gasto que merodea incansable por los distintos departamentos ministeriales de la coalición social comunista. En paralelo, la recaudación impositiva está echando fuego, impulsada por el turbo de las nuevas figuras tributarias y gracias, sobre todo, a un IRPF que el Gobierno se ha negado a deflactar por segundo año consecutivo, motivando una subida encubierta de la tarifa que ha afectado en mayor medida a los declarantes situados en la parte central de la distribución de la renta. Balanceándose sobre dicha tela de araña el elefante de Hacienda se siente cómodo y despreocupado, sin reparar en el enorme peso de una deuda nominal acumulada por el conjunto de las Administraciones Públicas que supera la escalofriante cifra de 1,6 billones de euros

Todo esto es lo que tiene el keynesianismo mal entendido de unos dirigentes empeñados en arrojar dinero a los problemas aprovechando el giro copernicano de una Europa amedrentada por la enorme presión social que siguió a la gran recesión de la primera década del siglo. La pandemia y la invasión de Ucrania se conjugaron después para tapar la boca a todos los que reclamaban una vuelta a la ortodoxia fiscal y al Gobierno se le apareció lo que podríamos denominar el ‘coronaputin‘, que ha permitido tirar de chequera como si no hubiera un mañana. La actividad económica dopada a base de consumo público y contrataciones por parte de organismos y empresas estatales se adorna con el realismo mágico de unas estadísticas adulteradas por cientos de miles de trabadores, los catalogados como fijos discontinuos, que están cruzados de brazos en su casa cobrando prestaciones oficiales a la espera de ser llamados al tajo por sus ocasionales empleadores.

Las reglas fiscales dejan en renuncio al Gobierno

Mientras la tropa económica de Sánchez se mira al ombligo por imperativos del guion que impone Moncloa el mundo empresarial no parece disfrutar de la misma felicidad atmosférica. Al menos eso es lo que se infiere de las encuestas que realiza el Banco de España, donde casi dos de cada tres empresas se sienten negativamente afectadas por la actual incertidumbre económica. En el supuesto de las grandes marcas del Ibex el miedo guarda la viña como demuestra la tendencia constante a refugiarse en recompras de acciones y retribuciones masivas a sus accionistas en detrimento de nuevas inversiones de capital. La consecuencia directa es una productividad basada en el factor trabajo y claramente desnutrida que ha laminado los objetivos de convergencia, situando la renta per cápita a una distancia de casi veinte puntos porcentuales de la media registrada en la zona euro.

El bajonazo en los niveles de vida de los españoles solo es comparable con el irritante voluntarismo de que hacen gala nuestros gobernantes. Mientras estos últimos sigan buscando Rolex como complemento indispensable de su imaginario doctrinal el resto de sufridos contribuyentes estarán condenados a ir tirando con cara de seta hasta que los imponderables del nuevo orden comunitario convoquen a filas para pasar una nueva revista de ajuste y limpieza fiscal en nuestro país. La aplicación práctica del renovado Pacto de Estabilidad y Crecimiento en la Unión Europea está a la vuelta de la esquina y, aunque ofrece un margen de hasta siete años para cicatrizar el agujero de las cuentas públicas, colocará de manera inmediata al Gobierno en una complicada tesitura que pondrá al descubierto las costuras de unos Presupuestos tejidos desde hace años a efectos de un exclusivo inventario electoralista.

Pedro Sánchez va a tener mucho más difícil pasear su palmito en Bruselas si no acomete un amplio programa de recortes que, aunque solo sea sobre el papel y al margen de su posterior efectividad, tendrá que percutir directamente en esos dos grandes componentes del gasto estructural que son el sistema público de pensiones y el salario de los funcionarios. Con la sutileza propia que exige su posicionamiento institucional, pero de una manera tan clara y directa que todo el mundo puede entenderlo, el Banco de España ha precisado hace unos días que el cumplimiento del nuevo marco fiscal europeo obligará a una reducción anual del llamado déficit primario del 0,5% del PIB durante el periodo comprendido entre 2025 y 2031. Al cambio, eso supone 7.000 millones de euros en cada uno de los próximos seis años, un tijeretazo capaz de llevarse por delante a cualquier Gobierno por mucha transversalidad y amnistía catalana que lo ampare.

A lidiar con la ‘fachosfera’

La nueva composición de las instituciones comunitarias tras las elecciones europeas que se celebran este domingo tampoco parece que pueda ser de gran ayuda para que Pedro Sánchez siga manteniendo la falsa virtualidad de la economía española. Con independencia de la comparativa en clave nacional que depare el cansino pulso entre el PP y el PSOE, parece claro que el arco parlamentario de Estrasburgo va a incorporar a los partidos de la rampante ultraderecha, lo que impedirá la suma de las mayorías absolutas con que populares y socialdemócratas han dominado la escena política en Europa desde el año 1979. En otras palabras, el jefe del Ejecutivo no va a tener más remedio que lidiar con la denostada ‘fachosfera‘ si quiere cobijarse dentro del futuro marco de relaciones internacionales que previsiblemente va a imperar a partir de ahora en el Viejo Continente.

Los nuevos equilibrios políticos que se barruntan deberán supeditar las ancestrales alianzas privativas de carácter ideológico para dar paso a una agenda de tareas y compromisos en la que los distintos Estados miembros estarán alineados de manera preferente por sus necesidades más urgentes y comunes. En este renovado código de gobernanza nuestro país figura incrustado en el pelotón de los llamados FIGS, que han reemplazado en el orden de preocupaciones a los antiguos PIGS de la pasada crisis. Las mejoras fiscales de Portugal junto con el deterioro que padece Francia han modificado el acrónimo de los antiguos y estigmatizados ‘cerdos’ por los inquietantes y bien madurados ‘higos’ que, aparte de nuestro país vecino, incluyen a Italia, Grecia y España.

Cuatro economías caracterizadas bajo el mismo denominador de brutales endeudamientos, que se ciernen como una hipoteca descomunal para las generaciones futuras en una Europa obligada a reinventarse si no quiere perder el control de su propio destino en el concierto económico mundial. A poco que el pragmatismo de la emergente realidad se imponga sobre las falacias del relato doctrinal, Pedro Sánchez tendrá que cambiar los parámetros de su geometría variable en busca de una causa común donde encontrar cobijo. Esta vez, en lugar de un Carlos Puigdemont al uso, habrá que empezar por tender la mano a Georgia Meloni y, con el tiempo, quizá, incluso a Marine Le Pen. Conociendo al personaje, a ver quién se atreve a decir de esta agua no beberá. Para quienes piensen que no caerá esa breva baste decir que el PSOE acaba de pactar con Vox para echar por tierra la moción de confianza presentada por el alcalde popular de Sevilla. Es lo que tiene saciarse de poder en todos los abrevaderos y a cualquier precio.

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