THE OBJECTIVE
El podcast de El Liberal

Rallo: «El problema de la vivienda se resolvería si la gente estuviera dispuesta a mudarse»

El prestigioso economista acude a THE OBJECTIVE para ser entrevistado por Miguel Ors

Juan Ramón Rallo (Benicarló, 1984) es lo que los estadounidenses llaman un «economista pop», que es casi una contradicción en los términos, porque les puedo asegurar, y hablo por experiencia propia, que el camino más directo para alcanzar la popularidad no es precisamente dedicarse a escribir de economía.

Rallo lo ha conseguido, y sin sacrificar ni un ápice de rigor. Posee una sólida formación. Licenciado en Economía y Derecho por la Universidad de Valencia y doctor por la Rey Juan Carlos I de Madrid, es decano de la Universidad de las Hespérides, da clases en la IE University y en la Francisco Marroquín de Madrid y mantiene una presencia asidua en distintos medios y, por supuesto, en las redes.

Pero lo que tiene aún más mérito es que Rallo se ha convertido en una estrella defendiendo posiciones liberales, porque no hay nada menos popular que el liberalismo. La izquierda generalmente le antepone el prefijo «neo» o le yuxtapone el apellido «salvaje», y eso tan sencillo basta para desacreditarlo en prácticamente todo el planeta. Comentan a tu espalda: «¡Ojo, que este es un neoliberal!», como si tuvieras algo contagioso. O te dicen con displicencia después de que tú defiendas que el comercio es bueno: «No sabía que fueras partidario del liberalismo salvaje».

A esta aversión de los socialistas de todos los partidos, como diría Hayek, se le suma en España la inquina de la derecha nacionalcatólica, para la que el liberalismo es directamente pecado.

Precisamente uno de los primeros libros de Rallo, escrito al alimón con Carlos Rodríguez Braun, se titulaba El liberalismo no es pecado, y en él se refutan en cinco lecciones algunos tópicos de la biempensancia, como que la propiedad privada es un robo y el mercado libre lleva a la anarquía, que los empresarios son desalmados y la publicidad nos lava el cerebro, que cada vez hay más pobres porque cada vez hay más ricos, etcétera.

Podría decirse que la obra posterior de Juan Ramón no es más que una ampliación de las ideas vertidas en aquel opúsculo, y alrededor de ellas gira la conversación que mantuvimos en The Objective/El Liberal y de la que sigue una versión extractada y editada.

Pregunta.- ¿Por qué te dio por el liberalismo?

Respuesta.- Tradicionalmente, la alternativa más popular entre quienes se sentían insatisfechos con el capitalismo había sido su superación a través de la cosmovisión marxista, pero lo que algunos intuimos es que los problemas de ineficiencia o inequidad que observamos hunden sus raíces en la creciente intrusión del Estado, en su pretensión de tutelarnos. La solución no es, por tanto, abandonar el mercado ni el comercio ni la propiedad privada, sino profundizar en todo ello.

P.- ¿Y qué te llevó a interesarte por la economía?

R.- Se mezclaron circunstancias personales y sociales. En 1993, cuando tenía 11 años, estalló en España una crisis que llevó el paro al 24%. Mi padre perdió su trabajo y, tras la euforia de la Expo de Sevilla y los Juegos de Barcelona, el país entero se sumió en un cierto pesimismo. Entonces, en 1996, cambia el Gobierno [José María Aznar sustituye a Felipe González] y de nuevo crecíamos y creábamos empleo. Eso me llevó a plantearme cuáles podían haber sido las causas de esa metamorfosis y, mientras lidiaba con estas cuestiones, cayó en mis manos La economía en una lección, de Henry Hazlitt [periodista del Wall Street Journal y The New York Times fallecido en 1993]. Fue una lectura transformadora. No voy a decir que en aquella época fuera socialdemócrata, pero si había un problema de paro, me parecía bien que el Estado gastara más para estimular la actividad. Lo que Hazlitt te muestra es que no es tan sencillo y que, para pensar como un economista, debes tener en cuenta lo que se ve y lo que no se ve, ir más allá de la apariencia inmediata. Cuando construimos un puente, por ejemplo, vemos el puente, pero no lo que se ha dejado de construir para financiarlo, que a lo mejor era más rentable. Todo el libro de Hazlitt es una refutación de las fórmulas keynesianas y, más allá de sus propuestas concretas, que pueden ser o no del todo correctas, me facilitó una estructura mental que luego he ido llenando con conocimientos más técnicos.

«El Estado no tiene legitimidad y habría que reducirlo a lo indispensable: la defensa exterior e interior, la seguridad y la justicia penal; ni siquiera la civil debe prestarla el Estado»

P.- Rodríguez Braun me comentaba que cuando llegó a España, aparte de pelo, tenía ideas socialistas y que fue Pedro Schwartz el que el que lo convirtió. Tú no pasaste por ese sarampión.

R.- Nunca me he considerado de izquierdas, ni mucho menos antiliberal, pero si Jesús Huerta de Soto [catedrático de la Rey Juan Carlos y máximo exponente de la escuela austriaca] me acusa hoy de ser un tibio socialdemócrata, pues en aquella época debía de ser casi comunista… Chascarrillos aparte, mantenía posiciones mucho más intervencionistas que ahora.

P.- Recuerdo una entrevista que le hice a Huerta de Soto, a quien mando desde aquí un cordial saludo. En la Mont Pelerin Society [el laboratorio de ideas fundado por Friedrich Hayek en 1947], Huerta de Soto coincide con otros sedicentes liberales que llevan una corbata de Adam Smith y me decía: «¡Me entran unas ganas de estrangularles con esa corbata!». Para él Adam Smith ya empieza a ser sospechoso.

R.- Yo ahí no coincido demasiado con Jesús. Él considera a Adam Smith prácticamente el padre del marxismo, porque formula la teoría del valor objetivo, a partir de la cual Marx levanta a su vez su teoría de la plusvalía. Sin entrar en más detalles, únicamente diré que a Huerta de Soto le han concedido el Premio Adam Smith y no ha tenido inconveniente en aceptarlo.

«Carece de justificación que se arrebate al ciudadano parte de su propiedad o su libertad para que los gobernantes se ocupen de cosas de las que no necesitan ocuparse»

P.- La Wikipedia te califica de minarquista. ¿Qué es eso?

R.- A mí me gusta calificarme de anarquista filosófico.

P.- Que es…

R.- …una persona que no reconoce legitimidad política al Estado. Yo no creo que tenga derecho a gobernarnos. Dicho lo cual, ¿es viable una sociedad sin Estado? Yo suelo poner el ejemplo de los criminales. A mí me gustaría que no hubiera ninguno, pero probablemente no sea realista esperar su extinción completa. Hay que luchar por reducirlos a su mínima expresión, aunque siempre quedará alguno. Con el Estado ocurre algo parecido.

«Así y todo, no podemos vivir sin Estado, porque si desaparece el vacío probablemente lo ocupe la Mafia, que no deja de ser un proto-Estado»

P.- ¿No es una comparación un poco fuerte?

R.- La tesis no es mía, sino de Mancur Olson [un sociólogo y economista estadounidense]. A mí me parece muy correcta y la evidencia de algunas sociedades emergentes parece corroborarla. En la anarquía se dan fuertes incentivos para el pillaje, pero el atraco ocasional no es una actividad muy lucrativa. Imaginemos, sin embargo, que me establezco como bandido no itinerante y, en lugar de robarte de vez en cuando, te propongo: «A partir de ahora, todos los años me vas a dar una cantidad y, a cambio, te voy a proteger para que nadie más te pueda robar». Olson explica que con el tiempo esas mafias estacionarias incluso proveen de bienes públicos a sus víctimas, porque de ese modo impulsan su productividad y pueden tributar más. Así se llegaría gradualmente al Estado moderno y mi pregunta es: «¿Ha obtenido su legitimidad a través del consentimiento de aquellos a los que extorsiona?» No. Ha prevalecido mediante la fuerza y, en todo caso, el consentimiento implícito de un porcentaje de la población, que no discuto que sea importante, pero no es total. Por eso yo defiendo reducirlo a lo indispensable, que sería la defensa exterior, la defensa interior, la seguridad y la justicia penal, porque ni siquiera la justicia civil tendría que facilitarla el Estado. Y si lo queremos (aunque esto es ya para los tibiamente socialdemócratas, como diría el profesor Huerta de Soto), también podría habilitarse una red de seguridad pública para aquellos que queden descolgados. Pero no hace falta nada más y, por encima de eso, carece de justificación que se arrebate al ciudadano parte de su propiedad o su libertad para que los gobernantes se ocupen de cosas de las que no necesitan ocuparse.

«No es verdad que las sociedades ricas requieran Estados grandes. Sucede más bien que se los pueden permitir»

P.- José Ortega y Gasset escribió un famoso ensayo sobre el origen deportivo del Estado. El tuyo sería el origen criminal del Estado.

R.- Solo que no es mío, es de Mancur Olson.

P.- Por otra parte, siempre se ha dicho que la Mafia prosperó en el sur de Italia porque allí faltaba el Estado.

R.- Por eso digo que no podemos vivir sin Estado, porque si desaparece el vacío probablemente lo ocupe la Mafia, que no deja de ser un proto-Estado. Por eso los minarquistas nos resignamos y decimos: «Bueno, mejor no nos lo cargamos, pero reduzcámoslo, porque carece de legitimidad».

Juan Ramón Rallo y Miguel Ors. Foto: Carmen Suárez

P.- Las sociedades más prósperas tienen Estados grandes.

R.- Hay sociedades muy prósperas con Estados muy pequeños. En Europa el caso más eximio es el de Suiza. Y en Asia tenemos a Singapur, a Taiwán o a Hong Kong antes de que fuera absorbido por China… No es verdad que las sociedades ricas requieran Estados grandes. Sucede más bien que se los pueden permitir.

«Si el salario mínimo no tiene efecto en el empleo, ¿por qué no lo suben más?»

P.- Has mencionado a Suiza. Su gasto público ronda el 30% porque la sanidad es privada. ¿No existe el riesgo de que si el Estado se repliega de la sanidad, esta deje de ser universal?

R.- Que un servicio no sea público no significa que no puedan habilitarse ayudas para los más humildes. Son cuestiones distintas. En Alemania el personal sanitario no es funcionario, son trabajadores privados. En Suiza, tres cuartos de lo mismo. El hecho de que la provisión no sea estatal no significa que no pueda ser universal, aunque el término universal es un poco peligroso, porque, ¿qué entendemos por universal? ¿Es universal una sanidad como la española, que tarda seis meses en atenderte o que no incluye la odontología? Yo prefiero hablar de coberturas muy amplias, y estas pueden alcanzarse sin que sean públicas.

«La sanidad española mantiene cierta funcionalidad y, como la ciencia mejora y tenemos hábitos más saludables, vivimos más, algo que, por otra parte, sucede en todo el mundo»

P.- Con todos sus achaques, la sanidad española no puede ser mala cuando tenemos una de las esperanzas de vida más altas del mundo.

R.- También los cubanos viven mucho, y no precisamente por sus hospitales. Una esperanza de vida alta se explica por varios factores. La prueba es que en España ha seguido subiendo estos últimos años, a pesar de que todos estaremos de acuerdo en que se ha producido un deterioro en la calidad de la sanidad, entre otras razones por el ajuste que hubo que hacer para no quebrar, y que habrá que seguir haciendo, porque las pensiones se comen una porción cada vez mayor del gasto público. No me parece, por tanto, correcto afirmar: «Como la esperanza de vida es alta, entonces la sanidad es buena».

P.- Pero mala tampoco puede ser…

R.- No es catastrófica, pero, claro, ¿cómo de mala tendría que será para que la esperanza de vida se deteriorara? El sistema mantiene cierta funcionalidad y, como la ciencia mejora y tenemos hábitos más saludables, vivimos más, algo que, por otra parte, sucede en prácticamente todo el mundo. Se nos ha vendido el argumento de que teníamos una sanidad muy barata y muy buena, y no digo que sea cara, pero si es tan sumamente buena, ¿por qué a una cuarta parte de la población contrata un seguro médico privado? ¿Cómo es posible que pudiendo recibir el mismo tratamiento gratis tantos españoles prefieran pagarlo dos veces?

«Se nos ha vendido el argumento de que teníamos una sanidad pública muy buena, pero si es tan excelente, ¿por qué tantos españoles contratan un seguro médico privado?»

P.- Los defensores de la sanidad pública dicen que el problema es que una parte de los recursos se deriva al sector privado. Si no fuera así, la sanidad pública funcionaría mucho mejor.

R.- Es verdad que dispondría de más medios, pero también tendría que atender a más pacientes, con lo cual su calidad se degradaría, salvo que esos defensores piensen (y no creo que lo piensen seriamente) que la productividad por paciente en la sanidad pública es mucho más alta. Lo mismo se dice de la educación: «Si la escuela concertada desapareciera, la pública tendría más recursos». Y sin duda los tendría, pero también más alumnos y, como sus profesores cobran más, para prestar el mismo servicio habría que aumentar el gasto. ¿A costa de qué? ¿De las pensiones, de la obra pública, del I-D? ¿O subimos los impuestos?

«Si la escuela concertada desapareciera, la pública tendría más recursos, pero también más alumnos y, como sus profesores cobran más, pagaríamos más por el mismo servicio»

P.- Esa era mi siguiente pregunta. La presión fiscal española está por debajo de la media de la eurozona.

R.- Cada vez menos…

P.- Pero queda margen para subir los impuestos. Desde luego, este Gobierno es partidario.

R.- Hombre, margen teórico siempre queda mientras no llegues al 100% del PIB… Pero coincido contigo en que nuestra presión fiscal es inferior a la media europea y, cuando indagas por qué, te encuentras con dos motivos. El primero es que tenemos una fiscalidad sobre el consumo asimismo inferior, de modo que para equipararnos al resto de Europa deberíamos subir el IVA o los impuestos especiales.

«Nuestra presión fiscal es inferior a la media europea porque también tenemos una fiscalidad sobre el consumo inferior»

P.- Pero eso sería regresivo.

R.- Más allá de que sea regresivo, no es lo que quieren quienes abogan por un alza de impuestos. Si a cualquiera de los que enarbolan esa bandera les propones un incremento del IVA, te dirá que no. O sea, quieren parecerse a Europa, pero sin hacer lo que Europa hace… El otro factor que determina nuestra menor recaudación son los salarios. Los alemanes y los franceses tienen una estructura del impuesto sobre la renta similar a la nuestra, pero cobran más y, por tanto, tributan a un tipo medio superior. Para recaudar como ellos deberíamos (1) subir los salarios, que no es algo que se pueda hacer por decreto: requeriría mejorar la productividad y en España lleva 30 años estancada; o (2) adoptar una escala mucho más agresiva en el IRPF, de tal modo que las rentas medias pagaran más que ahora. Pero, de nuevo, ¿es eso lo que quieren quienes abogan por equipararnos con Europa?

«¿Qué efecto tendría en la recaudación subir cuatro puntos los tipos máximos del IRPF? ¿400 millones más? ¿Y qué resuelves con eso? Necesitamos 20.000 millones para empezar a adecentar el sistema»

P.- Cuando hablan de subir los impuestos, no se refieren a las rentas medias, sino a los ricos.

R.- ¿Y eso qué significa? La fiscalidad sobre la riqueza en España es de las más elevadas. Somos uno de los pocos países que todavía mantiene el impuesto sobre el patrimonio, aunque algunas comunidades lo hayan eliminado. La tributación de plusvalías, o sea, sobre los rendimientos del ahorro, tampoco es precisamente baja. Queda la opción de dar otra vuelta de tuerca a las rentas más altas en el IRPF, pero ya tenemos un tipo máximo estatal del 47%, que en algunas regiones llega al 54% tras sumarle el tramo autonómico. ¿Y qué efecto tendría en la recaudación? Modesto. El PSOE y Podemos subieron el marginal dos o tres puntos hace un par de años e ingresaron 100 o 150 millones más por ejercicio. Si lo subes cinco o seis puntos, ¿qué vas a recaudar? ¿300 o 400 millones más? Y con eso, ¿qué resuelves? Necesitamos entre 20.000 y 30.000 millones para empezar a adecentar el sistema.

«La reforma laboral ha acabado formalmente con la temporalidad porque la ha prohibido. Ahora bien, en términos efectivos, persiste la rotación de antes»

P.- Decías antes que los sueldos no se suben por decreto, pero es lo que ha hecho el Gobierno con el SMI y, a pesar de las reservas de todos los expertos, estamos batiendo récords de cotizaciones.

R.- Aquí habría que distinguir dos etapas. En 2019 el salario mínimo subió de manera muy considerable y, en 2020, subió algo. Pero desde 2021 se ha estancado en términos reales, es decir, ha aumentado lo que la inflación. Solo eso ya resulta sospechoso, porque si es cierto que no ha tenido efectos negativos en el empleo, ¿por qué no han continuado subiéndolo en términos reales? Pues porque la evidencia disponible apunta a que sí ha dañado el empleo. El informe de la Fundación ISEAK que encargó el propio Ministerio de Trabajo cuantificó entre 19.000 y 33.000 los puestos perdidos por la subida de 2019, a los que habría que añadir los que se dejaron de crear, que el Banco de España estima entre 98.000 y 180.000. En total, hablamos de que al menos 100.000 personas han dejado de cobrar o siguen sin cobrar nada para que otros cobren 100 o 200 euros más al mes. Es un peaje que algunos consideramos excesivo… En cualquier caso, el que la vicepresidenta [Yolanda Díaz] haya interrumpido la subida en términos reales revela que hasta ella es consciente de que no queda mucho margen.

«Tenemos casi cuatro millones de pisos vacíos, lo que pasa es que están donde nadie quiere irse a vivir»

P.- Ya que estamos con Yolanda Díaz, ¿qué opinas de su reforma laboral?

R.- Yo la defendí, no tanto porque me gustara como porque respetaba aspectos esenciales de la reforma de 2012. Políticamente me parecía un éxito que, después de tantos años amenazando con derogarla, PSOE y Unidas Podemos hubieran abrazado sus líneas maestras. No oculto que algunas cosas no me gustan, como la prevalencia del convenio sectorial sobre el de empresa, pero valía la pena pagar ese precio para consolidar una ley que sin duda ha sido beneficiosa para España.

P.- Díaz sostiene que ha acabado con la temporalidad.

R.- Formalmente, así ha sido, porque la ha prohibido. Ahora bien, en términos efectivos, persiste la rotación de antes. Lo que sucede es que se ha trasladado, por un lado, a los fijos discontinuos, que se activan y desactivan en función de las necesidades, y por otro, a los trabajadores con contrato indefinido, cuya duración se ha acortado.

P.- Los contratos son ahora indefinidos, pero duran como los temporales de antes.

R.- Aun así, la reforma supone un progreso, porque las garantías que tiene un indefinido o un fijo discontinuo son mayores que las que tenía un temporal. Pero no se ha solucionado la rotación excesiva de la fuerza laboral, que mina la productividad del trabajo y la capacidad de crecimiento de la economía.

«La revalorización automática y universal de las pensiones nos condena a subidas explosivas de las cotizaciones o a aplicar recortes mucho mayores en el futuro»

P.- ¿Qué hay que hacer con la vivienda? Según un informe del Banco de España, harían falta 600.000 pisos para absorber la formación de hogares nuevos, pero al mismo tiempo tenemos casi cuatro millones de pisos vacíos.

R.- Ocurre, sin embargo, que esos pisos vacíos están donde nadie los quiere. Si la gente estuviera dispuesta a mudarse, buena parte del problema desaparecería, pero se empeña en instalarse en las grandes ciudades, no solo porque en ellas encuentra empleo, sino también por la oferta de ocio, de educación, de sanidad, etcétera. Podría decirse: «Pues que el Estado invierta en las regiones peor dotadas», pero, nuevamente, no hay dinero.

P.- Habría que habilitar más pisos en esas grandes ciudades. ¿Cómo?

R.- Hay que permitir cambios en el uso del suelo y, si una parcela está calificada como industrial pero nadie quiere levantar una fábrica allí, que se construyan viviendas. Se podrían autorizar más alturas allí donde crecer horizontalmente no sea posible. También deberían destinarse a vivienda los locales comerciales vacíos, algo que empieza a verse en Madrid, pero que en otros muchos lugares sigue muy bloqueado. Necesitamos dar seguridad jurídica al propietario para que saque sus pisos al mercado y, finalmente, convendría profesionalizar el mercado del alquiler. Los grandes tenedores diluyen los costes de gestión gracias a sus economías de escala, pero en lugar de atraerlos, los maltratamos y los ahuyentamos.

«Nunca la humanidad ha alcanzado mayores cotas de bienestar y alguien que no supiera dónde va a nacer y pudiera elegir, reducirá la probabilidad de nacer mal naciendo hoy»

P.- Más problemas. Según los informes de ejecución presupuestaria, entre 2010 y 2022 el Estado transfirió a la Seguridad Social más de 700.000 millones de euros, unos 50.000 millones al año. ¿Está en quiebra el sistema de pensiones?

P.- Lo está en el sentido de que no es capaz de hacer frente a todos los pagos comprometidos [con lo que ingresa por cotizaciones], y la reforma que ha hecho este Gobierno, la contrarreforma más bien, lo ha empeorado todo, porque el ajuste de los desfases se confía a aumentos de la recaudación. Ya ha habido que subir las cotizaciones sociales, y habrá que volver a hacerlo si las cuentas de la Seguridad Social vuelven a desequilibrarse. Esto es una receta para el desastre, porque quienes pagan las cotizaciones son los jóvenes, que son también los peor tratados por el sistema, con unos contratos laborales precarios y unos alquileres por las nubes. Y cuando les digas que les bajas el sueldo para pagar la pensión del casero, se van a molestar.

P.- ¿Pero está al menos garantizada la sostenibilidad del sistema?

R.- El Gobierno argumentaba hasta ahora que el problema de España era la jubilación de los babyboomers, pero que esa bola se acabaría de digerir entre 2050 y 2055 y hacia 2060 podría incluso plantearse una mejora de las prestaciones. Por desgracia, una de las conclusiones más tenebrosas del informe de la Comisión Europea es que las dificultades financieras van a prolongarse hasta 2070.

«A mí me parece una grandiosa oportunidad que la inteligencia pueda desarrollarse hasta cotas inconcebibles»

P.- ¿Y qué puede hacerse?

R.- Yo habría dejado en vigor la reforma de 2013. Era muy dura para algunos pensionistas, pero se podía compatibilizar con subidas discrecionales para los que menos cobran. Obviamente, tras el brote inflacionario de 2022 no podías tolerar una pérdida de capacidad adquisitiva del 9%, pero sí graduar la actualización en función de las necesidades: un 6% para las prestaciones más bajas, un 4% para las medias, un 2% para las altas… La reforma de 2013 no era perfecta y necesitaba parches, pero no debería haberse derogado. La revalorización automática y universal que este Gobierno ha aprobado nos condena a subidas explosivas de las cotizaciones o a aplicar recortes mucho mayores en el futuro.

P.- Uno de los personajes de Lotus blanco, una serie de televisión, comenta muy serio que ha decidido no tener hijos porque vivimos en un planeta desahuciado. ¿Tan mal lo hemos hecho?

R.- Ese pesimismo antropológico nunca ha traído nada bueno. La humanidad ha dado lo mejor de sí cuando ha mirado el futuro con optimismo, no cuando ha caído en la creencia supersticiosa de que bailamos al son de fuerzas incontrolables, que además nos llevan de cabeza a las tinieblas. Y aunque entiendo la lógica del que decide no tener hijos porque no ve las cosas claras, me parece que la reacción debería ser justamente la contraria, porque nuestras opciones aumentarán cuantos más seamos, cuantas más cabezas discurran soluciones para las dificultades que atravesamos.

«No hablamos de alumbrar a otro John von Neumann, ni siquiera a alguien que sea dos veces más listo, sino a alguien que sería mil veces, un millón de veces más listo»

P.- En algún lado te he leído que, si no supiéramos en qué momento de la historia vamos a nacer y nos dejaran elegir, la inmensa mayoría escogeríamos el actual.

R.- Totalmente. Nunca la humanidad ha alcanzado mayores cotas de bienestar y, si no sabes dónde vas a nacer, reduces la probabilidad de nacer mal naciendo hoy. Por eso, que tanta gente sufra de angustia existencial y contemple el porvenir con desconfianza, con miedo e incluso con odio hacia la especie humana, me parece muy triste.

P.- Una de las fuentes de esa angustia existencial es la inteligencia artificial (IA). Elon Musk y los altruistas eficaces sostienen que es la mayor amenaza que se cierne sobre la humanidad.

R.- A mí me parece una grandiosa oportunidad que la inteligencia pueda desarrollarse hasta cotas inconcebibles. Porque no estamos hablando de alumbrar a otro John von Neumann, ni siquiera a alguien que sea dos veces más listo que von Neumann, sino a alguien que sería mil veces, un millón de veces más listo. Algunos dicen que la IA será la última invención que desarrolle la humanidad, porque a partir de entonces todas las desarrollarán las máquinas, pero también porque igual no hay más humanidad. Y sin ser este mi campo, no debemos minusvalorar los riesgos de que el experimento salga mal. La IA podría vernos como una molestia, igual que nosotros vemos a las hormigas. O podría concluir que somos sus competidores, porque consumimos los mismos recursos escasos que necesita ella. O simplemente malinterpretar nuestras instrucciones. Si yo te pido que me alivies el dolor de la pierna, no hace falta que te explicite mucho más, se sobreentiende que necesito un analgésico. La IA podría amputarme la pierna o, directamente, asesinarme, porque si estoy muerto no sufro más.

P.- Eso no sería de una gran inteligencia, ni artificial ni natural…

R.- No sería inteligencia humana. Nuestra mente se ha desarrollado evolutivamente y cuenta con unos parámetros morales que ni siquiera nosotros entendemos y que, por tanto, no podemos infundir en un robot… Se trata en todo caso de un reto de primer nivel en el que trabajan importantes empresas y en el que esperemos que tengan éxito, aunque viendo los abandonos en el equipo que supervisa la seguridad en OpenAI, no te oculto mis recelos.

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