Cándido Méndez: «Sería un error reducir por decreto la jornada laboral»
«Yo soy un firme defensor, pero debe alcanzarse por el diálogo y respetando los ritmos de los diferentes sectores»
Cándido Méndez (Badajoz,1952) es hijo de un concejal socialista que, como tantos perdedores de la Guerra Civil, fue condenado primero a muerte y luego a 30 años de prisión. Aunque al final cumplió solo seis años, arrastró el estigma de rojo todo el tiempo que duró la dictadura.
Con semejante precedente, no es de extrañar que Cándido saliera de izquierdas, aunque él mismo reconoce que tuvo una infancia feliz, humilde pero feliz. Creció en la provincia de Jaén, cursó Ingeniería Técnica en Madrid y, en 1970, se afilió al PSOE y a la Unión General de Trabajadores (UGT), de la que entre 1994 y 2016 sería secretario general.
Lo primero que me gustaría señalar es que el nombre que le pusieron no podía estar peor elegido, porque Cándido no tiene nada de cándido. Lo fácil sería decir que está en las antípodas del personaje de Voltaire y que el mismo es completamente volteriano, es decir, desconfiado y pesimista, pero tampoco eso sería correcto, porque, aunque como avezado líder sindical se prepara siempre para lo peor, espera también siempre lo mejor. Y no es en absoluto catastrofista. Al contrario. Reconoce y así consta en el prólogo de Por una nueva conciencia social, las memorias que acaba de publicar, que «en los últimos 45 años la vida de los seres humanos ha experimentado un cambio radical en términos claramente positivos, y nuestros índices de desarrollo y bienestar en todas las latitudes han mejorado de manera sustancial». Esta es una frase que podrían suscribir, sin tocar ni una sola coma, cualquier señor del Cato Institute o Carlos Rodríguez Braun, que pasó por aquí hace unos meses.
Pero, claro, ahí se acaban las similitudes. Porque si en muchos aspectos Cándido es un heterodoxo, cuando se trata de asuntos laborales, como las pensiones, el salario mínimo o la negociación colectiva, vuelve al catecismo sindical, como puede apreciarse en lo que sigue, que es una versión editada y extractada de la conversación que mantuvimos en la sede de The Objective/El Liberal y que puede escucharse íntegra en la web.
Pregunta.- Dices, Cándido, que si España no hubiera sido una dictadura cuando naciste, tu trayectoria vital hubiera sido muy distinta.
Respuesta.- Si España hubiera sido una democracia en 1945, yo me hubiera dedicado a otros menesteres, pero el desarrollismo llevaba en sí el germen de la libertad, porque tanto la emigración como el turismo eran un constante recordatorio de lo que había en el exterior. Los obreros que volvían de Suiza o de Alemania contaban las condiciones que tenían allí, algo que corroboraban los miles de veraneantes que venían cada año a nuestras playas y que, siendo trabajadores normales, no millonarios, podían permitirse hoteles de tres y de cuatro estrellas. Así que no tardó en darse una colusión, que no colisión, una colusión espléndida entre jóvenes y mayores para traer la democracia y, si me lo permites, me gustaría contar una anécdota. En Túnez hay un sindicato que se llama UGTT [con doble te], que por cierto recibió el Premio Nobel de la Paz por su papel decisivo en la deposición de [Zine El Abidine] Ben Alí [en enero de 2011]. Bueno, pues un par de años después de la Primavera Árabe nos invitaron a un debate y, en un momento dado, una mujer nos pregunta: «Y vosotros, ¿cómo os las arreglasteis durante la Transición para conectar con los jóvenes?», porque tenían ese problema. Y respondimos: «Es que nosotros éramos los jóvenes». El franquismo obligó a mi generación a madurar deprisa.
«No se puede comparar la amnistía de 1977 con la actual. Aquella fue el pilar sobre el que se asentó la Constitución. La actual es un cuerpo extraño, que altera la igualdad ante la ley»
P.- Una de las claves de la Transición fue la amnistía de 1977 y este Gobierno se ha amparado en aquella iniciativa para negociar otra en Cataluña. ¿Son asimilables?
R.- Es una comparación absolutamente reprobable y supone un agravio para todos aquellos que durante el franquismo sufrieron persecución y exilio y fueron condenados a muerte. Aquella amnistía fue el pilar sobre el que se asentó la Constitución. La actual es un cuerpo extraño, que altera una de las señas de identidad de la democracia española: la igualdad ante la ley. Estoy muy, muy en contra.
P.- El Gobierno sostiene que va a reconciliar a la sociedad catalana.
R.- No dudo de la buena voluntad del presidente [Pedro Sánchez], pero está profundamente equivocado. Estos últimos años la sociedad catalana había avanzado mucho en la superación de la grieta abierta en octubre de 2017 [por la celebración del referéndum ilegal]. Y luego, ¿cómo han reaccionado los independentistas a la aprobación de la amnistía en el Congreso? Presumiendo de victoria. Y cuando alguien vence es porque otro cae derrotado, ¿no?, y eso me parece a mí que tiene poco que ver con la concordia. La amnistía no ha sido más que un hito en la agenda nacionalista y a continuación van a venir una financiación singular y privilegiada, el referéndum, etcétera. De reconciliación, nada.
«No dudo de la buena voluntad del presidente, pero está profundamente equivocado si espera que la amnistía ayude a la reconciliación»
P.- ¿Qué habrías hecho tú de haber estado en los zapatos de Sánchez?
R.- Durante el debate de investidura [posterior a las generales del 23 de julio de 2023], yo me manifesté en contra de una gran coalición [entre PP y PSOE]. En mi opinión, se debería haber ido a unas nuevas elecciones y, si Sánchez creía de buena fe que la amnistía podía ser la solución, que la hubiera incluido en su programa. En aquel momento los socialistas hubieran sido probablemente la formación más votada, pero hubo miedo y se decidió seguir adelante pagando un precio exorbitante por el apoyo de los siete diputados de Junts. Posteriormente, durante los cinco días de paréntesis de Sánchez, me preguntaron si creía que iba a dimitir y contesté que no tenía ni idea, pero que en cualquier caso lo que procedía era que rindiera cuentas y llamara a las urnas, y aprovechara para incorporar a su campaña la amnistía, que aún no estaba aprobada.
«Lo que Sánchez tenía que haber hecho tras el 23-J es ir a unas nuevas elecciones y, si creía de buena fe que la amnistía podía ser la solución, que la hubiera incluido en su programa»
P.- ¿Han cambiado el escenario político las europeas?
R.- Claro. El PSOE ha perdido, el bloque de progreso ya no tiene la mayoría y han surgido dudas sobre la estabilidad del Gobierno. Por un lado, de las declaraciones de algunos miembros de Sumar se deduce que probablemente sus ministros busquen a partir de ahora desmarcarse, para resaltar su identidad. Por otro, el apoyo de los socios catalanes podría verse afectado por el resultado de las negociaciones para la investidura del presidente de la Generalitat. A mí me encantaría que se resolvieran en favor del señor [Salvador] Illa, pero lo único que han traído las autonómicas [de mayo de 2024] es más incertidumbre. Finalmente, Sánchez dice que tenemos tres ultraderechas en España [el PP, Vox y Se Acabó la Fiesta], pero si fuera así, ¿qué clase de valladar ha sido él contra la extrema derecha? En ningún otro país de Europa ha obtenido el 51%. Viktor Orban ha sacado el 44%, la señora [Giorgia] Meloni el 28%, la señora [Marine] Le Pen el 32%… En realidad, lo que se está produciendo en España es el fenómeno contrario, una contracción de la extrema derecha. El PP ha ganado las elecciones y estoy convencido de que, en su fuero interno, Sánchez no descarta un adelanto de las generales. No es lo que más le conviene, pero la estabilidad parlamentaria no depende ya de él.
«El escenario político ha cambiado tras las europeas. El PSOE ha perdido, el bloque de progreso ya no tiene la mayoría y han surgido dudas sobre la estabilidad del Gobierno»
P.- En tu libro dices que la Transición nos dejó «un legado duradero que debe observarse como referencia» y que los políticos jóvenes «harían bien en analizar la capacidad de negociación y la renuncia a los extremos, así como la voluntad de reconciliación para construir juntos», que caracterizó a aquella etapa. Pero fueron también años de enorme crispación, y no me refiero solo al terrorismo ni a [Antonio] Tejero [el teniente coronel de la Guardia Civil] dando tiros en el Congreso [el 23 de febrero de 1981]. Hablo de la dureza de Felipe González con Adolfo Suárez, que no desmerece en absoluto de la aspereza de las actuales sesiones de control, o de la posterior de José María Aznar con González.
R.- Estoy de acuerdo, pero hay crispación y crispación. En los primeros años de democracia se dieron arremetidas muy fuertes, pero siempre con contenido político, probablemente porque era una época de desarrollo constitucional. Yo asistí a la puesta en marcha de los estatutos de autonomía, fui ponente de algunos aspectos de la Ley Orgánica de Libertad Sindical e intervine en la reducción de la semana laboral a 40 horas y en la ampliación a 30 días de las vacaciones pagadas. Había mucho que hacer y esa podría ser la explicación de aquella crispación con contenido. Pero el caso es que tampoco ahora falta qué hacer. Por citar solo dos asuntos, tenemos la llegada de los fondos europeos [Next Generation], que suponen una oportunidad única para reorientar la estructura económica del país. Y está el problema de la vivienda, que exige, primero, luces largas y, segundo, un consenso muy amplio, porque todas las administraciones están concernidas y el PP es gobierno en comunidades y ayuntamientos y oposición en el Parlamento, mientras que el PSOE gobierna la nación y es oposición en comunidades y ayuntamientos.
«Sánchez dice que tenemos tres ultraderechas en España [el PP, Vox y Se Acabó la Fiesta], pero si fuera así, ¿qué clase de valladar ha sido él contra la extrema derecha? En ningún otro país de Europa ha obtenido el 51%»
P.- Sánchez ha impulsado una ley de vivienda que, entre otras medidas, limita los alquileres, lo que reduce la oferta y agudiza el problema.
R.- En relación con la vivienda, se han aprobado unos incentivos para la compra [la línea de avales ICO de 2.500 millones] que ya se han ensayado en sitios como el Reino Unido y que los expertos en la materia dicen que han encarecido los pisos y no han servido para ayudar a los jóvenes y a las familias de menor poder adquisitivo. Eso por una parte. Por otra, no podemos aprobar una ley de vivienda cada poco, eso genera una inseguridad jurídica que retrae la inversión. Finalmente, en el libro [Por una nueva conciencia social] me hago el siguiente razonamiento. La demanda de pisos está concentrada en 10 grandes ciudades, porque en ellas hay trabajo y la gente se mueve lógicamente allí donde se dan las oportunidades. ¿Por qué no aprovechamos las herramientas que nos brinda la tecnología digital para incentivar la creación de empresas en otras zonas del país? Eso exigiría alcanzar un compromiso para dar cobertura inmediata de internet o de 5G o de 6G o de cómo se diga en todo el territorio… Al final, la solución a la vivienda pasa por un gran pacto estratégico por el empleo y la productividad, pero siempre me tropiezo con la misma piedra, y es que eso depende de dos consensos fortísimos: uno entre los sindicatos y los empresarios, que pasa por sus altibajos, pero que al menos existe, y otro consenso político e institucional, que no existe en absoluto.
«En los primeros años de democracia también hubo crispación y se dieron arremetidas muy fuertes, pero siempre con contenido político, probablemente porque era una época de desarrollo constitucional»
P.- Llevamos perdiendo industria prácticamente desde que Franco murió, en gran medida porque los Gobiernos que vinieron después se dieron cuenta de que era una estructura obsoleta, incapaz de competir en el mundo. La reconversión nos ha convertido en un país fuerte en servicios. ¿Estamos condenados a ser la Florida de Europa?
R.- No son objetivos incompatibles, podemos ser la Florida de Europa y, al mismo tiempo, disponer de una industria fuerte. Respecto de la pérdida de tejido, déjame que matice que una parte no desdeñable de esa pérdida es estadística, porque las empresas auxiliares de las fábricas que computaban antes como industria eran compañías de seguridad, transporte o limpieza que ahora atienden a cadenas hoteleras y se catalogan como de servicios. Dicho esto, es indudable que hay menos industria y que debemos reforzarla, pero la transformación verde y la revolución digital nos brindan una ocasión magnífica. En el libro defiendo lo que denomino un triángulo virtuoso, que consistiría en vincular descarbonización, digitalización y empleo, pero me da la impresión de que ahora mismo la transformación verde va por su lado, la revolución tecnológica va por el suyo y, salvo en la minería y la electricidad, la transición justa prácticamente no se da.
«Se han aprobado unos incentivos para la compra de vivienda que ya se han ensayado en sitios como el Reino Unido y que los expertos dicen que han encarecido los pisos y no han servido para ayudar a los jóvenes y a las familias de menor poder adquisitivo»
P.- ¿A qué te refieres con transición justa?
R.- El progreso hacia la neutralidad climática o la digitalización no puede producirse a costa del empleo y la cohesión territorial. Tenemos que ganar productividad, pero sin abandonar a las personas.
P.- Ahí has puesto el dedo en la llaga. ¿Por qué somos tan poco productivos los españoles?
R.- Es la pregunta del millón… Nuestras grandes compañías son tan eficientes como las alemanas. La diferencia estriba en lo que allí denominan mittelstand, las empresas de tamaño medio. Alemania tiene muchas más empresas de 100 y de 150 trabajadores, que investigan, innovan y pagan más que las pymes españolas. De todos modos, ese no es el único flanco abierto. Me ha llamado la atención una cifra reciente de Eurostat sobre nuestra mano de obra. El 29% de los asalariados españoles tienen un nivel educativo bajo, frente al 16% de los alemanes. Eso no está bien, pero es que los empleadores con baja cualificación suponen el 34% en España y el 11% en Alemania.
«La demanda de pisos está concentrada en 10 ciudades, porque en ellas hay trabajo. ¿Por qué no aprovechamos las herramientas que nos brinda la tecnología digital para incentivar la creación de empresas en otras zonas del país?»
P.- Hace falta una reforma de la educación…
R.- Nos sobran reformas, más bien. Pasa como con la vivienda: cada Gobierno saca su ley educativa y lo que necesitamos es una que genere consenso y sea de largo aliento. Por lo demás, acabo de leer que la nueva prueba de acceso a la universidad va a ser más exigente en ortografía: por lo visto, en algo tan fundamental como escribir bien aún hacemos agua… Todo eso hay que tenerlo en cuenta, pero hay un fenómeno que me parece que interpela al conjunto de la sociedad y, en particular, a los empresarios. ¿Cómo es posible que cientos de miles de jóvenes titulados españoles se vayan cada año al extranjero? ¿No son útiles para las compañías españolas, pero sí para las europeas?
P.- ¿Por qué se da esa fuga? ¿Es un tema de salarios?
R.- No solo. Influyen factores que van desde cómo se reconoce el trabajo a la adecuación entre el puesto y la titulación, pasando por el retraso en la adaptación tecnológica. Todo ello deprime la productividad, de la que a su vez dependen el nivel salarial, la calidad en la contratación e incluso la desigualdad. Para mí, la palabra clave es productividad, pero hay que compatibilizarla con una serie de elementos, incluso con uno tan polémico como la reducción de jornada.
P.- El Gobierno amenaza con sacarla adelante sin los empresarios.
R.- Antes he mencionado que fui ponente de la rebaja de la semana laboral a 40 horas y de la ampliación a 30 días de las vacaciones pagadas, y todo ello fue posible gracias a una gran negociación entre sindicatos y patronal que incluía componentes salariales y de productividad. El acuerdo sirvió de pista de aterrizaje para la ley que vino a continuación. Ese es el orden correcto: pacto entre los agentes sociales, primero, y regulación, después.
P.- No eres partidario de que la reducción se imponga por decreto.
R.- Sería un error. Yo soy un firme defensor de una jornada más corta, pero su adopción debe alcanzarse mediante el diálogo y respetando los ritmos de los diferentes sectores.
«Podemos ser la Florida de Europa y, al mismo tiempo, disponer de una industria fuerte. La transformación verde y la revolución digital nos brindan una ocasión magnífica»
P.- Los jóvenes se quejan de lo mal que está todo, y no digo que no tengan problemas, pero peores los tuviste tú, y no digamos tu padre.
R.- La vida es hoy indudablemente mejor que hace 30 o 40 años y por eso me ha intrigado siempre el malestar de los jóvenes, que es muy real, porque ya hemos visto que cientos de miles se marchan todos los años al extranjero. ¿A qué conclusión he llegado? En el libro cuento un par de experiencias. La primera fue una invitación al Círculo Ecuestre de Barcelona, donde recibí una andanada feroz de críticas. Todos mis interlocutores estaban insatisfechos, pero no tanto por el salario como por las condiciones laborales. Posteriormente pasé por la Fundación Padre Llanos, donde unos chicos de Formación Profesional me hicieron unas preguntas muy incisivas y, a raíz de esas dos experiencias, he llegado a la conclusión de que carecen de cauces de representación adecuados y, por ello, sus inquietudes no se ven reflejadas en los programas de los partidos.
«La vida es hoy indudablemente mejor que hace 30 o 40 años y por eso me ha intrigado siempre el malestar de los jóvenes. Mi impresión es que carecen de cauces de representación adecuados»
P.- Tiene cierta lógica. La población mayor es mucho más numerosa y los políticos van a ir al caladero principal de votos. Un reproche, por cierto, que os dirigen también a los sindicatos, que os preocupáis de los trabajadores fijos y os desentendéis de los jóvenes parados. Por ejemplo, las elevadas indemnizaciones de despido protegen a los primeros, pero son barreras de entrada para los segundos.
R.- En mi época, [el presidente de la CEOE] José María Cuevas, el secretario general de Comisiones Obreras Antonio Gutiérrez y yo firmamos un abaratamiento del despido, pero sin alterar el marco legal general, mediante la introducción de un contrato de fomento del empleo que rebajaba en 15 días la indemnización legal. Y no funcionó.
P.- ¿Por qué?
R.- Influyen ahí infinidad de factores que tienen que ver con la estructura laboral, con la falta de adecuación de las calificaciones de los jóvenes a las exigencias del mercado y con un cambio en la cultura de las empresas que a mí me parece erróneo.
P.- ¿En qué consiste ese cambio?
R.- En que se le da poco valor a la experiencia. Las empresas grandes protegen su capital humano y despiden cuando no les queda otro remedio, pero el resto no se preocupa tanto por la formación de sus plantillas, y eso es lo que tiene atenazada a la juventud. Un detalle muy revelador. Si analizas la evolución laboral de los mayores de 55 años, resulta que en 2003 suponían (cito de memoria) el 6% de los parados y en 2023, el 19%. La cifra se ha triplicado y mi pregunta es ¿qué hemos hecho para cualificar a esas personas en los últimos 20 años? Nada. Los estudios señalan que, en el ámbito digital, seis millones de trabajadores necesitan cursos de un año y otros cuatro millones, de seis meses o menos. Y que yo sepa no se está haciendo nada apreciable, salvo, ya digo, en las grandes empresas.
«Las empresas grandes protegen su capital humano y despiden cuando no les queda otro remedio, pero el resto no se preocupa tanto por la formación, y eso es lo que tiene atenazada a la juventud»
P.- En tu libro insistes en que las advertencias sobre el riesgo para el empleo que supone el incremento del salario mínimo interprofesional (SMI) «son más un artefacto ideológico que un planteamiento respaldado por la evidencia empírica».
R.- Antes de las últimas subidas, se alertó: «¡Ojo, que los jóvenes no van a colocarse!» y cualquiera puede comprobar que no ha sido así. La correlación entre el SMI y el paro juvenil es débil. Alemania tiene un salario mínimo muy superior al nuestro y tiene el menor desempleo juvenil de Europa. Y en sentido contrario, ¿cuáles son los cuatro países donde peor es el problema? España, Grecia, Italia y Suecia. Bueno, pues ni en Italia ni en Suecia hay SMI. No lo quieren, prefieren dejar su fijación en manos de la negociación colectiva.
P.- Pero si no hubiera relación entre empleo y SMI, podríamos ponerlo en 3.000 o en 4.000 euros mensuales, ¿no? Si no se hace es porque tiene un impacto, aunque en un momento de crecimiento como el actual no se note tanto.
R.- La Carta Social Europea establece que el SMI debe alcanzar el 60% del salario medio, que es en lo que en este momento creo que estamos. Además, es un incentivo para mejorar la productividad. ¿Y a quién nos queremos parecer? ¿A nuestros vecinos marroquíes o a nuestros socios alemanes?
«La correlación entre el SMI y el paro juvenil es débil. Alemania tiene un salario mínimo muy superior al nuestro y tiene el menor desempleo juvenil de Europa»
P.- Un informe del Banco de España denuncia que el incremento del SMI de 2020 redujo la creación de empleo y las horas trabajadas.
R.- La caída de las horas trabajadas es un fenómeno que se está registrando en todo el mundo, y no desgraciadamente por avances en la productividad, que podría ser uno de los motivos, sino por el auge de la contratación a tiempo parcial, una modalidad que en la mayoría de las ocasiones es involuntaria y que afecta particularmente a las mujeres. No es un desafío pequeño, pero en España podemos aprovechar los fondos europeos y el objetivo de neutralidad climática para cambiar nuestro modelo de crecimiento.
P.- A propósito de la reforma laboral de Yolanda Díaz, dices que ha reducido la temporalidad, pero no la precariedad.
R.- Al prohibirse el contrato de obra y servicio la tasa de temporalidad ha caído, pero parte de la rotación que sufrían antes los temporales se ha traspasado a los indefinidos.
P.- Y la rotación es muy mala, porque descualifica la mano de obra y reduce la productividad.
R.- Así es.
«Al prohibir el contrato de obra y servicio, la tasa de temporalidad ha caído, pero parte de la rotación que sufrían antes los temporales se ha traspasado a los indefinidos»
P.- Mi última pregunta se refiere a las pensiones. Según los informes de ejecución presupuestaria que publica el propio Gobierno, en los 13 años que van de 2010 a 2022 la diferencia entre los ingresos por cotizaciones y los pagos de la Seguridad Social ascendió nada menos que a 718.000 millones. ¿No significa eso que está quebrada?
R.- Aquí podríamos remontarnos a los orígenes del sistema en el tardofranquismo [1 de enero de 1967], cuando había muchos cotizando y pocos cobrando y la sanidad y las pensiones iban de la mano, lo que permitió levantar toda la infraestructura hospitalaria. Luego, las dos fuentes se separaron, pero los créditos siguieron gravitando sobre las pensiones. Sea como sea, no voy a negar el problema, pero disponemos asimismo de un buen invento, el Pacto de Toledo, que garantiza el sistema de reparto y el mantenimiento del poder adquisitivo, y eso ya no lo toca nadie. El propio Partido Popular lo intentó e incorporó una serie de decisiones [como el factor de sostenibilidad] que luego debió congelar. La Comisión Europea acaba de aceptar la última reforma [del exministro de la Seguridad Social José Luis Escrivá]. Vamos a ver qué ocurre y si no hay que consensuar algún mecanismo adicional que nos permita aguantar el tirón que supone la jubilación de la generación del baby boom. Dicho esto, una de las ideas que planteo en mi libro es que, junto a dos factores de producción tradicionales como la tierra y el capital, ha aparecido uno nuevo, que son los datos. La monetización de la información privada [que las redes sociales o Google venden a los anunciantes] podría aprovecharse para reducir la brecha entre gastos e ingresos de la Seguridad Social.
«Una sociedad no puede desperdiciar el conocimiento de los mayores de 65, pero tampoco le puedes decir a un obrero de la construcción que ahora va a trabajar cinco años más»
P.- ¿Y no habría que pensar también en alargar la carrera profesional?
R.- Yo vivo muy bien jubilado, pero a mi mujer la obligaron a retirarse a los 67 y hubiera preferido seguir hasta los 70. Hay que entrar en un debate en profundidad. Una sociedad no puede desperdiciar el patrimonio formidable que supone el conocimiento de los mayores de 65, pero tampoco le puedes decir a un obrero de la construcción o a un camionero de larga distancia que ahora va a trabajar cinco años más.
P.- Se trata de que siga el que quiera.
R.- Claro, claro, así debería ser.
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