THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

Déficit público y relato para unos tristes JJ. OO.

París tira de documentales de Netflix para sobrevivir a un estado de ánimo pésimo en el momento más inoportuno

Déficit público y relato para unos tristes JJ. OO.

Emmanuel Macron. | Agencias

¿Se están convirtiendo los otrora glamurosos Juegos Olímpicos en un marrón curioso? París inaugura este viernes los suyos con más dolores de cabeza que ilusión. Mientras la alcaldesa se baña en el Sena a lo Fraga en Palomares para demostrar que no está (demasiado) contaminado, el presidente en funciones del país incluso se planteó alternativas para la ceremonia de apertura por la psicosis terrorista mientras se devane los sesos para cuadrar las cuentas públicas.  

Los JJOO llevan tiempo devaluando su valor. Las audiencias televisivas son un buen baremo de la decadencia. En este gráfico, Statista muestra como han ido bajando desde Pekín 2008. Y no será porque el negocio del deporte esté de baja. Solo hay que mirar el valor creciente de los clubes de fútbol o los ingresos de las franquicias de la NBA.  

Da la impresión de que el espíritu olímpico tienen cada vez menos encanto para el gran público. La paulatina entrada de los deportistas profesionales, consumada con el Dream Team de millonarios de la NBA en 1992, ha desnaturalizado el mensaje. Sigue valiendo el lema «Citius, Altius, Fortius» («más rápido, más alto, más fuerte»), con la emoción por los récords y la gloria de las medallas, pero ya nadie se cree que el motor de la competición sea el deporte en sí mismo

En el Comité Olímpico Internacional se han dado cuenta de que hay que repensar la forma de vender el producto. Van un poco tarde, pero van. Un informe de SportBusiness explica su asociación con Netflix para la producción de tres documentales centrados en la gimnasta estadounidense Simone Biles, en los velocistas y en el baloncesto masculino olímpico. Por fin parecen entender que, en el hipertrofiado mercado narrativo actual, ninguna marca, ni siquiera la olímpica, sobrevive por sí misma

Amortizar la marca olímpica, además, requiere de un esfuerzo descomunal. La cifra que consultoras y medios dan como más fiable sobre el coste de 2024 orbita alrededor de los 8.200 millones de dólares. Eso es mucho dinero. No son, ni de lejos, los más caros de la historia: los de Sochi de 2014, según Market Watch, se fueron a los 25.000 millones… y eso que eran Juegos de invierno, mucho menos vendibles. Pero los números hay que ponerlos en perspectiva: a Putin le compensaba. 

El rendimiento de la organización de unos juegos se mide en valores tan relativos como el prestigio, el impulso del orgullo ciudadano, el replanteamiento del concepto urbanístico…  El final del siglo XX marcó la cúspide de su función como lanzadora de ciudades con potencial: nuestra Barcelona 92 es el caso más evidente, pero Seúl 88 también fue una buena idea. Ya Atlanta 96 salió bastante mal e inició la senda de la decadencia, con las excepciones de Pekín 2008 (caso muy especial: necesidades de una dictadura que quería culminar su paso del comunismo al capitalismo totalitario) y la ya comentada de Sochi 2014 (sobran las explicaciones: solo hay que echar un vistazo a Ucrania). 

Por eso, los anfitriones de las ediciones de los JJOO en sitios como Río de Janeiro, Tokio o Londres estaban básicamente deseando que pasasen cuanto antes sin destrozar demasiado ni sus arcas ni su prestigio. El caso de París quizá sea más sangrante aún. Con el país hecho políticamente unos zorros tras unas elecciones sorpresa hace solo unos días, como explica Ricardo Cayuela Gally en una deliciosa comparación con el destino de Saint-Exupéry, el precario Gobierno de Macron está dopando a base de primas a los funcionarios públicos de la ciudad para evitar una oleada de huelgas en plenos juegos. En Le Figaro lo explicaban con detalle ya en marzo… cuando el clima social aún no era tan tenso. 

Lo ideal para una economía que la UE ha sancionado hace apenas un mes por su déficit presupuestario. 

El principal diario económico francés, Les Echos, publicaba en abril que, «según los economistas, el evento deportivo debería impulsar el crecimiento francés durante el verano, pero el efecto no será duradero», e «incluso es posible una reacción negativa». Sumando algunos miles de millones de costes adicionales previsibles, el economista Bruno Cavalier calcula que el presupuesto debería ascender en realidad a unos 10.000 millones de euros. Los beneficios económicos son «más difíciles de cuantificar», según el rotativo francés, con «un margen de incertidumbre» que parte del siguiente mecanismo: «La pregunta es si, en un país propenso a la tristeza, el acontecimiento devolverá la confianza a los franceses». 

Lo que ha pasado desde abril no apunta precisamente en esa dirección.

¿Necesitaba París un gran acontecimiento para vender su marca? Si el tópico nos habla del carácter poco hospitalario (o directamente antipático) del parisino medio, harto de los turistas, ¿qué podemos esperar de las aglomeraciones olímpicas en los días más calurosos del verano y con los extremos políticos hirviendo? El concepto de turismofobia se puede quedar corto. 

Pero hay que tener en cuenta que París presentó oficialmente su candidatura en 2015, tras ir madurándola a lo largo de la época de François Hollande en el gobierno del país. Las fuerzas vivas eran conscientes de que hacía falta un impulso, algo, cualquier cosa que diera, al menos, la ilusión de un regreso al entusiasmo que se inventó De Gaulle tras la Segunda Guerra Mundial alrededor de una idea bien contada de Francia. Lamentablemente, la imaginación de los gobernantes galos no es la que era. ¿Unos Juegos Olímpicos? ¿De verdad?

Curiosamente, la siguiente sede, los de 2028, es Los Ángeles. California es otro ejemplo de decadencia. Otrora tierra de emprendedores, la autocomplacencia está arruinando su relato y ahuyentando a sus vecinos más egregios. En Estados Unidos, la nueva tierra de promisión es Texas. El último en dar el salto es Elon Musk, como contamos por aquí.

De seguir así, habría que completar el lema olímpico: más rápido, más alto, más fuerte, más decadente.  

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