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Economía

Wallapop: manual de supervivencia

La plataforma de compraventa de segunda mano ofrece buenas oportunidades, pero hay que saber navegarla

Wallapop: manual de supervivencia

El logotipo de Walapop. | Gustavo Valiente (Europa Press)

Wallapop siempre ha gozado del favor del analista especializado en startups y de los fondos que sufragan las grandes expansiones en esta industria tecnológica. Lanzada en septiembre de 2013 y con sede en Barcelona, la compañía, propietaria de la plataforma de compraventa de segunda mano más popular de España, ha levantado casi 260 millones de euros en 11 años y suma alrededor de 15 millones de usuarios activos mensuales. 

En febrero de este ejercicio, Dealroom endosaba a la empresa dirigida por el estadounidense Rob Cassedy un valor de mercado de 832 millones pese a las pérdidas acumuladas desde su debut (unos 162 millones). Si a principios de 2023 Wallapop cerraba una ronda de 81 millones, a comienzos de este curso ampliaba esa operación en 20 millones más. No es infrecuente que la scaleup aparezca en las listas de futuros unicornios españoles, aunque tenga pendiente implantar un modelo de monetización más agresivo.  

Pero, más allá de la salud financiera y las expectativas, la experiencia de usuario que propone esta herramienta es compleja. Surfear una ola de cientos de miles de productos de segunda mano es más complicado de lo que parece, tanto desde la perspectiva del vendedor como desde el ángulo del comprador. 

En estos tiempos de expansionismo fiscal, al vendedor debería preocuparle el volumen de su actividad. Si coloca más de 30 artículos al año o acumula en ventas un valor superior a los 2.000 euros, la plataforma estará obligada a informar a Hacienda, que exigirá declarar esos ingresos. 

Pero el vendedor se enfrenta, sobre todo, a un problema mucho más mundano: el regateo. Resulta casi imposible que alguien adquiera un artículo sin caer en la tentación de pedir una rebaja, incluso si se trata de cuantías en apariencia ridículas, y tampoco queda nadie a salvo del trueque, a veces tan ridículo como pretender cambiar un teléfono móvil por un juego de mancuernas o la colección de pinceles de la abuela.  

Un proceso bien engrasado

Wallapop permite a menudo enviar los artículos sin un coste añadido para el vendedor, aguardar la confirmación del comprador sobre el buen estado del producto y recibir el pago en la plataforma en cuestión de días. Ese dinero puede dejarse en una cartera virtual para acometer futuras compras o desviarse a la cuenta corriente facilitada. 

Pero también son posibles (y a veces obligatorias) las entregas en mano, por ejemplo en el caso de una motocicleta. Una de las opciones que facilita la compañía para evitar fraudes es la retirada del dinero a través de un código QR. Aun así, muchos compradores insistirán en pagar en efectivo, del mismo modo que muchos otros pedirán al vendedor determinados datos personales que Wallapop desaconseja dar, desde el teléfono o el correo electrónico hasta un número de cuenta bancaria.

Eterna picaresca

Si uno tiene tiempo y bucea en internet, descubrirá toda una casuística en torno al timo en Wallapop. Hace unas semanas, el Tribunal Supremo confirmaba la condena a un año y dos meses de prisión a un militar por vender en la plataforma varios desfibriladores del ejército. Pocos meses antes, un varón de 28 años fue detenido en Barcelona por desvalijar trasteros y monetizar lo robado en la plataforma. Es ahí donde el comprador ha de afilar la vista y desconfiar de las gangas milagrosas. 

Nadie da duros a cuatro pesetas, sobre todo en la esfera tecnológica, donde a veces se descubren caídas de precio tan inverosímiles como las identificadas a continuación: una Hasselblad X2D valorada en 8.699 euros por sólo 3.000 o una Leica M11, el modelo más moderno de la saga M, rebajada desde los imponentes 8.820 euros de partida a unos 3.500. De cualquier forma, cualquier actividad sospechosa puede denunciarse en Wallapop, que se compromete a investigar al usuario señalado.  

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