Para qué sirven, para qué sirven un poco y para qué no sirven de nada los aranceles de Trump
Los esfuerzos por enjugar el déficit comercial de EEUU tendrán un final decepcionante. Si no, el daño será irreparable

Karoline Leavitt, la jefa de prensa de la Casa Blanca, dice que los aranceles han logrado que «Estados Unidos vuelva a ser respetado en el mundo». | Andrew Leyden (Zuma Press)
Donald Trump se ha propuesto hacer grande a Estados Unidos incluso a costa de sus propios intereses y, de momento, lo va consiguiendo.
El comienzo no ha podido ser más prometedor. El pasado 26 de enero el presidente Gustavo Petro prohibía el aterrizaje de dos vuelos militares cargados con colombianos deportados y colgaba en X un post exigiendo que si no tenían más remedio que devolvérselos, lo hicieran «con dignidad y respeto», «en aviones civiles, sin trato de delincuentes».
Trump no se anduvo con contemplaciones. Llamó a Petro socialista y anunció la imposición de un arancel del 25% a todas las importaciones de Colombia y la retirada del visado a todos sus funcionarios. A las pocas horas, Petro accedía a recibir a los migrantes «sin limitaciones ni retrasos» y tanto en aviones civiles como militares. «Los acontecimientos de hoy dejan claro que Estados Unidos vuelve a ser respetado en el mundo», fue la moraleja triunfal que extrajo del incidente la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt.
La palabra más bonita del diccionario
«Esto está chupado», debió de pensar igualmente Trump, y a los pocos días probó a imponer un arancel del 25% a Canadá y México y otro del 10% a China. Los motivos alegados por Leavitt fueron que «Canadá y México han permitido una invasión sin precedentes de fentanilo […] e inmigrantes ilegales en nuestro país». La hoja informativa que acompañaba a los decretos explicaba asimismo que los aranceles son una «fuente probada de influencia para proteger el interés nacional».
Trump tiene la mejor opinión de los aranceles. Ha llegado a declarar que «es la palabra más bonita del diccionario» (yo francamente prefiero aurora o claridad) y piensa hacer un uso intensivo de ella con cuatro objetivos principales: intimidar a otros dirigentes, frenar la inmigración, combatir el narcotráfico y enjugar su abultado déficit comercial (818.000 millones de dólares en 2023, el 3% del PIB).
Vamos a ver qué posibilidades tiene de alcanzar cada uno de ellos.
Intimidar a otros dirigentes
Trump alardea a menudo de su capacidad para cerrar acuerdos, pero su estilo no tiene nada que ver con el ingenio tranquilo de un Talleyrand o un Metternich.
El presidente desarrolló su habilidad negociadora durante sus años como promotor inmobiliario, una ocupación en la que, como él mismo cuenta en El arte de la negociación, «hay que estar ojo avizor y ser muy duro con los contratistas, ya que de lo contrario te roban hasta la camisa». En otra ocasión también dijo: «Si alguien te desafía, contrataca. Sé brutal, sé duro», y eso es exactamente lo que ha hecho con el colombiano Petro, el canadiense Justin Trudeau y la mexicana Claudia Sheinbaum.
Trudeau fue el único que se atrevió a levantar la voz. Anunció que iba a gravar los cítricos, la mantequilla de cacahuete, el bourbon y las motos procedentes de Estados Unidos, pero apenas mantuvo el pulso unas horas. Igual que Petro y Sheinbaum, ya se ha sentado a ofrecer concesiones, y no hay nada de deshonroso en ello, porque la lucha era desigual.
«Alrededor del 40% de su PIB [de México] procede de las exportaciones, de las cuales un 80% va a Estados Unidos —explica The Economist—. Las estimaciones sugieren que el arancel del 25% [que ha decretado Trump] contraerá su economía […] entre un 2% y un 4% este año. Canadá envía al sur el 77% del total de sus bienes, mientras que es el destino del 18% de las exportaciones de Estados Unidos». El impacto oscilará «entre el 2% y el 3% del PIB y [pérdidas de] hasta 2,4 millones de puestos de trabajo».
Frenar la inmigración
Los aranceles parece, por tanto, que funcionan bastante bien para intimidar a otros dirigentes.
La gente se pone las pilas rápidamente, y no me refiero a los cuatro chisgarabís que han tenido la desgracia de ser los primeros en cruzársele. La Unión Europea, un gigante comercial, va a flexibilizar las reglas del Pacto de Estabilidad para que sus miembros puedan gastar más en defensa. ¿Cuántos inquilinos de la Casa Blanca nos lo habían pedido antes? Podríamos remontarnos a Ronald Reagan, por lo menos.
Los aranceles también le han sido de utilidad a Trump para obligar a sus vecinos a reforzar la vigilancia fronteriza. México va a enviar 10.000 soldados y Canadá ha aprobado un plan de 1.300 millones de dólares para combatir el tráfico ilegal.
Ahora bien, «la invasión sin precedentes de inmigrantes ilegales» difícilmente va a detenerse poniendo trabas al comercio. Todo lo contrario. Inducir una recesión en México «estimulará» un éxodo al norte del río Grande en busca de empleo, como sostiene Derek Scissors, investigador del American Enterprise Institute, un laboratorio de ideas poco sospechoso de socialista.
Combatir el narcotráfico
Y si los aranceles sirven solo un poco para combatir la inmigración ilegal, su utilidad decae por completo cuando hablamos del fentanilo.
Nadie discute que estemos ante un auténtico drama. De los 90.000 estadounidenses que fallecen cada año por sobredosis, la mayoría lo hace por este opioide en cuya síntesis desempeñan un papel crucial China y México. Las empresas de la primera suministran los precursores químicos y los cárteles del segundo cocinan la droga y la introducen en Estados Unidos. (Trump culpa también a Canadá, pero es un actor muy secundario, o extremadamente hábil, porque de las cerca de 10 toneladas de fentanilo incautado el año pasado en Estados Unidos, apenas 20 kilos lo fueron en la frontera septentrional).
Para atajar el problema, Joe Biden recurrió a la diplomacia y, al principio, China practicó detenciones y cerró miles de web y tiendas online. Este entusiasmo se entibió, sin embargo, ante la falta de reconocimiento y se extinguió del todo cuando Nancy Pelosi visitó Taiwan. Trump necesitaría ahora rehacer la confianza con Pekín y se me ocurren pocos modos peores de conseguirlo que un arancel del 10%.
Por lo demás, a la Casa Blanca le cuesta aprender de la historia.
Mientras en Estados Unidos haya millones de personas dispuestas a drogarse, carece de sentido centrarse en la oferta. Las expectativas de ganancias son tan colosales, que cuando calcinas las plantaciones de Colombia, los cárteles trasladan su producción a Ecuador o Perú, y cuando cortas la entrada por el Caribe, se desplazan a Panamá o México. La Comisión Global de Políticas de Drogas, un grupo de expertos independientes, declaró hace tiempo que «la guerra contra las drogas ha fracasado». Los «aparentes triunfos» que supone la eliminación de una fuente o un traficante, son rápidamente contrarrestados por «la emergencia de otras fuentes y traficantes».
El crimen organizado está, de hecho, más fuerte que nunca y «ha socavado la estabilidad política y económica» de muchas naciones.
Una ley como la de la gravedad
Nos queda, por último, el abultado déficit comercial de Estados Unidos, y aquí los aranceles no es que no sirvan, es que son contraproducentes.
«Muchas personas, y Trump forma obviamente parte de ellas —escribía hace unas semanas Paul Krugman—, piensan que los superávits son un signo de fortaleza». Su razonamiento es que si vendes a otros países más de lo que les compras, debe de ser porque eres más eficiente. «Pero las cosas —dice el Nobel— no funcionan así».
Por definición, la balanza de pagos está siempre en equilibrio. En lenguaje formal y por simplificar: «Balance comercial + Entradas netas de capital = 0».
Esta equivalencia macroeconómica significa que «no puedes reducir el déficit por cuenta corriente a menos que también caigan tus entradas de capitales —sigue Krugman en otro post para el Stone Center—. Es una ley tan implacable como la gravedad». A nadie le gusta, naturalmente, renunciar a las entradas de capitales, pero «intentar reducir el déficit comercial mediante una mera subida de aranceles es como apretar un globo: la burbuja se desplaza y brota por otro lado».
La explicación es el ajuste que se produce a través del tipo de cambio.
Supongamos que Trump decide gravar finalmente las importaciones europeas. En el momento de escribir este artículo no lo ha hecho. Los estadounidenses comprarán menos artículos del Viejo Continente y, por tanto, no necesitarán tantos euros, lo que debilitará a la moneda única frente al billete verde. ¿Y qué consecuencias tiene una devaluación del euro? Que los bienes denominados en esa moneda se abaratan, lo que impulsa su importación y neutraliza parte de lo conseguido con los aranceles.
Para qué sirven de verdad los aranceles
Si la cosa se quedara ahí, la guerra arancelaria apenas sería un juego estéril. Pero gravar las importaciones encarece la cesta de la compra e influye, por tanto, en el consumo, el ahorro y la inversión.
Krugman cita un estudio en el que Furceri, Hannan, Ostry y Rose repasaron la imposición de aranceles en numerosos países y cuya desalentadora conclusión fue que «a medio plazo […] provocan un descenso económico y estadísticamente significativo de la producción y la productividad nacionales [dando lugar] a más desempleo [a cambio de] efectos modestos en la balanza comercial».
Lo más probable es, por tanto, que los esfuerzos de Trump por enjugar el déficit de Estados Unidos tengan un final decepcionante. Y si no lo tienen, será porque ha infligido un daño irreparable al comercio mundial, los mercados de capitales y sus propios intereses.