THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

¿Estamos en puertas de otra gran recesión mundial?

Nadie sabe cuál será el impacto final de los aranceles, pero al menos nos han cogido más sabios y fuertes que en 1930

¿Estamos en puertas de otra gran recesión mundial?

El presidente Donald Trump sujeta el pasado 2 de abril en el Jardín de las Rosas la pizarra con el menú arancelario que nos ha preparado para esta temporada. | Michael Brochstein / Zuma Press / ContactoPhoto

Desde que Donald Trump compareció en el Jardín de las Rosas con su pizarra de chiringuito de playa para informarnos del menú arancelario que nos ha preparado, la búsqueda en Google de la palabra «recesión» se ha disparado en Estados Unidos.

«El hecho de que los aranceles de Trump hayan sido más severos de lo esperado ha asustado a los inversores —argumenta Enrique Díaz-Álvarez, director de riesgos de la fintech Ebury—, y la forma arbitraria y caótica en la que se han elaborado lo ha hecho aún más». No ha faltado quien recuerde la ley Smoot-Hawley, que firmó Herbert Hoover en junio de 1930, pocos meses después del hundimiento de Wall Street. Aquella decisión, que elevó el arancel medio del 14% al 20%, contribuyó a hundir el comercio y, de rebote, la economía internacional.

Bueno, pues tras las subidas anunciadas por Trump, el arancel medio ha quedado aún más arriba, en el 23%.

El fantasma de una espiral proteccionista se vio alimentado por China, que reaccionó el viernes de la peor de las maneras: gravando con un 34% adicional los productos de Estados Unidos. El resultado fue el lunes negro. En Asia, la bolsa de Hong Kong perdió el 13%, la de Tokio el 7,8 % y la de Seúl el 5,6%. En Europa, la tónica era parecida: 5,12% de desplome en Madrid, 4,78% en París, 4,64% en Londres, 4,13% en Fráncfort… En fin, no quiero aburrirles, pero si no es pánico, se le parece mucho. Tampoco deben pasar inadvertidas las caídas del petróleo, el gas o el cobre.

«Todos estos precios —dictamina The Economist— cuentan la misma inquietante historia: los inversores anticipan una desaceleración severa».

Más pobres

Es indudable que la confianza del consumidor estadounidense está muy tocada.

Un informe del think tank The Budget Lab at Yale calcula que el Día de la Liberación va a traducirse en «una pérdida de poder de compra de 3.800 dólares por hogar». Como muchos ciudadanos tienen además sus ahorros metidos en bolsa, se sentirán más pobres y se mostrarán aún más remisos a gastar. El resultado previsible es que Estados Unidos acabe creciendo muy por debajo del 2,2% que el Fondo Monetario Internacional pronosticaba en enero. Por su parte, China también va a sufrir y, si las dos economías principales frenan de golpe, el resto del planeta experimentará un latigazo.

¿De qué intensidad va a ser la colisión?

Un baño de sangre

Antes de meternos en cálculos, no hay que dar por definitiva la situación actual.

En primer lugar, no olvidemos que en noviembre de 2026 toca renovar el Congreso y un tercio del Senado y muchos republicanos están empezando a manifestar cierta inquietud. El senador texano Ted Cruz dice que como los aranceles inflijan un daño severo a la economía, «2026 se convertirá muy probablemente en un baño de sangre» para el Partido del Elefante.

En segundo lugar, Chuck Grasley, otro senador republicano, ha copatrocinado con la demócrata Maria Cantwell una iniciativa para limitar la capacidad de maniobra de Trump en asuntos de comercio. La lógica del proyecto de ley es que los aranceles no dejan de ser impuestos, cuya fijación es una prerrogativa del Congreso que Trump se ha arrogado amparado en una supuesta «emergencia nacional».

Una estrategia infantil

Cabe, en tercer y último lugar, la posibilidad de que ni siquiera el Legislativo deba intervenir y que sea el propio quien Trump recule si, como él mismo ha asegurado, le hacen una contraoferta «fenomenal».

Se trata de una estrategia negociadora «bastante infantil», como señala Ignacio de la Torre, economista jefe de Arcano Research, porque consiste en empezar pegándote tú un tiro en un pie para que los demás se enteren de que vas en serio. Pero en alguna película ha debido de verlo Trump y Kevin Hasset, su principal asesor económico, dio verosimilitud a la hipótesis este domingo, cuando alardeó de que «más de 50 países se han acercado al presidente para entablar una conversación».

De todos modos, si nos encontramos ante una enrevesada pantomima para reorganizar el comercio internacional al margen de la OMC, tardaremos algún tiempo en saberlo. De momento, el menú es el que Trump exhibió en su pizarra. ¿Qué tal nos va a sentar?

Los escenarios

Mal, qué duda cabe, pero en ningún caso estamos (todavía) a las puertas de otra Gran Depresión.

Pongámonos en un escenario muy desfavorable: el PIB de Estados Unidos se desacelera del 2,2% al 0% y el de China, del 5% al 3%. Aunque el efecto agregado será importante, únicamente rebajaría el crecimiento mundial hasta el 2%, por debajo de la media del 3,7% de las dos últimas décadas, pero en absoluto comparable a las caídas del 1,3% o del 2,9% registradas en 2009 y 2020, respectivamente.

En el caso concreto de Europa, Arcano Research calcula que el arancel del 20% reducirá tres décimas el crecimiento, aunque el dato está sujeto a riesgos, algunos bajistas y otros alcistas. Un riesgo bajista sería que las cosas se envenenaran aún más con China y acabaran en una ensalada de tiros, pero no es el escenario más probable.

Lo que, por el contrario, ya ha logrado Trump es que en la UE nos pongamos las pilas en defensa. La movilización de 800.000 millones de euros que ha propuesto el vicepresidente de la Comisión Valdis Dombrovskis ayudará a recomponer el tejido industrial del Viejo Continente. Y si además el miedo espolea las reformas desreguladoras, el margen de mejora es considerable, porque las barreras intraeuropeas equivalen a un arancel del 44% en el comercio de bienes y del 110% en el de servicios.

En cuanto a los españoles, tenemos un modesto déficit comercial del 0,6% del PIB con Estados Unidos, con lo que el impacto macro de los aranceles debería ser igualmente modesto. A nivel micro, obviamente, habrá perdedores (el vino, el aceite, la cerámica), pero el Gobierno dispone de margen presupuestario y está dispuesto a usarlo para paliar el daño.

Cocerse en su propia salsa

Hoy por hoy, nadie sabe cuál será el impacto final de los aranceles, pero sería un error caer en el fatalismo.

Primero, porque el resultado no depende de Trump, sino de cómo reaccionemos los demás. De momento, Ursula von der Leyen ha optado por la prudencia: ha ofrecido un acuerdo de aranceles cero y, al mismo tiempo, prepara una lista de importaciones estadounidenses susceptibles de gravamen. Es lo que aconseja la teoría de juegos: empiezas cooperando y, si la reacción es hostil, devuelves el golpe.

Una escalada rápida está, de todas formas, especialmente desaconsejada en el caso de los aranceles, porque no debemos olvidar que el primer perjudicado es el país que los impone. Que le pregunten si no a Apple, cuyos costes se han disparado e igual tiene que subir a 3.500 dólares el precio de sus iPhone. No es, por tanto, ninguna tontería dejar que el tiempo corra, para que el presidente americano vaya cociéndose en el malestar de sus propios votantes.

La otra razón por la que no debemos dejarnos llevar por el pánico es que la pizarra de Trump es, como dice The Economist, «probablemente uno de los mayores errores de todos los tiempos», pero, a diferencia de la ley Smoot-Hawley, no nos pilla en mitad de una crisis financiera.

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