La innovación del dinero viejo de los Yankees
«Los nuevos bates diseñados por los expertos del equipo simboliza la fórmula que aúna tradición y emprendimiento»

Aaron Judge, jugador de los New York Yankees, batea durante un partido en el Yankee Stadium, El Bronx, Nueva York, EEUU. | Reuters
El deporte nos gusta porque es divertido. No nos engañemos. Lo de mens sana in corpore sano está bien, pero gastarnos 72.000 millones de euros en las 14 competiciones deportivas con más ingresos del planeta… sin mover más músculos que el del pulgar para encender el televisor. Quizá deberíamos ajustar la semántica y llamarlo juego. Nos entretiene ver a unos tipos sacándole el máximo rendimiento posible a un contexto dibujado por unas reglas creadas en su momento de forma más o menos arbitraria. ¿Por qué no se puede tocar el balón con la mano en el fútbol? Porque, de otra forma, no tendríamos fútbol.
Curiosamente, en la era de la innovación, una de las industrias más rentables consiste en poner límites. El béisbol quizá sea uno de los ejemplos más evidentes por su dependencia de un elemento no humano extra. A las diferentes versiones de la pelota que incluyen buena parte de los deportes, se suma el bate con el que se la golpea. Un extraterrestre que siguiera los partidos de las Grades Ligas de Estados Unidos pensaría que sus jugadores son bastante estúpidos: ¿por qué no utilizan palos más grandes y de un material más propicio?
La respuesta les sorprendería: la empresa que organiza los partidos, la MLB, exige que tengan un diámetro máximo de 6.63 centímetros y una longitud máxima de 106.68 centímetros. Además, tienen que ser redondos, lisos y de una sola pieza de madera maciza. Por cierto, que de esas 14 competiciones con más ingresos del mundo que decíamos, la de la MLB es la segunda, con 10.320 millones de euros en 2023, solo por detrás de la NFL de fútbol americano y justo por delante de la NBA. Y a los extraterrestres habría que explicarles que el jugador mejor pagado de la liga, el japonés Shohei Ohtani, firmó en diciembre de 2023 un contrato con Los Angeles Dodgers por 10 años y 700 millones de dólares.
Todo gracias, recordemos, a las limitaciones en la innovación. Limitaciones que también tienen sus limitaciones. El último día de marzo, The New York Times constató que “Los nuevos bates de diseño único de los Yankees llaman la atención con una andanada de 9 homeruns” (el mejor golpe posible, que manda la pelota fuera del terreno de juego). Habían arrasado en el partido inaugural de la temporada a los Milwaukee Brewers. Paradójicamente, la derrota de los “cerveceros” se basó en el barril, la parte más ancha del bate, la que golpea la bola: Aaron Leanhardt, exmiembro de la directiva de los Yankees había desarrollado uno más cercano a la posición de las manos, bautizándolo con el sugerente (que diría Chiquito) nombre de “Torpedo”.
Un portavoz de la MLB lo sancionó como acorde a las normas y comenzó la fiesta. En su punto álgido, nada menos que la consultora Korn Ferry le dedicó un estudio, que tituló “Old Dogs, New Swings” (algo así como “perros viejos, giros nuevos”: reconozcámoslo, suena mejor en inglés). Su analista de investigación Emily Gianunzio subraya que el creador del Torpedo es un físico formado en el MIT y ahonda en la clave de fondo: “En el béisbol, la tradición es profunda. Por eso, cuando la franquicia más legendaria del deporte adopta la innovación, transmite un mensaje contundente: ninguna organización es demasiado antigua para aprender nuevos trucos”.
El béisbol es puro USA. Designado en algún momento perdido en el tiempo como “el pasatiempo de América”, de su origen solo se tiene claro que se desarrolló en Estados Unidos. El mito más extendido cuenta que lo inventó un oficial del ejército de la Unión durante la guerra civil (1861-1865) en Cooperstown (Nueva York), donde se halla su Salón de la Fama y el Museo Nacional de Béisbol. El equipo más ganador de siempre, los Yankees, también es de Nueva York. De hecho, probablemente sea lo más neoyorquino de Nueva York. También es, claro, la franquicia más valiosa de la MLB: según Forbes, están en 8.200 millones de dólares.
Fieles al carácter de sus conciudadanos, son inmigrantes. Fundado en 1901 en Baltimore con el soso nombre de Orioles, quedaron últimos en su primer campeonato. Al año siguiente, un par de astutos políticos neoyorquinos, Frank J. Farrell y William Stephen Devery, lo compraron por 18.000 dólares y se lo llevaron a la Gran Manzana. Tras una década en Manhattan con el nombre de Highlanders, tampoco demasiado emocionante, en 1913 tuvieron la gran idea de rebautizarlo como Yankees, y en 1920 ficharon a un tal Babe Ruth de los Red Sox por 25.000 dólares en efectivo y otros 75.000 en letra de cambio: “la transacción más famosa del deporte”, dijo la prensa. Un par de años después, se mudaron al Yankee Stadium del Bronx. Y empezaron a acumular historia.
En su informe para Korn Ferry, Gianunzio sostiene que “en muchos lugares de trabajo, la innovación se percibe como dominio exclusivo de los jóvenes, los nuevos y los que priorizan lo digital. Las startups acaparan la atención, mientras que las instituciones tradicionales se perciben como demasiado reacias al riesgo o burocráticas para evolucionar. Pero eso es un mito, uno que las organizaciones deben dejar de creer si quieren seguir siendo relevantes”. Los Yankees no descubrieron el bate torpedo de la noche a la mañana: “Como ocurre con la mayoría de las innovaciones significativas, el equipo necesitó años de investigación, experimentación discreta y apertura al cambio”.
Y la gran moraleja: “Muchas empresas tratan la innovación como un rayo. Esperan que una idea audaz impacte y lo cambie todo de la noche a la mañana. Así no funciona. La verdadera innovación, ya sea un torpedo o un modelo operativo de última generación, es evolutiva, no revolucionaria. Surge cuando los líderes crean seguridad psicológica para la experimentación, los equipos se empoderan para intentar y fallar, y la infraestructura se construye para fomentar la colaboración. Y lo más importante, la innovación prospera en culturas que priorizan el propósito por encima de la perfección”.
Porque, y aquí está la clave, los Yankees “no adoptaron estos bates por desesperación. Lo hicieron porque comprendieron que mantenerse en la cima requiere un aprendizaje continuo, incluso después de un siglo de dominio”. No hay que esperar a la decadencia para espabilar. “Los Yankees utilizaron décadas de datos de swing, análisis biomecánico y la experiencia de sus entrenadores. El bate torpedo no fue una ruptura con la tradición, sino el siguiente paso lógico en su evolución”, concluye Gianunzio.
Por supuesto, está el problema irresoluble de la copia. En cuanto el comisionado de la MLB, Rob Manfred, elogió su potencial para hacer el béisbol más emocionante, los 30 equipos de la MLB empezaron a comprar los suyos. Y, después del arrollador inicio, los Yankees ya no son el equipo con más victorias de la liga, aunque lidera su división con 21. En la cúspide están los Dodgers de Los Angeles, con 25. Además de buenos bates, tienen al tipo que mejor los empuña, Shohei Ohtani, el de los 700 millones de dólares. Pero los Yankees han vuelto a salir en todos los medios, ha recibido la bendición de una consultora como Korn Ferry y… valen 1.200 millones de dólares más que los Dodgers.