¿Se está desinflando la burbuja verde?
Hay evidencias tanto políticas como financieras de una fuerte erosión del negocio de la lucha contra el cambio climático que viene de antes de Trump

Donald Trump. | Mehmet Eser (Europa Press)
El verde es el color de la esperanza. También el del dólar. Y el del ecologismo. Desde hace unos años, la versatilidad de esta gama cromática ha acrisolado un negocio más que rentable. Nada que objetar si no fuera porque, a veces, sus operadores toman como rehén cuestiones tan relevantes como el cambio climático, que en maridajes políticos cada vez más parecidos al pensamiento pseudoreligioso llega a convertirse en una especie de infierno al que serán arrojados no ya solo los descreídos, sino los tibios.
A estas alturas, el calentamiento global es una evidencia. Un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) sostiene que hay un 80% de probabilidades de que la temperatura media anual del planeta supere transitoriamente en 1,5° grados centígrados, los niveles preindustriales en al menos uno de los próximos cinco años. Te puedes creer más o menos lo que diga la OMM, sobre después del papelón de la otra «om», la OMS, con el coronavirus. Pero solo hace falta salir a la calle todavía en junio y comprobar como anda la cosa. Y va para largo: no es una «racha». Además, hay termómetros por todos lados, y parece improbable que administraciones públicas de todos los signos políticos lleven años trucándolos para mantenernos en babia. Hace cada vez más calor. Eso es así. Otra cosa es que tengamos tan claro por qué y, sobre todo, cómo solucionarlo. Ese último adverbio interrogativo activa la economía.
En el nivel más básico, la invención del abanico se sitúa entre el antiguo Egipto y el Japón del siglo VII, aunque probablemente la búsqueda de algo para abanicarse siguiera de forma casi inmediata al invento del hueso-proyectil de 2001: Una odisea del espacio. Un poco más acá, AliExpress informa que en el principio de esta de campaña veraniega, la semana pasada, productos como los ventiladores y neveras portátiles «están viviendo un auténtico auge», con un crecimiento mensual en ventas del 505% y 824% respectivamente. Sara Zheng, directora de Marketing para España e Italia de la empresa, se congratula: «En un momento del año en el que los hogares españoles buscan soluciones rápidas y eficaces para prepararse para el verano, estamos orgullosos de poder responder con cada vez más envíos locales». Nuestro país es un target de mercado de lo más hot, y como sigamos así, vamos a darle un nuevo giro al concepto de nicho.
Hay niveles más sofisticados, claro. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2024 (COP29), que se celebró en noviembre en Bakú, Azerbaiyán, concluyó con un acuerdo por el que los países desarrollados proporcionarán 300.000 millones de dólares anuales hasta 2035 para enfrentarse a la crisis climática. Eso da para muchos abanicos, pero varios países en desarrollo y organizaciones ambientales lo consideran escaso: querían un mínimo de 500.000 millones de dólares anuales.
Con semejante respaldo de las administraciones públicas, es lógico que el negocio verde prospere. El informe «World Energy Investment 2025» de la Agencia Internacional de la Energía revela que, por lo que sea, no estamos dispuestos a desenchufar nuestros cacharros: este año, la inversión mundial en energía llegue a los 3,3 billones de dólares, un 2% más. Pero atención: más de la mitad, unos 2,2 billones, irán a renovables, nuclear, redes, almacenamiento, combustibles de bajas emisiones, eficiencia y electrificación. El resto, un raquítico 1,1 billones, se lo llevarán los tradicionales, petróleo, gas natural y carbón.
Entonces llegó Trump. Este artículo de la Harvard Business Review daba buena cuenta del miedo del sector verde ante el advenimiento del torbellino republicano. Recordaba que estaban «en juego miles de millones de dólares en incentivos fiscales, financiación y programas de préstamos; la competitividad estadounidense en nuevos sectores industriales; y el futuro modelo de crecimiento de la mayor economía del mundo». Y que Trump se había referido al cambio climático como un «engaño», y constatada su preferencia por los combustibles fósiles, repitiendo ese estribillo de: «Perfora, perfora, perfora». Imagínense el resto. En cuanto Donald termine con los asuntillos de Irán, Gaza y Ucrania, se avecina el apocalipsis verde.
Puede valer como modelo arquetípico del tablero actual en el imaginario colectivo: el progresismo verde contra el conservadurismo negacionista. En esas estamos. O no. Joel Kotkin nos rompe la cintura en la siempre interesante The Spectator con un artículo juguetonamente titulado «The climate has changed on climate change». Básicamente, dice que «es probable que se culpe a Trump por la implosión de la agenda verde, pero su colapso es muy anterior a su ascenso al poder». Y se refiere al modelo de negocio: «Lo que la secretaria del Tesoro de Joe Biden, Janet Yellen, llamó en su día ‘la mayor oportunidad de negocio del siglo XXI’, se ha revelado como un desastre» que puede estar preparando un cambio de paradigma.
Sostiene Kotkin que «la oportunidad del siglo se estaba desvaneciendo» desde hace tiempo, «sobre todo porque las políticas tenían poco impacto aparente en el clima real». Hay evidencias muy, pero que muy empíricas… en el sentido financiero de la palabra: «En Wall Street, las acciones con certificación ESG (ambiental, social y gubernamental) se han desplomado, según estudios destacados, lo que ha aprisionado a las empresas con pérdidas masivas». Y el dinero se mueve según intuye las sensaciones de quienes lo movemos todos los días.
Hay un cansancio en la ciudadanía: «Muchos votantes, tanto en Estados Unidos como en Europa, han reconsiderado la idea de gastar más de seis billones de dólares anuales durante los próximos 30 años en generosidad ecológica». Tampoco ayuda, añade un vitriólico Kotkin, que «estas promesas de gasto sean defendidas con tanta frecuencia por multimillonarios de la alta sociedad. Los activistas, con abundantes fondos, seguirán intentando proteger de Trump las políticas medioambientales europeas, pero esto no apasiona a los votantes de ambos lados del Atlántico. La mayoría de la gente no quiere hacinarse en viviendas más pequeñas, disfrutar de menos movilidad, calefacción más cara, falta de aire acondicionado y una dieta más austera». Incluso «algunos en la izquierda están reconsiderando su agenda política».
Siguiendo con la política, «el declive de los verdes», con «derrotas devastadoras en toda Europa» es «una clara señal de cambio». Y se están tomando medidas para «impulsar los combustibles fósiles en Europa del Este y Japón». Por supuesto, «la mayoría de los estadounidenses, al igual que los europeos, apoyan la idea de la mitigación del cambio climático, pero no están dispuestos a pagar un alto precio por ella».
El artículo se publicó en el número de abril: antes de nuestro gran apagón. Una pena. Quizá se trate de uno de los casos más claros del miedo de ciertos proveedores de ideología (y su consiguiente economía) a que se empiecen a conocer las fisuras de la verde. Por aquí ya explicamos el estado de nervios en Red Eléctrica ante el temor a que se conozcan los audios del día del apagón. Desde fuera ya se atreven a señalar claramente: The Telegraph publicó que el apagón se produjo por un «experimento con las renovables» para «evaluar hasta dónde podrían aumentar la dependencia» de estas. Pero Pedro Sánchez se aferró a la posibilidad de un hackeo… incluso cuando ya lo había descartado la propia Red Eléctrica. Y luego ha seguido buscando cortinas de humo. Lo más honesto hubiera sido reconocer el papel de las renovables en el apagón y presentarlo a la ciudadanía como un sacrificio que merece la pena para luchar contra el cambio climático. Pero, ¿y si a la ciudadanía no le compensa? Por supuesto, la táctica del avestruz es pan para hoy y hambre para mañana.
El frente verde probablemente siga una estrategia menos chapucera y pegada a la mera supervivencia diaria. «Cabe esperar que el lobby ecologista intensifique su propaganda. En lugar de un debate serio sobre un tema muy complejo, predecirán resultados catastróficos, como hambrunas masivas y un rápido aumento de las muertes relacionadas con el clima, a pesar de que décadas de predicciones de una catástrofe inminente e inalterable han resultado más teatrales que precisas», asegura Kotkin, que cita al Nobel de Física de 2022, John F. Clauser: «La ciencia del clima se ha convertido en una pseudociencia masiva de periodismo de choque».
Frente a ello, sugiere un poco más de confianza en el ingenio humano frente a catastrofismos malthusianistas: «El clima frío o más seco ha impulsado cambios en los cultivos. El aprovechamiento del aumento del nivel del mar en Holanda para crear nuevas tierras tras los diques es un ejemplo de adaptación. En 1900, Galveston, Texas, fue devastada por un huracán, pero ahora está protegida por un malecón, que ha mantenido a la ciudad a salvo durante numerosas tormentas importantes. Si los holandeses del siglo XVII o los tejanos de principios del siglo XX pudieron adaptarse a los cambios climáticos, parece razonable que, con las tecnologías actuales, mucho más potentes, nosotros también podamos hacerlo».
Porque «el mundo enfrenta numerosos desafíos en el futuro, pero el clima no es el único ni el más apremiante. Ante la amenaza de la expansión de las guerras, la intensificación de los conflictos de clase y étnicos, la creciente desigualdad y las crisis sanitarias, es hora de considerar el clima con objetividad como uno de los muchos desafíos que enfrenta la humanidad». O sea: «Los valores cuasireligiosos de los verdes tienen su lugar, pero no deberían primar sobre la búsqueda de una vida mejor entre la gente de Occidente, China o el mundo en desarrollo».