Radiografía del hartazgo con los impuestos
«Si tenemos más déficit que antes de la pandemia y recaudamos más que nunca, es que nos gastamos más que nunca»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Los pagos obligatorios no suelen ser populares, especialmente cuando somos nosotros los que tenemos que pagarlos. Si además son pagos sin contraprestación, todavía menos. Exactamente eso son los impuestos, pagos coactivos sin contraprestación, y por eso no son populares. Sin embargo, son imprescindibles para que los estados y también la actividad económica funcionen. Por eso, una de mis citas favoritas es que «Los impuestos son el precio que pagamos por la civilización. En la selva no existen» (Oliver Wendell Holmes).
Otra cuestión, íntimamente relacionada, se refiere a cuántos impuestos pagamos en España. Y sobre esta cuestión hay una enorme confusión. Por poner una comparación, probablemente usted piense que paga más impuestos que en 2021. Efectivamente, en el caso de nuestro principal impuesto, el IRPF, y como comentamos en THE OBJECTIVE, cada vez pagamos más, y sobre todo más porcentaje de nuestra renta. Y eso no es una opinión, son los datos oficiales de la Agencia Tributaria.
Sin embargo, si vamos a los datos oficiales de presión fiscal, que publica la Intervención General de la Administración del Estado (IGAE) vemos que la presión fiscal en 2021 fue del 37,91%, que, por cierto, constituye nuestro récord de presión fiscal, mientras que en 2024 fue sólo del 37,11% del PIB. Parecería que pagamos menos impuestos. Y estoy tomando la ratio estándar que más se utiliza en comparaciones internacionales. La presión fiscal no es más que el cociente entre el total de recaudación de impuestos y cotizaciones sociales, en el numerador, y el PIB en el denominador.
Puede que el dato que vea sea ligerísimamente distinto, porque en Eurostat a la recaudación de impuestos y cotizaciones españolas se añaden los recursos fiscales que pagan agentes españoles a la Unión Europea. Son dos, los aranceles y la aportación de los bancos al fondo europeo de garantía, y no tienen mucha importancia cuantitativa. Pero con esos parámetros estamos aproximadamente en el 38% del PIB, y hay países como Francia o Dinamarca, que recaudan muchos más impuestos, aunque otros como Irlanda o Estados Unidos, mucho menos.
Usted se preguntará cómo es posible estar batiendo continuamente récords de recaudación, tanto en impuestos como en cotizaciones sociales, y que se reduzca la presión fiscal. También se preguntará cómo es posible que, recaudando más que nunca sigamos teniendo déficit, por ejemplo, del 3.22% del PIB en 2024, superior, en porcentaje del PIB, a los de 2018 y 2019, 2.55% y 3,06% respectivamente. Son dos preguntas relativamente sencillas. Si tenemos más déficit que antes de la pandemia y recaudamos más que nunca es que nos gastamos más que nunca.
Si recaudamos cada vez más, y, como hemos visto, se reduce la presión fiscal, es que el PIB ha crecido, y ha crecido más que la recaudación. Eso no significa que los españoles vivan mejor, sino simplemente que ha habido un aumento, fundamentalmente nominal, de la actividad económica. Veamos, entre 2021 y 2024 la recaudación aumentó un 29%, y por ejemplo, entre 2023 y 2024 (el último año) un 6,5%. Aunque le parezca increíble, y no le cuadre con las noticias, el PIB aumentó más, porque no solo hablamos de PIB real, sino de aumento de precios. El índice de precios en el PIB, el misterioso «deflactor del PIB» es ligeramente distinto que el que se utiliza habitualmente, que es el índice de precios al consumo. Pero, medido de una forma u otra, estamos hablando de subida de precios, que cuando es continua denominamos inflación.
Como señalaba Keynes, la «inflación es un impuesto». Casi todos los impuestos tienen bases monetarias, y, por lo tanto, el aumento de precios se traduce en más recaudación. Además, en el caso del IRPF tenemos el efecto adicional de la progresividad en frío, es decir, el aumento de la cuota a pagar, y del tipo efectivo, aunque no haya una ganancia real de poder adquisitivo. Esto ocurre porque el impuesto tiene tramos y es progresivo, y los aumentos puramente nominales de renta llevan a pagar más, si no se actualizan los parámetros del impuesto. Y no se han actualizado para el 90% de los contribuyentes desde la última reforma del impuesto en 2015-2016.
Además, la mayoría de los salarios han crecido por debajo de la inflación. Si a esta pérdida de poder adquisitivo se le une que no se toque la tarifa del IRPF, la pérdida es muy superior. Sin embargo, este empobrecimiento no aparece reflejado en el PIB, al igual que el aumento de impuestos también aparece distorsionado en la ratio de presión fiscal. Es cierto que no sólo hemos soportado un proceso inflacionario, sino que también ha habido un aumento real de la actividad económica. Pero, estamos hablando de un crecimiento extensivo, somos cada vez más habitantes en España por la inmigración. Además, también hay más españoles y extranjeros que nunca trabajando en la economía española. Por todas estas razones, el PIB y la recaudación de impuestos y cotizaciones aumentan, pero más el PIB, y por eso ha disminuido la presión fiscal. Aunque, también ha cambiado el reparto de impuestos y gasto público por dos razones fundamentales: porque hay más pensionistas (y esto va a ir a más durante décadas) y porque los nuevos trabajadores extranjeros, de media, se emplean en los trabajos de menos cualificación, que son también los que menos impuestos y cotizaciones pagan.
Como en los últimos años, el PIB per cápita y la productividad no han aumentado, pero los impuestos sí, una explicación al hartazgo fiscal está en esta combinación: empobrecimiento relativo, más impuestos a pagar, que en parte causa ese empobrecimiento, e incluso, enfado con un crecimiento macro «que no llega a la economía real». Y sí, esto es perfectamente compatible con que las agencias de rating mejoren la calificación de la deuda española. Porque lo que miden S&P, Moody’s y compañía es la capacidad de repago, no el bienestar de los españoles, que son cosas distintas que pueden no ir en la misma dirección.
Hay otra razón importante para el hartazgo fiscal y es el funcionamiento cada vez peor de los servicios públicos, aunque gastemos cada vez más: peor funcionamiento del ferrocarril, apagón (Red Eléctrica está controlada por el gobierno, no es un agente privado), colas en muchos servicios administrativos… si esto se combina con los casos de corrupción, cada vez más gráficos y explícitos, la conciencia fiscal se resiente. Cuando los impuestos se dejan de percibir como el precio de la civilización, y se ven como una exigencia para pagar la incompetencia y la corrupción, sólo podemos esperar que aumente el hartazgo fiscal. Esto es reversible, pero sólo si se deja de ir en dirección equivocada.
 
        