The Objective

Espacio patrocinado por

The Positive
Así empecé

Carlos Arévalo (Pastelería Mallorca): «Nunca nos hemos creído los mejores»

Este emprendedor repasa su trayectoria en el podcast ‘Así empecé’

Carlos Arévalo (Pastelería Mallorca): «Nunca nos hemos creído los mejores»

THE OBJECTIVE.

La historia de la Pastelería Mallorca empieza mucho antes de que existieran sus tiendas luminosas que hoy forman parte del paisaje madrileño. Empieza con un niño de 11 años que dormía sobre sacos de harina. Ese niño era Bernardino Moreno, bisabuelo de Carlos Arévalo Moreno, y hoy cuarta generación del negocio. Bernardino había nacido en 1900, y la vida no le dio tregua: perdió a su madre nada más llegar al mundo, y la pobreza lo obligó a enviarlo a trabajar a Madrid antes de cumplir los doce. Gracias a la Lotería de Navidad, su vida dio un vuelco. Arévalo protagoniza el nuevo capítulo de Así empecé, una serie de entrevistas que tienen como objetivo acercar historias de personas que tuvieron una idea, un sueño, de crear o mejorar algo, y que a base de ingenio, determinación y pasión consiguieron sacar adelante. En definitiva, son historias de emprendedores contadas por ellos mismos.

Diciembre de 1930. Bernardino Moreno gana el segundo premio de la Lotería de Navidad: 17.000 pesetas. Dinero que hoy equivaldría a poco, pero entonces servía para cambiar destinos. «En vez de hacerse un viaje o comprarse un coche, decidió montar un negocio», cuenta Arévalo. Compró una casa con un local en Bravo Murillo y allí, en octubre de 1931, abrió una pastelería especializada en ensaimadas. Le llamó Mallorca, porque de allí eran típicas.

Los comienzos fueron difíciles. Penuria, miseria… En los años de posguerra, los hijos se sumaron al negocio. «Desde los 8 o 9 años trabajaban todos los domingos», recuerda Arévalo. La necesidad apretaba, pero también lo hacía el deseo de sacar adelante un negocio que ya empezaba a convertirse en herencia.

A finales de los 40, la familia abrió una segunda tienda en la calle Velázquez, sin saber que ese local cambiaría para siempre el futuro de la marca. Poco después, en los años 50, cogieron una furgoneta y se lanzaron a recorrer Europa. De aquellos viajes llegaron dos revoluciones: la introducción del salado en pastelería, con el célebre petipé de espárragos, y el croissant, entonces una rareza parisina. «Vendemos más de 10.000 al día. Fíjate si acertó mi abuelo», señala Arévalo.

Modernizar sin olvidar de dónde vienes

A partir de ahí llegó el boom. La tercera generación entró fuerte en los 70 y 80: se abrió la línea de catering, tiendas emblemáticas, nuevos diseños de interiores y una expansión que convirtió a Mallorca en un nombre reconocido por todo Madrid. Carlos Arévalo siempre lo tuvo claro. «Mi objetivo vital ha sido ayudar a que Mallorca llegue a cumplir 100 años», confiesa.

En 2018 entró la cuarta generación —seis primos— y empezó un proceso de renovación de la mano del covid. «El covid nos vino muy bien», cuenta Arévalo sin ironías. Descubrieron qué tiendas eran realmente rentables y cerraron cinco. Se quedaron con el núcleo duro, con lo que funcionaba de verdad.

La anécdota más recordada de aquellos meses es digna de película: el Día de la Madre de 2020. Reabren la web después de semanas cerrada. A las cinco de la tarde, Arévalo entra a mirar los pedidos. «Habían entrado 4.000 pedidos en siete horas. Casi me desmayo.
Toda la empresa —familia, amigos, quien tuviera coche— salió a repartir», cuenta.

Hoy Mallorca mantiene un principio innegociable: el producto es reciente o no es. «Todo se hace a mano, nada se congela, todo se hornea en tienda. Nunca nos hemos creído los mejores». En 2026, Mallorca abrirá un local simbólico: la mítica cafetería Hontanares, a metros de la Puerta del Sol. «Estamos muy ilusionados. Nunca en 95 años nos habíamos atrevido a ir al centro», reconoce Arévalo. Será un nuevo capítulo de una historia que empezó con un niño huérfano, una pastelería pequeña y un premio de lotería.

Publicidad