THE OBJECTIVE
Juan Luis Cebrián

Elogio de los tabloides y condena de la censura

«Los mandatarios que se dicen dispuestos a impedir las injurias y proteger los derechos individuales son los que más bulos, mentiras y calumnias destilan»

Al hilo de los días
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Elogio de los tabloides y condena de la censura

Prensa internacional. | Pixabay

La fundación de todas las democracias que en el mundo han sido se basó en dos principios fundamentales: la representación ciudadana en los parlamentos y la libertad de expresión. La primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos establece que «el Congreso no podrá hacer ninguna ley que limite la libertad de religión, la libertad de expresión ni de la prensa, el derecho de manifestación, y el de reclamar al Gobierno compensaciones por los agravios». También la primera ley aprobada por los constitucionalistas de Cádiz, reunidos previamente en la isla de San Fernando, fue la de prensa e imprenta, que eliminaba la censura previa. Pero desde que estas disposiciones se establecieron, no ha habido gobierno en el mundo que no haya pretendido socavar, limitar, reprimir y perseguir las críticas ciudadanas a su gestión, tanto como compensar y remunerar a sus obedientes aduladores.

Llevo ejerciendo el periodismo profesional más de sesenta años y, en dictadura como en democracia, he sido testigo de esas prácticas y padecido, como miles de otros colegas, la amenazas y los intentos de soborno. También me han torturado gramaticalmente las declaraciones pomposas de los gobiernos sobre la libertad de expresión: «Libertad sí, pero libertad para el bien», proclamó sin sonrojo el ministro de Información y Turismo de Franco, don Gabriel Arias Salgado. Pero nunca pensé que oiría tonterías semejantes, y aun más lerdas, a portavoces de la coalición entre la sedicente izquierda progresista y los nacionalismos lingüísticos, supremacistas y xenófobos, que pretende gobernarnos.

Como es obvio digo esto tras saber que algunos ministros nuestros, servidores de los ciudadanos, prefieren comportarse como sus dueños y señores al distinguir entre periodistas malos y buenos: los que lanzan bulos y los que reconocen la verdad proclamada por el mando, al que ovacionan y aplauden. Para premiar a estos y castigar a los revoltosos. Por no citar las chorradas del propio jefe del Gobierno contra los que llama tabloides digitales (¿por qué no contra los impresos?), expresión no tan popular, pero que algunos sesudos asesores le han debido sugerir es efectiva. Para el vulgo habrá que explicar que el formato tabloide es hoy el de casi todos, si no todos, los diarios españoles. Ese apodo es una traducción directa del inglés, para distinguirlos de los tradicionales diarios sábana, impresos en páginas dos o tres veces más grandes y que antaño la sociedad culta consideraba también más respetables.

Sobre los tabloides me sorprendió e intrigó en su día que Salman Rushdie, exiliado y oculto en el Reino Unido tras la condena a muerte que el régimen iraní decretó contra él, le comentara a Carlos Fuentes su experiencia como lector después de tantos años de obligado aislamiento. «En realidad los únicos periódicos que dicen la verdad son precisamente los tabloides, porque hablan de lo que le interesa y sucede a la gente». A su ver, y no le faltaba alguna razón, los diarios llamados serios, sobre uno de los cuales yo reclamaba derechos de autor, publicaban sobre todo ruedas de prensa, declaraciones  del poder o la oposición, comunicaciones financieras y sesudas valoraciones académicas.

Todo esto sucedía antes de la aparición de Internet. La guerra de los bulos, las posverdades y las fake news no es nueva y la experiencia demuestra que la creciente desinformación que padece el mundo sigue siendo en gran medida, permitida, incitada y hasta provocada por los gobiernos dispuestos siempre a echar basura contra la prensa, tan canallesca. Hace apenas una semana tuve ocasión de comentar, en una presentación del director de THE OBJECTIVE, el cómico plan de regeneración democrática lanzado por Sánchez que pretende establecer medidas correctoras de las mentiras públicas y publicadas, a excepción de las que él mismo predica de manera tan compulsiva como desvergonzada.

«Este gobierno parece decidido también a instaurar la ‘nuevalengua’, idioma oficial del régimen orwelliano»

El plan es una nueva demostración de que el famoso libro de Orwell 1984 ha servido como herramienta programática para Sánchez desde que llegara al poder. No solo quiere fundar el Ministerio de la Verdad, sino que ya anunció su compromiso con el del Amor, dos instituciones típicamente orwellianas, con las que pretende  proteger la fidelidad sentimental respecto a su esposa, tan injustamente tratada según él por jueces prevaricadores y reporteros mendaces. Algún día me extenderé acerca de este nuevo departamento gubernamental sobre el que algo nos instruyó el señor Sánchez en sus cartas a Begoña. 

Aunque ya está meridianamente claro que no todos los sentimientos merecen amparo legal: valga para los del deseo sexual, pero los religiosos podrán ser ofendidos sin castigo alguno, salvo si te llamas Salman Rushdie. Con todo lo cual este gobierno progresista, feminista, antifranquista, y regeneracionista parece decidido también a instaurar la «nuevalengua», idioma oficial del régimen orwelliano ya descrito, que  decretó no incluir  en su diccionario la palabra «pensamiento».     

La Constitución Española, al parecer todavía vigente, aunque repetidamente incumplida por el Gobierno Frankestein, reconoce y protege los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos ideas y opiniones por cualquier medio de reproducción, y advierte que no pueden restringirse mediante ningún tipo de censura previa. Algunos creen que la libertad de expresión es patrimonio de los periodistas. De ninguna manera: es un derecho de todos y cada uno de los ciudadanos.

Por lo demás, ningún tipo de censura quiere decir ningún tipo de censura, aunque el ministro de Cultura, titular en la sombra del Ministerio de la Verdad, cuyo pensamiento (palabra como digo inexistente en la nuevalengua) solo conocemos por algunos discursos políticos y declaraciones a la prensa. Este caballero vino a anunciarnos que el Gobierno va a decidir lo que es mentira y lo que no, y en consecuencia premiará a los buenos periodistas y castigará  a los malos.

«El pretexto de que se han de tomar estas medidas en pertinente desarrollo de un reglamento de la UE es literalmente falso»

Ya la Guardia Civil recibió en su día órdenes para que durante la pandemia sus especialistas informáticos trabajaran en dos direcciones: «Evitar el estrés social que produce la difusión de toda una serie de bulos, y minimizar el clima contrario a la gestión de la crisis por el gobierno». De modo que el sanchismo tiene ensayado recurrir igualmente al modelo orwelliano del Ministerio de la Paz, encargado de la guerra, a fin de reprimir desde los institutos armados la fabricación de fango por los órganos de opinión no obedientes al esposo de doña Begoña. Desde Evita Perón y Elena Ceaucescu hasta nuestros días las «señoras de…» no habían sido tan generosa e innecesariamente protegidas. Como si no pudieran y supieran defenderse ellas por sí mismas.

El ministro de la Presidencia sabe que el pretexto de que se han de tomar estas medidas en pertinente desarrollo de un reglamento de la Unión Europa es literalmente falso. Los Reglamentos de la UE son de obligado cumplimiento sin intervención de los parlamentos nacionales. Basta con que el gobierno quiera aplicarlos. Pero en este caso, y para desgracia de los ministros de la Verdad, los del Amor y los de la Paz, ese documento en cuestión lo que trata es de proteger la libertad de información frente a las presiones de los gobiernos y sus aliados económicos. No hace falta esperar ni tres años ni tres días para que los oficiantes de Moncloa publiquen las cifras referentes a la publicidad oficial y las empresas que la reciben. De paso estará bien que exista un registro público de medios y se identifique a sus propietarios, incluidos los que se escudan tras empresas fantasmas o instrumentos financieros de todo tipo.

Por lo demás, la difícil regulación y limpieza de las redes sociales mucho tiene que ver con la Ley de Decencia en las Comunicaciones, aprobada por el Congreso americano hace casi tres décadas, y que exonera de responsabilidad a las empresas propietarias sobre los contenidos que divulgan. Diversas iniciativas de varios presidentes, incluidos Trump y Biden, para revocar esa situación han fracasado en nombre de la primera enmienda. Y allí como aquí, los mandatarios que se dicen dispuestos a impedir las injurias, proteger los derechos individuales y eliminar el anonimato son los que más bulos, mentiras, insultos, y calumnias destilan a través de toda clase de impostadas identidades en la red. 

Internet es un gran invento que ha producido enormes beneficios a la sociedad y, como en todo cambio de civilización sucede, riesgos imprevistos que es preciso eliminar o, cuando menos, disminuir. Pero la mayoría de los gobiernos carecen tanto de legitimación moral como de capacidad técnica para hacerlo sin dañar el ejercicio  básico de la libre expresión derecho individual de todos y cada uno de los ciudadanos, incluidos los que desde la obediencia debida definen a los líderes de sus formaciones como «el puto amo» del partido. Expresión que es la mejor prueba de que los partidos tienen amos que no son sus electores, sino los putos jefes. Y estos sacrifican  los valores éticos y sociales que deberían defender a cambio de los réditos e intereses de su ejercicio en el poder.

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