THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Al servicio de la trama

«En muchas películas contemporáneas no hay emociones que desentrañar o explorar, sino un puzle narrativo que hay que resolver»

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Al servicio de la trama

Imagen del rodaje de 'Oppenheimer'. | Ilustración de Alejandra Svriz

Los jóvenes quieren menos sexo en las películas. Según una encuesta de la UCLA, la Universidad de California, casi la mitad de jóvenes de entre 13 y 24 años piensa que en la mayoría de ocasiones el sexo no aporta nada a la trama de las películas; un 44% piensa que se abusa también de las tramas románticas. Tienen razón. A menudo el sexo en las películas es una especie de cuota o sonajero para mantener atento al espectador. Es, además, un sexo que superficialmente parece rompedor pero es ortodoxamente vainilla. Y, sobre todo, tiene un nulo interés artístico.

Pero hay algo que me preocupa de esa visión de que algo «no aporta a la trama». El cine contemporáneo peca de una visión demasiado literal: toda escena debe servir para avanzar la trama, si hay alegorías o metáforas (siempre bastante obvias y subrayadas), son mensajes codificados sobre la trama. Es una visión muy estrecha y asfixiante del cine y de las historias. Según esta lógica, la interpretación de un actor no es un fin en sí mismo, es un vehículo para una trama. Da igual su profundidad psicológica, su ambigüedad, su humanidad. Lo que importa es si me está dando alguna nueva clave sobre la historia.

«Toda película es una trama, y una vez resuelta esa trama, su principal valor desaparece»

Es algo que ha señalado con inteligencia la crítica cultural Vicky Osterweil, que piensa que «vivimos una época de literalismo cultural atronador. En nuestros productos narrativos (películas, televisión y, en menor medida pero también perceptible, novelas) eso ha significado que en lugar de historia tenemos argumento, premisa y lore [el universo de símbolos, filosofía y narrativas en torno a un producto cultural], el diálogo es sustituido por la exposición, la emoción solo la evocan las pistas musicales y el cliché. Los personajes son objetos estructurales de la trama, puros reflejos de su posicionamiento social y narrativo, despojados de contradicciones o deseos conflictivos. Cada vez que un artista introduce algún tipo de metáfora, se asegura de explicarla de forma ordenada y clara al final, como un niño que te da un codazo en las costillas diciendo ‘¿lo has entendido?’, lo que significa que lo mejor que podemos esperar es una parábola o una fábula».

La consecuencia final de esto es la visión nolaniana, por Christopher Nolan, del cine como «puzle narrativo» que hay que resolver. Es una lógica muy extendida, basta con observar la cantidad de vídeos en YouTube que te explican el final de las películas: toda película es una trama, y una vez resuelta esa trama, su principal valor desaparece. Uno puede verla de nuevo, pero es casi como los niños que piden ver 600 veces Frozen: es su zona de confort.

Es también una visión autista del cine. No hay emociones que desentrañar o explorar, sino un puzle narrativo que hay que resolver. Si hay ambigüedad, es narrativa, no psicológica: el conflicto interno de los personajes es transparente, sus móviles son claros. Y, sobre todo, hay un final, un agotamiento: la resolución de la trama. (A veces, la trama no se resuelve, y esa ambigüedad se plantea como algo elevado, sofisticado, pero es fruto de la misma idea de que todo producto cultural es trama. Para los fans del cine plot-driven la complejidad es siempre estructural o narrativa, no emocional.

En su estupendo libro Ficción fatal. Ensayo sobre Vértigo, que estudia en profundidad el filme de Hitchcock, Manuel Arias Maldonado dice que «el cine de Hitchcock puede seguir generando suspense incluso cuando los elementos de su trama han dejado de sernos extraños; lo que entra en juego cada vez que volvemos a sus films es un suspense ‘conceptual’ que concierne al destino de las ideas más que al de los personajes». Es decir, resuelta la trama, la ambigüedad y el conflicto y el misterio no desaparecen, al contrario que ocurre con muchas películas contemporáneas plot-driven, o guiadas solo por la trama. Por eso uno puede ver decenas de veces Vértigo, como ha hecho Arias Maldonado, y seguir viendo cosas nuevas. Como decía Italo Calvino, «un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir».

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